divendres, 12 d’agost del 2022

Tomar el sol sobre las víctimas del franquismo

https://www.eldiario.es/illes-balears/sociedad/sol-victimas-franquismo_1_9151468.html 


La popular playa de Sa Coma (Mallorca), llena de turistas y locales, es una fosa común del franquismo.

Martí Gelabert

Sa Coma (Mallorca) — 

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Madrugada del 16 de agosto de 1936. Una expedición de milicianos republicanos liderados por el comandante Alberto Bayo desembarca en la costa este de Mallorca. Aquella siguiente tarde, como todos los días que prosiguieron, el calor también es sofocante. La guerra aprieta con fuerza. Mallorca, ese paraíso idílico que hoy se vende al mundo, no lo ha sido siempre. También vio bombas caer. 

El turismo y la construcción acentúan la imparable erosión de las playas de Balears

El turismo y la construcción acentúan la imparable erosión de las playas de Balears

En el municipio de Sant Llorenç des Cardassar, y más concretamente en Sa Coma, un día de verano como aquel, pero 86 años más tarde, hoy se oye la música a toda tralla desde el Hotel Gran Playa. No es el único con los altavoces a reventar. Son los hits del verano. Suenan cajas, autotune y bombos donde durante semanas se oyeron bombas. 

El olor a crema solar que se arrastra por las calles, derretido también por el calor, sustituye al olor a metralla de esos días de guerra, cuando Bayo y sus tropas pisaban tierra. Los gritos de niños en las piscinas no tienen nada que ver con los de aquella época: los del conflicto, de la persecución, del fascismo. Caminar por Sa Coma es entender en qué se ha convertido Mallorca y las Illes Balears –un territorio que vive por el turismo–, pero para muchos de los que la visitan es desconocer la crudeza de su pasado. 

Llegando a la playa se combinan tres imágenes. Por un lado, los rastros de una naturaleza que ya ha perdido su virginidad, pero que quiere resistir. Allí, aún, no todo es cemento al ras de la costa. Por otro, los carteles luminosos de la comida rápida y los chiringuitos, junto a unas galeras que arrastran los caballos asfixiados por el sol para agradar la visita a los turistas. Y, por último, un mar que en invierno es transparente y solitario y que en verano empieza a ser más turbio y masificado. Vinieron barcos de guerra en 1936. En el verano de 2022, unos jóvenes practican parasailing

Es allí, en la arena que se engancha entre los pies de los visitantes y algunos locales, donde pervive un pasado que algunos han querido ocultar, pero que otros luchan para que sea desenterrado. Es donde los gritos que se oyen desde el mar y el ruido de las barcas recreativas se contraponen a un silencio que el franquismo quiso y quiere eterno: el de las fosas. 

– ¿Sabías que aquí hay, probablemente, muchas víctimas de la guerra enterradas?

– ¿¡Qué!?

La sorpresa es constante, pero las toallas y sus dueños se estiran sobre las tumbas, de momento anónimas. “Cuando abres una fosa encuentras la verdad. Los muertos te hablan y te lo dicen. Le escupes a la cara a la gente lo que pasó. Cuando ves los restos de los cuerpos con las manos atadas o impactos de bala en el cráneo, tienes una evidencia irrefutable de lo que pasó”, cuenta la presidenta de la Associació Memòria de Mallorca, Maria Antònia Oliver. “Significa rescatar la memoria que han querido soterrar siempre las fuerzas de ya sabemos quién”, prosigue. Es decir, abrir fosas es, también, acabar con el anonimato de tantas muertes.

El plan de fosas

Este es el principal objetivo del Govern de les Illes Balears, que en línea con los tres planes de fosas que se han llevado a cabo durante las dos legislaturas en las que gobierna el pacto de izquierdas, ya prepara el cuarto. Es el que completará un ciclo de localización de fosas, de documentación, de intervención, de identificación y de entrega de los cuerpos a sus familias, si es que se llega a tiempo. Porque se ha hecho tarde.

