'El
gran manipulador'
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Paul
Preston
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Paul Preston 20/04/2008
No es
la primera vez que el hispanista británico Paul Preston escribe sobre Francisco
Franco. Ahora, en 'El gran manipulador' (Ediciones B), ofrece más detalles de
la biografía del dictador, como la gran habilidad con la que logró domeñar a
sus generales más díscolos
Sólo
una docena más o menos de oficiales plantó cara resueltamente a Franco durante la II Guerra Mundial
y, aun así, sólo de forma dubitativa y con poca frecuencia. Los más importantes
de estos oficiales eran Juan Yagüe, Alfredo Kindelán, Antoni o
Aranda, José Enrique Varela y Luis Orgaz. Yagüe estaba estrechamente
relacionado con la
Falange. Con todo, su falangismo era austero y radical. Era
hostil a Serrano Súñer y algo despectivo hacia Franco. Kindelán era un
monárquico conservador y, probablemente, la más persistente e irritante espina
en el costado de Franco. Sin embargo, no estaba dispuesto a proceder más allá
de las críticas verbales. Varela era un reaccionario duro, relacionado con los
carlistas, pero al haber recibido dos veces la Gran Cruz Laureada
de San Fernando, la más importante condecoración militar española, por mostrar
valor ante el enemigo, gozaba de enorme autoridad dentro de las Fuerzas
Armadas. Sin embargo, aun cuando Varela fue ministro del Ejército, Franco se
aseguró de que estuviese vigilado, nombrando a tal efecto para el puesto de subsecretario del Ministerio del Ejército a su íntimo
compinche y confidente Camilo Alonso Vega. Orgaz era un firme monárquico
alfonsista. Ninguno de ellos deseaba acabar con el régimen de Franco, sino más
bien reducir el poder que la Falange tenía en él, y que se declarase
oficialmente, aunque sólo fuese en teoría, que España era una monarquía.
Queipo de Llano, que llamaba a Franco
“Paca la Culona”, le consideraba un hombre egoísta y mezquino
El dictador mantenía el control sobre
los altos oficiales del Ejército haciendo la vista gorda ante la corrupción
Aranda
era el más enérgico y vocinglero. Cuando ejercía el cargo de gobernador militar
de Valencia acabó disgustado por la corrupción policial, la represión y las
actividades incontroladas de los arribistas de Falange en el Ministerio de la Gobernación. Asimismo ,
junto con Kindelán, fue uno de los primeros en darse cuenta de que una victoria
del Eje en la guerra mundial no era inevitable. Era notoriamente indiscreto, y
Franco sabía que estaba en contacto con los británicos, como lo estaba con los alemanes.
Se le atribuían sentimientos republicanos, y no ocultaba sus contactos con la
oposición antifranquista verdadera, la de izquierdas. Aunque se refería
continuamente, en sus comunicaciones con sus interlocutores británicos e
izquierdistas, a un inminente golpe contra Franco, su principal actividad
consistía en hablar. Al final, los británicos le consideraban un veleta,
indigno de toda confianza y sin lógica.
Todos
ellos no hicieron sino rezongar contra Franco y, uno tras otro, acabaron
teniendo problemas con él, y, por lo general, salieron vencidos por las astutas
maniobras del Generalísimo sin haber logrado nunca amenazarle seriamente. No
obstante, Franco se vio obligado a descabezar tales oposiciones con infinita
paciencia, con una hábil aunque parsimoniosa división del botín de guerra bajo
forma de puestos importantes, ascensos, pensiones, condecoraciones y títulos de
nobleza, así como frecuentes llamamientos al espíritu de cuerpo y al
patriotismo. Aun así, reinaba un considerable descontento debido a la lentitud
de los ascensos y de la distribución de condecoraciones. En última instancia,
con todo, Franco podía contar siempre con la ambición de sus rivales militares.
