dissabte, 18 de juliol del 2020

Viaje a la fosa común.

https://www.elsaltodiario.com/memoria-historica/viaje-a-fosa-comun

Décadas de memoria yacen olvidadas mientras las cunetas tapan el rastro de miles de personas que fueron fusiladas. La mayoría de edad democrática parece no haber llegado aún.



MEMORIA HISTÓRICAViaje a la fosa común

Décadas de memoria yacen olvidadas mientras las cunetas tapan el rastro de miles de personas que fueron fusiladas. La mayoría de edad democrática parece no haber llegado aún.



Este viaje nunca concluye. Siempre será un puzzle incompleto porque, durante casi cuatro décadas de dictadura franquista, el silencio era una garantía de supervivencia. Un salvavidas envenenado. Hace años busqué en internet el nombre de mi bisabuelo, Eloy Díaz Ania, de quien no había oído hablar mucho en casa. Encontré un registro de la fosa común de Oviedo donde pude buscar entre las más de 1.300 almas documentadas hasta llegar al día y año en el que fue fusilado.
Fue en 1938, y hacía poco más de seis meses que había caído el Frente del Norte en la ofensiva de Asturias. Nunca supe por dónde empezar a buscar y todavía no sé cómo terminar de hacerlo. Meses después, el camino todavía aparece largo y lleno de incertidumbres. 
“La exhumación es como una conversación que estaba pendiente”, dice Emilio Silva, uno de los fundadores de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH). “Siempre que abrimos una fosa común se acerca gente mayor de la zona, que nos cuentan cosas, y familiares de las víctimas”, añade. Calculan que hay unas 114.000 fosas en España, “pero nunca vamos a saber la cifra real”. 

























Comentando el asunto de la búsqueda con un amigo historiador, me dio la mejor de las pistas para conocer los últimos meses de mi bisabuelo Eloy: el Centro de Documentación de la Memoria Histórica, que tiene un gran fondo de archivos a disposición de quienes los soliciten. 
Así supe que estaba afiliado al Partido Comunista, que fue miliciano y había llegado a ser teniente del Frente Popular. Desde el centro me enviaron —fue el trámite más sencillo y rápido— mucha documentación, y sentí que una pequeña grieta se cerraba. Aunque yo sé que en realidad mi bisabuelo era un trabajador de la mina de Turón cuya vida solo llegó a alcanzar diez años más que la mía actualmente. 



