Posted: 23 Jan 2014 03:36 AM
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Sus súplicas fueron finalmente
articuladas en público en un foro internacional. Para lograrlo, tuvo que
recorrer, fatigada y anciana, el camino de la desgracia en el que muchos
perecieron: primero debió sobrevivir el maratón de una vida de inclemencias
y, luego, recorrer esos 10.000 kilómetros de sprint final que no impidieron
que llegara a su destino y pronunciara las palabras que muchos españoles
querrían no escuchar.
Ni en su más remota imaginación
habría podido soñar mi abuela con un recibimiento en tierras extranjeras como
el que protagonizó. Arropada y escuchada por el Congreso de los Diputados de
Buenos Aires, el Senado, y por las Madres de la Plaza de Mayo, logró luego
sobreponerse a una terca fiebre y a la vejez incómoda para declarar en el
Juzgado de la magistrada Servini, que amablemente prestó sus oídos a la causa
de mi abuela.
“Los gobiernos [españoles] no
han hecho nada. Nadie se ha acordado de ellos [los muertos]. Solamente Suárez
les dio la pensión a las viudas y la cartilla de la seguridad social”.
Entre frase y frase, suspira,
coge aire y continúa su relato. “Mi madre, con la pensión que les concede a
todas las viudas el gobierno de Adolfo Suárez, le pone una lápida que dice
«Timoteo Mendieta, muerto por la democracia y la libertad». Y la pone en la
parte de arriba para que los familiares del resto de los ejecutados que
estaban ahí con mi padre pudieran poner sus nombres”.
“Mi madre, por lo que ha hecho
por sus hijos, se merece un altar”, apostilla.
Con un gesto que denota un
profundo malestar, prosigue su denuncia destacando los insalvables obstáculos
y la falta de ayudas para exhumar los cadáveres en España. “Hemos hecho
gestiones administrativas iniciales, porque no te dejan llegar a más.
Empezamos en el año 2000 para exhumar a mi padre, pero ni pública ni
privadamente nos lo permiten”.
“Las víctimas del terrorismo
tienen ayuda de la administración. Y nosotros exigimos un estatuto jurídico
similar al de las víctimas del terrorismo. Nosotros también somos víctimas de
terrorismo”.
Cuando concluye su testimonio
en el Juzgado, mi tía, Chon Vargas, acompaña a mi abuela al hospital para que
un médico examine esa bronquitis que apenas le deja respirar.
“Tu tía, Aitana, me ha ayudado
tanto…”, agradece mi abuela ya desde su casa en García Noblejas. “Me preguntó
si quería ir a Argentina. Y yo le dije que sí”. El empeño de mi tía Chon por
satisfacer el infinito deseo de mi abuela no cesó un instante desde que
adquirió consciencia del dolor desgarrador que carcomía el espíritu de su
madre. También, el apoyo incondicional de mi padre, Francisco, y de mi otra
tía, Pilar, a su madre se hacen constar en la tranquilidad final que refleja
el rostro de mi abuela tras sus declaraciones en Buenos Aires. Los tres hijos
son querellantes en la causa abierta en Argentina; Un triángulo familiar que
ha servido para aliviar el canto desesperado de una mujer que tejió la vida
de sus hijos con alfileres y punzadas de punto y lana desde su hogar en un
modesto barrio madrileño.
-
“A lo mejor me muero y no les
han sacado [a los muertos], pero me quedo tranquila porque hemos hecho todo
lo que hemos podido”.
Mis sentimientos gravitan entre
el alborozo y la pesadumbre al clavar la vista en una fotografía de mi abuela
junto a Darío Rivas, dos de los querellantes más longevos que tuvieron la
oportunidad de conocerse en Buenos Aires. Con la sombra de la muerte sobre
sus espaldas ancianas, llegan al final de sus días como la gran mayoría de
nosotros nunca lo hará, luchando por aquello en lo que durante décadas
creyeron. Se llevan su lucha hasta la tumba. Pero aún en la antesala de la
muerte, son iconos en una España turbia y descompuesta donde los valores e
ideales pesan poco y escasean. Más allá de señalar culpables – que sí debe
hacerse – los reclamos de mi abuela son los reclamos que trascienden agendas
políticas e intereses subrepticios, porque son los reclamos básicos de
cualquier ser humano: rescatar “al menos un hueso de la fosa y llevármelo
conmigo a la tumba”.
Como le dijo a la magistrada
Servini, “en mi casa lloro. Me da pena…tantos años sin haber hecho nada”.
Creo que tal vez el luto de mi abuela sea de esos que conviven en los
confines de la eternidad. No hay consuelo para una anciana cuyo padre fue
acribillado a balazos cuando era una niña, acribillado a sangre fría como a
miles de españoles que compartieron la misma desgracia. A quienes apretaron
el gatillo no les tembló el pulso, ni les falló la puntería. Sistemáticamente
mataron, asesinaron, torturaron, arrebataron niños de los brazos de sus
padres. No hay consuelo ni para ella, ni para los familiares de quienes
compartieron semejante destino. Porque no olvidemos que la causa de mi abuela
es la causa de cientos de miles de españoles. Y esa causa, en una España
democrática, no se puede olvidar ni sepultar bajo toneladas de tierra,
piedra, escombros y presiones políticas – jamás.
El caprichoso destino ha
querido que yo asista a este episodio familiar – e histórico – a medio camino
entre mi destierro angelino y mi Mediterráneo natal. Y mientras surco las
nubes del océano Atlántico para abrazar a mis seres queridos, adquiero conciencia
del vacío generacional, de la desconexión entre el momento histórico que
vivió mi abuela y el que me ha tocado vivir a mí, resultado directo de la
tiranía de silencio que se ha impuesto desde las altas esferas en España para
evitar destapar las vergüenzas de nuestro país. Nadie quiere hablar de Franco
ni de sus crímenes. Pero el dolor descomunal que llevan apuntalado las
víctimas en el pecho es imposible de acallar. Y ese pesar inconmensurable
está empezando a emerger a la superficie de la conciencia nacional. Ese
terrible dolor que nadie puede taponar se encuentra ya en flor en las mesetas
ibéricas y en los campos de olivo, en las crestas de las olas del
Mediterráneo, en el Juzgado Número 1 de la Cámara Federal de Buenos Aires, y
en su día en el Juzgado Central de Instrucción Número 5 de la Audiencia
Nacional de Madrid.
“Hemos sufrido mucho antes y
después de la guerra”. “Esto va por vosotros, que vamos por buen camino”, le
canta mi abuela a sus hermanos y padres fallecidos sobre la sombra de sus tumbas
mientras coloca un ramo de flores con sus manos arrugadas.
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Blog d'en Jordi Grau i Gatell d'informació sobre les atrocitats del Franquisme..... "Las voces y las imágenes del pasado se unen con las del presente para impedir el olvido. Pero estas voces e imágenes también sirven para recordar la cobardía de los que nada hicieron cuando se cometieron crímenes atroces, los que permitieron la impunidad de los culpables y los que, ahora, continúan indiferentes ante el desamparo de las víctimas" (Baltasar Garzón).
divendres, 24 de gener del 2014
España: Las tumbas de la vergüenza
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