Se mostraba duro y al mismo tiempo hábil al engañarles con la zanahoria de los
ascensos. Aranda, por ejemplo, en el verano de 1939, y de nuevo en 1941, fue
inducido a creer que lo nombrarían ministro de Defensa. En la misma época,
Rafael García Valiño, uno de los más jóvenes y capacitados generales de Franco,
de quien luego se convertiría en crítico activo, esperaba que se le confiase el
Ejército de Marruecos. De hecho, el Ministerio de Defensa fue suprimido en
agosto y el destino en Marruecos fue confiado al fiel franquista Carlos
Asensio.
La
primera crisis militar a que tuvo que enfrentarse Franco fue provocada no por
un monárquico, sino por uno de los más antiguos generales de todas las Fuerzas
Armadas, Gonzalo Queipo de Llano. Éste nunca había ocultado la pobrísima
opinión que le merecía Franco ni lo que pensaba sobre las irregularidades que
habían rodeado la elección del Generalísimo. Consideraba a Franco un hombre
egoísta y mezquino, y, en compañía de amigos, hablaba de él en peores términos.
Durante las guerras coloniales en Marruecos, Queipo de Llano había llegado a la
conclusión de que Franco era de una prudencia rayana en la cobardía. El 6 de
agosto de 1936, al llegar a Sevilla, Franco había insistido en establecerse en
el palacio de Yanduri en vez de utilizar los edificios de la II División , lo que le
parecía a Queipo una pretenciosidad. Se vengaba llamándole "Paca la
Culona". Y había una abundancia de confidentes que iban a contarle a
Franco los comentarios de Queipo. Éste llegó en su irritación a hacer
declaraciones públicas, el 18 de julio de 1939, sobre la afrenta que Franco le
había infligido al otorgar la condecoración militar de la Gran Cruz Laureada
de San Fernando a la ciudad de Valladolid, pero no a la de Sevilla , base de su
poder. Queipo no sólo atribuía el papel principal en la sublevación de 1936 a Sevilla, sino que sugirió
que el triunfo de Franco y de su ejército en el centro se debió a la ayuda
recibida de esta ciudad.
Ésta
era la oportunidad que Franco esperaba desde hacía mucho para librarse de él.
El Caudillo consideraba que Queipo era demasiado poderoso, y se había mostrado
molesto durante largo tiempo por los insultos recibidos en los años en que
Queipo era su superior en el Ejército de Marruecos. Cuando la Legión Cóndor hubo
regresado a Alemania, Queipo, sin autorización de Franco y a costa de
disgustarlo, acudió a aquel país para recibirles. Por medio de subterfugios,
Franco le sacó de Sevilla y lo envió a Burgos para unas supuestas consultas.
Cuando llegó, le acusó de conspirar contra él, lo despidió como virrey de hecho
de Andalucía el 27 de julio de 1939 y le planteó la alternativa de irse a
Argentina de embajador o a Italia como jefe de la misión militar. Queipo eligió
el destino en Italia, pero Franco, temiendo que pudiera valerse de su base de
poder en Sevilla, le prohibió volver a la capital andaluza para recoger sus
pertenencias. Cuando llegó a Italia, Queipo de Llano supo del mismo Mussolini
que Franco le había escrito una carta en la cual denunciaba a su enviado como
"antifascista peligroso".