Documento Laura Cruz

Tengo 32 años y la memoria histórica no ha formado parte del temario que estudié en Historia de España, ni siquiera en la universidad, donde incluso tuve una profesora que bajo el amparo de la libertad de cátedra defendía abiertamente la dictadura franquista. La historia viva siempre está sujeta a interpretaciones que hacen que vague por una senda de subjetividades relativamente amplia. 
La ley de memoria histórica de 2007 no tipifica como delito la apología de la dictadura ni siquiera en el entorno educativo, cosa que otros países, como Alemania, sí penan
“Es curioso que se le haya dado la vuelta a ese concepto —explica Silva—, porque la libertad de cátedra se utilizaba mucho en España durante la II República para huir del dogma católico en la enseñanza”. La ley de memoria histórica de 2007 no tipifica como delito la apología de la dictadura ni siquiera en el entorno educativo, algo que en otros países, como Alemania, sí está penado.
“No hay nada que te obligue, en el currículo académico, a dar la asignatura de forma cronológica, aunque la mayoría del profesorado prefiere hacerlo así”, relata David Cacho, profesor de historia de España. El sistema educativo acerca un poco la Guerra Civil y el Franquismo en cuarto curso de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) y lo aborda más profundamente en segundo de bachiller, aunque suele ser de los últimos temas, junto con la Transición. “Un día, en clase, una alumna que era muy buena estudiante, al oír el concepto de presos políticos del franquismo, los comparó con otros presos actuales”, narra el docente. “Sin entrar en si son o no presos políticos, me di cuenta de que tenía realmente muy poca noción de la brutalidad que se vivió en la época de Franco con encarcelamientos, torturas y fusilamientos”. 
“Llama la atención que se rinda homenaje estatal a los republicanos desde los gobiernos extranjeros y aquí estén olvidados por las instituciones”, recalca Silva
La memoria histórica es todavía una asignatura pendiente en España. Uno de los museos más conocidos de Berlín es el museo de la resistencia contra el nazismo y cada 20 de julio Angela Merkel homenajea a quienes intentaron derrocar a Adolf Hitler en la Operación Valquiria. No es ningún tabú hablar del Holocausto en Alemania y la televisión pública emite frecuentemente documentales sobre la época nazi. “Llama la atención que se rinda homenaje estatal a los republicanos desde los gobiernos extranjeros y aquí estén olvidados por las instituciones”, recalca Silva.
Sobre si la futura ley de memoria histórica que prepara el gobierno será mejor que la de 2007 de Zapatero, Silva muestra reticencias ya que, explica, deja en manos de los ayuntamientos las ayudas: “Si tu familiar procede de un ayuntamiento que no quiere colaborar, te tocaría iniciar una bronca política para lo que debería ser considerado un derecho”. 
En la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica defienden que no es imprescindible que haya una ley para que se puedan cerrar heridas. “El gobierno vasco es el que más ha hecho por el tema de las exhumaciones y ni siquiera tienen una ley para ello —ejemplifica Silva—. Es ahora cuando se lo están planteando”. Por eso sostiene que basta con voluntad política, “lo que nunca ha habido desde el gobierno central”. La crítica que le hacen a la exhumación de Franco es que se saquen sus restos de un lugar público para enterrarlos en otro lugar también público: “Incluso este 18 de julio se ha autorizado a asociaciones fascistas para que hagan un acto allí”, añade. 
Cuesta imaginar que existiese ahora una fundación Adolf Hitler, calles honrando al Führer y estatuas públicas de él o su cúpula de gobierno. Incluso el Mein Kampf se ha reeditado en una edición histórica comentada, ya que de la original se habían impedido nuevas ediciones desde 1945. “En España no hay ningún problema si se hace alguna actividad educativa para concienciar sobre el Holocausto, pero no se quiere abordar como una cuestión de vulneración de los derechos humanos la situación en la que se encuentran decenas de miles de familias, buscando a sus desaparecidos”, recuerda Cacho. 
“En España no se quiere abordar como una cuestión de vulneración de los derechos humanos la situación en la que se encuentran decenas de miles de familias, buscando a sus desaparecidos”
En la Transición se hizo desaparecer muchos documentos imprescindibles para poder reconstruir la historia. “También hubo incautación de documentos para realizar tareas de contrapropaganda e información ligadas a elementos disidentes del régimen franquista, así que no tenemos los documentos de todos los que estaban afiliados al PCE”, añaden desde el archivo histórico del Partido Comunista de España. 
El lenguaje también fue retocado cuando se hablaba de fusilamientos, tal y como introduce Silva. “Se utilizaba la palabra ‘paseados’, como si hubiesen ido a dar una vuelta, mientras que desaparecido es una categoría penal”. Por eso hoy, defiende, sigue siendo importante el trabajo educativo. Cacho habla en clase de grupos violentos durante la Transición, “pero no solo les hablo de ETA, sino también de los grupos de extrema derecha”. 



Fosa comun memoria
  
El enfoque de la profesora o profesor es imprescindible para que los estudiantes quieran saber más del tema, también en la universidad, donde Pablo Martínez ha sido docente durante varios cursos. “Llegan con un conocimiento muy limitado y  lleno de tópicos, así que resuelven la cuestión haciendo una distinción entre buenos y malos según su propia ideología”. El profesor universitario piensa que las fosas no deberían convertirse en motivo de disputa política: “Existen fosas también de los vencedores y están identificadas. Hay un agravio comparativo muy importante”. 
Cuando inicié este viaje de búsqueda y reconstrucción nunca pretendí hacer una lectura equidistante de lo que ocurrió, ya que los hechos fueron políticos en sí mismos. No es objeto prácticamente de discusión histórica que en julio de 1936 hubo un golpe de Estado contra un sistema democrático salido de las urnas. Está documentado que miles de personas pagaron con su vida la defensa de la democracia. Y para que se abran fosas comunes, explica Silva, han de solicitarlo varias familias antes de que la Asociación se ponga a pedir los permisos. 
Para Emilio Silva la principal causa es que “hubo 25 años de silencio sobre este tema en las instituciones públicas
Me parecía urgente escribir este texto. Ya ha pasado mucho tiempo y mi ‘güelu’ Kiko, hijo de Eloy, ha muerto hace años. No tenía referencias apenas de gente que hubiese vivido parte de esta historia. Solo algunos datos que mi tía Aurora tiene guardados en su memoria, de retales que le contó mi abuela Milagros, porque Kiko tenía demasiado dolor en sus recuerdos de niñez para narrar cómo le arrebataron a su padre. Queda poca memoria viva de aquellos días entre las miles de familias con desaparecidos. 
Para Emilio Silva la principal causa es que el silencio que, durante 25 años, se cernió en las instituciones públicas: “Hemos tenido que recurrir incluso a la justicia internacional, como con la querella argentina. Y sin ayudas del Estado”. Desde la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica consideran que existen mecanismos sencillos y rápidos para recuperar la memoria. “Bastaría con reunir al jefe de todos los forenses y a su equipo para encomendarles la búsqueda utilizando los recursos públicos disponibles”, concluye.

