Gernika, que es a la vez el centro de la tradición cultural y el pueblo más antiguo de los vascos, quedó totalmente destruido ayer por la tarde durante un ataque aéreo de los sublevados. El bombardeo de este pueblo, situado muy por detrás de las líneas de combate, duró exactamente tres horas y cuarto, durante las cuales una poderosa flotilla aérea formada por tres tipos de aviones alemanes, bombarderos Junkers y Heinkel y cazas Heinkel, lanzaron de forma incesante bombas de 450 kg y, según cálculos, más de 3.000 proyectiles incendiarios de aluminio de 1 kg. Mientras tanto, los pilotos sobrevolaron a baja altura el centro del pueblo para ametrallar a la población civil que había buscado refugio en los campos.
Todo Gernika fue pronto presa de las llamas, excepto la histórica Casa de Juntas con sus abundantes archivos de la raza vasca, donde el antiguo Parlamento vasco solía reunirse. El famoso roble de Gernika -el viejo y seco tocón de 600 años de edad y sus retoños de este siglo- también quedó intacto. Aquí, los reyes de España solían jurar respeto a los fueros democráticos de Vizcaya y a cambio recibían la promesa de lealtad como señores feudales con el título democrático de Señor, no de Rey de Vizcaya. La noble parroquia de la iglesia de Santa María también quedó intacta, excepto su sala capitular, que fue alcanzada por una bomba incendiaria.
Hoy, a las dos de la tarde, cuando visité el pueblo, todo él era una horrible visión, ardiendo por los cuatro costados. El reflejo de las llamas podía vislumbrarse en nubes de humo por encima de las montañas a 6 km de distancia. Durante toda la noche las casas se fueron derrumbando hasta que las calles se convirtieron en largos e impenetrables montones de escombros rojos.
Muchos de los supervivientes de la población civil iniciaron la larga caminata desde Gernika a Bilbao en antiguas y sólidas carretas vascas tiradas por bueyes. Los carros, en los que se apilaban las pertenencias familiares salvadas de la conflagración, atascaron los caminos durante toda la noche. Otros supervivientes fueron evacuados en camiones del gobierno, pero muchos se vieron obligados a quedarse en los alrededores del pueblo en llamas acostados en colchones o a la búsqueda de familiares y niños desaparecidos, mientras que unidades de los cuerpos de bomberos y de la policía motorizada vasca, bajo la dirección personal del Ministro del Interior, el señor Monzón, y de su esposa, continuaron el rescate hasta el amanecer.
La campana de la iglesia dio la alarma
Por la forma en que se llevó a ejecución, por la escala de destrucción alcanzada y por la selección de su objetivo, el ataque contra Gernika no tiene paralelo en la historia militar. Gernika no era un objetivo militar. Fuera del pueblo hay una fábrica que produce material de guerra y quedó intacta. Lo mismo puede decirse de dos barracones de soldados que hay a alguna distancia del pueblo. El pueblo se encuentra muy por detrás de las líneas de combate. El bombardeo buscaba al parecer la desmoralización de la población civil y la destrucción de la cuna de la raza vasca. Cada uno de los hechos confirma esta valoración, a empezar por el día en que se llevó a cabo la acción.
El lunes era el día habitual del mercado en Gernika para las gentes de los alrededores. A las 4:30 de la tarde, cuando el mercado rebosaba de gente y los campesinos todavía estaban llegando, la campana de la iglesia repicó la alarma de que se aproximaban aviones y la población se refugió en sótanos y cobertizos que habían preparado tras el bombardeo de la población civil de Durango el 31 de marzo, que inauguró la ofensiva del general Mola en el norte. Se dice que la gente mostró mucho ánimo. Un sacerdote católico se encargó de que todo se hiciera en un orden perfecto.
Cinco minutos después apareció un bombardero alemán, dio unas vueltas sobre el pueblo a baja altura y dejó caer seis pesadas bombas, al parecer destinadas a la estación. Las bombas, con una lluvia de granadas, cayeron sobre un antiguo instituto y sobre casas y las calles vecinas. Luego, el avión se fue. Cinco minutos después un segundo bombardero lanzó la misma cantidad de bombas en medio del pueblo. Al cabo de un cuarto de hora aproximadamente llegaron tres Junkers para continuar con la demolición y, a partir de ahí, el bombardeo creció en intensidad y fue continuo hasta el anochecer, a las 7:45. Todo el pueblo de 7.000 habitantes más 3.000 refugiados fue destruido lenta y sistemáticamente. El plan de los atacantes incluyó el bombardeo de los caseríos en un radio de tres km a la redonda. Durante la noche éstos ardieron como velas en las colinas. Todos los pueblos de por aquí fueron bombardeados con la misma intensidad que Gernika, y en Múgica, un pequeño grupo de casas situadas a la entrada de Gernika, la población fue ametrallada durante 15 minutos.
