“En primer lugar quiero agradecer muy sinceramente al señor Presidente de la Diputación y demás miembros de este organismo provincial que tengan o hayan tenido algo que ver con este acto, el hecho de que se acordasen de mi para, a través de mi persona, homenajear a las víctimas del franquismo. Yo sólo trato de interpretar y cumplir lo que creo que me pediría mi padre y, juntamente con él, muchos otros que fueron miserablemente expropiados de la vida e incluso de la palabra y de la voz. No me mueven intereses económicos, ni tampoco ideologías políticas partidistas, con todos mis respetos para ellas; pero tampoco soy neutral ni puedo encogerme de hombros ante la injusticia o ante los derechos humanos vilipendiados y pisoteados.
Mi padre fue una víctima abatida del lado republicano, pero mi deseo de reparación se extiende a todas las víctimas de aquella guerra incivil como la llamara don Miguel de Unamuno. Su frase fue calificación afortunada de la contienda fratricida, pero creo que toda guerra es incivil, por ser en sus orígenes o en su desarrollo un fracaso de la civilización.
Mi solicitud de respeto y reparación, desde la distancia en el espacio y en el tiempo es para las víctimas de todas las ideologías siempre y cuando también ellas sean respetuosas con los derechos individuales y colectivos. La paz, si no se queda en simple falta de conflictos, debida a un orden represivo dictatorial, solo puede nacer del respeto a los derechos humanos de todos los humanos.
España todavía no saldó la deuda de restauración del honor de todas las víctimas de su siglo más sanguinario. Todas esas víctimas fueron héroes de una escenificación dramática que siguió siendo terriblemente trágica después de cerrarse el telón al acabar la guerra fratricida; porque se cerró el telón pero permanecieron abiertas infinidad de sangrantes heridas con grave peligro de gangrena.
Todos los actores de este drama fueron héroes, pero no todos tuvieron el mismo reconocimiento; porque, mientras que los cuerpos de algunos asesinos de mi padre directa o indirectamente y de otros inocentes pudieron reposar protegidos por grandes mausoleos o a la sombra de tendenciosos monumentos a los caídos, el cuerpo de Severino Rivas, mi querido padre, se fue desintegrando, olvidado en un reducto anónimo del cementerio de Cortapezas, bajo un goteral de la iglesia.
No se trata de desenterrar ahora muertos de un lado echando la tierra sobre los muertos del otro, sino de dar el merecido descanso a todos los difuntos a quienes la muerte igualó por encima de títulos honoríficos y de ideologías enfrentadas. Sólo así podrá desenraizarse para siempre el odio que sigue envenenando algunos corazones y cerrar definitivamente las heridas del alma. Sólo después de restablecida la justicia cabe el perdón, pero sin arrepentimiento ni reparación, el perdón puede ser algo sobrehumano o simple y equívoca apariencia.
Con relación a muchas otras víctimas, mi padre fue un privilegiado gracias al interés de Don Antonio Gato Soengas y las Corporaciones Municipales de Castro de Rei presididas por Don Arturo Pereiro y por Don Juan José Díaz Valiño. El actual alcalde Don Francisco Balado no tuvo oportunidad de actuaciones tan directas como sus antecesores, pero tampoco faltó su apoyo en su momento, y sé también que yo gozo de su aprecio sincero. A todos ellos y a los concejales correspondientes, mi profunda gratitud, incluso mi comprensión a quien mostró su disconformidad a la hora de dedicar una calle en Castro de Riberas de Lea a la memoria de mi padre.
Especial agradecimiento quiero expresar a cuantos hicieron que pudiese ser una realidad mi libro autobiográfico. Don José Manuel Carballo fue el inspirador, el impulsor, el artífice y el coordinador, pero mi gratitud se extiende también a mis sobrinas María Jesús y María José Rivas, a mi sobrino por parte de mi esposa, Hugo H. Freijedo, a Ana Campos Veiga, a Don Antonio Gato, autor de Apunte biográfico de Don Severino Rivas Barja, al Ayuntamiento de Castro de Rei, a la Diputación Provincial y a quienes gestionaron las ayudas de este Organismo para la edición en gallego y en castellano que lleva como título y subtítulos: “Darío Rivas Cando. Autobiografía. Gallego emigrado a Argentina en 1930 con solo nueve años. Obsesionado por encontrar los restos de su padre y lavar su mancillada memoria en una España enmudecida”.