Aranzadi trabaja en la exhumación de la mayor fosa de represaliados del franquismo.


https://www.noticiasdegipuzkoa.eus/actualidad/sociedad/2020/07/18/aranzadi-trabaja-exhumacion-mayor-fosa/1043557.html



EL CEMENTERIO SEVILLANO DE SAN FERNANDO ES UN TRÁGICO ESCENARIO DE LA GUERRA CIVIL QUE ALBERGA MÁS DE UN MILLAR DE VÍCTIMAS

18.07.2020 | 00:31
Miembros de Aranzadi, ayer, en la fosa común de Pico Reja, ante la atenta mirada de la ministra Carmen Calvo y el resto de autoridades. Foto: Efe
DONOSTIA – La Sociedad de Ciencias Aranzadi acomete en Sevilla una labor de enorme envergadura y no menos valor simbólico. Su trabajo se concentra en la fosa común de Pico Reja, ubicada en el cementerio de San Fernando, uno de los lugares más trágicos de la Guerra Civil donde se calcula que podrían descansar un total de 1.103 víctimas de la represión franquista.
Sobra decir que es considerada la mayor fosa de todas las que están siendo investigadas en la actualidad. Los trabajos comenzaron en 2017, cuando un equipo de historiadores se encargó de las tareas de localización y delimitación.
Un año después se inició la recogida de muestras de ADN de familiares de los represaliados, tanto de Sevilla como de otras provincias españolas, e incluso de Francia. Comenzó entonces la tramitación de los trabajos de exhumación en este cementerio que recibió ayer la visita de la vicepresidenta primera del Gobierno, ministra de la Presidencia, y Memoria Democrática, Carmen Calvo. "Esta fosa nos obliga a trabajar de manera cooperativa y leal por la dignidad de la democracia, para agradecer a las familias que durante tanto tiempo han esperado en silencio a que el Estado respondiera a un derecho principal y humano que es el de poder identificar a sus familiares", aseguró.
Acompañada por otras autoridades, la ministra tuvo ocasión de seguir de cerca este proyecto de recuperación de la memoria histórica, que avanza de la mano de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, encargada de llevar a cabo los trabajos debido a su contrastada experiencia en este campo.
LAS VÍCTIMAS La fosa cuenta con una dimensiones de 671,34 metros cuadrados y una profundidad de unos cuatro metros. En suma, un total de 2.685 metros cúbicos que albergan a 1.103 personas represaliadas, según la investigación del historiador José Díaz Arriaza, que ha servido de base para estos trabajos. Entre las víctimas figuran miembros de la Corporación municipal de Sevilla, así como destacadas personalidad de la ciudad y la de la comunidad autónoma andaluza.
Los restos humanos hallados no dejan lugar a dudas. Muestran huellas de violencia que los identifican como víctimas de la represión franquista. "Se concluye la disposición del espacio como una tumba colectiva", con la localización de restos humanos prácticamente a ras de superficie debido a la colmatación del espacio.
La cuantía del contrato da muestra de la envergadura del trabajo. Ha tenido una licitación que asciende a 1,1 millones de euros y se realizará "con las máximas garantías de rigor científico", a través de la Sociedad Aranzadi.
El proyecto se desarrollará a lo largo de cuatro años y en tres fases. En opinión de Calvo, la memoria, la justicia y la paz son un política "obligatoria del Estado en defensa de los derechos humanos, para arrojar todavía mucha verdad sobre el pasado", subrayó. "Tenemos que hacer todos un esfuerzo. Hay que trabajar para que las personas más mayores pueden terminar sus vidas sabiendo que sus familiares han sido identificados y recuperados", enfatizó.

El fusilamiento del comandante Leret, el primer oficial leal a la República fusilado por los golpistas.





