dissabte, 5 d’octubre del 2024

La autopsia de Aurora Picornell, la 'Pasionaria' de Mallorca, confirma que fue golpeada y acribillada a tiros por los franquistas

 https://www.eldiario.es/illes-balears/sociedad/autopsia-aurora-picornell-pasionaria-mallorca-confirma-golpeada-acribillada-tiros-franquistas_1_11706196.html


Imagen de Aurora Picornell y de los restos que fueron hallados en el cementerio de Son Coletes

Esther Ballesteros

Mallorca —

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El informe forense de Aurora Picornell, la 'Pasionaria de Mallorca' asesinada por el franquismo en la noche de reyes de 1937 junto a otras cuatro activistas republicanas, confirma que la joven de 24 años falleció de tres disparos en la cabeza, no sin antes haber sido vejada y golpeada. Dos de los proyectiles recuperados eran de calibre 9x17 corto y procedían de una pistola semiautomática Astra 300, muy común entre los grupos paramilitares de Falange. El dictamen, al que ha tenido acceso elDiario.es, acaba de ser incorporado al procedimiento judicial que investiga al presidente del Parlament balear, Gabriel Le Senne (Vox), por romper, en pleno debate de la derogación de la Ley balear de memoria democrática, el retrato de Picornell y otras dos fusiladas que exhibía en la tapa de su ordenador la vicepresidenta segunda de la Mesa, Mercedes Garrido.  

El documento fue elaborado después de que los restos de la luchadora antifascista fuesen identificados en la fosa número tres del cementerio de Son Coletes, en la localidad mallorquina de Manacor, donde también fue hallado el cuerpo de su padre, Gabriel Picornell Serra, quien en los años veinte fue uno de los impulsores de la Agrupación Comunista de Palma. Los restos de Picornell, junto a los de Belarmina González Rodríguez, Catalina Flaquer Pascual y sus hijas Antònia y Maria Pasqual, fueron encontrados entre noviembre y diciembre de 2021, durante la segunda fase de excavaciones y exhumaciones llevadas a cabo en este camposanto por parte de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, en colaboración con Àtics, en el marco del Tercer Plan de Fosas (2020-2021) del Govern Balear.

La identificación del cuerpo tras casi 90 años oculto en Son Coletes fue calificada por el entonces conseller de Transición Energética, Sectores Productivos y Memoria Democrática, Juan Pedro Yllanes, quien manifestó que se trataba de una noticia que cambiaría “la historia de Balears” y que supuso el “triunfo de la sociedad democrática” de las islas.

El cuerpo se encontraba en buen estado de conservación y se estimó sexo femenino, una edad de entre 23 y 35 años y una estatura aproximada de 151 cm. Presentaba buena salud oral, sin apenas desgaste y ninguna caries ni pérdida en vida. Respecto al trauma perimortem, fueron identificados tres disparos en el cráneo: uno entró por el occipital, otro por la sien derecha y otro por la zona facial izquierda. En el poscráneo también se identificaron lesiones perimortales por el paso de un proyectil de arma de fuego en la cuarta costilla derecha y en el cúbito y radio izquierdos, a la altura de la muñeca.

A nivel post craneal, el informe apunta a las lesiones producidas en tres áreas. Por un lado, en la región distal de la cuarta costilla derecha se pudieron observar fracturas de origen perimortal posiblemente causadas por arma de fuego. Por su parte, la región distal del cúbito y del radio izquierdo presentaban una fractura conminuta por arma de fuego, lo que sugiere que la víctima pudo levantar el brazo en actitud de defensa, atravesando el disparo la muñeca. Por último, en el tercio central del peroné derecho, los investigadores detectaron una fractura completa que podría ser de origen contuso. 

La autopsia señala que las evidencias obtenidas en la exhumación y el estudio posterior realizado permiten confirmar la presencia de trauma perimortem y signos de violencia en tres de los esqueletos y que la muerte de las cinco 'Rojas del Molinar' se habría producido como consecuencia directa de las lesiones por arma de fuego. Los investigadores aseveran que todo ello es demostrativo de que fueron “muertes violentas de carácter homicida”. Junto al cuerpo de Picornell fueron hallados diversos objetos, en su mayoría elementos de vestimenta: un botón blanco de nácar, una hebilla metálica, un imperdible, un botón de presión metálico y dos pesos circulares de plomo con orificio central. Además, en el tórax derecho fue encontrada una pluma estilográfica jaspeada.