Lo reconoce el vicepresidente del Govern y conseller de Transición Energética y Memoria Democrática, Juan Pedro Yllanes: “Hemos llegado tarde, es evidente. Tenemos más de 40 años de democracia. Era un trabajo que se tendría que haber hecho antes”, comenta a elDiario.es. Ahora, con el IV plan de fosas, se pretende haber intervenido en todas las que están documentadas en las Balears. Y una de ellas, muy importante, es la de la playa de Sa Coma. 

“Era necesario llegar hasta aquí. Hasta ahora, habíamos buscado víctimas directas de la represión, las que no habían entrado en combate. Pero ahora buscamos gente que ha estado en el frente de guerra, como las cinco enfermeras milicianas que asesinaron. Son doble víctimas: en combate y desaparecidas de manera involuntaria”, señala Oliver. En la misma línea se expresa Yllanes: “No son exactamente fosas de la represión, pero sí derivadas de un hecho de guerra como es el desembarco de las tropas de Bayo para devolver la legalidad republicana a la isla de Mallorca”. Además de la de Sa Coma, también se prevé excavar otras fosas de la zona y relacionadas con los hechos: la del Hospital de Sang, la de Son Carrió (hasta donde llegó el frente de guerra en términos de profundidad) y la de Son Escrivà.

En total se han invertido 1,8 millones de euros para la recuperación de víctimas en Balears, más los que supongan en el IV plan, que también se centrará en la puesta en valor de los objetos que se encuentran junto a los restos, destaca Yllanes. “Además se crearán una serie de estudios importantes desde el punto de vista jurídico y psicológico para poder hablar de los orígenes y las consecuencias de toda esta política de represión que se dio en el bando franquista”, comenta, con la intención de “trasladar a las futuras generaciones lo que supuso la represión y la guerra en Balears, como el episodio más crudo y violento que fue el desembarco de Bayo”. 

El desembarco

Desde Cala Romántica hasta Sa Coma –en unos 14 kilómetros de largo por toda la costa– se asentaron los milicianos de Bayo. La mayoría eran catalanes, pero también había mallorquines, menorquines y hasta rusos, búlgaros o franceses. “Era una guerra ideológica contra el fascismo”, explica Antoni Tugores, historiador que ha estudiado a la perfección los hechos y que ha colaborado en las tareas de identificación de las fosas relacionadas con este episodio. En el frente de guerra, habría unas 6.000 o 7.000 personas, de las cuales 400 eran mujeres. Cinco de ellas enfermeras catalanas cruelmente violadas y asesinadas. 

Según Tugores, el plan inicial era conquistar Manacor, en manos franquistas. Esperaban que el mando nacional se rindiera. “Era lo más lógico, tenían ocho aviones, barcos de guerra con artillería y muchos milicianos. En Porto Cristo sólo había 25 hombres nacionales”, relata. Pero allí, en el puerto, el incivismo y la dispersión de los milicianos fueron sus propios enemigos: “Cuando quisieron llegar a Manacor, se encontraron con una oposición muy fuerte. Ya no avanzaron más, ni llegaron”. Durante días hubo un cierto equilibrio de fuerzas, pero cuando llegó la moderna aviación italiana, “en cuestión de horas había inutilizado los hidroaviones de los republicanos y la superioridad nacional era clara”. 

Fue 19 días después, entre el 3 y el 4 de septiembre, que Bayo recibió órdenes de reembarco. Seguramente, según Tugores, porque no se quería entrar en guerra con los italianos y “tampoco consideraban Mallorca de ningún valor estratégico, cosa que fue un error gravísimo, ya que el este de Mallorca se convirtió en un gran puerto de aviones que bombardeaban a diario a Catalunya y al este peninsular republicano”. La misión fue un fracaso.

Durante las semanas que duró, los republicanos se instalaron en el lugar como pudieron. En barracones y, además de cerca del Hospital de Sang, en las casas de Sa Coma. “La playa es un lugar donde hubo víctimas y, además, es un lugar de fácil entierro”, prosigue Tugores. Es ahí donde choca la memoria con la imagen del turismo de hoy día. Memòria de Mallorca lo tiene claro: “Los muertos están en una playa donde va la gente y toma el sol encima. ¿Qué respeto es este? Además, sin conocer la verdad. La verdad existe soterrada en esta isla y parece que no quiere salir”, subraya Oliver. Considera que, al menos, la zona tendría que estar señalizada por respeto a la víctimas, y que se debe intervenir cuanto antes mejor. 

