Año 1953. Una niña abre en su casa el libro juvenil España es así. Empieza a leer. Devora una página, luego otra. Hasta que se detiene en una frase que le llama la atención. Habla del dictador. “Franco es austero. Cobra actualmente en un mes menos de lo que cobraba en un día el presidente de la República”. Esta imagen de un caudillo alejado de la riqueza, del dinero, fue uno de los pilares sobre los que se apoyó la propaganda oficial durante todo el franquismo y una de las ideas más repetidas por la familia tras su fallecimiento en 1975. Pero la realidad es bien diferente. A lo largo de las cuatro décadas que se mantuvo la represión, los Franco amasaron una fortuna descomunal. Una de las joyas de la corona es el Pazo de Meirás. Pero no es la única. Tras la muerte del dictador, acumulaban casi una veintena de propiedades. Algunas fueron vendidas. Otras, todavía siguen en sus manos. El ejemplo perfecto es el palacete Cornide, un inmueble del que se están intentando deshacer. No lo tendrán fácil. Esta semana, el Ayuntamiento de A Coruña ha anunciado que emprenderá acciones legales para su recuperación.
Cuando llegó al poder, el caudillo estaba cobrando como capitán general del Ejército unas 30.000 pesetas anuales. Sin embargo, de la Guerra Civil ya salía millonario. El periodista Javier Otero cifra su fortuna a finales de agosto de 1940 en unos 34 millones de pesetas, una cantidad que en la actualidad equivaldría a unos 388 millones de euros, según ha explicado en sus investigaciones el historiador Ángel Viñas. Tampoco le fue nada mal económicamente la dictadura a su mujer, Carmen Polo. En su declaración fiscal de 1977, admitía un patrimonio de 89 millones de pesetas. Y a pesar de la muerte del dictador, la democracia la mantuvo entre algodones hasta su fallecimiento en 1988. Al año percibía del Estado nada menos que 12,5 millones de pesetas en 14 pagas. Por ser viuda del jefe de Estado, por la pensión por viuda de capitán general, por la Cruz Laureada de San Fernando, por medallas militares… Estaba cobrando, en el momento de su muerte, más incluso que el presidente del Gobierno.
Más de cuatro décadas después del fin de la dictadura, nadie ha sido capaz todavía de calcular con exactitud la fortuna amasada por la familia durante los momentos más negros de la historia reciente de España. Algunos han estimado unos 20.000 millones de pesetas. Otros, como el periodista Jesús Ynfante, ya escribía en 1977 que ascendía a más de 100.000 millones de pesetas (600 millones de euros). “No hay manera real de cuantificarla. Sólo se pueden hacer estimaciones”, explica en conversación telefónica con infoLibre Mariano Sánchez Soler. Este veterano periodista lleva décadas buceando en registros mercantiles, de la propiedad y archivos históricos. Todo con el objetivo de hacer inventario de los bienes y negocios millonarios ligados a la familia del dictador. Del exhaustivo trabajo de investigación salió en 2003 la obra Los Franco S.A, que se encargó de ampliar en noviembre de 2019 bajo el título La familia Franco S.A. Es, probablemente, la mejor radiografía realizada hasta la fecha sobre el patrimonio que acumulan los herederos del caudillo.
Ir tirando del hilo no fue nada sencillo. “Se conocen tres propiedades a nombre de Franco. El resto, tenían detrás empresas creadas en la década de los cincuenta”, explica Sánchez Soler. En concreto, el periodista se refiere al Pazo de Meirás, el palacete Cornide y el Palacio del Canto del Pico. El primer inmueble perteneció históricamente a la novelista gallega Emilia Pardo Bazán, pero tras la Guerra Civil cayó en manos del dictador. Durante décadas, fue utilizado como residencia oficial. En la actualidad, los herederos del dictador y el Estado
pleitean por la propiedad del pazo. Los primeros consideran que les pertenece. Algo que rechaza tajantemente la Abogacía, que mantiene que la operación de compraventa que permitió a Franco inscribir el inmueble en el registro de la propiedad fue fraudulenta. Un tira y afloja con la administración que no impidió a la familia del caudillo
poner a la venta Meirás a través de una inmobiliaria de lujo por 8 millones de euros. Eso sí, el juez ha ordenado que en el registro conste que el pazo se encuentra inmerso en un proceso judicial.