"Acabamos de fusilar al capitán"

El primer oficial asesinado por las tropas franquistas fue un precursor del motor a reacción


BRAULIO GARCÍA JAÉN
El 17 de julio de 1936 era viernes, los aviones de la base militar de Hidros del Atalayón, en Melilla, estaban desmontados para una revisión mecánica y la mayoría de la tropa, de permiso. El soldado Eduardo Sánchez disfrutaba del suyo en el bar que sus padres tenían en la ciudad. Pero recibió la orden de que tenía que volver al cuartel, a donde llegó en bicicleta a media mañana del día siguiente: "La carretera estaba sembrada de muertos", recuerda su viuda, la poetisa Angelina Gatell. El soldado Sánchez encontró la base tomada por las tropas franquistas y a su mejor amigo, en un rincón de los hangares, sentado en el suelo, llorando y visiblemente "perturbado": "Acabamos de matar al capitán Leret", le dijo. Había empezado la Guerra Civil.
"A mi padre lo fusiló un pelotón que obligaron a formar a sus propios soldados", dice Carlota Leret O'Neill, la hija menor de Virgilio Leret Ruiz (Pamplona, 1902-Melilla, 1936), el primer oficial fusilado por los golpistas, aviador e ingeniero y uno de los precursores del motor a reacción. Algo que su hija, que vive desde finales de los años cuarenta en Caracas, Venezuela, no supo hasta hace ocho meses gracias a Gatell (Barcelona, 1926), que le escribió para contárselo. Esta semana se ha estrenado un documental (en el Círculo de Bellas Artes y en Euskal Telebista), Virgilio Leret, el caballero del Azul, que rescata la vida y la personalidad de este militar fiel a la República y pionero de la aviación.
Patentó su motor en 1935, cuatro años antes del primer vuelo a reacción
El documental enfoca, además de la lealtad republicana de Leret, que defendió la base hasta quedarse sin munición, su talla intelectual y científica. El primer avión con motor a reacción, diseñado por el alemán Hans von Ohain, voló en agosto de 1939, al filo de la Segunda Guerra Mundial. Cuatro años antes, sin embargo, el propio Leret ya había patentado su invento en España y, de no ser por que la Guerra Civil estalló ese verano, habría empezado a construirlo en septiembre de 1936. "Azaña tenía mucho interés en que se empezaran a hacer las pruebas de lo que habría sido el primer motor a reacción del mundo", cuenta Carlota. En 2008, la Fundación Aena, que ahora ha producido el documental junto a la televisión vasca, organizó una exposición en torno a los descubrimientos de Leret. El caballero del Azul es el pseudónimo con el que firmó un libro de relatos.
Carlota Leret, que se resiste a confesar su edad: "¡Casi cien años!", dice riéndose, emprendió un viaje decidido a rescatar la memoria de su padre tras el fallecimiento de su madre, la escritora de origen mexicano Carlota O'Neill, en 2000. Después de encontrar el registro oficial de la patente, Leret O'Neill regresó a Melilla, donde la Guerra la había sorprendido junto a sus padres y su hermana mayor, para rastrear la tumba y las circunstancias de la muerte de su padre, jefe de la zona oriental de las Fuerzas Aéreas en África.
Según un informe secreto, fue fusilado «semidesnudo y con un brazo roto»
El expediente oficial que halló, donde se relata que había sido fusilado cinco días después del comienzo de la Guerra, resultó falso. Un informe secreto elevado por un teniente huido del bando nacional al Partido Comunista en 1937, y que un mando militar actualmente en activo le remitió luego a Carlota Leret, así lo revela: "El capitán Leret fue pasado por las armas al amanecer del 18 de julio, semidesnudo y con un brazo roto." Junto a él fueron fusilados dos alféreces: Armando González Corral y Luis Calvo Calavia.
La tumba del cementerio sobre la que años atrás ella misma había depositado un ramo de flores, tampoco alberga el cuerpo de su padre. El soldado Sánchez siempre recordó las palabras de su amigo y así lo contó a sus hijos y a su mujer: que al cadáver de Leret se lo habían llevado aquella misma mañana en un camión. "Eso de que lo enterraron en un cementerio es mentira", asegura a Público su ahora viuda, Angelina Gatell.
Carlota O'Neill (Madrid, 1905-Caracas, 2000) fue encarcelada en Melilla y sus hijas enviadas a un colegio de huérfanas militares en Madrid. En la cárcel recibió la maleta que contenía los planos y la memoria del motor turbocompresor, consiguió sacarlos envueltos en ropa sucia y ponerlos a salvo en casa de una compañera presa. Ya en libertad, en el otoño de 1941, la autora de Una mujer en la guerra de España entregó los planos al agregado aéreo de la Embajada británica en España. "Mi madre pensó que los planos podían ayudar a los aliados, que estaban perdiendo la guerra", cuenta Carlota, en su casa de Madrid. Él murió poco después en el frente de la II Guerra Mundial.
Carlota O'Neill, junto a sus hijas, se exilió a Venezuela en 1949. Más de 20 años después, escribió al Foreing Office británico para reclamar los planos. Murió sin obtener respuesta. El primer avión con motor a reacción británico, diseñado por Frank White,despegó en 1942. De no haber sido por la Guerra Civil, cuenta el ingeniero aeronáutico Martín Cuesta Álvarez en el documental, quizá ese "honor" habría correspondido también al capitán Virgilio Leret.