Los muertos están en una playa donde va la gente y toma el sol encima. ¿Qué respeto es este? Además, sin conocer la verdad. La verdad existe soterrada en esta isla y parece que no quiere salir

Maria Antònia Oliver  Presidenta de la Associació Memòria de Mallorca

Las víctimas enterradas

Desde que se han excavado fosas, en Balears se han podido recuperar los restos de 220 personas asesinadas durante la Guerra Civil y durante el franquismo. De todos estos, se han identificado 40 personas y se han devuelto los restos a 35 familias. Para Tugores, avanzar en esta dirección significa “cerrar el ciclo de dolor de toda una vida”, ya que también hay “muchas familias pendientes de estas excavaciones; es un último consuelo poder identificar a un familiar y enterrarlo de manera digna”.

Como Yllanes, él cree que se ha llegado tarde. También por parte de los historiadores: “Si nos hubiéramos puesto en los años 60, muchos documentos no se habrían destruido”, reconoce. Y sobre todas estas víctimas, Oliver reconoce que aún “no sabemos ni tan solo la certeza de dónde están, ni sus nombres. Son desaparecidos en combate que ni el franquismo ni la democracia se han planteado buscar y devolver a la sociedad”. 

Tugores insiste en la idea de que, aunque se vayan a abrir las fosas, “no se puede asegurar absolutamente nada”. Si bien hay optimismo con que se encuentren restos en la playa de Sa Coma –de hecho, el paso del tiempo ha ido descubriendo alguno de ellos que turistas han encontrado–, ni se puede establecer un número concreto de personas que se vayan a encontrar. “Creo que será difícil localizar a mucha gente”, reconoce, ya que las fosas están muy dispersas por los 14 kilómetros del frente. Además, explica que hay testimonios que relatan como, en muchas ocasiones y debido al fuerte calor, para evitar la putrefacción al aire, se enterraban muchos cuerpos uno a uno, en el lugar donde morían.

En la playa, aun así, Tugores dice que podría haber resultados positivos. Allí puede haber víctimas de distintos perfiles: los que desembarcaron muriendo en un acto de guerra; expedicionarios republicanos fusilados por su bando (por indisciplinas, por ejemplo); nacionales fusilados después de ser prisioneros; aquellos olvidados en el mar, y, también, todos los que en el momento de la retirada de tropas no llegaron a tiempo y se quedaron en tierra. Según algunas fuentes, serían entre unas 200 y 240 personas. “Se ejecutarán donde se les coja”, se lee en algunos de los textos consultados por el historiador. “Es fácil pensar que fueron enterrados dentro de la playa, hay testimonios que lo dicen”, advierte. Eso sí, la facilidad o dificultad de encontrarlos también dependerá de los cambios producidos por agentes naturales, como fuertes tormentas. 

La concordia, cuando se hayan devuelto los restos

El exjuez y ahora vicepresidente del Govern de les Illes Balears, Juan Pedro Yllanes, asegura que “mientras haya gente que no pueda recuperar los restos de sus familiares represaliados y, por lo tanto, estas personas no pueden decidir su destino final, difícilmente se podrá hablar de cerrar heridas”. Por eso, asegura que hasta que no se complete esta tarea, no se podrá hablar del siguiente paso: “La concordia”. “Vincular que la transición fue perfecta y, por lo tanto, ya no se puede hablar de víctimas de un bando u otro, porque hemos llegado a un punto de concordia perfecta y feliz, no es posible”, recalca. 

