600 olvidados en Neuengamme: españoles deportados al campo nazi de Hamburgo: Muchos de los presos estaban considerados como “extranjeros indeseables” y no aparecían entre las víctimas del Tercer Reich que publicó España en el BOE
MARTÍN IBARROLA. EL CONFIDENCIAL.- Bautista Muñoz durmió con una lámpara encendida hasta el día de su muerte, como si aquella luz ahuyentara los recuerdos del campo de concentración de Neuengamme. Tenía 23 años cuando lo detuvieron en la Francia ocupada. Mucho después le contaría a su hija que los Kapos de las SS entraban en el barracón por la noche, señalaban a alguien y se lo llevaban. A veces despertaba sobresaltado, imaginando que cogían a su hermano mientras él dormía. Bautista es uno de los miles de españoles deportados a campos de concentración del Tercer Reich. Tras décadas de olvido y silencio, poco a poco sus nombres empiezan a ser recuperados. El Gobierno español publicó recientemente una lista con más de 4.000 españoles que pasaron por campos de concentración. El nombre de Bautista no estaba entre ellos. Él es uno de los olvidados de Neuengamme.
La antigua fábrica de ladrillos de Neuengamme, construida a 30 kilómetros de Hamburgo, ostenta el dudoso récord de ser el campo de concentración más grande del noroeste de Alemania. Sorprendentemente, a día de hoy no existe una lista oficial de los españoles que pasaron por allí. “Nos pusimos en contacto con el museo del campo y nos enviaron un documento con 600 entradas. Algunos eran nombres y otros números de chapa. Había muchos fallos, pero al menos teníamos la información”, explica el historiador de la Universidad Rovira i Virgili (URV) de Tarragona, Antonio Muñoz, quien también colabora con The Arolsen Archives (ITS).
Según el historiador de la URV, 10.000 españoles fueron deportados a campos de concentración del Tercer Reich. Hubo también otros 40.000 trabajadores forzados, que Alemania reconoce desde los años 60 como víctimas del nazismo.
El Gobierno español quiso recordar el pasado agosto a las personas fallecidas en Mauthausen y otros campos de concentración nazis y publicó 4.427 nombres en el Boletín Oficial del Estado. Se trataba de una transcripción literal de las actas de deceso que el Ministerio de Excombatientes francés entregó a las autoridades españolas en los años 50. Lamentablemente, la lista incluía los errores de los documentos originales y excluía las investigaciones académicas más recientes, obviando víctimas como, precisamente, las de Neuengamme. Tampoco consultaron el Memorial que los historiadores Benito Bermejo y Sandra Checa publicaron en 2006 con apoyo del Ministerio de Cultura, donde enumeraban alrededor de 9.000 nombres de españoles deportados a campos nazis. Según la historiadora Ana Garcia-Santamaría, parece que ni siquiera tuvieron en cuenta el Journal Officiel Republique Français (el BOE francés). «Hasta el pasado octubre, Francia había reconocido como muertos en deportación a 4.882 republicanos, mientras que el BOE solo reconocía a 4.427. ¿Por qué no cruzaron las bases?», explica a El Confidencial.
El Ministerio de Justicia indica a este periódico que recibieron alrededor de 300 alegaciones particulares sobre la lista publicada. El boletín en cuestión ha sido retirado de internet para verificar las alegaciones, confirmar la identidad de los fallecidos e inscribirlos definitivamente en el Registro Central.
Las historias que contamos a continuación fueron descubiertas a raíz de diferentes investigaciones particulares y aún no han recibido un reconocimiento oficial.
El cocinero nazi y la leche del gato
Cuando Bautista Muñoz y Evaristo Rebollar fueron detenidos en Francia, los nazis daban sus últimos coletazos, el rumor de un desembarco aliado alimentaba la esperanza de los maquis y las fuerzas de la resistencia plantaban cara en las calles de París. Bautista había nacido en Talavera de la Reina, luchó en el bando republicano y cruzó la frontera junto a su hermano Francisco para evitar ser fusilado. Evaristo se crió en un pueblito pesquero de Asturias, pertenecía a la CNT y se infiltró en el bando nacional para pasarse después a las líneas enemigas. Huyó al país galo con una pena por deserción. El 21 de mayo de 1944, los tres subieron al convoy 1.214, rumbo a Neuengamme.