https://elalminardemelilla.com/tag/angelina-gatell/


El fusilamiento del comandante Leret




Carlota Leret en el osario militar
        Testimonios del asesinato del Comandante Virgilio Leret Ruiz, Jefe de las Fuerzas Aéreas de la Zona Oriental de Marruecos al amanecer del día 18 de julio de 1936
Testimonio que en su oportunidad, el soldado Eduardo Sánchez Lázaro, soldado activo en la Base de Hidros del Atalayón, dio a su esposa Angelina Gatell sobre el asesinato de Virgilio Leret Ruiz. 
       Conocí al que años después sería mi marido en 1947, en casa de unos amigos que se convirtieron muy pronto en las personas, ajenas a mi familia, más importantes de mi vida. Nuestra amistad se fue estrechando y sólo acabó con su muerte. Y ni aun así, porque están siempre presentes en mí. Él, hombre cultísimo, había sido capitán del ejército republicano y, terminada la guerra, pasó algunos años en campos de concentración o de castigo. Ella, María de Gracia Ifach –seudónimo que utilizaba como escritora-, fue una de las primeras biógrafas de Miguel Hernández, al que había conocido durante la guerra en Valencia, en el círculo internacional de Intelectuales Antifascistas. A aquella casa, junto a escritores consagrados, acudíamos los jóvenes que aspirábamos a serlo. Fui acogida en ella y querida entrañablemente por sus dueños. Les debo mucho. Orientaron mis lecturas. Pusieron a mi alcance bienes que mis padres, modestos obreros maltratados por la vida y por sus tendencias izquierdistas –mi padre fue un sindicalista duramente represaliado- nunca hubieran podido darme.
Entre otras personas conocí en aquella casa a varios jóvenes melillenses que viajaban  con frecuencia a Valencia. Dos de ellos, el poeta Miguel Fernández y el director teatral y de T.V. Juan Guerrero Zamora, fallecidos ambos, figuran hoy entre los hijos ilustres de Melilla. Publicaban una revista de poesía y en ella aparecieron mis primeros versos, no sé si por merecimiento o por el interés que por mí sentía su director, poeta que andando el tiempo, ya en Madrid, también alcanzaría merecida consideración. Con él llegó un día a la casa de nuestros amigos el que andando el tiempo sería mi marido. Eran muy amigos. Ambos pertenecían al grupo intelectual melillense. Conocí a Eduardo vestido con el uniforme de aviación. Era sargento, a punto de ser ascendido a brigada. Por aquellos días acababa de pedir su traslado a Valencia por razones que más tarde conocí. Su uniforme despertó en mí un rechazo que no traté de ocultar en ningún momento. Pasó mucho tiempo antes de que supiera, por boca de nuestro anfitrión, Francisco Ribes, que Eduardo  estaba viviendo una época terrible: la tuberculosis que por aquellos días hacía estragos, se había llevado a dos de sus hermanas, otra estaba muriendo en un sanatorio de Melilla, su mujer, -se había casado en Madrid al terminar la guerra-, estaba ingresada en Valladolid en una clínica del Aire, sin esperanzas de curación y su hijo, de apenas dos años, acababa de morir en Valencia adonde él había pedido ser trasladado para que un hermano suyo que vivía allí, se hiciera cargo del pequeño.  Me impresionó, naturalmente, como todos aquellos dramas de la posguerra de difícil olvido. Nos veíamos alguna vez, en las reuniones que nuestros amigos organizaban y donde tuve la suerte de conocer a muchas personas importantes. Entre ellas, a alguien del que tal vez oíste hablar en Caracas, pues allí se refugió y allí murió años más tarde. Era un poeta muy amigo y querido por nosotros: Pascual Plà y Beltrán.
Con el tiempo, se produjo un acercamiento amistoso entre Eduardo  y yo. A los dos nos gustaba mucho el teatro –de hecho yo trabajaba en una compañía semi-profesional-, y, a instancias de nuestros amigos creamos un grupo de cámara que tuvo cierto prestigio y que, unido al Premio Valencia de Poesía que me fue concedido en 1954 hizo que mi nombre no fuera desconocido en Valencia.