Balears es una de las comunidades pioneras en la apertura de las fosas. “Somos un ejemplo para el resto de territorios”, apunta Yllanes, a la vez que cree que es “perfectamente factible localizar a las comunidades autónomas que no quieren trabajar o lo quieren hacer de manera puramente simbólica y a las que tienen un compromiso importante de recuperación de la memoria democrática, como Euskadi, el País Valencià o las mismas Balears”. Por eso, al Govern balear también le urge completar todo este trabajo: el año que viene hay elecciones y puede cambiar el color político. “Es evidente que a un partido como el PP no le gusta la memoria democrática y que a Vox no le gusta nada”, resalta.

En esta línea, recuerda que “la extrema derecha siempre ha estado presente en nuestras vidas” y que, aunque hasta ahora no había tenido representación parlamentaria en Balears, ahora sí. “Hay gente que aún piensa en Franco, que es un señor que murió en 1975. A estos no les gusta que se trabaje por la memoria democrática; porque hacen una interpretación de la historia que nada tiene que ver con lo que tenemos. He escuchado representantes de la extrema derecha, o incluso del Partido Popular, hablar de la Guerra Civil como si hubiera sido un accidente”, sentencia.

Mientras Yllanes hace estas reflexiones, en la otra punta de la isla, en Sa Coma, sigue sonando la música. Y cada día por la playa aparece gente nueva. En el mar se ven decenas de cabezas refrescándose. Y en la arena, de momento, se ven cientos y cientos de turistas bronceándose sobre los restos de una guerra. Pronto se espera ver los restos de una guerra que hablarán por sí mismos y tratarán de hacer “justicia”.

dijous, 11 d’agost del 2022

Los horrores de la cárcel franquista de Can Mir, donde quien tenía ‘suerte’ moría primero

 https://www.eldiario.es/illes-balears/sociedad/horrores-carcel-franquista-can-mir-tenia-suerte-moria_1_9220290.html


Una de las pocas imágenes existentes del interior de la prisión de Can Mir

Esther Ballesteros

Mallorca — 

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Quien tenía 'suerte', era asesinado el primero. Los demás debían contemplar aguardando su turno. En numerosas ocasiones, los verdugos no anunciaban quién sería el siguiente: caminaban lentamente por la nave, entre los presos, haciendo amagos de aproximarse a uno u otro, mofándose del terror que emergía en sus rostros, para darse después la vuelta. Otros recibían la notificación de su fusilamiento apenas unas horas antes de llevarse a cabo y, para incrementar la tortura, dejaban espacios de una hora entre ejecución y ejecución mientras la angustia se apoderaba de los reclusos. En la mayoría de los casos, no les permitían despedirse de sus familiares. Si estos querían recuperar el cuerpo, debían hacerlo mediante soborno.

El nieto de un fusilado por Franco: “Sé dónde está, es lamentable que no hayamos podido retirar sus restos”

El nieto de un fusilado por Franco: “Sé dónde está, es lamentable que no hayamos podido retirar sus restos”

A mediados de 1936, un almacén de maderas situado en las céntricas Avenidas de Palma –desde donde la ciudad comenzó a expandirse tras el derribo de las murallas renacentistas que la cercaban hasta bien entrado el siglo XX– se convirtió en una de las prisiones más oscuras y trágicas de la represión franquista en Mallorca. Ubicada en el mismo lugar donde en la actualidad se levanta la popular sala Augusta –a la cárcel se entraba por el mismo acceso que cada año atraviesan miles de cinéfilos–, albergó durante cinco años a más de 2.000 presos, la mayoría vinculados a asociaciones obreras y partidos de izquierdas. La nave, de unos mil metros cuadrados, llegó a confinar al mismo tiempo, en un “ambiente nauseabundo”, a 1.004 prisioneros “dando incesantes vueltas por aquel antro”, como dejó constancia uno de los internos que permaneció tras sus rejas, el músico, escritor y político Lambert Juncosa.

Con Palma como punto estratégico en el desarrollo de la guerra al servir de base naval y aérea de las tropas franquistas, las autoridades comenzaron a habilitar distintos espacios de la ciudad -y del resto de Balears- para utilizarlos como cárceles y depósitos de detenidos. Como señala el investigador Bartomeu Garí Salleras, miembro fundador de Memòria de Mallorca, en La repressió a Mallorca durant la Guerra Civil espanyola, la represión fascista en la isla fue planificada meses antes del conflicto y perfectamente ejecutada por falangistas, militares, autoridades civiles, redes clientelares de derechas, capellanes e, incluso, por familiares de las propias víctimas.