Otra de las propiedades de las que se está intentando deshacer la familia Franco es la conocida como
Casa Cornide, si bien en el anuncio subido a Fotocasa no se fija ningún precio. Este edificio de piedra de tres plantas, cimentado en pleno casco viejo de A Coruña a comienzos del siglo XVIII, fue adquirido en 1958 por el Ministerio de Educación y, cuatro años después, pasó a manos del ayuntamiento de la ciudad. Pocos meses más tarde, el palacete salió a subasta. La puja fue de lo más discreta. Sólo estuvieron presentes el subjefe provincial del Movimiento y el empresario Pedro Barrié de la Maza. Este último, conde de Fenosa, se hizo con la propiedad por debajo del valor que previamente había fijado un arquitecto municipal.
Luego, se lo regaló a la familia Franco. Ahora, más de medio siglo después, el consistorio gallego se muestra
dispuesto a pugnar por su recuperación. Por el momento, se están llevando a cabo los trabajos para declarar el inmueble como Bien de Interés Cultural (BIC), lo que obligaría a los herederos a abrirlo al público.
“Ante el peligro de judicializar algunas propiedades, necesitan deshacerse de ellas cuanto antes. No obstante, ellos llevan intentando vender patrimonio casi desde el principio. Lo que ocurre es que quizá con la muerte de Carmen Franco quieran convertir las reliquias en dinero para repartírselo entre ellos”, asevera Sánchez Soler.
Del Canto del Pico al edificio de Hermanos Bécquer
La familia ya consiguió colocar en la década de los ochenta la finca conocida como el Canto del Pico. La operación fue un buen pelotazo. La propiedad, ubicada en plena sierra de Guadarrama y coronada por la Casa del Viento, que en la década de los treinta había sido declarada monumento nacional, perteneció a José María de Palacio y Arbazuza, el conde de las Almenas. Y siempre ha estado cargada de historia. Por allí pasaba de forma habitual el político conservador Antonio Maura y fue utilizada en plena Guerra Civil como cuartel general del Ejército republicano durante la batalla de Brunete. Sin embargo, la propiedad terminó en manos del dictador. El conde le incluyó en su testamento “por su grandiosa reconquista de España”. Fue el primer gran regalo inmobiliario. Y lograron venderlo a un hostelero español por un buen pellizco a finales de los ochenta. Se embolsaron 320 millones de pesetas.
No ha sido el único pelotazo dado por la familia. Otra jugosa operación la realizaron con Valdefuentes, en Arroyomolinos (Madrid). Esta inmensa finca, que ronda los diez millones de metros cuadrados, nunca estuvo a nombre del dictador aunque siempre fuera considerada el coto privado de caza del caudillo. Las sociedades y los intermediarios en este terreno, utilizado durante la década de los ochenta como plató de cine, jugaron durante toda la dictadura un papel fundamental. Luego, la presidencia de Valdefuentes S.A. terminaría en manos de Carmen Franco. “La superficie, al tener calificación rural, poseía un valor que rondaba los mil millones de pesetas. Si en su totalidad se convirtiera en zona edificable, los beneficios se multiplicarían exponencialmente. Había que recalificar”, expone Sánchez Soler en su obra. Dicho y hecho. En apenas diez meses, ayuntamiento y Comunidad de Madrid, presididos entonces por el PP, dieron el visto bueno a la recalificación de 3,3 millones de metros cuadrados para levantar miles de viviendas, un polígono industrial y un centro comercial.
Las firmas interpuestas han sido habituales en el control de otras tantas propiedades de la familia. En total, tras la muerte del dictador el periodista contabilizaba algo más de una veintena de inmuebles y terrenos repartidos por Madrid, Málaga, Córdoba, Guadalajara o Málaga. Tentáculos que llegan incluso hasta Filipinas o Miami. En la capital, la familia del dictador tiene otra de las joyas de la corona. Es el famoso edificio de la calle Hermanos Bécquer, a pocos metros del Paseo de la Castellana. El bloque estuvo desde la década de los cincuenta ligado a la sociedad Ursaria SA, de la que el apellido Franco no afloraría a través de la hija del caudillo hasta dos años después de la muerte del dictador, si bien es cierto que cuando se disolvió la firma se dejó constancia de que todas las acciones pertenecían a Carmen Polo. Ahora, los herederos intentan desesperadamente colocar el edificio, cuyos pisos estaban alquilando a unos 7.000 euros al mes, según publicó
El Mundo.
