dissabte, 14 de setembre del 2019

La Guerra Civil, un negocio redondo para algunas familias.


https://diario16.com/la-guerra-civil-un-negocio-redondo-para-algunas-familias/


Nuevos datos demuestran que mientras cientos de miles de españoles morían en las trincheras y bombardeos, las élites con buenos contactos en el Gobierno de Burgos y con el Partido Nazi hacían dinero a toda máquina
 

La Guerra Civil española no solo fue el episodio más sangriento y terrorífico de toda nuestra historia. También un negocio redondo para unos pocos. Así lo prueban importantes estudios historiográficos como el llevado a cabo hace años por el prestigioso Manuel Tuñón de Lara, cuyo legado empieza a valorarse en nuestros días, precisamente cuando más falta hace una información veraz y rigurosa que haga frente a los mentirosos, charlatanes, fabuladores y revisionistas de nuestra historia reciente.
Hoy ya se sabe que en plena contienda civil, cuando la República trataba de contener las acometidas del Ejército de Franco en el frente del Ebro, la Ley de Minas promulgada por el Gobierno del bando nacional abrió la puerta a la inversión extranjera, que así pudo hacerse hasta con el 40 por ciento del capital de cada empresa española minera, o incluso más, siempre que se obtuviera la preceptiva autorización del general que ya se veía Jefe del Estado. En ese momento Franco empezaba a creer que ganaría la guerra, y tras la ruina general de un país arrasado por las bombas el futuro dictador pensaba ya cómo hacer negocio con la reconstrucción de España. En realidad, la decisión del dictador fue una concesión a la Alemania de Hitler por su inestimable contribución en tropas y material bélico para derrotar a la República.
Pero no solo los amigos de Hitler se forraron con la guerra española. La contienda se convirtió también en un gran negocio para los de siempre. En 1938, desangrado el país, el hambre arreciaba y empresarios especuladores traficaron con los escasos alimentos que circulaban por la retaguardia en los diversos frentes. El precio de la carne se disparó un 80 por ciento desde el comienzo de la guerra. El de las legumbres, patatas y aceite entre el 40 y el 50 por ciento, según los casos. Los productos textiles eran raros y caros. Los metalúrgicos también subieron. Por el contrario, los salarios bajaron al extremo y el nivel de vida de los españoles empeoró de forma galopante, según el historiador Tuñón de Lara. Ese escenario formó el caldo de cultivo perfecto para aquellos arribistas y especuladores que soñaban con convertirse en nuevos ricos a costa del sufrimiento de millones de españoles.
Tal como explica Tuñón de Lara en su obra magna La España del siglo XX, la marcha de la guerra “había devuelto la confianza a los capitalistas” y curiosamente “las grandes empresas mejoraron posiciones” pese al fragor de las bombas que seguían cayendo. Una información del diario Le Temps del 18 de agosto de 1938 prueba esta tesis histórica gracias a una tabla comparativa sobre datos extraídos de las Bolsas de Madrid y de Bilbao. Así, las ganancias que obtuvieron algunos “pescadores” en el río revuelto de la guerra española no fueron nada desdeñables. Desde 1936 y 1938 las principales empresas de la época ganaron mucho dinero, como Compañía Sevillana de Electricidad, que pasó de 60 a 80 puntos en su cotización; Minas del Rif, de 337 a 725 puntos; Altos Hornos, de 59 a 114; Constructora Naval, de 19 a 25; Explosivos, de 426 a 470; y Alcoholes del Ebro de 163 a 860. Por supuesto, detrás de las compañías que sacaban pingües beneficios de la guerra estaban las grandes familias, élites que aprovechando los vientos de victoria de Franco se pusieron a la cabeza de las nuevas oligarquías nacionales, como los Urquijo, los Motrico, los Garnica, los Gamazo, Romanones, Herrero, Foronda, Ibarra, Gandaria, Zubiria y Bustillo. Esa aristocracia económica a la que, sin duda, no le fue nada mal la desastrosa guerra civil española.
Pero además Franco no dudó en vender el país al capital exterior. Hacía falta dinero y el Gobierno de Burgos autorizó la formación en Marruecos de una sociedad alemana para explotar recursos mineros en suelo español, según asegura Tuñón de Lara. Los alemanes se metieron a fondo en las sociedades mineras españolas como Aralar S.A., de Tolosa; Montes de Galicia S.A., de Orense; Santa Tecla, de Vigo; Sierra de Gredos S.A., de Salamanca; y Montaña del Sur, de Sevilla, todas ellas creadas por la Hisma, una empresa fantasma constituida el 31 de julio de 1936 en Tetuán y controlada por el Partido Nazi gracias al empresario Johannes Bernhardt. Está acreditado históricamente que la Hisma tenía la finalidad de servir como tapadera al tráfico de armas para el bando franquista al comienzo de la contienda. Casi al final de la guerra, la participación alemana en las dos primeras firmas españolas y en Montaña del Sur era ya del 75 por ciento y en Sierra de Gredos del 60, además de la propiedad total de la S.A. Mauritania, fundada en el Marruecos español.
Con el tiempo Hisma creó la Sofindus, un trust de empresas de importación y exportación cuyo capital era alemán al 90 por ciento (a finales de 1938 había 25 millones de marcos invertidos en Sofindus). También se creó en Salamanca la Nova S.A., supuestamente destinada a facilitar el trabajo de empresas alemanas en tareas de reconstrucción del país.
No quedó ahí la sangría que los nazis hicieron de las arcas públicas de nuestro país. Cuando Hitler pasó la factura a Franco por los gastos de la Legión Cóndor, presentada al Gobierno de Burgos en 1938, el importe de la deuda ascendió a 190 millones de marcos de la época. También en el comercio exterior Hitler le ganó la partida económica a Franco, cuyos conocimientos en Economía eran más bien precarios. En 1938 Alemania importó de España 19 de millones de dólares mientras que exportó por valor de 22, es decir, un superávit de 3 millones. La deuda de guerra con Alemania –que Hitler se cobró en los años sucesivos a la Guerra Civil− ha sido estimada en 1.200 millones de pesetas oro, si bien es cierto que Alemania y España renunciarían a ulteriores reclamaciones de deuda por un convenio posterior de 10 de mayo de 1948.