“Mirad, mirad los sostenes de Aurora”

El relato acerca de cómo se difundió la noticia del fusilamiento de Picornell la recogió el historiador mallorquín Llorenç Capellà en su libro Diccionari Vermell, en el que da cuenta de los pormenores que rodearon al asesinato de la militante comunista. De acuerdo a sus investigaciones, “un personaje tristísimo del fascismo ciudadano”, entró en un bar de Es Molinar y, visiblemente feliz, sacó un sujetador del bolsillo y anunciaba la muerte de la 'Pasionaria' mallorquina mientras manifestaba a los allí presentes: “Mirad, mirad los sostenes de Aurora”. La noche anterior, víspera de Reyes de 1937, los golpistas habían acribillado a tiros a la responsable de la organización de mujeres del Partido Comunista en Balears, hoy convertida en icono de la memoria histórica y del republicanismo.

Nacida en 1912, casada y con una hija pequeña, Picornell era modista de profesión. Fue miembro de la directiva de la Liga Laica de Mallorca, sindicalista y feminista, además la primera impulsora del Día de la Mujer Trabajadora en Mallorca. La militante fue detenida en los primeros días tras el golpe de estado militar. Y es que, después de que el 19 de julio de 1936 el recién proclamado comandante militar de Balears Manuel Goded declarase el estado de guerra en las islas y asumiera el control absoluto de Mallorca y Eivissa, se desató en las islas una dura represión que, como sostiene el historiador Bartomeu Garí Salleras, ya había sido planificada meses antes del conflicto y sería perfectamente ejecutada por falangistas, militares, autoridades civiles, redes clientelares de derechas, capellanes e, incluso, por familiares de las propias víctimas. 

Picornell fue encerrada primero en la Prisión Provincial de Palma y en la prisión de mujeres de la calle Sales después. Desapareció junto a sus cuatro compañeras la noche del 5 de enero de 1937.

La familia Picornell Femenias fue una familia muy conocida por su activismo político en defensa de los derechos de los trabajadores y de las clases más desfavorecidas. Aunque fue especialmente popular en el barrio palmesano de Es Molinar, su activismo transcendería mucho más allá del barrio y de la ciudad de Palma. Fue también una de las familias más duramente represaliadas por el franquismo.

Gabriel Picornell y Joana Femenias tuvieron siete hijos. Además de Aurora, también morirían asesinados en Mallorca sus hermanos Gabriel e Ignasi. Asimismo, el hermano menor, Joan, que marchó a Barcelona para participar en las Olimpiadas Populares junto a la hermana menor, Llibertat, sería deportado años más tarde al campo de concentración nazi de Dachau, en Alemania. Murió poco después de ser liberado como consecuencia de las secuelas. De las hermanas restantes, dos se quedarían en Mallorca junto a su madre. Llibertat, la menor de todas, que dejó la isla con tan solo 15 años, vivió en el exilio en México y Francia, país este último donde pasó el resto de su vida. Llibertat no volvería a pisar Mallorca hasta la década de los 50, sólo para visitar a su madre y a sus dos hermanas.

Entre 'vivas' a la República, gritos de “a por la Tercera” y “frente al fascismo, ni un paso atrás” y con el Himno de Riego de fondo, los restos de Aurora, de su padre y de las otras cuatro 'Rojas del Molinar' fusiladas fueron entregados a sus descendientes, el 28 de enero de 2023, en un emotivo acto que llenó al completo el Conservatorio de Música de Palma.

“De fosas comunes a lugares de memoria”: Los gestos silenciosos que desafiaron la represión franquista

 https://www.diario.red/articulo/memoria/fosas-comunes-lugares-memoria-gestos-silenciosos-que-desafiaron-represion-franquista/20241002122346036217.html

El historiador Daniel Palacios González explora cómo los familiares de las víctimas del franquismo marcaron clandestinamente las fosas comunes, transformándolas en espacios de memoria y resistencia que hoy sirven como monumentos para la dignificación y el recuerdo de los caídos




En su libro “De fosas comunes a lugares de memoria: La práctica monumental como escritura de la historia”, el historiador Daniel Palacios González revela una historia poco contada sobre las fosas comunes de la Guerra Civil española y la dictadura franquista. La obra analiza cómo estos lugares de muerte se convirtieron en espacios de resistencia silenciosa, donde familias y comunidades desafiaron al régimen marcando discretamente los sitios de enterramiento y sembrando los primeros pasos hacia la recuperación de la memoria histórica en España.