“Desde el mismo momento del levantamiento fueron encarcelados muchos políticos y funcionarios acusados ​​de izquierdismo o que no habían querido adherirse a la nueva situación. Se inició una auténtica caza de sospechosos, que serían fusilados sin contemplaciones en las cunetas de las carreteras o en las tapias de los cementerios, sin ningún tipo de juicio y sin ningún motivo o muchas veces por motivos inconfesables”, afirma Garí con base en lo arrojado en Guerra Civil i repressió a Mallorca, del historiador Josep Massot Muntaner, uno de los estudiosos que durante la Transición más se volcó en esclarecer cómo se desarrolló el conflicto bélico en la isla.

Se inició una auténtica caza de sospechosos, que serían fusilados sin contemplaciones en las cunetas de las carreteras o en las tapias de los cementerios, sin ningún tipo de juicio y sin ningún motivo o muchas veces por motivos inconfesables

Bartomeu Garí Salleras  Investigador

Can Mir, próxima a la estación del tren de Sóller y a la prisión provincial, esta última instalada en el convento de los Capuchinos, se convirtió en una de las cárceles más sombrías de la isla: sin apenas contacto con el exterior, los presos convivían sin ninguna condición higiénica ni sanitaria, bajo un frío extremo en invierno, con una nube permanente de polvo planeando sobre ellos, sometidos a una extrema presión psicológica y prácticamente en penumbra, porque las bombillas, en torno a las que revoloteaban los murciélagos, apenas iluminaban y los ventanales situados en la parte superior tampoco dejaban traslucir la claridad.

“Vivían sin ninguna condición de habitabilidad ni salubridad y muy pocos tenían derecho a salir al pequeño patio que había justo a la entrada. Entraban con lo puesto y algunos tenían que dormir con una manta en el suelo. La gente que entraba allí difícilmente podía salir: era una prisión destinada a eliminar físicamente a todas aquellas personas que el nuevo régimen consideraba que tenía que asesinar”, señala, en declaraciones a elDiario.es, el investigador Manel Suárez Salvà, autor del libro La presó de Can Mir. Un exemple de la repressió franquista durant la Guerra Civil a Mallorca, editado por Lleonard Muntaner. La repercusión de la obra fue tal que comenzaron a aflorar nuevos testimonios y datos que dieron pie a la publicación de un nuevo volumen, Suborns i tretes a la presó de Can Mir.

La comida, normalmente boniatos cocidos con la tierra aún adherida a la piel y huesos de vaca sin limpiar, les causaba malnutrición. “El alimento era tan pésimo que dudo de que muchos perros o cerdos lo hubieran querido probar”, relató otro de los presos, Josep Muntaner Cerdà, Fusteret, en sus memorias No eren blaves ni verdes les muntanyes. Los problemas de vista, la tuberculosis, las gastroenteritis, los problemas de riñones y algunos casos de demencia “ante la angustia y el terror de estar encerrados sin ver la luz del sol durante semanas y sin saber qué sería de ellos y de sus familiares” eran el pan de cada día en la cárcel de Can Mir. De puertas para afuera, cuando lograban comunicarse con su familia, intentaban ocultar la realidad de lo que sucedía en el almacén, mintiendo sobre las míseras condiciones en las que vivían y sobre el trato que recibían.

El alimento era tan pésimo que dudo de que muchos perros o cerdos lo hubieran querido probar

Josep Muntaner Cerdà  Preso en Can Mir

“Sé que muero siendo bueno”

Los cautivos intentaban, además, demostrar en todo momento su inocencia, especialmente en la última carta que se les permitía escribir horas antes de su fusilamiento. “Sé bien que muero siendo bueno y que no he cometido ningún delito, por eso es que no muero por la justicia sino por la bondad. Por lo tanto, os ruego que me tengáis presente toda la vida, igual como yo os tengo a vosotros”, manifestaba Antoni Amengual Morey, el 30 de octubre de 1936, en una misiva dirigida a sus padres. Tres horas después era fusilado en la tapia del cementerio de Palma.