dijous, 12 de setembre del 2019

EN LA MUERTE DE ANGELITA GRIMAU, ESPOSA DE JULIÁN GRIMAU



https://www.diariodelaire.com/2019/09/en-la-muerte-de-angelita-grimau-esposa.html?m=1


LUNES, 9 DE SEPTIEMBRE DE 2019


El día 1 de septiembre moría en Madrid, a los 89 años de edad, la viuda de Julián Grimau, por cuya memoria luchó toda su vida sin poder lograr la anulación de la injusta condena a muerte de su marido, fusilado en abril de 1963 durante la dictadura franquista.
El pasado martes se levantó la lápida de la tumba de Julián Grimau en el cementerio Civil de Madrid. Fue enterrado ahí en 1973, una década después de su enterramiento en una fosa común, como la de muchas otras víctimas del franquismo que siguen esperando verdad, justicia y reparación. Junto a los restos mortales de Grimau se depositaron las cenizas de Ángela Martínez Lanzaco.












MARCOS ANA
Carmen Grimau

Enterramos a Angelita Grimau, como se la conocía en París, en el Cementerio Civil de Madrid el pasado tres de septiembre. En la tumba de su marido, Julián Grimau. Como quería ella. Sin aspavientos, ni ruidos, ni símbolos, sólo con una rosa roja que cada allegado iba echando sobre el granito de la tumba.

Como muchos de su generación a los que les pilló la guerra siendo muy jóvenes, Angelita vivió entre clandestinos y, por ello, tuvo varias vidas troceadas. Diferentes países, diferentes nombres. Apodos: para "los viejos del monte", Angelita era Marcela.

Vivió varias vidas y de todas ellas se salvó por su fortaleza, que era natural en ella. Ángela era la más joven de toda una generación ya desaparecida. Todo su mundo se había esfumado. Era consciente de ello y no sentía nostalgia del pasado.

Vitalista, mi madre quiso apartarse del dolor. Del dolor primero cuando fusilaron a su marido en 1963. Guardaba dentro, para sí misma, su aflicción. Nunca la expuso. Había en ella una clara voluntad de alejarse de los focos mediáticos, para poder abrazar la vida, la vida de los otros y comprenderlos. Sin renunciar a lo vivido. O lamentar lo padecido.

Nunca pidió nada a nadie, ni reclamó nada. Nunca pensó que se le debía algo. Tampoco recibió nada de nadie. "Hicimos lo que creíamos que teníamos que hacer". Lo que creímos bueno entonces. Conservaba ese rasgo tan clandestino de la extrema prudencia. Escuchaba, porque sabía escuchar y también sabía callarse. Y se callaba incluso cuando pudieron ofenderla. Mi madre carecía de cinismo o de rencor. Sólo decidió apartarse de la efervescencia política de la Transición.