La rebelión
de Queipo acabó siendo un simple desliz verbal. Ningún otro general estaba
dispuesto a ponerse de su lado y, tras la contundente reacción de Franco, no
sucedió nada más. Potencialmente más peligrosa era la oposición silenciosa de
otro colaborador de Franco de los tiempos de guerra, igualmente importante, el
impetuoso general Yagüe. Éste había sido uno de los más decisivos generales
nacionales a lo largo de la
Guerra Civil , y era bien conocido por sus simpatías
falangistas y no menos célebre por sus críticas al estilo militar dilatorio de
Franco. Al terminar la guerra ejercía el mando del Ejército español de
Marruecos. Dado su talento, su carisma y su popularidad en la Falange y en el
Ejército, podía ser un rival para Franco. Plenamente consciente de ello, el
Caudillo, con su astucia típica, nombró a Yagüe ministro del Aire con ocasión
de los cambios ministeriales del 9 de agosto de 1939. Este evidente ascenso fue
el medio que Franco tuvo de apartarlo de un peligroso mando operacional en
Marruecos. Al mismo tiempo, ante la inminencia de la guerra mundial, el nombramiento
de un entusiasta del Eje como Yagüe podía aparecer como un gesto significativo
a ojos de los alemanes. En su puesto de ministro, Yagüe trabajó duro, aunque en
vano, para reconstruir las Fuerzas Aéreas españolas con la ayuda de Alemania,
con el fin de que España pudiese participar en la guerra mundial. A medida que
su frustración se intensificaba, se hicieron más explícitas sus críticas contra
Serrano Súñer y Franco, y quedó también más patente su falangismo extremado.
Más tarde se vería involucrado, al igual que el general Muñoz Grandes, aunque
éste de manera más circunspecta, en un complot para apartar a Franco del poder.
(...)
Uno de
los métodos que Franco utilizaba para mantener el control sobre los oficiales
del Ejército era hacer la vista gorda ante la corrupción. Numerosos
oficiales que tenían negocios utilizaban a soldados rasos y también a
prisioneros de guerra republicanos como mano de obra barata o gratuita. Otros
usaban vehículos del Ejército para sus asuntos privados. A un nivel menor,
incluso los oficiales de menor graduación se servían de reclutas como criados
domésticos, para realizar pequeños trabajos, cuidar niños y otras cosas por el
estilo. Franco estaba enterado de todo esto y le gustaba que los demás supiesen
que lo sabía. Sólo en dos ocasiones se valió de lo que sabía para expulsar del
Ejército a un oficial superior. Uno fue el general Francisco de Borbón y de la
Torre, acusado de tráfico ilegal de alimentos. El otro fue el general Heli
Rolando de Tella y Cantos, importante africanista cuyo meteórico ascenso en
Marruecos sólo había sido superado por los de Franco y Yagüe. A pesar de su
distinguido currículo, Tella fue privado de todos los honores militares por
"irregularidades administrativas", presuntamente cometidas al usar vehículos
y personal militar para el funcionamiento de su fábrica de harinas y la
reconstrucción de su pazo mientras fue gobernador militar de Lugo. Sobre la
base de que la corrupción nunca había sido un delito grave en la España
franquista, se convenció a Tella de que había sido perseguido debido a sus
actividades promonárquicas. Puede ser una coincidencia, pero los nombres de los
generales Tella y De Borbón eran los únicos que un agente español pudo recordar
de una lista de cincuenta que al parecer pidió Goering con el fin de utilizarla
en un complot para derrocar a Franco y sustituirlo por don Juan.
Ya
desde comienzos de septiembre de 1943, Franco tenía sobre su mesa un informe
que acusaba a Orgaz de estar involucrado en negocios ilícitos en el norte de África.
No es del todo descabellado suponer que la existencia de este informe tuviera
que ver con el hecho de que la disponibilidad de Orgaz para conspirar en favor
de la monarquía disminuyera. Franco no mostró nunca el más mínimo interés en
poner fin a la corrupción como tal, lo que contrasta con su afán de utilizarla
para aumentar su poder sobre las personas involucradas. En efecto, con
frecuencia recompensaba a quienes le informaban sobre la corrupción y no tomaba
medida alguna contra los culpables, sino que procuraba que éstos supieran quién
los había delatado.
Las
garantías que Franco ofreció a sus generales en octubre de 1943 sobre el hecho
de que las armas secretas de Hitler podían hacer ganar la guerra amortiguaron
la urgencia de sus peticiones para resolver el futuro político. De todos modos,
en el plazo de un año, la inevitabilidad de la derrota del Eje era obvia para
todos excepto para Franco, Muñoz Grandes y Juan Vigón. Volvió el pánico y hubo
manifestaciones de descontento en las altas esferas de las Fuerzas Armadas.
