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- JUAN FRANCISCO COLOMINA
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- 00:50 / actualizado a las 07:00
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- 05.05.2018
Un 5 de mayo de 1945 las tropas norteamericanas llegaban a Mauthausen. El horror que vieron al llegar a uno de los mayores campos de concentración de la II Guerra Mundial fue el del mismo infierno: hombres cadavéricos, montañas de cuerpos y fosas aún sin cerrar. Pero un grupo de supervivientes les esperaba en la famosa entrada al campo con una gran pancarta: “Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas liberadoras”. Eran republicanos españoles, supervivientes milagrosos del infierno. Señala Ian Kershaw en su ‘Descenso a los infiernos’ que la humanidad conoció su momento más terrible cuando a los deportados se les desproveyó de su identidad, de su propia humanidad. Muchos supervivientes reconocerían después que sintieron que su vida valía menos que la de un animal, que eran un mero número tatuado y un nombre en una hoja de oficina.
Los almerienses Entre aquellos que fueron deportados a los campos nazis había 261 almerienses, de los cuales 146 fallecieron, 106 sobrevivieron y de 9 de ellos no sabemos nada. De todos ellos, 142 fallecieron en Mauthausen ¿Cómo acabaron esos almerienses en ese campo? El principio del fin de muchos ellos empieza en febrero de 1939, poco antes de finalizar la guerra en España. Entre 1939 y 1940 miles de republicanos van a permanecer en los campos de concentración del sur francés y van a ser enrolados en las militarizadas Compañías de Trabajo y en la Legión Extranjera francesa. El triunfo militar de Alemania sobre Francia en junio de 1940 va a producir una primera oleada de deportaciones, en primer lugar a los stalags o campos de prisioneros de guerra, y posteriormente, a Mauthausen. Miles fueron apresados y llevados a Estrasburgo, Trier, Ziegenheim o Moosburg. En aquellos stalags se les identificaba con un número de matrícula. Comenzaba así su deshumanización y su pérdida de la identidad. También hubo civiles que fueron obligados a ir a Mauthausen: el tristemente célebre ‘Convoy de Angulema’ trasladó a cerca de 430 hombres que se encontraban en Francia. Mientras tanto, centenares de republicanos se refugiaron en las montañas y se integraron en la Resistencia francesa. A partir de 1942 muchos de ellos fueron capturados por la Gestapo y la policía colaboracionista de Vichy y trasladados, tras torturas en las comandancias, a Mauthausen.
Mauthausen El campo de Mauthausen estaba situado en Austria, cerca de la localidad del mismo nombre y junto a una cantera de granito. Fue el ‘campo de los españoles’ puesto que gran parte de la construcción del campo y de los deportados era compatriotas a los que el gobierno de Franco, y especialmente su Ministro de Exteriores, Serraño Súñer, abandonaron a su suerte al no intermediar por ellos. Allí fueron a parar presos políticos, disidentes, delincuentes.
Fue un campo de trabajo forzado donde la muerte rondada cada día a cualquier interno. Las famosas escaleras que subían a la cantera estaban custodiadas por agentes de la SS que marcaban la piel a latigazos y azuzaban a los perros a morder las débiles piernas de los prisioneros. Los internos cargaban grandes piedras rectangulares sobre las espaldas, trabajaban sin descanso durante largas horas y eran escasamente alimentados. No importaba su supervivencia puesto había mano de obra esclava abundante. Aun así hubo resistencias a la desaparición física y moral, a la desintegración de la persona: los españoles se ayudaban entre ellos, cargaban las piedras que otros compañeros no podían, escondían a los enfermos y los más diestros con las artes plásticas dibujaban o tallaban a los agentes de la SS a cambio de respetar la vida de los más débiles. Pero no siempre se respetaban esos acuerdos tácitos y centenares de españoles fueron torturados y asesinados en Mauthausen. Una de las muertes más crueles fue empujar escalera abajo a los prisioneros. Muchos de ellos veían que las fuerzas ya no les acompañaban y preferían suicidarse tirándose desde lo alto del desfiladero de la cantera. Es difícil imaginar las penurias que sufrieron los supervivientes que fueron encontrados por las tropas norteamericanas.
No son solo números Los deportados no fueron solo números tatuados en la muñeca. Fueron personas con nombres y apellidos, con familias e historias que contar. Se llamaban José Lao Cañabate, Juan Linares, Antonio Maldonado, Lucas López, Trino Nieto, Ulpiano Sánchez, Ricardo González, Ginés Valverde, Antonio Muñoz Zamora, Félix Quesada y tantos y tantos otros que permanecen en nuestro recuerdo.
Vaya nuestro homenaje para quienes murieron y sufrieron terribles consecuencias por el hecho de luchar contra el fascismo y por la libertad.
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