Comprendía su pasado, su trabajo en el Partido Comunista, su vida con Julián y nunca se arrepintió, sólo que vivió una retirada discreta ante una presión siempre insistente para convertirla en una víctima más. Era una mujer libre, libre de cargas. Vivió de su trabajo, de su sueldo, lejos de prebendas políticas.

Tras la amnistía de 1977, Angelita cambió su pequeño piso del barrio obrero de las afueras de París por un pequeño piso en Carabanchel. Por la casa de París habían desfilado los amigos comunistas que venían del interior, y algunos jóvenes de Madrid. Así, una tarde del otoño de 1972 Angelita abrió la puerta a un joven filósofo melenudo que se presentaría como Guillermo pero que se llamaba en realidad Gabriel, Gabriel Albiac. A partir de ese momento una amistad incondicional les unió hasta el final. En París como en Madrid su comedor era idéntico: libros de memorias, cuadros, recuerdos de países que hoy no existen. Y fotos, como la de Gagarin junto a ella. Toda su larga vida cabía en ese pequeño espacio.

Conocía París al dedillo desde su juventud, cuando pateaba sus calles con maletas que venían de la frontera española en los tempranos años 50. Amó París porque allí conoció a Julián, 19 años mayor que ella.

Mi hermana Lola y yo siempre la recordaremos con sus ojos azules, casi cristalinos, con su sonrisa abierta, con sus manos extraordinariamente bellas, con su elegancia innata incluso en el final de su vida.

Se ha ido sin ruido. Sin ser intelectual nos dio una lección de estoicismo, es decir de aceptación racional de que "esto se acaba", como decía ella.

Para espantar los efectos de la morfina, ya con paliativos, en el comedor cantábamos a Piaf, desafiando la muerte: No, nada de nada/ no lamento nada/ ni el bien que me hicieron/ ni el mal/ todo está pagado, barrido, olvidado.

Moría libre, sin atadura, junto a sus nietos, MiguelSamira y Kumari.

https://www.foroporlamemoria.info/2019/09/criminales-y-complices/?fbclid=IwAR3kynhsUvi4MWzozAS8yjKCL3aJVkTNkV9FYPKqGe6JSRuGnrkp_E_c0Lg

Criminales y cómplices

Fernando Palmero. El Mundo, 09-09-2019 10 septiembre 2019
Ángela Martínez Lanzaco, viuda de Julián Grimau murió en Madrid el 1 de septiembre

FERNANDO PALMERO Lunes, 9 septiembre 2019
El martes, se descorrió la lápida del enterramiento de Julián Grimau en el cementerio Civil de Madrid, Junto a sus restos, se depositaron las cenizas de su viuda, Ángela Martínez
“No siempre es bueno avivar”, dice un canalla en sus Memorias de cuatro Españas (Planeta), “la célebre memoria histórica, sobre todo cuando existen recuerdos más conciliadores”. Los criminales y sus cómplices prefieren el silencio y el olvido, combustible del coche oficial del que nunca se bajaron. Fraga y Robles Piquer. El primero ratificó en el acta del Consejo de Ministros del 19 de abril de 1963 la condena a muerte de un dirigente del PCE, dictada en base a una ley retroactiva que juzgaba comportamientos políticos. En aquella sesión, escribe en Memoria breve de una vida pública (Planeta), “se examina a fondo la encíclica Pacem in Terris, cuyo análisis realista me tocó realizar. Pero el tema del día era si se indultaba o no a Grimau (…) predominó la tesis negativa y la sentencia se cumplió a las seis de la madrugada”. Ninguna valoración ética sobre lo que el entonces ministro llama burocráticamente “el tema Grimau”. Al fin y al cabo, como el segundo, su cuñado, director general de Información, actuaban para “defender al Estado y a su gobierno”.
A Robles Piquer le correspondió redactar un panfleto digno de un régimen dictatorial levantado sobre decenas de miles de cadáveres ocultados en las cunetas y que se jactaba ahora ante las protestas del mundo entero de completar su osario con un cuerpo destrozado por la tortura. Aquel folleto, “al que titulé ¿Crimen o castigo?”, presume el canalla, “demostró, creo, que Grimau no había sido aquel inocente que la propaganda comunista y sus compañeros de viaje estaban presentando”. Y dice más: “El juicio fue injusto, según algunos, aunque dispuso de un defensor militar y de un abogado civil”. Pero Robles Piquer sabía cuando publicó su libro que en 1966, el fiscal del consejo de guerra que sentenció a Grimau, Manuel Fernández Martín, había sido condenado por impostor. Ni siquiera era licenciado en Derecho. Sobre esa certeza, Ángela Martínez presentó en 1988 un recurso en la Sala Militar del Tribunal Supremo. Como en 1967 hiciera el Consejo Supremo de Justicia Militar, fue rechazado. En esta ocasión, por “coherencia jurídica”. La democracia también tiene sus miserias. Y su desvergüenza: la de unos partidos que utilizan la Ley de Memoria Histórica para conseguir votos pero se niegan a anular las infames sentencias de los tribunales militares perpetradas por la dictadura. “Más vale olvidar”, asentiría el canalla.
El martes, se descorrió la lápida del enterramiento de Julián Grimau en el cementerio Civil de Madrid, donde fue llevado en 1973 después de pasar años en una fosa común. Junto a sus restos, se depositaron las cenizas de Ángela Martínez.
Ángela Martínez Lanzaco nació en Zaragoza en 1930 y murió en Madrid el 1 de septiembre de 2019.
https://www.elmundo.es/opinion/2019/09/09/5d75513121efa003588b459d.html