El inmueble está valorado en unos 50 millones de euros.
Plazas de garaje, inmobiliarias, actividad sanitaria
Los herederos del dictador también han soltado lastre en los últimos años a través de la venta de joyas familiares. El pasado noviembre, casi un mes después de la exhumación de Franco del Valle de los Caídos, vendieron dos piezas de diamantes y esmeraldas por más de 168.000 euros. La subasta fue polémica. Los colectivos memorialistas exigieron al Gobierno que se investigase el origen del collar, los pendientes y el anillo por si alguna vez formaron parte del patrimonio del Estado. La preocupación de la ARMH tiene su razón de ser. Solo hay que recordar lo que pasó con las estatuas de Abraham e Isaac del Pórtico de la Gloria. Vendidas al Ayuntamiento de Santiago en 1948, las dos esculturas acabaron en manos de la familia Franco, que al parecer se encaprichó de ellas. El consistorio gallego intentó recuperarlas en los tribunales. No tuvieron suerte. La jueza desestimó íntegramente la demanda.
A todo este
botín hay que añadir los numerosos negocios familiares. Hasta el momento de su fallecimiento, Sánchez Soler cifra en veintiuno el número de consejos de administración en los que ocupaba puestos la hija del caudillo. Ahora, los nietos controlan una maraña societaria compuesta por más de una veintena de firmas y con un patrimonio neto que sobrepasa los 100 millones de euros, según una reciente investigación del diario
El País. La mayoría de ellas están dedicadas al sector inmobiliario, aunque hay negocios de todo tipo: relaciones públicas, antigüedades, actividad sanitaria... De todos los herederos del dictador, el que figura en mayor número de sociedades es Francis Franco.
Buena parte de su patrimonio descansa sobre las plazas de aparcamiento. Sólo en la capital acumula más de dos centenares a través de tres empresas. Y otras tantas en Málaga, donde también posee más de seis decenas de pisos, así como almacenes y oficinas.
'Olvidos' tributarios
El nieto mayor del general también ha hecho negocios fuera de territorio español. Hasta 2016, por ejemplo, controló a través de sus sociedades la naviera eslovaca Slovenská Plavda. Y no siempre se ha acordado de declarar al fisco todas sus finanzas. Francis Franco fue una de las personas que
se acogió a la amnistía fiscal del Gobierno de Mariano Rajoy para
regularizar 7,5 millones de euros no declarados por una de sus empresas. No es la primera vez que el apellido del dictador salta a la palestra por cuestiones similares. El estallido de los
papeles de Panamá puso al descubierto que dos de los hijos de Francis Franco
habían firmado como directores generales de dos sociedades ubicadas en las Islas Vírgenes Británicas. Y en marzo de 2018, la nieta mayor del caudillo, Carmen Martínez-Bordiú, saltaba a los titulares tras haber sido
condenada por la Audiencia Nacional a abonar más de medio millón de euros a Hacienda por impuestos impagados tras una importante venta de acciones. La viva imagen del patriotismo.
“Ellos han vivido de las rentas, del patrimonio que tenía la familia a partir de la muerte de Franco”, asevera Sánchez Soler. Para el periodista, la fortuna se amasó en base a un “expolio”. “Ellos igual pensaban que eso era normal. Y
lo más alucinante es que crean que tienen derecho a todo”, apunta al otro lado del teléfono. El tiempo, dice el investigador, corre a su favor. Si no hay denuncias, continúa, es complicado “demostrar” la existencia de “ilegalidad” alrededor de parte del
botín amasado. “A ver quién se atrevía entonces a no vender o a desplazarse a El Pardo a pasar la cuenta”, sostiene. Sánchez Soler, no obstante, recuerda que esta cuestión es “un poco el mascarón de proa”. Recuerda que no hay que olvidarse tampoco del
“expolio” de los “grandes capos” del régimen que, del mismo modo, amasaron enormes fortunas al calor de la dictadura. Fueron tiempos oscuros. Ahora, es necesario que no se pierda la memoria.