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Nuevos datos demuestran que mientras cientos de miles de españoles morían en las trincheras y bombardeos, las élites con buenos contactos en el Gobierno de Burgos y con el Partido Nazi hacían dinero a toda máquina
La Guerra Civil española no solo fue el episodio más sangriento y terrorífico de toda nuestra historia. También un negocio redondo para unos pocos. Así lo prueban importantes estudios historiográficos como el llevado a cabo hace años por el prestigioso Manuel Tuñón de Lara, cuyo legado empieza a valorarse en nuestros días, precisamente cuando más falta hace una información veraz y rigurosa que haga frente a los mentirosos, charlatanes, fabuladores y revisionistas de nuestra historia reciente.
Hoy ya se sabe que en plena contienda civil, cuando la República trataba de contener las acometidas del Ejército de Franco en el frente del Ebro, la Ley de Minas promulgada por el Gobierno del bando nacional abrió la puerta a la inversión extranjera, que así pudo hacerse hasta con el 40 por ciento del capital de cada empresa española minera, o incluso más, siempre que se obtuviera la preceptiva autorización del general que ya se veía Jefe del Estado. En ese momento Franco empezaba a creer que ganaría la guerra, y tras la ruina general de un país arrasado por las bombas el futuro dictador pensaba ya cómo hacer negocio con la reconstrucción de España. En realidad, la decisión del dictador fue una concesión a la Alemania de Hitler por su inestimable contribución en tropas y material bélico para derrotar a la República.
Pero no solo los amigos de Hitler se forraron con la guerra española. La contienda se convirtió también en un gran negocio para los de siempre. En 1938, desangrado el país, el hambre arreciaba y empresarios especuladores traficaron con los escasos alimentos que circulaban por la retaguardia en los diversos frentes. El precio de la carne se disparó un 80 por ciento desde el comienzo de la guerra. El de las legumbres, patatas y aceite entre el 40 y el 50 por ciento, según los casos. Los productos textiles eran raros y caros. Los metalúrgicos también subieron. Por el contrario, los salarios bajaron al extremo y el nivel de vida de los españoles empeoró de forma galopante, según el historiador Tuñón de Lara. Ese escenario formó el caldo de cultivo perfecto para aquellos arribistas y especuladores que soñaban con convertirse en nuevos ricos a costa del sufrimiento de millones de españoles.
Tal como explica Tuñón de Lara en su obra magna La España del siglo XX, la marcha de la guerra “había devuelto la confianza a los capitalistas” y curiosamente “las grandes empresas mejoraron posiciones” pese al fragor de las bombas que seguían cayendo. Una información del diario Le Temps del 18 de agosto de 1938 prueba esta tesis histórica gracias a una tabla comparativa sobre datos extraídos de las Bolsas de Madrid y de Bilbao. Así, las ganancias que obtuvieron algunos “pescadores” en el río revuelto de la guerra española no fueron nada desdeñables. Desde 1936 y 1938 las principales empresas de la época ganaron mucho dinero, como Compañía Sevillana de Electricidad, que pasó de 60 a 80 puntos en su cotización; Minas del Rif, de 337 a 725 puntos; Altos Hornos, de 59 a 114; Constructora Naval, de 19 a 25; Explosivos, de 426 a 470; y Alcoholes del Ebro de 163 a 860. Por supuesto, detrás de las compañías que sacaban pingües beneficios de la guerra estaban las grandes familias, élites que aprovechando los vientos de victoria de Franco se pusieron a la cabeza de las nuevas oligarquías nacionales, como los Urquijo, los Motrico, los Garnica, los Gamazo, Romanones, Herrero, Foronda, Ibarra, Gandaria, Zubiria y Bustillo. Esa aristocracia económica a la que, sin duda, no le fue nada mal la desastrosa guerra civil española.
Pero además Franco no dudó en vender el país al capital exterior. Hacía falta dinero y el Gobierno de Burgos autorizó la formación en Marruecos de una sociedad alemana para explotar recursos mineros en suelo español, según asegura Tuñón de Lara. Los alemanes se metieron a fondo en las sociedades mineras españolas como Aralar S.A., de Tolosa; Montes de Galicia S.A., de Orense; Santa Tecla, de Vigo; Sierra de Gredos S.A., de Salamanca; y Montaña del Sur, de Sevilla, todas ellas creadas por la Hisma, una empresa fantasma constituida el 31 de julio de 1936 en Tetuán y controlada por el Partido Nazi gracias al empresario Johannes Bernhardt. Está acreditado históricamente que la Hisma tenía la finalidad de servir como tapadera al tráfico de armas para el bando franquista al comienzo de la contienda. Casi al final de la guerra, la participación alemana en las dos primeras firmas españolas y en Montaña del Sur era ya del 75 por ciento y en Sierra de Gredos del 60, además de la propiedad total de la S.A. Mauritania, fundada en el Marruecos español.
Con el tiempo Hisma creó la Sofindus, un trust de empresas de importación y exportación cuyo capital era alemán al 90 por ciento (a finales de 1938 había 25 millones de marcos invertidos en Sofindus). También se creó en Salamanca la Nova S.A., supuestamente destinada a facilitar el trabajo de empresas alemanas en tareas de reconstrucción del país.
No quedó ahí la sangría que los nazis hicieron de las arcas públicas de nuestro país. Cuando Hitler pasó la factura a Franco por los gastos de la Legión Cóndor, presentada al Gobierno de Burgos en 1938, el importe de la deuda ascendió a 190 millones de marcos de la época. También en el comercio exterior Hitler le ganó la partida económica a Franco, cuyos conocimientos en Economía eran más bien precarios. En 1938 Alemania importó de España 19 de millones de dólares mientras que exportó por valor de 22, es decir, un superávit de 3 millones. La deuda de guerra con Alemania –que Hitler se cobró en los años sucesivos a la Guerra Civil− ha sido estimada en 1.200 millones de pesetas oro, si bien es cierto que Alemania y España renunciarían a ulteriores reclamaciones de deuda por un convenio posterior de 10 de mayo de 1948.