Entre 1936 y 1937, la actividad más dura e intensa de la represión en Mallorca se centró en los hombres encarcelados en Can Mir. Allí se implementó y normalizó la práctica de las 'sacas': los presos eran 'liberados' y, conducidos bajo engaño por grupos de falangistas, acababan asesinados en las cunetas de las carreteras. Era el “juego macabro” de los represores, como señala Suárez. Cuando más tarde los familiares, en la creencia de que su hijo, hermano o marido continuaban presos, acudían a la cárcel para llevarles ropa limpia, los guardias les indicaban que habían sido liberados y que posiblemente habían huido a otro lugar, como así sucedió con Juan Cañellas Capllonch, miembro de UGT y presidente interino de la Casa del Pueblo en Esporles, calificado como “socialista peligroso”. De este modo, el crimen permanecía oculto.

Como explica el investigador, el poder adquisitivo de la familia determinaba, por 500 pesetas, la muerte o la puesta en libertad de los presos. Para ello, los guardias disponían de un sofisticado sistema de transmisión de información que permitía, en el mismo momento que el preso iba a ser 'liberado', avisar a sus allegados para que reuniesen la mayor cantidad de dinero posible y 'comprar' así la vida de su ser querido. Era una de las corrupciones que reforzaban la idea de que había listas previamente establecidas.

Las 'sacas' comenzaron a llevarse a cabo prácticamente desde el principio, pero se acentuaron a partir de septiembre de 1936 y se prolongaron hasta la primavera de 1937. ¿Qué sucedió en este periodo para que se incrementase esta práctica de exterminio? Suárez explica que en 1936 fue nombrado gobernador civil de Balears Mateu Torres Bestard, amigo personal de Franco y uno de los principales impulsores de las desapariciones forzosas en las islas, y Francisco Barrado Zorrilla como director de la Policía. “Estos dos individuos tenían una red de sobornos por el cual la vida de una persona valía 500 pesetas. Y durante su mandato, aparte de desplegar esta red, se dedicaron no solo a tolerar, sino a fomentar la práctica de las 'sacas'”, afirma el historiador.

No en vano, Torres Bestard llegó a dirigir una carta a Franco, fechada el 10 de septiembre de 1936, en la que se lamentaba del trato 'favorable' que recibían los presos: “Entre la enormidad de detenidos figura gente significadísima que hasta después de detenidos han hecho manifestaciones contrarias al movimiento y, nada, aquí costando un dineral su manutención. Menos mal que Falange hace alguna limpia [en alusión a las 'sacas']”, manifestaba en la misiva, recogida por Massot Muntaner en Guerra Civil i repressió a Mallorca. Finalmente, Torres Bestard y Barrado acabaron destituidos, siendo nombrado delegado de orden público Víctor Enseñat Martínez, quien manifestó entonces: “Se han acabado las noches lúgubres en esta casa”. Las 'sacas' y desapariciones ilegales tocaron a su fin, pero fueron sustituidas por las ejecuciones institucionalizadas y dictadas por los tribunales franquistas contra los desafectos al nuevo régimen.

Entre la enormidad de detenidos figura gente que hasta después de detenidos han hecho manifestaciones contrarias al movimiento y, nada, aquí costando un dineral su manutención. Menos mal que Falange hace alguna limpia [en alusión a las 'sacas']

Mateu Torres Bestard  Gobernador civil de Balears y amigo personal de Franco

Testimonios de las 'sacas'

Suárez recoge el testimonio de Antoni Tomàs, quien recuerda perfectamente la 'saca' a la que fue sometido su padre en Can Mir: en la tarde del 18 de marzo de 1937, un camión ruso del ejército comandado por soldados y falangistas entró en el patio de la prisión y cargó con doce o trece hombres. Su madre, quien se encontraba allí esperando para hacer llegarle un paquete, lo presenció todo. En el instante en que el vehículo abandonó la prisión, la mujer corrió tras él hasta llegar al santuario de La Sang. No dejaron aproximarse a nadie y, acto seguido, el camión continuó su trayecto por las Ramblas, la Costa de sa Pols y de ahí Porreres, en la fosa común de cuyo cementerio han sido recuperados decenas de cuerpos de quienes allí fueron fusilados. Nunca más volvió a ver a su marido.