Uno de los relatos más emotivos que Palacios recoge en su investigación es el de Paula, una anciana de Candeleda, que siendo niña fue testigo indirecto del asesinato de tres mujeres en una curva de la carretera local, conocida como ‘La Vuelta del Esparragal’

El libro, publicado por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, explora cómo a partir de 1936, tras el golpe de Estado militar, las fosas comunes se convirtieron en una realidad omnipresente en toda España, llenas de cuerpos de personas asesinadas por sus ideales políticos, su compromiso con la República o, simplemente, por estar en el lugar equivocado. Estos cuerpos, en muchos casos, fueron enterrados en lugares ocultos o sin registro oficial, condenados al olvido por un régimen que intentaba borrar las huellas de su violencia. Sin embargo, como documenta Palacios, la memoria de estas fosas se mantuvo viva gracias a actos simples pero poderosos de los familiares y vecinos de los asesinados.

Uno de los relatos más emotivos que Palacios recoge en su investigación es el de Paula, una anciana de Candeleda, que siendo niña fue testigo indirecto del asesinato de tres mujeres en una curva de la carretera local, conocida como ‘La Vuelta del Esparragal’. Estas mujeres, ejecutadas por su compromiso republicano, fueron enterradas en una fosa clandestina. A lo largo de los años, Paula pasó por esa curva casi a diario y, sin contar a nadie lo que había presenciado, rezaba un padre nuestro cada vez que cruzaba frente al lugar. Décadas después, gracias a su memoria, se pudo localizar la fosa y exhumar los cuerpos, lo que dio paso a la creación de un monumento conmemorativo que honra a estas víctimas y transforma el sitio en un espacio de memoria.

Este tipo de gestos –el llevar flores, marcar con una piedra o grabar una cruz en un árbol– fueron los primeros signos de resistencia al régimen franquista, acciones que, aunque invisibles para las autoridades, significaban una forma de mantener viva la memoria de los caídos. El autor explica que, durante la dictadura, mientras el Estado celebraba a sus propios muertos en el Valle de los Caídos, miles de españoles se resistían al olvido de sus familiares asesinados a través de estas prácticas íntimas y silenciosas. Estas acciones de duelo clandestino, realizadas a menudo en condiciones de peligro, fueron fundamentales para evitar que la historia de las víctimas republicanas desapareciera por completo.

Palacios, quien recorrió más de 25.000 kilómetros por toda España para investigar sobre el terreno, documenta en su libro más de 600 monumentos construidos sobre fosas comunes

El libro también analiza cómo, con el paso de los años, especialmente tras el inicio de las exhumaciones masivas en el año 2000, muchas de estas fosas comunes comenzaron a convertirse en lugares de memoria y dignificación. Palacios detalla cómo, a lo largo del territorio español, las exhumaciones han permitido recuperar cuerpos, pero también han abierto un espacio para la construcción de monumentos, panteones y esculturas que hoy en día simbolizan tanto el recuerdo de las víctimas como la reivindicación de justicia histórica. Estas prácticas monumentales no solo buscan reparar el dolor de las familias, sino también inscribir en el paisaje una versión de la historia que fue negada durante décadas.

Un ejemplo significativo que Palacios aborda en su obra es la historia de Cervera del Río Alhama, en La Rioja, donde, tras la Guerra Civil, se produjo una represión feroz contra los simpatizantes republicanos. La memoria de aquellos fusilamientos quedó grabada en la mente de José Vidorreta, hijo de uno de los asesinados, quien durante más de 40 años revivió en su mente la última caminata de su padre hacia la fosa común. Finalmente, en los años 70, José promovió la exhumación de los cuerpos y la construcción de un panteón en el cementerio local, marcando el inicio de lo que hoy es un complejo proceso de recuperación de la memoria histórica.

Palacios, quien recorrió más de 25.000 kilómetros por toda España para investigar sobre el terreno, documenta en su libro más de 600 monumentos construidos sobre fosas comunes. Estas construcciones, que comenzaron como simples gestos con piedras o cruces, se han transformado en imponentes recordatorios de la represión y de la lucha por la justicia. Además, el autor destaca cómo la proliferación de estos monumentos ha provocado una "batalla por el sentido del pasado", en la que diferentes grupos intentan imponer su visión de la historia.