La historiadora Ana García-Santamaría, que lleva cinco años investigando la deportación y ya ha localizado una docena de familiares por su cuenta, explica que aquel tren transportaba a más de 200 presos españoles. “La mayoría eran excombatientes de la Guerra Civil, estaban curtidos en la resistencia y militaban en movimientos comunistas, anarquistas y antifascistas”. Muchos habían sido etiquetados como ‘extranjeros indeseables’ por la policía de la Francia ocupada y usaban identidades falsas. El convoy en cuestión estaba formado por 20 vagones de dimensiones claustrofóbicas: 9,60 metros por 4 metros, y 3,60 metros de alto. Menos de cuarenta metros cuadrados donde se hacinaban hasta un centenar de personas. En total, 2.004 prisioneros de 17 nacionalidades diferentes. Casi la mitad moriría a lo largo de los siguientes meses.
«El viaje hasta Neuengamme duraba tres días y no les dieron agua en todo el camino. Rotaban alrededor del vagón para que todos pudieran acceder a la ventana y chupar los barrotes. Los que se caían al suelo morían, así que se sujetaban unos a otros para dormir pequeñas siestas de pie”, explica Balbina Rebollar, hija de Evaristo.
Su padre era bajito, por lo que tenía todavía más dificultades para respirar. «Me contó que en el tren había un joven alto que hablaba en otro idioma y se caía constantemente sobre él”. Cada vez más asfixiado, Evaristo lo empujaba y le daba codazos, hasta que el otro exclamó «¡me cago en la madre que te parió!». Al parecer, el joven era vasco y las únicas palabras que conocía en castellano eran insultos. Como cada nacionalidad cuidaba de los suyos, los españoles se turnaron para sujetarlo y dejarle descansar. “Mi padre solo lamentaba que no le hubiera insultado antes. Quizá así habría sobrevivido. Murió antes de llegar al campo”.
Una vez en Neuengamme, Bautista y Francisco no se separaron en ningún momento. Ambos eran ebanistas, un oficio muy cotizado en el campo, por lo que tenían acceso a áreas reservadas. Los hermanos aprovechaban las horas de trabajo para robar peladuras, restos de comida y la leche que dejaba el cocinero a su gato. Luego repartían el botín entre los presos más debilitados, como un chico que estuvo a punto de morir en la cama del barracón.
“Cuando me lo contó por teléfono no podía creerlo. Le dije, ay Mayu, ese chico va a ser mi padre”, rememora emocionada Balbina. Hasta entones ambas desconocían que sus historias estaban entrelazadas. Evaristo había sido destinado a uno de los 85 subcampos exteriores que Neuengamme. Le tocó una antigua mina de sal a la que llegaban en camión y donde arrastraban pesadas carretillas. El padre de Balbina estaba tan famélico que su muslo tenía el mismo grosor que el tobillo. Él siempre contaba que sobrevivió gracias a dos hermanos ebanistas que le llevaron la leche del gato del cocinero. “Mayu y yo no podíamos parar de llorar. Increíble, ¿verdad? Era la primera vez que hablábamos. Una vez le pregunté a mi padre si querría volver a ver a alguien de aquella época. Me dijo que solamente a aquel hombre que le salvó la vida”.
El contrabandista de café y las monedas de oro
El padre de Antonio Amigo era el mayor de cinco hermanos y el ojito derecho de su madre. Vivía en Cortegana (Huelva), un pueblo de casas blancas situado a pocos kilómetros de la frontera con Portugal. Antonio aprovechaba los senderos ocultos para pasar café de contrabando. “Un solo hombre cargaba hasta 40 kilos. Él era listo, así que llevaba a las bestias y traía hasta 200 kilos. Cuando el padre de Antonio murió, él se convirtió en el cabeza de familia. Vivían una situación complicada y necesitaban ese dinero”, explica su sobrino Félix Gómez. “Una noche le avisaron de que iban a ir a por él y se escapó. Debieron de denunciarlo por celos, porque no estaba metido en temas políticos”.