Otros eran conducidos a un centro policial o ante el Crist de La Sang, obligándoles a besar los pies de la imagen, para devolverlos de nuevo a Can Mir. El del preso Miquel Òleo, “inocente capitán de un fantasmal ejército”, como se refiere a él Llorenç Capellà en el Diccionari Vermell (en el que ya en 1989 llegó a identificar con nombres y apellidos a cerca de novecientas víctimas mortales de la represión franquista), se recuerda como uno de los casos más crueles que protagonizó el capellán de la prisión provincial, Atanasio de Palafrugell.

El 27 de enero de 1938, a las seis de la mañana, Òleo era conducido hasta la pared del cementerio de Palma para ser fusilado una hora más tarde. Justo cuando iba a subir al camión que lo llevaría hasta allí, apareció el eclesiástico para obligarle a besar la cruz que portaba colgada de un cordón atado a la cintura. Ante la negativa del preso, lo agarró del cabello y le restregó el crucifijo por los labios hasta hacerle sangrar. Tras ello, los ejecutores se dispusieron a atormentar al recluso, que no murió de inmediato tras los disparos: lo dejaron arrastrarse por la tierra, agonizando, hasta que el definitivo tiro de gracia acabó con su vida.

El escritor Jean Schalekamp, por su parte, dejó constancia en su día del testimonio de varios represaliados en su libro Mallorca, any 1936. D’una illa hom no en pot fugir. Uno de ellos es el de Antoni Llodrà, quien relata el pánico que se propagaba entre los internos cuando sabían que se iba a producir una 'saca': “El día que sabíamos que venían a sacar a gente, una hora antes se hacía un silencio abrumador, total. Oprimidos por el miedo, nos sentábamos en el suelo (...). Después, venían y gritaban: '¡Atención!' y comenzaban a leer las listas. Cuando se decía un nombre y después el apellido, entre el momento de acabar de pronunciar el nombre y de comenzar a decir el apellido, pasa un tiempo imperceptible, unas milésimas de segundo. Yo soy Antoni y hasta que comenzaban a pronunciar el apellido, porque es un nombre muy corriente, parecía que pasábamos meses enteros. 'Antonio...'. y hasta que no habían pronunciado el apellido uno creía siempre que lo matarían”.

El primer director de la cárcel, Antoni Canyelles, quien había sido secretario del Ajuntament de Selva y director del barco-prisión Jaume I, se mostró rotundamente en contra de la práctica de las 'sacas'. Varios testimonios recogidos por Suárez lo recuerdan como una “buena persona” que ayudaba a los familiares cuando querían introducir comida para los reclusos. Cuando tuvo conocimiento de lo que sucedía dentro de Can Mir, manifestó firmemente su oposición a las 'sacas' (“Este tipo de libertad no me gusta”, llegó a proclamar), lo que acabó provocando su destitución y su ingreso en la prisión de la calle Missió. Lo sustituyó en el cargo Bartomeu Fullana, quien endureció su trato con los prisioneros.

Ametralladoras y carabinas en alto: “Queremos la cabeza de los presos”

Como documenta Suárez, durante los últimos meses de 1936 se llevaron a cabo varias manifestaciones fascistas en Palma y concentraciones muy duras en los alrededores de Can Mir cuando el desarrollo de la guerra no era el que esperaban, exigiendo que les entregasen a los presos para ejecutarlos. Lambert Juncosa fue uno de los presos que vivió aquellos momentos: “Recuerdo el día en que los falangistas regresaron de Eivissa, donde hallaron a muchos de sus compañeros fusilados por los 'rojos' de allí. Volvieron furibundos. Era una noche de octubre, ventosa y desapacible”.