https://www.biografiasyvidas.com/biografia/g/grimau.htm

Julián Grimau

(Madrid, 1911 - id., 1963) Político comunista español que fue víctima de la represión franquista. Julián Grimau fue inspector de la Brigada de Investigación Criminal durante la guerra civil española (1936-1939). Miembro del comité central del PCE desde 1954, en 1959 se instaló clandestinamente en España. Tres años después fue arrestado, condenado a muerte en un consejo de guerra y fusilado, pese a una amplia campaña internacional de protestas.

Julián Grimau
Establecido en La Coruña, donde trabajaba en una editorial, Julián Grimau se interesó desde muy joven por la política. Ya en Galicia había militado en la ORGA (Organización Republicana Gallega Autónoma), y, tras la proclamación de la república en 1931, regresó a Madrid y se afilió al Partido Republicano Liberal. Ingresó en el cuerpo de policía y fue inspector de la Brigada de Investigación Criminal en Barcelona. Con el estallido de la guerra civil, participó en julio de 1936 en el asalto al Cuartel de la Montaña e ingresó en el Partido Comunista de España (PCE).
Finalizada la guerra civil, se exilió a Francia y Cuba y prosiguió su actividad política. En 1943 regresó a Europa; en 1954, en el congreso de Praga, fue elegido miembro del Comité Central del PCE. Establecido en Francia, desde 1959 pasó clandestinamente algunas temporadas en España, dedicado a la organización en el propio territorio de la oposición al régimen de Francisco Franco.
El día 8 de noviembre de 1962 varios inspectores de la Brigada Político-Social detuvieron a Grimau en un autobús, en la madrileña Glorieta de Cuatro Caminos. Hacía varios días que el militante comunista era vigilado. En los locales de la Dirección General de Seguridad, y mientras era sometido a interrogatorio, Grimau "cayó desde una ventana del cuarto piso del edificio". En una rueda de prensa convocada por Manuel Fraga al día siguiente del hecho, el ministro dijo: "Se trata del jefe de un pequeño grupo comunista, muy avisado, y que si se sometió a la pirueta de arrojarse por el balcón de la calle fue porque no quería declarar ninguna palabra más de las que había declarado. Está perfectamente identificado: estuvo en el Cuartel de la Montaña, y con nombre supuesto ha circulado dentro y fuera de España durante tres años, y no se puede todavía añadir nada más sobre este particular por cuanto su estado de gravedad ha impedido tomarle nuevas declaraciones".
El llamado "caso Grimau" ha merecido siempre un tratamiento especial entre los historiadores por las condiciones en que se produjo y sus derivaciones internacionales. Durante el régimen franquista, después de la intensa represión de 1939-1944, se habían producido episodios como éste con otras personas por actividades contra la dictadura. En 1962, sin embargo, la guerra quedaba ya lejos, y el clima político estaba marcado por las expectativas liberalizadoras.
Julián Grimau era un inculpado de gran importancia y los sectores más extremistas del régimen impusieron realizar con él un castigo ejemplar. El proceso alcanzó una gran espectacularidad. Varios médicos franceses que le interrogaron concluyeron que podía descartarse el intento de suicidio y que la ausencia de cortes en el rostro y las manos invitaban a considerar que había sido arrojado por la ventana, con el conocimiento perdido a causa de las presiones físicas ejercidas sobre él. El capitán Alejandro Rebollo cuidó de la defensa de Grimau, quien fue acusado de "crímenes cometidos contra bienes y personas durante la Cruzada". Lo cierto es que, sorprendentemente, la defensa del capitán Rebollo fue brillante y sincera, solicitando la absolución por los hechos imputados durante la guerra y reclamando una pena de tres años de cárcel por las actividades del procesado contra la "legalidad vigente". Ese capitán tuvo posteriormente dificultades en su vida profesional.