Antonio cruzó la frontera y acabó en Burdeos, desde donde enviaba cartas a través de la Cruz Roja. Atrás dejó a una mujer embarazada y una familia rota. Su otro hermano había sido requerido por el bando nacional y murió a causa de las heridas de guerra. Félix asegura que, de haber podido volver, lo habría hecho. “Quería muchísimo a su madre”. Francesca soportó con estoica firmeza la estigmatización y las constantes redadas en su casa. Había quedado sola, a cargo de tres hijas, con un hijo muerto y otro huido.
Un día apareció en el pueblo un tal Gómez que traía consigo la maleta de Antonio. Entre las posesiones había una carta de despedida en la que recalcaba la importancia de sus zapatos. Debajo de la suela encontraron tres monedas de oro. Su sobrino cree que fue el último intento de ayudar a la familia antes de que lo apresaran. Francisca asumió con profunda tristeza que aquella maleta era el certificado de defunción de su hijo. “Vivía vestida de negro, siempre de luto. Antes de morir pidió que la enterraran en tierra, sin nichos ni cruces. Si no sabía dónde estaba su hijo tampoco quería que nadie supiera donde estaba ella”, explica Félix. Su hijo Jorge Gómez aclara que solamente descubrieron el trágico final de Antonio cuando el profesor Ángel del Río investigó su historia. Además, este año se enteraron de que el ITS guardaba las pertenencias que los nazis robaron a su tío abuelo en Neuengamme: un reloj y una pluma. “Nos lo enviaron por correo y no tuvimos que pagar nada. ¿Cómo puede ser que Alemania costee los gastos de envío de los objetos y nuestro propio gobierno no nos ayude a buscar a nuestros familiares?”.
El falangista que bailaba tangos en París
Cuanta más información acumula Pilar, menos cree conocer a su padre. Se llamaba Blas Antón y era de Burgos. “Luchó con el bando nacional y lo hirieron en la batalla del Ebro. Todos creíamos que al terminar la guerra se fue a Francia con la División Azul, pero el Archivo Militar de Ávila no tiene constancia de ello, lo cual es extraño, pues la Falange sí que extendió un pasaporte a su nombre”. Las peripecias de Blas en el país galo resultan desconcertantes. Él contó a su familia que ganó un concurso de tangos en París y que pasó una temporada internado en un campo, aunque no dio más detalles.
“El historiador Antonio Muñoz encontró a mi hermana a través de la esquela de mi madre y nos dijo que en Alemania tenían los objetos de mi padre. ¡Que había estado en un campo de concentración! Ya no sé ni qué pensar. Si se cambió de bando a mitad de partida, si era un espía, si le cogieron por casualidad…” Su nombre y dos apellidos figuran también en un archivo de republicanos que fueron represaliados.
¿Cómo puede ser que Alemania costee los gastos de envío de sus antiguas pertenencias y nuestro propio gobierno no nos ayude a buscar a nuestros familiares?
“Nosotras sabemos que cuando volvió a España la Falange fue a buscarlo para ofrecerle un cargo. Le hubiera venido bien, pero él no aceptó porque, según sus palabras, no había luchado por eso”. Conoció a su mujer en Barcelona, se casaron y tuvieron dos hijas. El viernes 13 de marzo de 1964, cuando Pilar tenía 10 años y él 45, murió por una angina de pecho. “Yo le recuerdo muy alegre. Tenía carácter, eso sí. Le gustaba cenar fuera y bailar con mi madre, quedaba con amigos, fue presidente de una peña taurina de Barcelona… Apuraba la vida, como si supiera que iba a morir joven. Y así fue”. La semana pasada Pilar recibió emocionada un paquete de Alemania que contenía el reloj y el anillo de Blas. “Normalmente la gente sabe más o menos la historia de sus padres. Yo solo quiero conocer la del mío”.
