Blog d'en Jordi Grau i Gatell d'informació sobre les atrocitats del Franquisme.....
"Las voces y las imágenes del pasado se unen con las del presente para impedir el olvido. Pero estas voces e imágenes también sirven para recordar la cobardía de los que nada hicieron cuando se cometieron crímenes atroces, los que permitieron la impunidad de los culpables y los que, ahora, continúan indiferentes ante el desamparo de las víctimas" (Baltasar Garzón).
La secretaria autonómico con el alcalde y los concejales. | A. P. F.
Las raíces de la memoria se hunden en el cementerio de Pego. Familiares de represaliados por el franquismo siguen depositando flores en el jardín del camposanto. No hay tumbas. Pero los testimonios de esos familiares y de otros vecinos de ya avanzada edad (la historia oral y a veces susurrada de las víctimas) apuntan a que en Pego hubo fusilamientos al acabar la Guerra Civil y que los cuerpos se arrojaron a dos fosas comunes en el cementerio. Esa «memoria callada» (expresión de Almudena Grandes que ayer parafraseó la secretaria autonómica de Cooperación y Calidad Democrática, Toñi Serna) saldrá ahora a la luz.
El Ayuntamiento de Pego y la conselleria de Justicia están decididos a hallar las fosas, exhumar los cuerpos e identificarlos y hacer posible que sus familiares los entierren con humanidad y dignidad.
Los expertos de ArqueoAntro, que son los que realizan el listado de fosas en todo el Estado, llevarán a cabo catas para intentar localizar las dos fosas comunes. Ya han tratado de encontrarlas con un georadar. Pero los resultados no han sido concluyentes. Los posibles restos óseos se confunden con las raíces de los árboles centenarios del cementerio.
La concejala de Cultura, Laura Castellà, indicó ayer que incluso saben la identidad de víctima del franquismo que podrían estar enterradas en estas fosas. Pero tanto ella como la secretaria autonómica advirtieron de que hay que ser extremadamente cautelosos y no dar por hecho que se van a poder recuperar los restos de los represaliados.
En cualquier caso, es de justicia desenterrar las raíces de la memoria y reparar a las víctimas.
Los últimos trabajos han dejado al descubierto los restos
de ocho víctimas más de la represión franquista
Los equipos de ATICS y Aranzadi siguen estos días con los trabajos de excavación en Son Coletes y se centran ahora en la zanja de 12 metros, situada bajo la lona azul. Raül Romeva visitó ayer los trabajos junto al alcalde Miquel Oliver y otros representantes de Més . | Maria Nadal
Los trabajos de excavación continúan en el cementerio de Son Coletes de Manacor y en los últimos días han dejado al descubierto un gran zanja de unos 12 metros de longitud donde se espera encontrar un número elevado de víctimas de la Guerra Civil entre las que se pueden hallar los restos de los cerca de 40 milicianos que formaban parte de la expedición republicana del capitán Alberto Bayo, que partieron de Barcelona y que desembarcaron el 16 de agosto en las costas del Llevant de Mallorca.
Según los especialistas, la esperanza de encontrar un gran número de restos en esta zona viene motivada porque la tierra no está removida, como sí ha ocurrido en otros pasillos en los que se han encontrado agrupaciones de huesos. Ahora, los miembros de los equipos de ATICS y Aranzadi trabajan en la zona, que ayer estaba cubierta por una gran lona azul para resguardarse de la lluvia, y esperan poder anunciar nuevos hallazgos en breve. De momento, durante estos últimos días se han descubierto los restos de ocho víctimas más de la represión franquista, que se suman a las once halladas la semana pasada.
Estas novedades se explicaron este jueves en Son Coletes durante la visita del exconseller catalán Raül Romeva, que viajó a Mallorca para participar en una conferencia en el Estudi General Lul·lià ayer por la noche. Romeva estuvo acompañado por el alcalde de Manacor, Miquel Oliver, y el coordinador de la formación, Lluís Apesteguia, además de otros representantes del partido. Durante su estancia en Son Coletes, Romeva habló con el responsable de ATICS, Cesc Busquets, y el historiador local Antoni Tugores, quien considera ahora que el número de víctimas en Son Coletes podría ser de 200.