Y fue precisamente en 1954 cuando Eduardo y yo nos casamos. Su esposa había fallecido unos años antes. Cuando me propuso matrimonio yo puse una condición: que dejara el ejército. Nunca me casaría con un suboficial del ejército franquista. Aceptó, no sólo porque yo así lo quise, sino también porque él nunca se sintió cómodo, pero las circunstancias familiares que te he referido lo obligaron.  Su falta de recursos económicos sólo era comparable con la mía.
El dinero obtenido con mi premio nos permitió un modesto viaje de bodas. A Melilla. Allí estaban los padres de él, viviendo de un modestísimo bar en un lugar llamado El Mantelete, en el puerto, a los pies  de Melilla la Vieja, al lado de la Ensenada de los Piratas. También tenía allí un hermano, y la única hermana que se había salvado de la tuberculosis, casada  con un oficial de aviación.
Allí, en Melilla, Eduardo me habló del capitán Leret. Comprendí inmediatamente  la impresión que su asesinato le había causado. Y supe que no lo había olvidado ni lo iba a olvidar. Se reencontró con algunos antiguos compañeros y el recuerdo de tu padre estuvo presente muchas veces en nuestras conversaciones. Me di cuenta del recuerdo que había dejado en Melilla. Del afecto y admiración que sentían por él –las personas que yo trataba, claro-, y la indignación que suscitaba aún su asesinato. Yo le pedí ir a la Base de Hidros, que por entonces había sufrido ya muchas modificaciones, pero que, aun así, quería conocer. Se negó rotundamente, pese a que estuvimos  varias veces en Nador donde tenía una prima. Me dijo que nunca más pisaría aquel lugar.
En nuestros largos paseos por Melilla, Eduardo me habló muchas veces de lo ocurrido en aquellos días de julio de 1936. Él estaba de permiso en casa de sus padres cuando recibió la orden de presentarse inmediatamente en la Base. Delante mismo del bar de sus padres estaba la comisaría de policía y creo que fue a través de su teléfono que se pusieron en contacto con él desde la Base. Pero él había salido con sus amigos y volvió a casa muy tarde. Sólo entonces supo que le ordenaban volver y muy vagamente la policía le habló de un asalto a la Base. Las noticias eran muy confusas y nadie sabía nada concreto. Tampoco había medios de transporte, debido a la hora. Sin saber qué hacer, se puso en camino hacia Nador, andando. No sé, no recuerdo, cómo llegó hasta allí y, desde allí, creo que con una bicicleta que le prestaron sus familiares, fue hacia la Base. Empezó a ver cadáveres por la carretera, gente que parecía huir, camiones. Estaba aterrado. No sé a qué hora llegó a su destino, a media mañana, creo. El espectáculo era sobrecogedor. No sabía qué había ocurrido en realidad ni quienes habían provocado aquel desastre, ni cómo se había resuelto el problema. Todo era un caos. Al llegar entró en uno de los hangares medio derruido. Allí, caído en un rincón, encontró a un amigo suyo completamente derrumbado, sin fuerzas para levantarse. Era un chico tan joven como él, 20 años. Eduardo le preguntó si estaba herido. El chico negó mientras balbuceaba: “Hemos fusilado al capitán Leret” –le dijo. No lo tengo muy claro, han pasado muchos años y he olvidado cosas, pero creo que el pobre muchacho había sido obligado a formar parte del pelotón de fusilamiento. Le dijo que se habían llevado su cadáver en un camión.
Es todo lo que sé. Lo oí repetir docenas de veces durante años. Puedo haber olvidado algunos detalles, pero lo que sé muy cierto –siempre por medio de mi marido-, es que era la mañana del 18 de julio, sábado, y que el asesinato se había producido al clarear el día. No sabía –o quizá lo olvidé si alguien me lo dijo, que fue a la muerte semidesnudo y con un brazo roto. Lo leí, sí, en el libro de tu madre y me hizo pensar en las muchas veces que yo soñaba con mi hijo durante los 44 días que no supe de él. Afortunadamente, los sueños que yo tenía no se cumplieron, fueron sólo producto de mi desesperación. Por desgracia, en el caso de tu madre fueron una premonición.
El resto de las cosas ocurridas en la Base las conoces mejor que yo. El desconcierto, el horror, el miedo.