“De fosas comunes a lugares de memoria” nos recuerda que, incluso en los tiempos más oscuros, siempre hubo quienes se resistieron al olvido

Más allá de ser un recuento de hechos históricos, “De fosas comunes a lugares de memoria” también ofrece una reflexión profunda sobre el significado de estos monumentos en la sociedad actual. Palacios analiza cómo las fosas comunes, que en su momento fueron símbolos de terror y olvido, han sido transformadas a través de estos monumentos en signos de dignidad y resistencia. Según el autor, estos lugares no solo honran a los muertos, sino que también actúan como "escritura popular de la historia", permitiendo a las generaciones actuales y futuras reflexionar sobre los crímenes del pasado y las lecciones para el presente.

El libro se inscribe en la colección "Memoria Democrática" y promete convertirse en una referencia esencial para académicos, activistas y todas aquellas personas interesadas en la memoria histórica y los derechos humanos. Con un enfoque interdisciplinar que combina historia, arte, sociología y política, Daniel Palacios González ofrece una obra que no solo rescata el pasado, sino que también arroja luz sobre los desafíos actuales en torno a la memoria, la justicia y la construcción de una sociedad más democrática.

“De fosas comunes a lugares de memoria” nos recuerda que, incluso en los tiempos más oscuros, siempre hubo quienes se resistieron al olvido, manteniendo viva la llama de la memoria a través de gestos sencillos, pero cargados de significado.

Localizan el lugar de enterramiento de Bebel García, el jugador del Deportivo fusilado en 1936 que inspiró a Galeano

 https://www.eldiario.es/galicia/localizan-lugar-enterramiento-bebel-garcia-jugador-deportivo-fusilado-1936-inspiro-galeano_1_11699940.html

Bebel García, con la camiseta del Deportivo

Luís Pardo

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Bebel García (1914-1936), uno de los hermanos de la Lejía, es un mito del Deportivo, la camiseta blanquiazul que alternaba con la roja de las Juventudes Socialistas Unificadas. Así lo decía Eduardo Galeano en el cuento en el que narró su fusilamiento. En Última voluntad, el futbolista, de 22 años recién cumplidos, mandaba parar al pelotón de ejecución para desabrocharse lentamente la bragueta y, mirando hacia ellos, echar “una larga meada”, volver a abrocharse y decirles: “Ahora, sí”. Más allá de ese gesto para la leyenda, lo que nunca se había sabido es qué pasó con el cadáver de Bebel, el de su hermano France y el de Enrique Moscoso, O Cristo de Vioño, tras su asesinato. Una incógnita que el historiador Rubem Centeno ha conseguido desvelar casi 90 años después. Y que es sólo la punta de lo que parece un enorme iceberg.

“Fosa 12ª del depto 3º ampliación”. La seca prosa administrativa del libro de registro de enterramientos, citada por El Ideal Gallego, confirma que fueron sepultados en esa zona del cementerio de San Amaro, el histórico camposanto que mira hacia el Atlántico en el mismo barrio de Monte Alto donde vivió el futbolista. Bajo su suelo, según Centeno, podrían estar “las mayores fosas comunes del franquismo en Galicia”, con unos 250 cuerpos sepultados de forma clandestina.

Bebel aparece en el registro con el número 721; France, con el 722; Moscoso, con el 723. Tras el golpe de Estado, los tres participaron en la vigilancia nocturna del Comité de Defensa de la República, instalado en la sede del Gobierno Civil. Por el día, podía vérseles en las barricadas de las calles de la ciudad, donde jugó un importante papel su hermano mayor, Pepín.

Cuando la caída de A Coruña era inevitable, Bebel, France y otro de sus hermanos, Jaurés, trataron de huir a Asturias, donde seguía la resistencia contra los fascistas. Sin embargo, fueron detenidos en la localidad lucense de Guitiriz y, tras un simulacro de juicio, condenados a muerte. Inicialmente, Jaurés -de 17 años- se salvó porque era menor de edad y fue condenado a cadena perpetua. Sin embargo, un año después, en lo que parecía un traslado de presos a la cárcel de Pamplona, la Guardia Civil se llevó a tres de los reos -Jaurés, Jose María Eirís y Leovigildo Taboada- al Campo da Rata, un terreno frente al mar, a los pies de la Torre de Hércules, donde cientos de republicanos -incluidos Bebel y France- habían sido fusilados y les aplicaron la llamada Ley de Fugas. Tras su asesinato, a Jaurés, que acababa de cumplir 18 años, se le concedió la conmutación de la pena de muerte por 20 años de cárcel.