En esta autobiografía narro mi lucha por la noble causa de encontrar y recuperar los restos de mi progenitor. Esa lucha comenzó en 1952 cuando viajé por primera vez desde Buenos Aires a esta Galicia, madre rica, pero expoliada de recursos y personas, que tuvo —y aún tiene— que llorar por tantos hijos que salimos en busca del pan necesario, amasado en amarguras. Lejos de lo nuestro y de los nuestros. También a mí, como a tantos otros, algunos con menos suerte que yo, me tocó llorar amargamente en el exilio forzado por la tiranía del hambre, desde que siendo todavía un niño indefenso, me embarcaron solo en Vigo con rumbo a un puerto incierto y desconocido. En aquel barco recibí el último abrazo de un padre que disimulaba sus lágrimas y al que nunca podría volver a ver ni abrazar, por obra y desgracia de serviles asesinos, ejecutores inhumanos de tiranías y dictaduras fratricidas y parricidas.
Lejos estaba yo de soñar con la trascendencia de este libro cuando por primera vez en la cafetería del España nos pusimos manos a la obra provistos de magnetofón y folios Don José Manuel y yo. Yo estaba iniciando una aventura, un tanto presionado por él y por algunos familiares míos que ya habían transcrito algunas de mis vivencias. Curiosas coincidencias del destino: el mes de octubre de mil novecientos treinta y seis había sido apresado mi padre en el mismo lugar, el entonces hotel España. Creo que él, mi amigo, hermano y confidente, algo intuía ya entonces, de ahí sus ánimos y su insistencia en que este barco, como aquel en el que yo cruzara el inmenso Atlántico, llegase a buen puerto sin escatimar horas de navegación contra viento y marea.
Este librito, ya agotado, se ha convertido en un importante documento, porque dio a conocer mi causa, fue agregado a la querella contra el franquismo y llegó a ser entregado al Papa Francisco y leído por él, acompañando una carta sobre los sacerdotes víctimas no sólo de las llamadas hordas republicanas sino también de un franquismo blasfemo que bajo capa de catolicismo a ultranza no tuvo empacho en querer adueñarse en exclusiva de la mismísima gracia de Dios: “Francisco Franco, Caudillo de España, por la gracia de Dios”. “Rezaban” las monedas, con las bendiciones de importantes sectores clericales más preocupados por sus intereses personales que por la fidelidad al evangelio.
Antes de finalizar quisiera destacar que el avance de la querella contra aquella dictadura ha sido posible gracias a la política de Derechos Humanos vigente en la República Argentina y a la cooperación que me ofreció un equipo de abogados de forma totalmente gratuita.
En el capítulo de agradecimientos la lista es enorme. Permítanme citar sólo a la Cámara de Diputados y la Corte Suprema de Justicia, los organismos de Derechos Humanos, Universidades y otras instituciones y organizaciones de Argentina, incluida la Federación de Asociaciones Gallegas. Muchas son también las personalidades del mundo del derecho, la cultura y la judicatura que prestan su apoyo, entre ellos están el juez Baltasar Garzón y el premio nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel. Especial mención merece la investigación llevada adelante por el Juzgado Federal nº 1 de la Ciudad de Buenos Aires, cuya titular es la Doctora María R. Servini. A nivel internacional agradezco el interés y el apoyo de Naciones Unidas, Amnistía Internacional, la Universidad de Tokio y la muy querida, -por ser la más nuestra- de Salamanca.
Disculpen si me alargo más de lo aconsejable, pero no puedo pasar por alto la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica; ella está presente en muchos eventos relacionados con mi padre. Le doy las gracias por todo lo que me ha ayudado, incluido este acto y hoy se las doy en la persona de Carmen García Rodeja.
A todos ellos y a todos ustedes: ¡Gracias! ¡Muchas gracias!
Quiero pensar que todo el apoyo recibido, así como esta distinción que hoy me conceden en esta queridísima “Terra Nai” son muestra de que la causa que me mueve y hoy nos reúne es noble y justa.
Gracias a todos por su benevolencia. Me llena de satisfacción comprobar cómo en España son muchos los que apoyan la condena de injusticias y la reivindicación de la reparación del honor lesionado de tantos seres queridos y, por queridos, recordados, por más que haya quien se empeñe en mantenerlos bien silenciados y mal enterrados. Ellos son los verdaderos protagonistas, no yo. Para ellos me permito pedirles el tributo de unos momentos de silencio que quisiera fuese extensivo a todos los represaliados por sus ideas e ideales. A todos y todas los de antes y de ahora, de aquí y de cualquier parte.
Muchas gracias.”