El muchacho aquel y mi marido se juramentaron para huir a la zona republicana. No fue posible. Melilla era como una cárcel. Además, aquel pobre chico murió pronto, no sé cómo. Después, Eduardo fue trasladado a Salamanca. Lo único que le hizo más llevadera su situación, dramática y contradictoria, es que nunca entró en combate. Pasó la guerra en oficinas, en armamento.
Como ya te he contado, siempre recordó con cariño y dolor al capitán Leret. Habló de él a sus hijos muchas veces.  En nuestras frecuentes conversaciones evocadoras de toda aquella tragedia, obsesivamente rememorada, afloraba su nombre, como el de tantos que siempre tuvimos presentes, como el de mi hermano, del que ya te he hablado, como el de un tío mío, muerto en 1941 víctima indirecta del franquismo, como el de todos los que perdimos, entre ellos, mis amados poetas Federico, Miguel Hernández, con cuya familia estuve muy vinculada, y tantos, tantos…
Por cierto, en los documentos que me envías aparece un nombre que me ha sobresaltado, el de Lorenzo Asensio Martínez, asesinado también en la Base, poco después que tu padre. Verás: En 1959 mi marido, mi madre –mi padre había muerto ya- , mi hijo, que tenía entonces cuatro años, y yo nos trasladamos a Madrid. Nuestra vida en Valencia iba siendo cada vez más difícil. Pese a mis premios, a mi preparación, a mi buen nombre, me negaron todos los trabajos que podía desempeñar. Estaba considerada “conflictiva”. Sólo una vez. el periódico Las Provincias, me encargó una serie de reportajes sobre Melilla –otra vez Melilla-. Lo hice poniendo en ella todo mi empeño: 20 reportajes hablando de costumbres, mercados, paisajes, o sea que sin mencionar nada que impidiera su publicación. Empezaron a salir a diario. Sé que gustaban, pero, al quinto, me llamaron al despacho del director: Lo sentían mucho, pero…
No sabíamos cómo subsistir. Mis queridos amigos Ribes –con problemas similares a pesar de pertenecer a una importante familia valenciana, incluso con título nobiliario- se encontraban en la misma situación y se vinieron a Madrid, contratado él por una editorial  creo que latinoamericana. Todos nuestros amigos de Madrid nos llamaban, entre ellos nuestro querido  Buero Vallejo. Nos vinimos. Mi marido obtuvo un modesto empleo en la misma editorial que nuestro amigo. Yo conseguí una prueba en un estudio de doblaje de películas. Me contrataron. Poco a poco, empezamos a ver una luz entre tantas sombras. Publiqué libros, artículos, guiones en T.V, hice innumerables traducciones. Adquirí un pequeño, modestísimo nombre, como modesta fue siempre y sigue siendo mi vida. Pero, nada que ver con el pasado.
Eduardo, no sé si casualmente o por indicación de algún amigo, se reencontró con un antiguo compañero de la Base. Melillense como él. Había abandonado también el ejército y tenía una tienda de fotografía y material fotográfico muy cerca del café Gijón. Iba a nacer mi tercer hijo y ese amigo se empeñó en apadrinarlo. Fue en 1965. Yo me opuse. Aquella persona no me gustaba. Era frívolo, sin preocupaciones. No hablaba de la situación que vivíamos, no daba opiniones. Sí recordaba a tu padre con respeto pero, en mi opinión, con una cierta distancia.  Lo mismo que al referirse a todo lo que habíamos vivido, que seguíamos viviendo. Y, ante mis frecuentes y vehementes comentarios,  callaba, sólo sonreía. Le dije a mi marido: “Juan es franquista o poco menos”. “No –me contestó Eduardo-, eso no, pero las cosas le han ido bien y eso hace que algunas personas cambien- y añadió como aportando un argumento absolutamente irrebatible-: Un hermano suyo murió también en el Atalayón-“. El que fue padrino de mi hijo se llamaba Juan Asensio Martínez. Entre los nombres de los fusilados en julio de 1936 hay, según me dices, un Lorenzo Asensio Martínez. ¿Sería su hermano?
En cuanto a su pensamiento político, si es que lo tenía, si no franquista, por lo menos  era tolerante con el franquismo.  No me equivoqué.