El militante comunista fue condenado a muerte. El diario Le Monde del último día de abril de aquel 1963 explicó: "En la reunión del Consejo de Ministros para decidir sobre la suerte de Julián Grimau, Franco no habló una sola vez durante las catorce horas de discusión. Por irónico que parezca, la incapacidad del Caudillo alarma a los liberales españoles [...] Al parecer, el proceso y la condena de Grimau constituye una victoria de la Vieja Guardia y el fin de la tentativa de liberalización promovida con la llegada a la vicepresidencia del general Muñoz Grandes. La decisión en favor de la ejecución fue adoptada por un voto de mayoría: votaron por ella todos los generales y dos civiles. Uno de los generales era Agustín Muñoz Grandes, quien se mostró contrario, pero no quiso romper la solidaridad con sus compañeros de armas".
Según explica Manuel Fraga en sus memorias, "la cuestión de si se amnistiaba o no a Grimau fue uno de los debates más difíciles que recuerdo; predominó la tesis negativa y la sentencia se cumplió". Por el indulto se movilizaron numerosas instituciones internacionales y personalidades del mundo político y cultural. El profesor Giorgio La Pira, alcalde de Florencia y miembro influyente de la Democracia Cristiana de su país, encabezó una acción de protesta secundado por los poetas Salvatore QuasimodoGiuseppe Ungaretti y Alberto Moravia. En Francia se movilizaron personalidades como Jean-Paul SartreYves MontandAndré Malraux y muchos más, así como la reina madre de Bélgica y el papa Juan XXIII, quien hizo llegar a Franco "una exhortación a la caridad cristiana".
Quizás el hecho más destacado fuera el envío por Nikita Kruschev a Franco de un telegrama solicitando el indulto: "Ninguna razón de Estado podría justificar el hecho de que 25 años después de terminar la Guerra Civil de España se pueda juzgar a una persona según leyes de tiempo de guerra. Guiado por sentimientos de humanidad me dirijo a usted convencido de que atenderá el ruego de modificar esta sentencia". La respuesta de Franco fue: "Los crímenes horrendos cometidos, de los que hay pruebas abrumadoras, y la continuada acción subversiva hasta el momento mismo de su detención, impiden el ejercicio de la gracia del indulto".
Finalmente Grimau fue fusilado el 20 de abril de 1963. El diario católico francés La Croix afirmó: "Sin inmiscuirnos en los asuntos internos de España, puede considerarse que la ejecución de Grimau no facilita el apaciguamiento de los espíritus ni la paz". El dirigente católico italiano Aldo Moro opinó que "este fusilamiento adquiere caracteres no de justicia, sino de venganza política". El diario romano La Stampa concluyó: "La impresión provocada en El Vaticano ha sido francamente negativa. Un portavoz papal afirmó que no habían faltado apelaciones a la clemencia, lamentándose de que de nada hubieran servido".
El caso Grimau fue el más espectacular en aquel contexto de fortísima represión vivido en el bienio 1962-1963. Pero es necesario señalar que el dirigente comunista no fue el único ejecutado. El 29 de julio de 1963 explotaron en Madrid, en los edificios de la Dirección General de Seguridad y de la Central Nacional Sindicalista, dos artefactos. Unas horas después eran detenidos dos jóvenes anarquistas a los que se acusó de la autoría del hecho: Joaquín Delgado y Francisco Granados. Según una nota publicada en Toulouse por el Consejo Ibérico de Liberación, ambos nada tenían que ver en los citados atentados, afirmando que se trataba de un montaje policial dentro de la oleada de represión. Joaquín Delgado y Francisco Granados, ejecutados a garrote vil, fueron la culminación trágica de aquella oleada represiva. Otra noticia de aquella coyuntura provino de la comarca barcelonesa del Bergadá. A principios de agosto, durante un encuentro armado con la Guardia Civil, resultó muerto el último guerrillero: Ramón Vila Capdevila, conocido con el nombre de Caracremada, un solitario adscrito ideológicamente a la CNT, pero sin vinculaciones orgánicas con la un organización.