Algunos, como los generales Kindelán y Aranda, nunca habían dejado de trabajar
en pro de la
restauración. Aranda se había visto involucrado en
actividades antifranquistas desde octubre de 1941 y mantenía contactos
regulares con don Juan a través de Gil- Robles y con la Embajada británica. En
octubre de 1944, sin embargo, el Ejército dejó a un lado todas las
consideraciones antifranquistas a consecuencia de la invasión del valle de Arán
en los Pirineos por grupos de republicanos españoles que habían combatido en
las filas de la Resistencia francesa. En cierto sentido, la derrota de las
incursiones iniciales y la consiguiente guerra de guerrillas llegaron como un
don del cielo para Franco. Estos hechos hicieron posible el renacer de la mentalidad
de la Guerra Civil ,
proporcionó algo que hacer al Ejército y, en general, reagrupó al cuerpo de
oficiales alrededor de Franco. La rehabilitación de Yagüe resultó
particularmente útil. Como capitán general de Burgos, Yagüe desempeñó un papel
fundamental en la lucha contra las incursiones guerrilleras. Sin embargo, el
derrumbamiento inminente del Eje produjo profunda inquietud en Franco, que se
sintió seriamente amenazado cuando don Juan, exhortado por el general Kindelán
y sus consejeros civiles, hizo público su Manifiesto de Lausana del 19 de marzo
de 1945. En él, el Pretendiente denunciaba la naturaleza totalitaria y las
relaciones con el Eje del régimen franquista y hacía un llamamiento a Franco
para que diese paso a una restauración monárquica.
Se formó
un grupo de veteranos monárquicos compuesto por el duque de Alba y el general
Aranda, Alfonso de Orleans y Kindelán, con el fin de supervisar la esperada
transición. Incluso llegaron a elaborar el texto de un decreto-ley que
anunciaba la restauración de la monarquía, y formaron un Gobierno provisional
en el que Kindelán sería presidente; Aranda, ministro de la Defensa Nacional ;
Varela, ministro del Aire, y el general Juan Bautista Sánchez González,
ministro del Ejército. El Manifiesto de Lausana iba acompañado de unas
instrucciones dirigidas a los monárquicos prominentes para que dimitieran de
sus puestos en el seno del régimen. El primero que lo hizo fue el general
Alfonso de Orleans y Borbón, representante de don Juan en España, que era el
comandante efectivo de las Fuerzas Aéreas. En respuesta, Franco confinó al
general Orleans en sus tierras próximas a Cádiz. A continuación, el
Generalísimo montó una operación destinada a neutralizar el resurgir del
sentimiento monárquico en el seno del alto mando, como consecuencia del
Manifiesto de don Juan. El propio Franco presidió, lo que era inusual, una
reunión de tres días del Consejo Superior del Ejército, en la que hizo un gran
esfuerzo para justificarse ante sus miembros. Señaló que la idea originaria del
general Mola en 1936 había sido crear una república autoritaria y que Franco
había tenido que hacer cuanto estaba en su mano para incluir la restauración
monárquica en el orden del día. El Caudillo trabajó duro para contrarrestar los
efectos del Manifiesto. Parece ser que muchos de los presentes quedaron
satisfechos por lo que les dijo, pero otros, incluido Kindelán, estaban
perplejos por los puntos de vista de Franco sobre la situación internacional.
El Caudillo les aseguró que la URSS estaba acabada y que la verdadera amenaza
comunista emanaría en el futuro de Gran Bretaña y Francia, que estaban en manos
de los masones. Se mostraba optimista respecto al futuro, pues mantenía la
esperpéntica convicción de que Estados Unidos estaba a punto de adoptar los principios
falangistas. -
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