Los hermanos de la Lejía

Desde 2002, una calle recuerda en Monte Alto a los hermanos de la Lejía, los ocho hijos de José y Conchita García. Él era de Ribadeo, en el límite entre Lugo y Asturias, y ella de Castropol, al otro lado de la frontera. Por sus actividades socialistas, a José lo desterraron a 150 kilómetros de la villa lucense, así que se instaló en A Coruña, donde abrió el negocio de lejía que daría el apodo a la familia. Los ideales que ambos compartían quedaron reflejados en los nombres de sus hijos: tras José -el mayor y el único que fue bautizado- llegaron France, Bebel, Jaurés, Voltaire, Conchita, Bélgica y Berthelot. Su fama llegó a un punto que, durante los años de la República, las familias bien de la ciudad asustaban a sus hijos con los hermanos de la Lejía como hoy lo harían con el coco.

De pequeño tamaño y carácter aguerrido, es fácil imaginarse a aquel Bebel como una especie de David Mella, el jovencísimo extremo derecho que hoy hace las delicias del público que abarrota Riazor, convertido en uno de los símbolos de la cantera que sacó al Deportivo del infierno de las categorías semiprofesionales.

“Era un buen delantero, un extremo derecha. Aunque muy bajito, casi enano, tenía unas condiciones fabulosas para el fútbol. Pero en la cabeza tenía otras cosas”. Así lo recordaba en 2008 en La Voz de Galicia otro mito -éste sí sobre el césped- del Deportivo, Rodrigo García Vizoso. Los datos recogidos por El Ideal hablan de un Bebel que militó durante tres temporadas en el Deportivo -la 32/33, la 33/34 y la 35/36, tras pasar por el Coruña-, jugó 22 partidos y marcó 6 goles. Era un equipo que contaba con un núcleo duro de 15 profesionales y el resto con ficha de aficionados, entre los que estaba el propio Bebel, “zurdo para jugar y para pensar”, en palabras de Galeano.

“Era muy buen chico, muy gracioso, aunque algo infantil, y muy valiente. Hacía frente a la policía y a todo lo que hiciese falta”. Un año antes de la Guerra Civil, Bebel fue detenido junto a France y otras 40 personas en la playa de Durmideiras, en Monte Alto, donde realizaban “ejercicios de formación” y “entonaban cánticos subversivos” vestidos con la camisa roja.

Los hermanos de la Lejía combinaban su militancia socialista con la práctica deportiva. Mientras Bebel jugaba al fútbol y France boxeaba, José, conocido como Pepín, practicaba atletismo. Fue detenido por su participación en la huelga general revolucionaria de 1934 y el golpe de Estado lo sorprendió como secretario de la Juventudes Socialistas Unificadas de A Coruña. Perdió una pierna en la batalla de Brunete y una hija en un bombardeo, pero consiguió embarcar en el Winnipeg, el barco que Pablo Neruda puso a disposición de los republicanos, y huir a Buenos Aires, donde se convirtió en un referente de la colonia de emigrantes y exiliados. Tras la muerte del dictador regresó a A Coruña, donde murió en 1996. Sus restos fueron sepultados en el monumento a los Mortos da Liberdade, en el mismo cementerio de San Amaro en el que, sin saberlo, reposaban sus hermanos.

La punta del iceberg

Ese desconocimiento de lo que se encuentra bajo el suelo de San Amaro no es exclusivo de los García. Hasta hoy se desconocía qué había pasado con los cuerpos de cientos de represaliados tras ser ejecutados por los fascistas en lugares como el Campo da Rata. La investigación de Rubem Centeno, A sociedade silenciada: as fosas ocultas do franquismo na cidade da Coruña, concluye que en el cementerio, hoy municipal, existieron enterramientos clandestinos de las víctimas de los sublevados. Así, podrían ser “las fosas más importantes de Galicia”, según la Comisión pola Recuperación da Memoria Histórica da Coruña (CRMH), colaboradora de Centeno en un trabajo que ha presentado sus conclusiones este miércoles en la sede de la Asociación Cultural Alexandre Bóveda.

