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En el verano de 1935, con 15 años ella, con menos sus tres hermanitos, todos franceses, ya que nacidos todos en Argel, mi abuelo ( Bernardo Climent Bofí) de Barx (Valencia) decidió ir a ver a la familia valenciana y quedarse unos meses en España. Hace 8 años aún recordaba el viaje en el Sidi Ogba Séraphine Louise (bautizada Fina por mi padre y Serafina en La Torre, Toledo, donde también la llamaron Delfina y Rufina, « la Francesa », debido a su acento francés). Pero tras conocer la República, « donde había de todo e incluso pesetas de plata » vivió los tiempos « del hambre » en Barx (Barig), pueblo de las montañas del Mondúver, (cerca de la maravilosa fuente Puig Mola) de donde bajaba a Simat y a otros pueblos « al busco » ya que pasaron un hambre canina, cociendo amapolas « y no había bastantes », cociendo « arroz sin na ni na », tejiendo « ullos » para sobrevivir.
Barx
La guerra acabó o mejor dicho no acabó y Daniel, mi padre, en el destierro a Valencia, conoció a Fina en Cullera, donde buscaba trabajo y nunca se separó ya de ella, hasta que se nos fue el 16 de abril del 2006 en las afueras de París.
Aùn recordaba « Fina » a su prima Consuelo (Bellver Climent) , esposa del teniente José Roca Beltrán , fusilado en Paterna, que fue a por la ropa de su esposo y se salió de la carcel deseperada porque « ya no la necesitaría ». Lloraba Séraphine Louise, mi madre, al recodar aquellos « camiones llenos de hombres que llevaban a fusilar a Paterna ».
Hace poco hablé con la hija del teniente Roca. Según ella, en el cementerio de Paterna, han adecentado las tumbas y puesto los nombres de las víctimas.
Nos enviaron fotos del nicho donde reposan mis abuelos maternos, con el hermano menor de mi madre, Baptiste (Bautista), que quiso volver a Barx una vez fallecido.
Mi abuela Louise Pascal Bernardine era hija de franceses originarios de Burlats (cerca de Toulouse). Tendré que buscar a los descendientes de parientes que quedarán por el Sur de Francia, (en Perpignan, al parecer), ya que en Argelia no quedará ninguno. Nunca los volvió a ver, pero Séraphine Louise recordaba con gran alegría los paseos veraniegos de la gran familia a las playas de la costa, con todos los chiquillos que tenían tosferina, a la que se les pasaba inmediatamente al respirar el aire limpio y puro del Saighr, de Blida, del mar.
Pero esos recuerdos felices fueron oscurecidos por los del pueblo toledano de La Torre de Esteban Hambrán, el de su esposo, donde tuvo que volver Daniel, mi padre, tras la riada de Valencia de 1949, desterrado al salir de la cárcel (por « auxilio a la rebelión ») lejos de su pueblo. Mi madre se adaptó al pueblo, a sus suegros nobles y cariñosos, fue a vendimias, regó la huerta, cumplió muchas labores, se adaptó a la Castilla de Franco a pesar de su alegría de joven valenciana criada en la República francesa, pero no se adaptó al miedo que infundía aún en los años 60 la guardia civil. Fue un alivio para ella el venirse a Francia, fue la libertad, en particular la de no ser mal considerada por no ir a misa, ya que su esposo no iba.
Antes de morir siempre repitió que nunca renegaría de su padre español, al que tanto quería. Pero siempre recordó también los poemas y las canciones francesas y el amor de su madre Louise, enamorada de jovencita del soldado François, matado en los Dardanelles.
Querida Séraphine Louise, « Fina », he aquí unas rosas, y un poema, ya que para nosotros sigues viva.
Daniel y Rose-Marie Serrano (Paris, 16 de abril 2014)
Poema nostálgico
Serafina Luisa, de Barx, de Kolea, de Castiglione
Serafina Luisa, tu voz cristalina,
Tus ojos, dos claros luceros,
Tus manos, dos caricias tiernas,
Tu piel suave de melocotón,
Tu cabello cano, tu risa de niña,
Cantos y poemas eran tu ilusión.
¿ Cómo olvidarte, a pesar del tiempo que ya transcurrió ?