Me he extendido demasiado. Discúlpame. Quizá te he contado cosas que no te interesen ni añadan nada a lo que esperas que te diga. Sólo te servirán para tener una idea de mi charlatanería. Estoy escribiendo una especie de memorias y eso hace que las palabras se me enreden como las cerezas. He visto tantas cosas ya…  No sé si te dije que, a hombros de mi padre, vi en las Ramblas Barcelona,  la proclamación de la República. Todo un privilegio del que pocos ya  pueden presumir.
   En cuanto a las anécdotas que me piden, ahí van las que recuerdo:
El capitán Leret nunca tuteaba a los soldados. Los trataba con un respeto poco usual en el ejército.
Gracias a él, la mesas del comedor de los soldados, estaban cubiertas con manteles. No sé si serían de tela o de hule, pero su aspecto era curioso,  ocultaba la madera tosca de que estaban hechas y les daba una cierta calidez. También disponían de servilletas, cosa insólita  en el ejército.
Una vez, un muchacho protestó por la comida. El cabo que ese día estaba encargado de servir y hacer guardar el orden en la mesa, lo mandó callar, sin duda más por miedo que para quitarle la razón. Acudió, creo,  un sargento con ínfulas de jefe, bien dispuesto para el grito y posiblemente para algo más. El chico que protestaba no se arredró. Hasta la mesa de oficiales –no sé si separada sólo o situada en otro comedor contiguo- llegó la trifulca. El capitán Leret llamó al sargento y le preguntó qué pasaba. Al saber la causa de la protesta, el capitán quiso probar la comida del soldado. “Es la misma que come usted, mi capitán” –arguyó el sargento-. “No importa, quiero probar la de su plato. Tráigamelo”. Algo cortado, el sargento llamó al chico y le ordenó que trajera su plato. En efecto, la comida, aparentemente era la misma, pero, al probarla, el capitán ordenó retirar inmediatamente todos los plato servidos a la tropa y mandó servir patatas fritas y huevos. La comida podía tener los mismos ingredientes pero no hay duda de que el sabor debía ser muy otro.
Otro día, unos chicos recién llegados a la Base cometieron alguna falta y fueron castigados –era domingo- a no ir a la ciudad y a quedarse a barrer los hangares. Resignados, emprendieron la tarea. De pronto, apareció en la puerta alguien a quien creyeron un soldado más. Vestía un mono blanco, quizá como el de ellos, no sé. Uno de los chicos tiró la escoba diciendo: “Pues yo, si este no barre, tampoco pienso hacerlo”. El recién llegado, sin abrir la boca, cogió una escoba y empezó a barrer. Estaban en plena faena cuando apareció un sargento, un cabo o un veterano no sé. Se llevó las manos a la cabeza. “Pero…¿qué hace, mi capitán?” Sólo entonces los castigados supieron el rango del espontáneo barrendero: era el capitán Leret.
Otra vez pasó algo parecido. Iban varios camiones en fila, no sé adónde ni por qué. El terrero era abrupto, había llovido y el camión que iba delante se atascó. Se pararon todos los camiones y los hombres bajaron. Hubo un momento de desconcierto al no poder poner en marcha al camión causante del problema. “¿Qué hacemos?” –preguntó uno de los soldados. “Esto” contestó el capitán Leret empujando con el hombro la parte trasera del camión. Inmediatamente los demás siguieron el ejemplo y entre todos salieron del apuro. El capitán, en ningún momento abandonó su puesto detrás del camión.
     Es cuanto sé. Lo que mi marido contaba, más o menos con estas mismas palabras. Tal vez olvido algo. No sé. Han pasado casi sesenta años desde que se lo oí contar. Y tal vez olvido cosas, pero lo que te cuento es exacto. Lo oí docenas de veces. Yo no sé los demás, amiga, pero Eduardo llevó siempre a tu padre en su recuerdo y, estoy segura, en su corazón.
    PD: Resulta difícil poner una post data a un texto así, proporcionado por Carlota Leret.  Carlota ha removido cielo y tierra y no ha conseguido un solo papel sobre el juicio y causa seguida contra su padre. De la inexistencia podemos deducir dos cosas, una que fue ejecutado sin juicio, y segundo que la verdad sigue siendo ocultada. Virgilio Leret fue el primer defensor de La República, el primero que hizo frente a los sublevados. Fue asesinado en la mañana del día 18, y nadie quiso con posterioridad, rehacer por escrito, la farsa de un juicio que nunca llegó a celebrarse.NFORMAR DE ESTE ANUNCIO