La carta misteriosa y las burlas de la comandancia
Miquel Obradors era de Navás (Barcelona), estaba casado con Neus Argemí y tenía una única hija, Margarida. Las nietas investigan ahora la vida del abuelo al que nunca conocieron. Lo único que sabían era que un día dejó de escribir correspondencia desde Francia. Asumieron que había muerto en la guerra o que había iniciado una nueva vida en América, como tantos otros exiliados españoles. Para su sorpresa, en mayo de 2018 el Ayuntamiento de Navás les comunicó que la investigadora francesa Irma Bousquet se había puesto en contacto con ellos y quería saber si Miquel Obradors tenía descendientes en el pueblo, pues el ITS guardaba sus últimas posesiones: una cartera y varias fotos.
“Irma Bousquet hizo un trabajo de detective para encontrarnos y siempre le estaremos muy agradecidas. Nunca hubiéramos imaginado que después de tantos años, volveríamos a saber algo de nuestro abuelo y, sobre todo … ¡que su cartera hubiera estado guardada en un campo nazi!”, reconoce una de las nietas. Al parecer, después de la Guerra Civil, Obradors escapó a Francia, fue detenido y deportado al campo de tránsito de Compiègne. Desde allí lo enviaron al subcampo de Neuengamme en Bremen-Farge y trabajó en el Búnker Valentín, la mayor base de submarinos de Alemania.
Investigando la historia de su abuelo, las nietas encontraron una carta misteriosa en la casa de una prima lejana. Obradors parecía disgustado. Alguien se había hecho pasar por un familiar y había escrito falsedades sobre su mujer, asegurando que se dedicaba a la mala vida. La comandancia de su grupo leyó la carta y, en lugar de apoyarle, se mofaron de él. “El abuelo pedía que no le escribieran por las vías oficiales para evitar las burlas. Me sorprendió, porque yo siempre había pensado que entre los exiliados había empatía y camaradería. No esperaba este tipo de actitudes. Tampoco supimos quién escribió aquellas falsedades. Lo más probable es que fuera la venganza de un viejo conocido que quería hundirlo moralmente”.
Su abuela Neus tenía 35 años cuando enviaron la “maliciosa” carta. Su madre, 13. Ambas sufrieron una política conocida popularmente como «pacto del hambre», por la cual se privaba de trabajo a los familiares de los exiliados. “Mi abuela y mi madre vivieron en la miseria durante años, trabajando en las viñas y recibiendo la ayuda puntual de otros familiares. Ojalá esto sirva para comprender mejor el contexto histórico y las dificultades por las que pasaron”.
Esperando al tío Cinto
Ma Dolors Fossas tiene 74 años y aún recuerda la maleta marrón que guardaban en su casa de Gerb, un pequeño pueblo catalán de Os de Balaguer. Su madre siempre decía lo mismo. “Si algún día viene un señor en busca de la maleta, acogedlo, porque es mi hermano. Marchó durante la guerra y no sabemos nada”. Jacinto Justribó era el pequeño de la familia. “Le llamaban Cinto y tenía el porte de una estrella de cine. No superaba los treinta años, tenía novia y trabajaba como taxista. Pensamos que marchó para no ir a la guerra, porque no era soldado ni estaba metido en cosas políticas”, relata ahora su sobrina. Los padres de Ma Dolors tenían un bar y una tienda en la casa del pueblo. “Estábamos abiertos todos los días del año, salvo un domingo, la fiesta mayor del Cristo de Baladier. Mis padres trabajaban desde las seis de la mañana hasta altas horas de la madrugada. Siempre había gente en casa, por lo que la relación familiar era mínima. Además, solían venir los guardias civiles a tomar algo, por lo que tampoco hablábamos de mi tío”.