“Se trata de personas que, en algunos casos, fueron trasladadas a nichos de cementerios -del propio San Amaro o a otros de la comarca de A Coruña- pero en otros es posible que aún permanezcan allí”, asegura la CRMH. Junto a personas anónimas que aún habría que identificar, el trabajo localizó ejemplos “sorprendentes”. Entre los cuerpos trasladados, el que fue Gobernador Civil de A Coruña, Francisco Pérez Carballo o el alcalde de Sada, Antonio Fernández Pita. Entre los que aún podrían estar allí, el padre y el hermano del legendario cantante Pucho Boedo. Además, claro, de dos de los hermanos de la Lejía. O quizá tres.

Exhumar por Dios y por España: lo que hizo el franquismo que aún no ha hecho la democracia

 https://www.lamarea.com/2024/10/03/exhumar-franquismo-democracia/


La historiadora Miriam Saqqa acaba de publicar 'Las exhumaciones por Dios y por España' (Cátedra), una amplia y reposada investigación que desgrana cómo la dictadura utilizó a sus caídos para justificar su represión.

El ataúd del dictador Francisco Franco en el valle de Cuelgamuros. EMILIO NARANJO/REUTERS

El águila con el escudo de la España franquista junto al yugo y las flechas falangistas. Debajo, una ristra de nombres propios bajo un título conciso e interesado: caídos por Dios y por España. Ese es el homenaje que brindaron cientos de municipios españoles a aquellas víctimas de la Guerra Civil que los sublevados y el franquismo entendieron como propias. La historiadora Miriam Saqqa acaba de publicar Las exhumaciones por Dios y por España (Cátedra), una amplia y reposada investigación que desgrana cómo la dictadura utilizó a sus caídos para justificar su represión a través de un proceso no solo ideológico, sino también judicial y forense. 

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En medio siglo de democracia, ningún gobierno se ha atrevido a realizar un proceso similar dedicado a desenterrar los miles de muertos que todavía reposan en fosas comunes a lo largo y ancho del país. Son los olvidados, los que no quiso el franquismo, los que dejaron a un lado a Dios y solo murieron por España o por la revolución que, por un tiempo, pudieron acariciar con sus manos.

El concepto de “caídos por Dios y por España” tuvo su génesis durante la Guerra Civil, desde los primeros instantes tras el fracasado golpe de Estado del 18 de julio de 1936. “Era una forma de construir la identidad nacional que pretendían asentar los sublevados durante la contienda, pero también la dictadura franquista”, introduce Saqqa. Gracias a su investigación, la historiografía puede conocer fehacientemente que los miles de desenterramientos que se sucedieron en los años posteriores no solo respondieron a intereses ideológicos, sino también a un plan maquinado desde lo judicial y lo forense.

En cuanto a las exhumaciones, la autora establece un proceso diferencial desde 1936. “En la Guerra, se solapan las exhumaciones que se realizan supervisadas por familiares, con las que realizan ayuntamientos y organismos locales. Todas ellas están menos reguladas y con menor documentación que en el proceso judicial que vendrá después”, afirma la también arqueóloga y antropóloga forense.

Al año siguiente, las exhumaciones se insertaron en la justicia militar, dentro de las denominadas como causas generales, que estuvieron abiertas hasta que se incoó la causa general en 1940. “A partir de entonces, las exhumaciones se extendieron por todo el país y el Estado tenía el monopolio para realizarlas”, detalla.

Un proceso exclusivo y excluyente

Para ello, antes había que localizar a estas víctimas de la contienda, siempre enmarcadas en lo que el nuevo régimen entendía por “víctima”. “Las definen como aquellos caídos por Dios y por España en el movimiento nacional, o víctimas de la revolución marxista. Es un proceso exclusivo y excluyente. Todo el que estaba fuera de ese marco, no era víctima de la Guerra Civil”, desarrolla la especialista.

De esta forma, el régimen llevó a cabo un proceso de damnatio memoriae, es decir, una forma de borrar de la historia al enemigo. “En muchos casos, las personas que quedaban fuera ni siquiera podían ser inscritas como fallecidas en el registro civil”, apuntilla Saqqa. Además, aquí toma prevalencia también el hecho de que “las exhumaciones eran parte de la construcción ideológica del régimen y la justificación de su represión, de forma interna pero también para el exterior, a nivel internacional”, desgrana Saqqa.

