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No, esta Anna Grau no es familia.
La mejor gente del mundo
¿Les he contado ya que yo tengo una cierta fijación con las Brigadas Internacionales que combatieron en la guerra civil española? Habrá a quien le extrañe, porque hay quien no me considera a mí lo suficientemente de izquierdas para darme la hora ni la mano… Y en cambio siempre me ha conmovido esa gente que vino aquí a luchar en una guerra que no tenía pies ni cabeza. Que sólo se podía perder de todo corazón. Pues todos los que eran mínimamente decentes la perdieron. En todos los bandos.
¿Ha pensado alguien en lo loco que hay que estar para irse a hacer la guerra a otro país donde no se te ha perdido nada, excepto cierta idea heroica de decencia, cierta necesidad casi absurda de batirse por un ideal? Déjenme que les hable de Bill Bailey, marino de Nueva York, quien muchos años después de combatir en la Brigada Lincoln, y de pasarlas más que putas al volver a Estados Unidos, donde padeció ostracismo y persecución del FBI y acabó pobre como las ratas, vivió y murió en un refugio antiterremotos de San Francisco. Pues cuando Bill Bailey estaba ya en las últimas le dio a su nieta su agenda, allá donde tenía guardados los nombres y los teléfonos de sus camaradas de la Lincoln. Y con toda seriedad le dijo: “Aquí tienes los contactos de la mejor gente del mundo”.
Era verdad. La Pasionaria les llamó “soldados del más alto ideal de redención humana”. Muy bonito, pero eso, ¿cómo se come si eres un obrerete de Brooklyn o un marino de Nueva York o de San Francisco hinchado a hostias por la policía americana de los años 30 porque has osado declararte en huelga? Yo iría más al grano y les llamaría benditos locos de la vida. Generosos delirantes a los que se les fue la olla (y a algunos mucho más) por España. Por ese pequeño y temperamental país al otro lado del Atlántico donde estos tíos decidieron, un buen día, que se jugaba el entero futuro de la Humanidad. Nada menos.
Estoy hablando de política pero sólo un poco, ¿saben? Intento politizar esto lo justo. Porque aquí la política parece lo de más pero fue siempre lo de menos. Fue una cuestión esencialmente humana. De bondad increíblemente activa. La mayoría de los brigadistas eran gente sencilla e inculta, por no decir tosca, por no decir directamente cutre. ¿De dónde salió esa marea de dignidad que irresistiblemente les empujaba, y que no se ha vuelto a ver nada igual en ninguna parte?
A veces ha venido alguno de visita a España, ya muy perjudicado y muy mayor. Y hay quien no ha querido recibirles al grito de “estos malditos que vinieron a España a matar españoles…”. No te fastidia, igual que los pilotos alemanes que bombardeaban Mallorca o Gernika. Pues vaya una excusa.
Dicho lo cual, por cierto, algún día habrá que preguntarse cuántos combatientes de la División Azul no pertenecerían también a esa especial raza misteriosa, desprendida, radicalmente sacrificada y perdedora, que milagrosamente aparece en todas las guerras. Que relumbra como un fogonazo de salud en la oscura noche de las alimañas. Igual que muchos buenos hombres combatieron en la XV Brigada sin ser para nada conscientes de los excesos de algunos comisarios comunistas, estoy segura de que hubo divisionarios azules que tenían o creían tener buenos motivos para serlo. Nada más hay que ver cómo lo daban todo algunos. Cómo murieron de tan bárbara manera que hasta los desdeñosísimos alemanes, incrédulos al principio ante la mera idea de que un soldado español pudiera valer para algo, acabaron creando condecoraciones ad hoc para ellos. De todo hay y siempre ha habido en la famosa viña del señor.
En resumen, que todas las guerras las empiezan los de siempre, los peores, los más egoístas y cobardes, y las acaban los mejores por el trágico sistema de cebar con su carne el cañón. Y llevarse a casa si sobreviven unas desilusiones del carajo. ¿Se acuerdan de Bill Bailey, el Lincoln que les dije? Combatió en Serra Pandols. Y una vez en una manifestación del Primero de Mayo en Madrid en los años 80, cuando emocionado intentó que le regalaran una bandera republicana, al explicar quién era él y qué había hecho, dónde combatió y por qué, se le quedaron mirando como si fuera un vejete tarumba (y además verde, porque la bandera de marras la llevaba una chica joven). “Pero, ¿de verdad no os acordáis de nosotros?”, dicen que preguntó aquel viejo gigantón, al borde de algo peor que el llanto.
Pues no, Bill, mucha gente no se acuerda. Pero tranquilo porque quien menos podrías tú figurarte parece que no tiene nada mejor que hacer que atizar la llama… De mala manera, de muy mala manera, eso sí, arremetiendo contra unas placas erigidas cerca de la Sierra de Pandols precisamente para rememorar a los que allí combatieron y a algunos más. Unos que se dicen falangistas han arrancado las placas dedicadas a los hombres de Líster, a los combatientes delBritish Battalion y a los de la UGT, y han empuercado otras con sus obscenos graffiti. Ellos, que ya me gustaría verles con una bayoneta calada delante de los morros. Cobardes. Niñatos descerebrados y peor corazonados. Chusma.
¿Tendrán que ser ellos los únicos que agiten la memoria de Bill Bailey y de todos los demás?
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