Serafina Luisa, mi madre querida,
De Argel, de Blida, de Kolea, de Castiglione.
El barco te trajo a Barx, a Cullera,
En años de luchas, de Front Populaire, ¡ Viva la República !
Los años del hambre, de la esclavitud.
Aún recordabas, al teniente Roca, a los de Paterna,
Tu prima Consuelo, que viuda dejaron,
Con pena infinita, antes de morir.
Tiempos de Gardel, de Coco Chanel, de Soir de Paris.
Mucho más viajaste, a la capital, de Piaf, de Montand,
Du Temps des Cerises, y de Mouloudji.
Serafina Luisa, dulce sonreír,
Rue Sidi Feruch, Notre-Dame d’Afrique,
Patios de Kolea, Mademoiselle Cristo Fini,
Frutas del Saighr, riquezas de Argelia,
Patria de la infancia, alegre y lejana,
La España de Franco, la Torre, Toledo,
Y por fin París.
Tristes nos dejaste, bien tristes sin tí.
Rose-Marie Serrano, Paris, 25 de enero de 2014.
Para Séraphine y para todas las mujeres de los rojos porque fueron el pilar imprescindible para una sociedad en añicos, que ellas reconstruyeron con amor, sacrificio, voluntad, valentía, arrojo y muchísimo trabajo. Ellas fueron protagonistas del antifranquismo más militante, el del día a día, y su lucha fue la más clandestina de todas por invisible.
Quisiera escribir un himno
a un pobre racimo humano:
las mujeres de los rojos
que en España nos quedamos,
para las que no hubo escape,
Para las que no hubo barco.
Las que nos quedamos solas
con sus niños en los brazos.
Sin más sostén ni más fuerza
que el que daba el estrecharlos
como prendas de un amor
contra nuestros pechos flácidos.
Todos perdimos la guerra,
todos fuimos humillados.
Pero para las mujeres
el trance fue aún más amargo.
Largas colas en Porlier
con nuestros pobres capachos.
Caminatas bajo el sol
con los pies semidescalzos.
Caminatas sobre el hielo
tiritando en los harapos.
Largas, duras caminatas
en busca de algún trabajo.
Cansancio y humillación
si lograbas encontrarlo.
Y si no lo conseguías,
humillación y cansancio.
por el pan de nuestros hijos,
siempre un combate diario.
¡Esos días siempre solas,
esos días largos, largos,
que fueron semanas, meses,
que duraron tanto, tanto,
que entre dolor y entre lágrimas,
se convirtieron en años!.
Nuestros hombres en la cárcel,
nuestros hombres exiliados,
nuestros hombres cada día
cayendo como rebaños
en manos de furia ciega
de matarifes fanáticos.
Y las mujeres seguimos,
a nuestro modo luchando
y esa guerra, sólo nuestra
Esa guerra la ganamos.
Los hijos de nuestros hombres
Quedaron en nuestras manos
Y supimos inculcarles
un culto casi sagrado
Por los nuestros, los ausentes,
los padres que les faltaron.
Se los pusimos de ejemplo
porque siguieran sus pasos
y logramos convencerles
de que eran buenos y honrados,
aunque en la calle, en la escuela,
les dijeron lo contrario.
Éramos pobres mujeres
y supimos elevarnos
sobre el dolor, sobre el miedo,
sobre el hambre y el fracaso.
Y criamos nuestros hijos
dignos de sus padres, bravos,
serios, dignos, responsables.
Los íbamos cultivando
pilares para un futuro
que aún parecía lejano
y en el que siempre creímos
con los puños apretados.
Quisiera escribir un himno,
grande, estupendo, fantástico,
de pobres mujeres débiles
con heroísmos callados,
de esfuerzos y sufrimientos
que eran el vivir diario
Y, a pesar de ello supieron,
con un esfuerzo titánico
ir manteniendo la llama
de amor al padre lejano,
al padre que estaba preso
o alque habían fusilado.
Yo quisiera a voz en grito
poder entonar un cántico
Que dijera todo eso,
que bastante hemos callado.
Las mujeres de los rojos
que en España nos quedamos
creemos tener, al menos,
el derecho de contarlo.
Consuelo Ruiz
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