Oliver explicó que «desde el punto de vista social era de justicia explicar todo lo que se hace en Son Coletes a Raül Romeva», que durante su mandato como conseller en la Generalitat de Catalunya impulsó el Plan de Fosas con el objetivo de localizar a las personas desaparecidas durante la Guerra Civil y la dictadura franquista. Por su parte, Romeva aplaudió los trabajos que se llevan a cabo en Son Coletes porque «dan pie a que se puedan hacer también en otros espacios, lo que da cierta satisfacción por poder empezar a cumplir con una deuda histórica». Además, Romeva también destacó la importancia de que los jóvenes conozcan «esta parte de la historia que nos han robado». Justamente, los representantes políticos coincidieron ayer con una visita de alumnos del IES Santanyí que acudieron a una visita guiada por las excavaciones de Son Coletes.
El periodista Josep Massot analiza en un libro las distintas posiciones de creadores como Miró o Tàpies en la España de la posguerra y el papel de los galeristas nazis refugiados en el país.
El 2 de mayo de 1939, cuatro meses después de la entrada de las tropas franquistas en Barcelona, se celebró una ceremonia en la plaza de Cataluña presidida por un obelisco levantado en memoria de los nacionales muertos durante la Guerra Civil. Leyeron discursos Mariano Calviño, jefe provincial del Movimiento, y el escritor Ernesto Giménez Caballero, que enumeró los males de la democracia, la masonería y la República por haber concedido “la independencia de Cataluña y Vasconia y de la mujer frente al marido”. La jornada, suspendida por la lluvia, fue recogida en los diarios.La Vanguardia Españolareprodujo en su portada, a toda página, lafoto realizada por Antoni Campañàde un joven con uniforme de honor de la Falange Española junto al obelisco.
El joven no era otro que el futuro pintor Antoni Tàpies, que en ese momento tenía 15 años y que décadas después intentó hacer desaparecer la imagen de los archivos del diario. La inesperada foto, realizada en un momento en el que no era obligado afiliarse a las Juventudes Falangistas, es una de las muchas historias que el periodista Josep Massot cuenta en su libro Joan Miró sota el franquisme(1940-1983), publicado en catalán por Galàxia Gutenberg, en el que retrata el arte español de la posguerra y sus implicaciones con la política y da luz a historias como el apoyo que dieron los nazis refugiados en España tras la Segunda Guerra Mundial al arte informalista que el III Reich había calificado de “degenerado”.
“En una de mis visitas a Tàpies me pidió que hiciera desaparecer la foto del archivo del diario. En ese momento me enteré de su existencia, pese a que se había referido a ella en su autobiografía Memoria personal”, explica Massot, autor hace tres años de la última biografía de Miró publicada en la misma editorial.
Para Massot, Tàpies es el ejemplo, junto a Eduardo Chillida, Manuel Sacristán, Josep Maria Castellet, Carlos Barral, José Maria Valverde, José Luis Aranguren, Francesc Farreras, Pablo Palazuelo y un largo etcétera, “de la rápida evolución de jóvenes intelectuales desde un falangismo crítico, tras considerar que Franco había traicionado la promesa de hacer la revolución fascista, al acercamiento a la izquierda, a partir de los sesenta, que acabó liderando el activismo democrático”.
Massot recoge episodios como la paliza que dieron en 1949 Chillida y Palazuelo a dos activistas catalanes por quitar una bandera franquista de un edificio de París al grito de “no hemos matado a suficientes rojos separatistas”, que contó el pintor Xavier Valls en sus memorias.
Tras la defensa a ultranza del realismo ecléctico y autárquico de los cuarenta, la España franquista de los cincuenta pasó a promocionar los informalismos ante la necesidad de reapertura de un régimen asfixiado internacionalmente. Miró, explica el autor, fue intransigente ante las presiones para maquillar la dictadura y se negó a participar en las bienales de arte bajo la batuta de Luis González Robles. “Alegaba que no tenía obras nuevas porque estaban en manos de sus marchantes Pierre Matisse y Aimé Maeght”, según Massot. Sí lo hicieron Tàpies, Eduardo Chillida, Jorge Oteiza, Manolo Millares, Antonio Saura y Modest Cuixart, obteniendo reconocimiento y fama internacional. “No tenían otra opción para hacerse visibles, mientras que Miró contaba con Nueva York y París para exhibir sus obras. A Miró lo salvaron sus amigos de Estados Unidos, como Josep Lluís Sert,Alexander Calder, Pierre Matisse y los dirigentes del MoMA, que veían en él una posibilidad de sacar del provincianismo al público de Nueva York”, explica el autor.