Cuando crecieron descubrieron que además de la maleta había una carta dirigida a su familia. Nada de eso ha sobrevivido al paso del tiempo, pero Ma Dolors recuerda de memoria el mensaje de su tío: “Nos han subido a un tren hacia Alemania. No sabemos dónde vamos exactamente. Cuando llegue, os escribiré. Si esta carta llega a buenas manos, mandadla a la siguiente dirección”. La sobrina cree que Jacints lanzó la maleta por la ventana del tren. También asumió que su tío estaba muerto, pues el día que salió de Francia una explosión sepultó un convoy de presos. Este año, la historiadora Ana García-Santamaría contactó con su hija y les comunicó que el archivo de Arolsen guardaba un anillo de su tío. Su sobrina cree que se trata del mismo anillo con el que planeaba casarse con su novia. Ochenta años después, la familia ha recibido con emoción las noticias de su tío desaparecido, aunque todavía quedan muchas incógnitas por resolver. Antes de marchar, Cinto dejó algo de dinero en casa, “para cuando vuelva”. La hermana de Ma Dolors aún guarda los billetes de la república, esperando quizá que un señor vuelva de Francia en busca de la maleta.
Los familiares, unidos en WhassApp
El historiador Antonio Muñoz ha descubierto la carta que mandó un español desde Neuengamme a su familia. En el sobre pueden verse los sellos del Deutsches Reich con la cara de Hitler. Es la única correspondencia conocida en ese campo. El preso se llamaba Pedro Picazo y mandaba saludos a su familia. Su nombre no aparece en la lista oficial del museo, pues es una de las cien personas que solamente tienen número de chapa y la fecha de nacimiento. También ha encontrado el registro de fallecidos de Neuengamme del 1 de enero de 1945, con 22 fallecidos metódicamente apuntados desde las tres y media de la madrugada hasta las 8 de la mañana. A las 5.00 horas escribieron el nombre José Masanell Torrabadella, un catalán de Suria que murió por “debilidad cardiaca”, es decir, por agotamiento. A falta de ayuda institucional, los investigadores como Muñoz han desarrollado el ingenio detectivesco para encontrar nuevas pistas.
Este verano una docena de familias crearon un grupo de WhatsApp y decidieron fundar la nueva Amical de Neuengamme, con miembros de diferentes origen y sesgo ideológico. La asociación, que saldrá a la luz este mes, pretende visibilizar las penurias por las que pasaron. También desearía localizar a más familiares y organizar un homenaje a los deportados el próximo mayo, aprovechando los 75 años de la liberación del campo. En el grupo se preguntan ahora si algún museo o institución estará interesado en exponer los objetos que conservan, como el traje de rayas del padre de Mayu.
Precisamente, el actual cónsul de Hamburgo, Pedro Villena Pérez, asegura a El Confidencial que estará encantado de recibirlos en el campo y confiesa que no tenía constancia de deportados españoles.
La historiadora Ana García logró entrevistar hace pocos meses al nieto de Ernesto Baulo, el fundador de la antigua y extinta Amical de Neuengamme. Igual que tantos españoles exiliados, murió asentado en Francia, donde trabajó como redactor jefe de la revista Hispania. “La inmensa mayoría de nosotros creímos (…) que una vez aplastadas las potencias del Eje podríamos volver al país de origen. Lógicamente debía ser así, pero como en política la lógica no existe, los exiliados españoles continúan veintitrés años después del triunfo de los Aliados errando por los cuatro puntos cardinales del planeta”, escribía en un artículo de los años 60. “Si queremos conocer la historia de esta gente hace falta cruzar datos de archivos internacionales y hacer un seguimiento de cada caso. Ese trabajo no puede depender de personas que trabajan en su tiempo libre, sino de un equipo grande y bien financiado”, reivindica Ana García-Santamaría.
Poco a poco, nombre a nombre, conocemos las vidas de aquellos que, muy a su pesar, escribieron uno de los capítulos más cruentos de nuestra Historia.