Hacía un calor sofocante, casi insoportable. El río Ebro descendía calmado entre sierras y terraplenes mientras los soldados, escondidos en la orilla, esperaban una orden.
Era la noche del 24 de julio de 1938 y estaba a punto de estallar la batalla más violenta de la Guerra Civil.

Fueron más de cien días de muerte, bombas, metralla y olor a pólvora. El idílico paisaje tarraconense se convirtió en un escenario de sangre en el que soldados republicanos y franquistas lucharon cuerpo a cuerpo. Cayeron cerca de 20.000 hombres.

Ya han pasado 75 años pero las heridas siguen abiertas. Entre las montañas, desperdigados en fosas comunes, permanecen los cadáveres de muchos combatientes, olvidados bajo tierra y custodiados por monumentos franquistas.

“En la sierra, donde tuvo lugar la batalla del Ebro ni siquiera el dictador recuperó a sus soldados, los dejó por el monte. Entonces, algunos alcaldes de los pueblos decían que había cuerpos tirados y que los perros los estaban destrozando”, explica Montserrat Giné, nieta de fusilado y presidenta de la Asociación de Víctimas de la Represión Franquista en Tarragona.

Según el Memorial Democrático de la Generalitat, en el Camp de Tarragona todavía existen casi medio millar de símbolos franquistas, en su mayoría placas de vivienda, pero también placas de calles, monumentos y cruces. “Hay que retirarlos, sin ninguna duda, o guardarlos en los museos si se quieren conservar pero no en la vía pública. Una democracia no puede preservar la simbología de una dictadura”, explica Giné.

Son emblemas que recuerdan solo a unos y que provocan el dolor de las víctimas republicanas. Un dolor que ahora se revuelve más que nunca por la macrobeatificación que organiza este domingo la Iglesia Católica y que rendirá homenaje a 522 “mártires” muertos en la Guerra Civil.

La canonización ha provocado la repulsa de la “Coordinadora para la Laicidad y la Dignidad”, una asociación formada por UGT y CCOO, ICV-EUia, jóvenes del PSC y la Asociación de Víctimas de la Represión Franquista, entre otros. Denuncian que mientras unos son canonizados, otros buscan desesperadamente los restos de sus familiares o pelean por ofrecerles un lugar digno.

“Hasta hemos tenido que luchar por tener un espacio dentro del cementerio de Tarragona, donde hay una fosa que no se ha preservado. Hemos tenido que luchar para dignificar ese espacio, para poder honrar a nuestros familiares, poder dejar unas flores o simplemente para llorar. Ni si quiera eso hemos tenido”, lamenta Giné.
Beatificaciones, simbología y monumentos en un lugar donde las huellas son crudas y sangrantes. En Tortosa, capital de la comarca del Bajo Ebro, deslumbra en las aguas del río una grandilocuente escultura franquista. Fue inaugurada por Franco en 1966 con motivo del aniversario de la victoria del bando nacional en la batalla. Es el monumento de mayor dimensión que se ha erigido en Cataluña. A pesar de las peticiones de los ciudadanos que recogieron firmas en el año 2010 para mostrar su rechazo y exigir el cumplimiento de la ley de Memoria Histórica, el PP y CiU se opusieron a su derribo.

“En este país no se ha juzgado a nadie y nadie ha pedido perdón, ni la Iglesia ni el Estado. Las víctimas de la represión franquista seguimos luchando para que prevalezca la memoria. En cementerios, en pueblos, en ciudades, en todos los sitios ha habido monumentos que recordaban solo a unos y a nosotros nadie”, declara Giné.

Sin embargo, hay quienes opinan lo contrario y se oponen a la eliminación de la simbología y los monolitos. Según defiende David Tormo, doctor de Historia Contemporánea y subcoordinador del consorcio Memorial de los Espacios de La Batalla del Ebro, “hay un sector o un grupo que se dedica a la recuperación de la Memoria Histórica que es partidario de la desaparición física de todos los elementos de la dictadura, con lo cual existe el riesgo de borrar esa parte de la historia. Y hay otro sector que creemos que los símbolos deben estar ahí y explicar porque se erigieron. Es decir, utilizar los símbolos franquistas para hacer pedagogía contra el franquismo”, concluye.
Este fin de semana, mientras continue este debate, en Tarragona se podrá seguir escuchando el silencio de las fosas.