Tàpies fue el primero que acabó rebelándose. En 1959 se negó a que sus obras se mostraran en exposiciones internacionales. Le siguieron Saura y Millares, pero no Cuixart. En 1960 el franquismo acordó con el MoMA y el Guggenheim una campaña de promoción de los jóvenes informalistas. Una carta inédita del museo de Nueva York prueba que se intentó ocultar la participación del Gobierno español. Eran los años de la Guerra Fría, en la que Estados Unidos pugnaba con la URSS por el dictado cultural y con París por la capitalidad del arte. “Estas actitudes ilustran como pocos episodios la miseria del sistema cultural, en el que solo se salvan unas pocas individualidades y, aunque cueste reconocerlo, la eficiente diplomacia franquista”, explica Massot.
Para el autor, sin el tutelaje de Miró desde Barcelona y Picasso desde París la promoción de las nuevas vanguardias españolas habría caído de forma exclusiva en manos de refugiados nazis en España. Como el espía Werner Mathias Goeritz,instalado en Madrid en 1947, donde se presentaba como judío, antinazi y suizo, amigo de Max Jacob, Picasso y Paul Klee, pese a estar reclamado por los aliados para ser sometido a un proceso de desnazificación. Él unió a los defensores del arte nuevo dispersos por la Península en las jornadas de la Escuela de Altamira de 1949 y 1950 con la finalidad de desarrollar la modernidad del arte, en especial del abstracto. Contó con el apoyo de Rafael Santos Torroella, Ángel Ferrant, Llorens Artigas, Sebastià Gasch y Modest Cuixart y los poetas Luis Felipe Vivanco y Luis Rosales, entre otros. Pero no de Miró, al que Goeritz no logró convencer para que participara en una visita que le hizo en 1948.
También estaba en Madrid Karl Buchholz, uno de los comisionados por Goebbels para vender las obras de arte “degenerado” confiscadas a museos o compradas a judíos, tras abrir en 1945 una librería-galería con su nombre. Su socio capitalista fue Erich Gaebelt, mano derecha de Johannes Bernhardt, el hombre al que Hitler puso al frente del poderoso conglomerado de empresas que gestionó la venta a Franco de las armas alemanas que le ayudaron a ganar la guerra y que también dirigió la Legión Cóndor que arrasó Gernika. En la galería de Buchholz, que tuvo un gran prestigio entre los intelectuales y artistas, expusieron el grupo Pórtico y los pintores de El Paso.
Por su parte, Abel Bonnard, exministro de Educación del Gobierno de Vichy condenado a muerte tras la liberación de Francia, abrió en Madrid la galería Palma y en Bilbao Willy Wakonigg, excombatiente de la División Azul y compañero de Palazuelo en la aviación franquista, creó Stvdio. “Muchos de los autores promocionados por estas galerías o por el franquismo fueron objeto en los años sesenta y setenta de censura, encarcelados o atacados por grupos de ultraderecha”, apunta el autor.
El trabajo de Massot, rico en datos inéditos, se nutre de archivos públicos y privados, correspondencia, memorias, testimonios orales, hemerotecas y catálogos para situar a Miró en el contexto barcelonés, catalán, español e internacional, alejándolo de la imagen de pintor enclaustrado en su estudio de Mallorca, en el que se refugió en 1939. También pone luz a la crudeza del menosprecio que sufrió durante la posguerra, cuando su obra no se entendía: Josep Pla la criticaba porque se alejaba de la realidad y Salvador Dalí dijo que Miró hacía una obra “decorativa” y que era “un pintor de corbatas”.
Asistentes a las Jornadas de Altamira de 1949, en Santillana del Mar, para difundir el nuevo arte español.