“Estábamos ya sobre nuestros jergones”, prosigue, “cuando oímos un ruido espantoso en la avenida frente a nuestra cárcel. Llegaban los 'valientes' enardecidos, cantando sus himnos y gritando: ”¡Queremos la cabeza de los presos!“ (...). Ametralladoras, cestos con bombas de mano y las carabinas en alto. Intentaron forzar las rejas de la entrada, otros se esparcieron por los flancos del edificio y desde los andenes de la estación de Sóller y de la calle hoy llamada María Cristina intentaron agujerear las paredes para entrar por allí a la cárcel y matarnos como a ratas”.

Los campos de concentración de Balears

Como explica, por su parte, el investigador Antoni Oliver en La vida als camps de concentració a Mallorca, la acumulación de detenidos en Can Mir, la prisión provincial y el Castell de Bellver llevó a las autoridades fascistas a plantearse, coincidiendo con las nuevas necesidades defensivas de Mallorca, trasladar a los presos en los campos de concentración itinerantes que fueron abriéndose desde diciembre de 1937 a lo largo de la costa de Mallorca, donde eran obligados a trabajar en la construcción de carreteras y otras obras públicas y a dormir en los reposaderos del ganado, en barracones de madera o en tiendas de campaña.

También se refiere a estos enclaves el periodista Carlos Hernández en su libro Los campos de concentración de Franco, donde relata cómo la Comandancia Militar de Balears gestionó a sus prisioneros con gran autonomía y, poco después de la sublevación, comenzó a utilizarlos como mano de obra esclava, abriendo y cerrando campos de concentración según sus necesidades laborales.

Entre todos ellos asomaba el de Sa Colònia, próximo al puerto de La Savina, en Formentera. “Sa Colònia fue el lugar de reclusión franquista más temido de toda Balears durante los primeros años de la posguerra”, asevera Oliver, quien señala que en 1941 llegaron a concentrarse 1.500 prisioneros a la vez: “Todos, naturalmente, eran republicanos, principalmente gente humilde que no siempre había tenido una participación destacada en la Guerra Civil”. La mayor parte de quienes allí acabaron habían pasado por el penal de Can Mir.

En la actualidad, las certificaciones relativas a la estancia de los presos en Can Mir son prácticamente inexistentes. Y es que, según Suárez, el capellán de la prisión, Antoni Garau Plaza, recogió todos los expedientes de los prisioneros que durante su cautiverio no se habían movido de la cárcel, se los llevó y, muy posiblemente, los destruyó, escondiendo así todas las pruebas que pudiesen relacionar los asesinatos durante los primeros meses de funcionamiento. La desaparición de la documentación supuso un grave problema para todos aquellos que necesitaban certificar su paso por la prisión para poder percibir las indemnizaciones previstas por el Estado. “La sombra de la represión, del misterio, del miedo y de la injusticia que supuso el antiguo almacén de maderas aún abarcaba las postrimerías del siglo XX”, subraya el investigador.

Además de los propios testimonios de los reclusos, han sobrevivido al paso del tiempo los dibujos que realizaron algunos de los presos, como José López Bermejo, recluso destinado a los trabajos de oficina que ocupaba parte de su tiempo haciendo caricaturas de sus compañeros, a menudo en hojas oficiales de la prisión. López logró sacar de la prisión 150 dibujos que en la actualidad pertenecen al archivo familiar.

Hoy, una placa recuerda el destino de quienes sufrieron en Can Mir las consecuencias de la represión franquista. Durante años compartió espacio con la que hasta 2021 daba nombre a la principal vía de Palma: Avenida de Juan March Ordinas, contrabandista, banquero y empresario erigido en uno de los principales financiadores del golpe de Estado de 1936. La prisión cerró sus puertas en 1941 y, siete años después, era transformada en el emblemático cine Augusta de Palma. Durante décadas, los antiguos prisioneros identificaron la sala de proyecciones con el nombre de “cine Angustias” ante el miedo, la miseria, las torturas y la muerte a la que muchos se enfrentaron tras sus paredes.