Ritmo de la muerte
Es todavía imposible calcular el número de víctimas. Los periódicos de Bilbao afirman esta mañana que «afortunadamente fueron pocas», pero se teme que esto sea un eufemismo para no alarmar a la abundante población refugiada en Bilbao. En el hospital de las Josefinas, que fue uno de los primeros lugares bombardeados, los 42 milicianos heridos que allí estaban murieron. En una calle que va cuesta abajo desde la Casa de Juntas vi un lugar en el que dicen que 50 personas, casi todas mujeres y niños, quedaron atrapadas en un refugio antiaéreo bajo una mole de ruinas en llamas. Muchos murieron en los campos y el número de muertos podría ascender a varios centenares. A un viejo sacerdote llamado Aronategui lo mató una bomba mientras rescataba niños de una casa en llamas.
Las tácticas de los bombarderos, que pueden ser de interés para los estudiantes de la nueva ciencia militar, fue como sigue: primero llegaron pequeños grupos de aviones que lanzaron bombas y granadas de mano por todo el pueblo, escogiendo ordenadamente zona tras zona. Después vinieron las ametralladoras, que mataron a tiros a quienes salían corriendo aterrorizados de los refugios subterráneos, algunos de los cuales habían sido alcanzados por bombas de 450 kg, que hacen socavones de siete metros. A muchas de estas personas las mataron cuando corrían. Un gran rebaño de ovejas que se dirigía al mercado también fue exterminado. Al parecer, el objetivo de este ataque era hacer que la población se escondiera de nuevo bajo tierra, porque después aparecieron no menos de 12 bombarderos que dejaron caer bombas incendiarias sobre las ruinas. Así, el ritmo de este bombardeo de un pueblo tuvo su lógica: primero, granadas de mano y bombas para hacer salir en estampida a la población; luego, ametrallamientos para hacer que se escondieran y, después, bombas incendiarias para destrozar las casas y quemarlas por encima de sus víctimas.
La única respuesta que los vascos pudieron utilizar, porque no poseen aviones suficientes para enfrentarse a la flota de los sublevados, fue la del heroísmo de los sacerdotes vascos, que bendijeron y rezaron a las multitudes arrodilladas -socialistas, anarquistas y comunistas, así como creyentes- en los refugios subterráneos arrasados.
Cuando entré en Gernika después de medianoche, las casas se desmoronaban y era completamente imposible entrar en el centro del pueblo, incluso para los bomberos. Los hospitales de las Josefinas y del Convento de Santa Clara eran pavesas relucientes; todas las iglesias, excepto la de Santa María, estaban destruidas y las pocas casas que todavía se mantenían en pie estaban sentenciadas. Cuando volví a visitar Gernika esta tarde, la mayor parte del pueblo estaba todavía ardiendo y nuevos fuegos habían prendido. Unos 30 cadáveres estaban alineados en un hospital en ruinas.
Una llamada a los vascos
Aquí, el efecto del bombardeo de Gernika, la ciudad sagrada de los vascos, ha sido profundo y ha dado lugar a que el presidente Aguirre haga pública la siguiente declaración en la prensa vasca de esta mañana: «Los aviadores alemanes, al servicio de los rebeldes españoles, han bombardeado Gernika, quemando la ciudad histórica venerada por todos los vascos. Han intentado herirnos en lo más sensible de nuestros sentimientos patrióticos, mostrando una vez más que Euskadi no puede esperar nada de quienes no vacilan en destruir incluso el santuario que conserva los siglos de nuestra libertad y nuestra democracia».
«Ante esta atrocidad nosotros, todos los vascos, debemos reaccionar con violencia, jurando desde el fondo de nuestros corazones defender los principios de nuestro pueblo con terquedad y heroísmo si es necesario. No podemos ocultar la gravedad del momento; pero el invasor nunca logrará la victoria si nos esforzamos por derrotarlo alzando nuestros espíritus a las alturas de la fuerza y la determinación».
«El enemigo ha avanzado en muchas otras partes para luego ser repelido. No dudo en afirmar que lo mismo ocurrirá aquí. ¡Ojalá esta atrocidad de hoy sea un estímulo que nos empuje a lograrlo con rapidez!».
The Times 27 de abril de 1937
RELACIONADO
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada