Blog d'en Jordi Grau i Gatell d'informació sobre les atrocitats del Franquisme.....
"Las voces y las imágenes del pasado se unen con las del presente para impedir el olvido. Pero estas voces e imágenes también sirven para recordar la cobardía de los que nada hicieron cuando se cometieron crímenes atroces, los que permitieron la impunidad de los culpables y los que, ahora, continúan indiferentes ante el desamparo de las víctimas" (Baltasar Garzón).
Una medalla más. Y ya son cinco. El Estado español sigue premiando hoy y pagando de sus presupuestos a un señor que torturó a hombres y mujeres que luchaban por la democracia y la libertad, y que participó en el terror de la dictadura franquista.
El 18 de junio de 2018 se entregaron al Ministerio de Interior más de 263.000 firmas. En este momento, los firmantes ya superan las 330.000 personas. El ministro Fernando Grande-Marlaska hizo caso omiso y acaba de afirmar que su intención es retirarlas, pero que necesita “un Gobierno estable”.
En vista de que es posible incluso exhumar al dictador Francisco Franco, nos preguntamos por qué no ha resultado factible retirarle las medallas al torturador. Y por lo tanto, REITERAMOS nuestra petición para que se le retiren antes de las Elecciones Generales a celebrar antes del 10 de noviembre de 2019. Si no es necesario “un Gobierno estable” para levantar la losa del Valle de los Caídos, cuánto menos para retirar unas condecoraciones salpicadas de sangre y horror.
Consideramos que sería una buena muestra de que la exhumación de los restos de Franco no es el final de un camino, sino el principio.
A Lidia Falcón, Billy el niño mientras le torturaba le dijo: “Ya no parirás más, puta”. A Rosa María García le llevaron a recorrer Madrid para reconocer pisos francos y le utilizaron de escudo humano. A Jesús Rodríguez, sin mediar palabra, le golpearon en los genitales. A Chato Galante le golpeó con la culata de una pistola y le dijo: “Ya puedes decir por ahí que te ha abierto la cabeza Billy el Niño”. A Willy Meyer le hizo una falsa ejecución tras encañonarle con una pistola.
Ese es parte del currículum conocido de Antonio González Pacheco, más conocido como Billy el Niño, un antiguo miembro de la policía franquista y que además de inspector del Cuerpo Superior de Policía fue torturador durante la Transición. Pero en ese currículum también cuenta con una condecoración al mérito policial que le fue otorgada en 1977 y que le supone un incremento en un 15% de su pensión. En total son cinco medallas –la última concedida por el ejército en 1977– concedidas en los años 1972, 1977, 1980 y 1982.
Este asunto llegó al Congreso de los Diputados en la Sesión de Control al Gobierno el 30 de mayo de 2018, y el que entonces era ministro del Interior Juan Ignacio Zoido aseguraba que nadie le había pedido que le fuera retirada esa condecoración. «No parece que haya justificación legal para hacerlo”, añadió. Esta información es totalmente falsa. Como contaba aquí el diario Público, el pasado 10 de mayo la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica ya solicitó, tras conocer que el torturador cobraba una pensión extra desde 1977, que le fuera retirada.
Cientos de víctimas han relatado los tormentos a los que les sometió. Su caso supone un ejemplo de cómo España no juzga los delitos del Franquismo, pese a las reiteradas exigencias de la ONU. Ha llegado el momento de decir basta. No podemos esperar más.
Si conseguimos que miles de personas se sumen a este grito unánime en favor de las víctimas, ni el ya exministro Zoido ni ningún otro político podrán decir que nadie lo ha pedido
Ascensión Badiola, junto al editor de Txertoa Argitaletxea, Martin Anso. Foto: Borja Guerrero
Ascensión Badiola dedica un libro al penal vizcaino que estuvo operativo entre 1939 y 1947
Aitziber Atxutegi - Lunes, 30 de Septiembre de 2019 - Actualizado a las 07:42h.
Bilbao - Desayunaban una taza de agua caliente y daban a luz en el suelo, viendo morir a sus hijos sin asistencia médica;las llamaban las amarillas, por el color que adoptaba su piel por las enfermedades, el hambre y la falta de higiene. Las propias reclusas lo llamaban “el cementerio de las vivas”. “La cárcel de Amorebieta fue un pudridero de mujeres”, afirma sin paños calientes Ascensión Badiola, doctora en Historia Contemporánea que ha dedicado un libro a esta prisión, operativa entre 1939 y 1947 en el edificio que hoy en día ocupa Karmelo Ikastetxea. De forma “humilde”, el trabajo quiere recuperar la memoria de las miles y miles de mujeres, “individuas peligrosas”, como las denominó el régimen de Franco, que pasaron por sus muros, incluyendo los nombres de más de 1.200 de ellas que obtuvieron la libertad condicional.
Individuas peligrosas. La Prisión Central de Mujeres de Amorebieta (1939-1947) supone, según remarca el editor de Txertoa Martin Anso, del primer trabajo monográfico que se realiza sobre esta cárcel, una de las grandes desconocidas de la historia más reciente de este país. “Toda la documentación sobre ella se ha perdido y ha tenido que hacer una labor de hormiga para recopilar los datos que muestra”, subraya. La de Amorebieta no fue una cárcel “anecdótica o local”, sino que estaba incluida dentro de un circuito carcelario de penales de castigo creado por el dictador para mujeres de ideología republicana, “rojas y de izquierdas, también nacionalistas”. Lo conformaban centros como el de Málaga, donde el psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera realizó experimentos para buscar un “gen rojo” entre las reclusas, o el de Ventas, en Madrid, tristemente célebre por los fusilamientos de Las Trece Rosas. Saturrarán, Durango y Amorebieta formaban las “cárceles del norte”, conocidas por su dureza. “En Madrid, por ejemplo, amenazaban a las mujeres con mandarlas aquí, primero porque las separaban de sus familias y segundo porque eran cárceles especialmente duras”, relata Badiola. Las reclusas no disponían de ningún tipo de asistencia ni de ayuda. “Llegaban en tren a Bilbao desde Madrid, y desde ahí iban andando hasta lo que hoy en día es Karmelo Ikastetxea”. Y es que el edificio sigue existiendo hoy en día. “Es un edificio que sigue imponiendo incluso hoy en día pintado y bonito;podemos imaginar lo que supuso en aquella época, negro y sucio”, ilustra la autora. El día a día del penal era aterrador: “Daban a luz a sus hijos en el suelo y vivían con ellos sobre un petate;a algunos les veían morir sin ningún tipo de asistencia, ni de las monjas, a las que llamaban durante toda la noche sin que respondieran, ni del médico, que se dedicaba únicamente a certificar los fallecimientos”. Ni siquiera podían estar con ellos cuando eran bebés;solo veían a los niños un ratito al día. “Los oían llorar y no podían ir. Y si los niños estaban enfermos, tampoco. Y la que paría iba cinco minutos a darle el pecho, pero nada más”, recoge Badiola el testimonio de Trinidad Gallego, una de las matronas más perseguidas durante la dictadura y que estuvo presa en Amorebieta junto a su madre y su abuela. Los pequeños solo podían estar en la cárcel hasta los 3 años;después, si no se encontraban familiares que se hicieran cargo de ellos, eran dados en adopción. Son los niños perdidos del franquismo, renombrados por las familias adoptivas de forma que los padres biológicos no pudieran seguir su rastro.
Para escribir este monográfico, la historiadora ha recurrido a fuentes bibliográficas y hemerográficas, en las que hace referencia a esta cárcel;archivos históricos, o los testimonios de mujeres, ya fallecidas, que estuvieron en el penal, como Tomasa Cuevas, que durante la dictadura recopiló las experiencias de presas que como ella estuvieron en la cárcel de Amorebieta y en otros penales.
Más de 1.200 nombres Del Boletín Oficial del Estado ha logrado extraer el nombre de más de 1.200 mujeres que obtuvieron la libertad condicional;solo una pequeña parte de las miles que pasaron por sus muros a lo largo de sus ocho años de actividad. “El movimiento era continuo de una cárcel a otra;se hizo una especie de turismo carcelario”, lamenta la autora.
Por esta prisión pasaron reclusas históricas como Josefina Amalia Villa, Nieves Torres o Teresa Alonso Otero, pero muchas más anónimas. Aunque pocas -la dictadura tendía a alejar a las mujeres de sus lugares de origen- en Amorebieta también hubo presas vascas;en el Archivo Municipal de la localidad logró encontrar el censo del penal de 1945, con los nombres de las 19 de ellas que había allí en ese momento. Con el eterno debate sobre si publicar o no sus nombres, Ascensión Badiola decidió sí hacerlo en un momento en el que muchos familiares buscan a tíos, padres o abuelos desaparecidos durante el franquismo. “Todas las semanas recibo correos electrónicos sobre personas que quieren saber qué fue de su familiar”, reconoce. No es la primera vez que conoce a alguno de ellos. “Hay testimonios conmovedores: una de esas personas me contó que su madre había fallecido sin saber qué había sido de su hermano;nunca lo encontraron. Un día le hablaron de mi libro Cárceles y campos de concentración en Bizkaia (1937-1940), y allí apareció el nombre de su tío. Eran de Castellón y vinieron a Derio a visitar la fosa común, donde depositaron unas flores”, relata.
Santander, Santoña, Laredo, Castro Urdiales y Torrelavega se convirtieron en grandes prisiones por las que pasaron decenas de miles de soldados republicanos
Estaban a la espera de su clasificación para ser destinados al ejército, ser utilizados como mano de obra forzada, ser enviados a prisión o, directamente, ser "paseados"
En el mapa se ha representado el sistema concentracionario franquista, que esencialmente estaba compuesto por campos de concentración, hospitales de prisioneros, comisiones de clasificación y batallones de trabajadores. También se han incluido los centros penitenciarios que estuvieron activos de forma paralela, en los que acababan los prisioneros pendientes de ser juzgados, los que estaban pendientes de ser fusilados o los que ya habían sido condenados. Además, se han representado los destacamentos penales, los talleres penitenciarios y destacamentos de regiones devastadas creados tras la disolución de los batallones de trabajadores y en los que se condenaba a trabajos forzados a la población penitenciaria.
No hemos podido situar, por la falta de información suficiente y fiable, la multitud de centros de detención, la mayor parte de ellos gestionados por Falange, en los que se detenía y castigaba a la población civil sospechosa de no ser afín al régimen o de apoyar a los emboscados. También faltarían algunos campos provisionales que tuvieron una corta duración y que desaparecieron con el avance del frente.
Campos de concentración
Santander
La Magdalena.
Seminario de Corbán
Campos de Sport de El Sardinero
Plaza de toros
Santoña
Penal de El Dueso.
Instituto Manzanedo.
Cuartel de Infantería.
Fuerte San Martín, como campo correccional.
Torrelavega
Almacén La Importadora
Salón Shangay
Otros
Campo de concentración de Laredo.
Campo de concentración de Castro Urdiales.
Campo de concentración de la Vidriera de Reinosa
Campos de concentración de Pontejos
Hospital de Prisioneros Balneario de Liérganes
Hospital de Prisioneros Marítimo de Maliaño (Santander)
Hospital de Prisioneros Hotel Inglaterra (Santander)
Hospital de Prisioneros Sagrados Corazones (Santander)
Hospital de Prisioneros de Santoña
Batallón de Trabajadores
Canal de Boo en Santoña
San Martín de Bajamar en Santander
Prisiones
Prisión Provincial de Santander.
Prisión de Salesianos (Santander)
Prisión de Oblatas de mujeres (Santander)
Prisión Central de La Tabacalera (Santander)
Prisión de El Alcázar (Santander)
Prisión de Las Salesas (Santander)
Grupo escolar Ramón Pelayo (Santander)
Prisión Nº 2 Cárcel de partido (Torrelavega)
Prisión nº 3 mujeres Salón Olimpia (Torrelavega)
Prisión Asilo Hospital de Torrelavega
Prisión del Sindicato (Torrelavega)
Prisión Central de El Dueso (Santoña)
Cárcel de Partido de Laredo
Cárcel de Partido de Reinosa
Prisión de mujeres en el Faro de Castro Urdiales
Trabajo forzado penitenciario
Destacamento penal del Embalse del Ebro. (Arroyo)
Destacamento penal de los Saltos del Nansa
Destacamento penal del túnel de La Engaña- Ferrocarril Santander-Mediterráneo.
Destacamento penal del Puerto del Escudo (Carretera nacional Santander-Burgos).
Destacamento penal de la Fábrica SNIACE
Talleres Penitenciarios de la Prisión de El Dueso. (Taller de metalistería y gasógenos)
Constituyó lo que se ha dado en llamar utilitarismo punitivo: el aprovechamiento militar y la rentabilidad económica y política de los recluidos
Casi un 90% de las personas clasificadas en los campos de concentración lo fueron en grupos destinados o al frente bélico o a los Batallones de Trabajadores
Su situación era extrapenal: no habían sido juzgados ni sentenciados judicialmente, por lo que no es posible hablar estrictamente de redención de condena
Es en este punto donde se manifiesta uno de los objetivos fundamentales del sistema de campos de concentración durante la Guerra Civil y el franquismo: el empleo de una parte de los prisioneros de guerra como mano de obra forzosa, su concepto de recurso económico. De hecho, su enunciado legal, decretado por el General Franco, corre casi paralelo al de la oficialización de los campos, siendo incluso anterior, de junio de 1937.
Como formulación general constituye lo que se ha dado en llamar utilitarismo punitivo: el aprovechamiento militar y la rentabilidad económica y política de los recluidos. Casi un 90% de las personas clasificadas lo fueron en grupos destinados o al frente bélico o a los Batallones de Trabajadores. En suma, es la utilización final del prisionero la que dota al planteamiento concentracionario de su verdadero sentido.
El trabajo de los prisioneros de guerra contravenía la Convención de Ginebra de 1929, suscrita por España con la firma del rey Alfonso XIII. Además, para mayor escarnio, se formuló la obligación de trabajar como derecho al trabajo. Muchos autores conceptúan este régimen laboral de esclavitud o semiesclavitud: sin derechos, cobraban una autentica miseria y, además, el 75% de su salario se retenía como cargo de manutención. Su situación era extrapenal: no habían sido juzgados ni sentenciados judicialmente, por lo que no es posible hablar estrictamente de redención de condena.
A estos prisioneros, en la práctica, se les explotó laboralmente en los Batallones de Trabajadores. Inicialmente podían resultar destinados a zonas próximas a los frentes bélicos o quedar en la retaguardia, trabajando para el nuevo régimen o para empresas privadas en la construcción o reconstrucción de obras civiles (carreteras, embalses, infraestructuras ferroviarias, edificios, bosques, minas, fábricas, etc.) o de naturaleza militar.
Al año siguiente de finalizar la Guerra Civil, el encuadramiento se simplificó en tres categorías: afectos, indiferentes y desafectos (siempre que no estuvieran sujetos a procesos judiciales). Los campos de concentración y los Batallones de Trabajadores experimentaron al tiempo una modificación administrativa con el fin de adaptarse a la coyuntura de postguerra y a la estructura existente de centros penitenciarios convencionales. Los campos de concentración se renombraron oficialmente como "depósitos de concentración". La masificación de las cárceles alcanzó tal grado que indujo a que estos recintos se convirtieran en un refuerzo transitorio del sistema penitenciario.
Los Batallones de Trabajadores pasaron a ser Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores. Incluyeron a los soldados de reemplazo que, tras la movilización general de las quintas de 1936 a 1941 (el comienzo de la conocida como 'mili de Franco'), habían sido considerados por las Cajas de recluta como desafectos. También incorporaron a aquellos desafectos cuya causa había resultado provisionalmente sobreseída y a los que habían sido absueltos tras el correspondiente juicio. Como figuras nuevas se crearon los Batallones Disciplinarios de Trabajadores (los integraban sentenciados por la Fiscalía de Tasas por delitos de contrabando) y, ya a partir de 1941, los Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores Penados (formados por condenados a penas de prisión). Distintas denominaciones, misma esencia. A partir de 1942 la procedencia de la mano de obra forzosa fue solo penal.
Otro elemento de legitimación de la política represiva y el sistema penitenciario fue el sistema de redención de penas por el trabajo. De origen decimonónico y vinculado a la justicia militar, su adaptación al contexto del desarrollo de la Guerra Civil y la Postguerra, con cárceles saturadas y necesidad de mano de obra, indujo al nuevo régimen, de acuerdo con su orientación ultracatólica y con afán pretendidamente moralizador, a disponer para las personas juzgadas con sentencia firme a pena de cárcel (por motivo de sus ideas, filiación política o afinidad a la causa de la República) un sistema de reducción del tiempo de condena asociado a la expiación de culpa.
El organismo que gestionó esta política desde 1938 fue el Patronato para la Redención de Penas por el Trabajo. Los Destacamentos Penales, destacamentos adscritos a Regiones Devastadas y las Colonias Penitenciarias militarizadas fueron las principales figuras externas al sistema carcelario convencional creadas al efecto. La obra civil (construcción de infraestructuras ferroviarias, carreteras, pantanos, etc.), su ocupación preferente. En estas agrupaciones, los presos políticos a los que después de 1944 se añadieron los comunes sufrieron explotación laboral en el camino de su regeneración y reintegración en la sociedad. Paralelamente a la reducción del número de presos políticos en las cárceles, a comienzos de los años cincuenta su existencia pasó a ser testimonial.
Si ya hemos hablado de las funcionalidades de socialización del miedo, las meramente clasificatorias y las de explotación económico-laboral, en el planteamiento del sistema concentracionario franquista concurrió otro ingrediente fundamental: la reeducación, el adoctrinamiento en los valores políticos, religiosos, morales y culturales del franquismo. Se partía de una concepción de España en la que no quedaba lugar para la disidencia porque solo había una forma de ser un verdadero español: abrazar los principios del autodenominado Glorioso Movimiento Nacional, el nacionalcatolicismo.
De esta manera, en mayo de 1937 el general Franco pautó que la estancia en los campos de concentración debía servir para la reeducación, a través del trabajo, en los principios que alumbraban a la Nueva España y propiciar la regeneración ideológica de los prisioneros. Como consecuencia, se introdujeron en la rutina de los campos las charlas de adoctrinamiento político, moral y religioso, saludos y cantos fascistas, obligación de acudir a las misas, incentivo de las delaciones, etcétera.
En realidad, se prolongaba diariamente la derrota de quienes ya la habían sufrido en el campo de batalla y en la retaguardia. Se les humillaba y despersonalizaba para que fueran adaptándose a la nueva realidad e interiorizaran el papel sumiso que les esperaba en la España franquista. En esta situación la Iglesia católica desempeño un papel primordial, tanto de sustento teórico como de apoyo práctico.
Poco más de medio año después de finalizada la Guerra Civil, Franco dispuso la clausura de la mayor parte de los recintos. No obstante, el modelo de campos asociado al desarrollo de la Guerra Civil no tuvo su final hasta el cierre, en 1947, del campo de Miranda de Ebro.
Ya se ha reflejado que el sistema concentracionario franquista iba más allá de la mera existencia de los campos; su sombra se alargó hasta la década de los cincuenta por la vía de la redención de penas por el trabajo para presos políticos generados en la Guerra Civil y en la inmediata postguerra. Utilizando el título del ciclo de novelas de Almudena Grandes fueron, verdaderamente, Episodios de una Guerra Interminable.
Una vez finalizada la II Guerra Mundial, en la segunda mitad del siglo XX, se generalizó entre la población mundial el conocimiento de los campos de concentración y su pavorosa realidad. A partir de entonces, su sola evocación causa un estremecimiento, un sentimiento de horror que tiene que ver fundamentalmente con el desprecio de las vidas humanas. Víctimas que lo son por quiénes eran y a las que sus verdugos privaron de su razón de ser, del sentido de la existencia. Los nazis lo expresaron como «vidas indignas de ser vividas». El rostro del mal.
Hasta tiempos relativamente recientes, la presencia de campos de concentración en la España de la Guerra Civil y la Postguerra ha sido un hecho generalmente desconocido, condenado a la desmemoria. Aunque con distinta caracterización, profusión, intencionalidad y resultados, su existencia fue un asunto común al bando franquista y al republicano mientras duró la contienda.
Las penurias, el miedo, la enfermedad y la muerte formaban parte del día a día de los campos de concentración que operaron en España entre 1936 y 1947. Sin embargo, su finalidad no radicaba en el asesinato sistemático de sus ocupantes, por lo que no hay que confundirlos con campos de exterminio. El objetivo de estos últimos era la aniquilación sistemática, el genocidio, habitualmente de judíos, gitanos, homosexuales, comunistas, rojos españoles, etcétera. (ahí está el recuerdo de los campos nazis de Auschwitz, Treblinka, Jasenovac, Belzec...). En todo caso, más allá de su dimensión física, los campos de concentración configuran espacios históricos y simbólicos para las generaciones posteriores a su existencia.
El campo semántico de la represión política y el control social que padeció la población opuesta o desafecta al régimen franquista es abundante e incluye denominaciones como: campos de concentración, Batallones de Trabajadores, Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores, depósitos, Destacamentos Penales, cárceles, talleres penitenciarios, Colonias Penitenciarias Militarizadas, Regiones Devastadas, hospitales penitenciarios... El régimen franquista utilizó la expresión «horda de asesinos y forajidos» para referirse a los prisioneros de guerra.
Con carácter general, podemos definir los campos de concentración franquistas como recintos provisionales dependientes del ejército en cuyos límites se encuentran recluidos, en condiciones infrahumanas, combatientes republicanos y población civil privados de libertad de modo arbitrario, que no han sido sometidos a juicio previo, tan solo a una clasificación, y que tampoco disponen de garantía judicial alguna.
Los campos de concentración franquistas tuvieron un carácter provisional y disperso a lo largo y ancho del territorio español. Según las investigaciones más recientes, hasta 1939 se crearon 286 recintos, permaneciendo 23 abiertos a finales de dicho año. Otros rasgos definitorios del sistema concentracionario franquista fueron la falta de coordinación y la masificación de la población prisionera. Su función social consistió en la represión, humillación y sumisión de toda persona encuadrada y clasificada de forma previa como disidente del nuevo régimen.
La caracterización de los campos de concentración franquistas se halla en estrecha relación con la evolución y larga duración de la Guerra Civil. Aunque la creación de los primeros campos se remonta al inicio de la contienda, su proliferación se produjo en los últimos meses de 1936, diseminados fundamentalmente por algunas localidades de la retaguardia de la mitad norte peninsular, cuando la acumulación de prisioneros de guerra y, en menor cuantía, civiles desbordaba ya las cárceles y los presidios.
De este funcionamiento preinstitucional e irregular se pasó en julio de 1937, al hilo del desmoronamiento del Frente Norte republicano, a uno oficial que vería la luz a partir de la publicación de una orden del General Franco en el Boletín Oficial del Estado con el título 'Campos de concentración de prisioneros', en la que urgía su creación.
"S. E. el Generalísimo de los Ejércitos Nacionales ha dispuesto la constitución de una Comisión que, previos los asesoramientos necesarios y con la máxima urgencia, proceda a la creación de los Campos de Concentración de prisioneros...". Boletín Oficial del Estado.- Burgos 5 de julio de 1937.- Número 258
Ese mismo mes se instituyó la Inspección de Campos de Concentración de Prisioneros (ICCP), con el fin de gestionar la organización y control de estos lugares, así como dirigir la política concentracionaria. En la práctica predominaron la falta de previsión, el hacinamiento y el funcionamiento errático, existiendo apreciables diferencias entre los numerosos recintos habilitados.
De los más de medio millón de prisioneros que pasaron por los campos de concentración de Franco, más de 100.000 fueron recluidos en el año 1937; de ellos, casi la mitad cayeron en Cantabria. Una vez detenida o presentada la persona, la primera fase del proceso represivo era la clasificación. El criterio utilizado para tal fin partió de la Orden General para la Clasificación de Prisioneros y Presentados, dictada en marzo de 1937, anterior por lo tanto al nacimiento "oficial" de los campos de concentración franquistas. Se establecieron cuatro categorías en las que unas comisiones clasificatorias de naturaleza militar encuadraban:
a) Quienes eran afectos o no hostiles al Movimiento Nacional. En caso de haber formado en las filas enemigas, que lo hubieran hecho obligados. En este último supuesto podían ser considerados dudosos si no se conseguía información que los apoyara.
b) Quienes habían formado parte voluntariamente del ejército republicano y no tenían responsabilidades sociales, políticas o comunes. Indiferentes o desafectos leves.
e) Jefes y Oficiales del ejército republicano, quienes hubieran cometido actos de hostilidad contra las tropas franquistas, dirigentes y miembros destacados de partidos y sindicatos contrarios al nuevo régimen y también quienes fueran presuntos responsables de delitos de traición, rebelión o de orden social o político efectuados antes del comienzo del Movimiento Nacional (en la práctica se extendía hasta los sucesos revolucionarios de octubre de 1934). Desafectos graves.
d) Quienes eran presuntos culpables de delitos comunes.
En lo que constituye una inversión jurídica o justicia al revés, se trataba como sublevados a quienes habían permanecido fieles a la legalidad republicana. Eran las personas detenidas las que debían probar su inocencia, por lo que sus familias se lanzaban a la búsqueda de avales que la acreditaran. Habitualmente recurrían al alcalde, al cura, al Jefe de la Falange o a personas con poder para justificar documentalmente la exención de responsabilidades.
Sin contar los asesinatos cometidos por falangistas, otros grupos de paramilitares y también guardias civiles mediante las sacas de internos y los fusilamientos sin formación de causa, sobre todo durante la Guerra, se estima que dentro de los campos hubo más de diez mil víctimas debidas a las atroces condiciones en las que se desarrollaba la existencia diaria. La generación de terror en la población era un elemento consustancial a la propia existencia de los campos.
En síntesis, una vez clasificados, proceso no sujeto a ningún plazo temporal, el destino que esperaba a los internados en los centros era el siguiente: los afectos al Movimiento Nacional, en caso de que estuvieran en edad militar, pasaban a la caja de reclutas como trámite previo a la incorporación al frente al lado de los rebeldes. A los grupos de dudosos, indiferentes y desafectos leves se les reasignaba a los Batallones de Trabajadores o bien eran trasladados a otro campo, esperando un destino permanente. Los calificados como desafectos graves sufrían un consejo de guerra con el habitual resultado de elevadas penas de prisión o pena de muerte. Finalmente, aquellos que no había conseguido probar su inocencia de delitos comunes quedaban a disposición de la autoridad judicial que les correspondiera.
El despliegue concentracionario franquista no contempló la existencia de campos para mujeres de una forma regularizada. Ahora bien, consta su presencia en alguno de ellos y en determinados recintos que funcionaron como prisiones, normalmente a cargo de órdenes religiosas, como fue el caso de las Oblatas en Santander. Se estima que había en España, a principios de 1940, más de 40.000 mujeres encarceladas En este caso, a la represión general se suma la específica de género. A las mujeres se las castigaba, humillaba y reeducaba para que tomaran conciencia del papel subordinado que, en el marco del hogar y la familia católica, las esperaba al otro lado de los muros.
Igualmente, en cuanto familiar (madre, mujer, hermana...) de encarcelado o prisionero, las mujeres experimentaron otra vertiente represiva, ya que sobre ellas descansaron las tareas de sostenimiento familiar y de asistencia al detenido. En estas circunstancias se produjeron violaciones, amenazas y ruindades de todo tipo por parte de los guardianes de los campos.
Hacia finales de julio de 1938 el total de prisioneros y presentados en los campos de concentración alcanzó las 210.113 personas, de las que 37.674, casi un 18%, estaba pendiente de clasificación. De las ya encuadradas (172.439, algo más del 82%, aproximadamente) a un 58% se las consideró afectas a la causa, a más de un 20% como dudosas, en torno al 12% desafectas leves, más de un 8% como desafectas graves y a casi el 2% como delincuentes comunes.
Los campos de concentración sirvieron al régimen franquista para separar a los prisioneros "recuperables" de los que no lo eran para los estándares de la dictadura
Se aprovecharon todos los grandes edificios sin tener en cuenta sus condiciones: lo fundamental era que los muros pudieran contener a un elevadísimo número de presos
El progresivo desmoronamiento del Frente Norte durante la Guerra Civil condujo a una situación caótica para la situación de los prisioneros. Santander, Santoña, Laredo, Castro Urdiales y Torrelavega se convirtieron en grandes prisiones por las que pasaron decenas de miles de soldados republicanos a la espera de su clasificación para ser destinados al ejército, ser utilizados como mano de obra forzada, ser enviados a prisión o, directamente, ser "paseados".
Se aprovecharon todos los grandes edificios para encerrarlos sin tener en cuenta las condiciones de habitabilidad. Lo fundamental era que los muros pudieran contener en su interior un elevadísimo número de prisioneros. Dormían en el suelo en grandes salas, sin apenas espacio para darse la vuelta, vestidos y, en el mejor de los casos, sobre una manta. Por la noche permanecían encerrados sin acceso a las letrinas, haciendo sus necesidades en recipientes improvisados en la misma estancia. En otros casos, como el de los recluidos en la Plaza de Toros de Santander, tuvieron que dormir durante semanas sentados a la intemperie, lloviera o no, a la espera de su traslado.
La concentración de prisioneros llegó hasta tal punto que fue necesario redistribuirlos por otros campos. Los enviados a Santoña o Bilbao viajaron en las bodegas de barcos cargueros, mientras que al resto se le transportó en vagones de mercancías. Con esto se conseguía un objetivo secundario, alejarlos de sus familias.
El hambre es una constante en los testimonios que se han recogidos de las personas que vivieron aquella situación, independientemente del campo o la prisión en el que estuvieran encerrados. Los tres primeros días de reclusión no recibieron alimento alguno, y cuando se empezó a distribuir comida, como explica Honorato Gómez, no les facilitaron ni platos ni cubiertos:
"A los tres días nos dieron un poco de arroz cocido. No teníamos ni platos, ni cuchara, ni nada. En los pañuelos, que estaban asquerosos, echábamos el arroz y lo comíamos. Teníamos latas de escabeche de cinco kilos, que las utilizábamos para orinar, allí echábamos el arroz y lo comíamos…".
Cuando se estabilizó la intendencia de los campos, ni la calidad ni cantidad de la comida mejoró mucho. Julián Izquierdo se quejaba así:
"No se comía nada bien. Nos daban garbanzos con gusanos de hace más de cuarenta años. Lo peor que había para nosotros era a ver si nos moríamos pronto".
Los prisioneros que estaban en el Penal de El Dueso llegaron a comer hierba para quitar la sensación de hambre:
"En El Dueso nos daban una sardina arenque para comer y otra para cenar. En otras ocasiones nos daban un poco de cebolla cocida con agua y echaban unos huesos limpios, de los que ahora las carnicerías llevan para molerlos. Al que le caía un hueso en el plato, le tenías en el patio todo el día hasta que roía el hueso, igual que los perros. Los que salían a la finca, cogían la hierba y la metían para adentro. Yo he comido hierba igual que una vaca, porque no había más. Había un promedio diario de tres que se morían de hambre, no de enfermedad. Los veías hoy esqueléticos y al día siguiente inflados, la avitaminosis, a morir".