El nacional-catolicismo sobrevoló sobre el proceso de exhumaciones en el franquismo. Tanto, que en 1940 las fosas pasaron a ser lugares sagrados. De esta manera, protegían aquellas en las que todavía no se había realizado ningún desenterramiento. Por otro lado, tal y como señala la historiadora, los familiares vieron en 1946 prorrogado indefinidamente el plazo para reclamar los restos de sus allegados.

La exaltación del régimen en los desenterramientos

Estas exhumaciones iban acompañadas de actos de exaltación del régimen y en muchas de ellas llegaban a participar altos cargos de la dictadura. Curioso es lo ocurrido en Soto de Aldovea, un pueblo madrileño cercano a Torrejón de Ardoz, en donde en diciembre de 1939 desenterraron alrededor de 400 cuerpos. Los cadáveres fueron trasladados en camiones militares parapetados con la bandera franquista. Saqqa continúa la historia: “En el proceso judicial explican cómo se sintieron ofendidos porque muchas personas se negaban a hacer el saludo fascista al paso de estos camiones, aunque les obligasen a ello”. Para la historiadora, esto es un “ejemplo de resistencia social” ante la construcción ideológica que siempre llevó a cabo la dictadura.

A partir de octubre de 1940, el Tribunal Supremo envió desde Madrid requerimientos e instrucciones judiciales que llegarían a todos los lugares de España. Querían localizar todas las fosas y recuperar los cuerpos, siempre de aquellas personas que ellos consideraban víctimas. Tan solo de los que habían caído por Dios y por España. La mayoría de las piezas principales de la Causa General no se cerraron hasta 1951, cuando se minimizó su actividad.

Amenazas y coerción a los familiares

Tal fue su empeño durante esa década que en muchas ocasiones “se requería de manera coercitiva a los familiares de estas víctimas acudir a los tribunales de justicia para que declararan”, en palabras de Saqqa. Si no lo hacían, se enfrentaban a multas económicas e, incluso, prisión por incumplimiento. “El proceso se volvía totalmente represivo si usaban la otra vía de información, que eran los interrogatorios con detenidos o sospechosos”, completa la autora de la investigación. De esta forma, los procesos de exhumación de mártires y caídos no se pueden desvincular de la represión ejercida por la dictadura.

A ojos de la historiadora, la finalidad principal de este proceso era “reprimir al mismo tiempo que se construía ideológicamente el régimen a través de esa figura» que define como «cuerpos nación», ya que estos fallecidos se utilizaron para la construcción nacional que a la dictadura le interesaba, argumenta.

De Primo de Rivera hasta la actualidad

La figura más destacada de todas fue Primo de Rivera, el mártir hegemónico y predilecto que el franquismo utilizó también para conglomerar las diferentes ideologías que conformaban las fuerzas sublevadas, primero, y la dictadura, posteriormente. El cuerpo del fundador de la Falange fue llevado a hombros desde Alicante hasta El Escorial en una marcha que duró 10 días, donde terminó enterrado antes de trasladarlo al Valle de Cuelgamuros, y su nombre encabezó la lista de mártires expuestas en muchos municipios de España bajo el yugo y las flechas. “Por supuesto, se trata de un proceso ideológico total y una de las actuaciones simbólicas del franquismo para construir esa idea de los caídos”, apunta Saqqa.

En definitiva, España pasó por varios procesos de exhumación durante el siglo XX. Los primeros fueron ejecutados por los sublevados y el régimen, que quisieron desenterrar, honrar y justificar su represión mediante estas exhumaciones. A mediados de los años 50, llegaron las exhumaciones de aquellos cuerpos que han terminado en el Valle de Cuelgamuros. Más tarde, a finales de los años 70 y principios de los 80, familiares de víctimas del bando republicano empezaron a recuperar los cuerpos de sus seres queridos, sin apoyo técnico ni forense. No sería hasta el año 2000 cuando comenzaron las exhumaciones contemporáneas, científicas, que alcanzan hasta la actualidad.

Una vez estudiado y comprendido cómo el franquismo se comportó para con sus caídos, y solo para sus caídos, Saqqa considera que a lo largo de los casi 50 años de democracia que ha habido en España todavía no se ha producido un proceso judicial de magnitud similar al que llevó a cabo la dictadura con sus mártires. “Por ese creo necesario conocer cómo la dictadura realizó la gestión sobre aquellos que consideraba muertos propios, para poder establecer un correlato con los procesos vividos en democracia sobre las víctimas de la represión sublevada y dictatorial”, finaliza la historiadora.