Con la clasificación de los prisioneros se pretendía apartar los «cuerpos enfermos» de la «comunidad nacional». Por su parte, a través del adoctrinamiento ideológico y la disciplina, se buscaba recuperar a los que no estaban totalmente perdidos "a través del trabajo, el amor a la patria, la paz verdadera y la regeneración de sus ideologías".
En la tarea de "la recuperación moral, social y patriótica de dicho personal", el capellán y la creación de figuras punitivas, como la de los Batallones de Trabajadores, ocuparon una posición central. Mientras permanecían en los campos, los prisioneros eran obligados a desfilar cantando el 'Cara al sol', a acudir a misa, a recibir charlas de adoctrinamiento y a gritar las consignas falangistas. El castigo físico formaba parte de la rutina diaria. La indisciplina, como no saludar a la bandera o no cantar los himnos, resultaba castigada severamente.
Los prisioneros del Campo del Seminario de Corbán tuvieron que cavar fosas en el cementerio de Ciriego para enterrar a los fusilados y al día siguiente ir a echar cal viva sobre los cuerpos, sin saber si los próximos en correr esa suerte serían ellos mismos. Las cifras de ejecutados en los últimos meses de 1937 hablan de 510 fusilados en El Dueso y 357 en Santander; a las que habría que añadir las ejecuciones irregulares a cargo de falangistas, que se presentaban en los campos de concentración o en las cárceles reclamando prisioneros para su fusilamiento. Son las personas que se hallan sepultadas en las más de 150 fosas comunes que hay esparcidas por la comunidad y que oficialmente no fueron registradas.
Aquellos considerados como irrecuperables eran enviados al Tribunal Militar para ser juzgados a la espera de ir a prisión o al paredón. El resto debía realizar trabajos forzados en los Batallones de Trabajadores o pasar a formar parte del ejército franquista. A los que fueron destinados a los Batallones de Trabajadores se les impuso una jornada mínima de 9 horas, ya fuera cavando trincheras o prestando servicio en empresas privadas o para el propio estado. Así debían redimir la culpa de haber defendido el gobierno legítimo de la República.
La finalidad de los campos de concentración no era el extermino de los prisioneros republicanos. Lo demuestra, por ejemplo, las decenas de miles de ellos que hasta 1942 fueron enviados a los Batallones de Trabajadores como mano de obra forzosa. Las malas condiciones en que estuvieron retenidos y la carencia de atención médica provocaron un número difícil de cuantificar de muertes por enfermedad al que habría que sumar la cifra, igualmente incalculable, de víctimas de ejecuciones extrajudiciales.
La falta de condiciones higiénicas de los campos, la escasez de letrinas y de agua potable facilitó la propagación de enfermedades contagiosas y de chinches y piojos, que se convirtieron en una plaga entre los prisioneros. Estas circunstancias son la razón de que las principales causas de mortalidad, sin tener en cuenta las ejecuciones, estuvieran relacionadas con la falta de higiene y con el hambre (lo que contrasta con los informes de la Inspección de Campos de Concentración de Prisioneros, que indicaban que tenían un superávit de dinero en las partidas destinadas a la alimentación de los prisioneros).
En los partes de defunción se recogen como causas más frecuentes: la avitaminosis o la caquexia, que hacían referencia a la falta de una alimentación adecuada y suficiente; las fiebres tifoideas, que se propagan por agua o alimentos contaminados por restos fecales, y la tuberculosis.
El caso más llamativo se dio en Santoña, donde la mala instalación higiénica de los campos contaminó los manantiales de agua potable que abastecían a la población, llegándose a registrar índices casi epidémicos de fiebres tifoideas. Esto no impidió que en marzo de 1938 se instalara un nuevo campo de concentración en el Instituto Manzanedo con 960 prisioneros.
A pesar de que existieron 770 camas en hospitales para los prisioneros, la atención médica que recibían era muy precaria: en la práctica se atendían enfermedades contagiosas de fácil transmisión. El tratamiento que se prestaba estaba limitado por la máxima de que los prisioneros no podían tener un trato similar al de los soldados franquistas. El régimen de vigilancia y control de los hospitales era similar al de los campos.
En resumen, la vida de los prisioneros en los campos de concentración franquistas, en palabras del historiador Javier Rodrigo, consistió en"traslados, piojos, frío, hambre, sed, humillación, aculturación y castigo. Esas fueron las grandes vivencias de los internados en los campos franquistas. Y, por supuesto, la enfermedad: un aspecto crucial para entender la vida cotidiana en esos campos puesto que, a todas luces, esa fue la causa principal de mortalidad en ellos".