http://heraldodemadrid.net/2015/06/04/los-internados-del-miedo-un-documental-necesario/
Montse Armengou y Ricard Belis
El teléfono sonó. Como muchos días cuando llegamos al trabajo, abrimos nuestro particular “Imserso de la memoria”. Así llamamos cariñosamente al tiempo que dedicamos a atender a personas que nos llaman y nos explican su experiencia durante la dictadura franquista con ánimo de denunciar hechos que no han sido ni juzgados ni reparados. Lo que en cualquier otro país del mundo –desde Argentina hasta Sudáfrica pasando por Congo, Bosnia y tantos otros lugares- habría hecho un organismo estatal, en España lo hacemos asociaciones e investigadores. Ese día al otro lado del teléfono estaba Cándido Canales y su historia de aprendiz de bailarín: sus depresiones, las sesiones con el psicólogo, el baile como terapia, la inminente boda de su hija, su deseo de sacarla a la pista en cuanto sonaran los primeros compases del vals nupcial…
¿Y qué pintábamos nosotros como directores de documentales de investigación sobre la represión franquista en el baile de Cándido? Después de una hora larga al teléfono todo encajó. Cándido había quedado irremediablemente marcado por años de malos tratos y abusos en el Colegio San Fernando de Madrid, uno de esos atroces internados donde más que el dolor de los golpes, lo que dejaron en él una marca imborrable fueron las humillaciones. Desde esos años ya lejanos de la infancia y la adolescencia –si es que las tuvo- nunca había querido destacar en nada. Pasar desapercibido, ser invisible, era una especie de antídoto para que nadie se fijara en uno como víctima propiciatoria de castigos y vejaciones. Así las cosas, inaugurar la pista de baile el día de la boda de su hija era para Cándido un reto colosal.
De la mano de su terrible experiencia nos adentramos en los malos tratos físicos y psíquicos, los abusos sexuales, la explotación laboral y las prácticas médicas dudosas que sufrieron centenares de miles de niños en internados religiosos y del estado durante el franquismo y hasta bien entrada la democracia.
Algunos colectivos –como las internadas en el Preventorio Antituberculoso de Guadarrama- ya se habían organizado a través de las redes sociales y habían hecho públicos unos castigos que excedían a cualquier rigidez atribuible a otra época con costumbres pedagógicas más duras. No hablamos –ni justificamos- cachetes o castigos de cara a la pared. No. Hablamos de quemar el culo con velas por orinarse, de comer el propio vómito después de una comida nauseabunda y a menudo llena de insectos o de formaciones interminables con los pies medio descalzos en patios nevados.
Pero nuestro objetivo era encontrar esas víctimas silenciosas, no organizadas, que llevaban en soledad el trauma de tantos años de sufrimiento. Como ya ha ocurrido en investigaciones como “Los niños perdidos del franquismo”, no sólo queríamos buscar a esas víctimas anónimas si no, además, hacer un retrato coral, encontrar testimonios de distintos centros, de distintos lugares, de distintas épocas. En ausencia de un documento que pudiera probar los malos tratos, la coincidencia de prácticas violentas y vejatorias entre testimonios que no se conocen entre sí fue el motor de nuestra búsqueda. Y así fue como confeccionamos una gran base de datos con los escalofriantes relatos de centenares de niños.
Quizás capítulo aparte merecen los abusos sexuales que sufrieron mucho internos. A la crueldad y la humillación de tocamientos, felaciones y violaciones, se añadía la perversión mental con que hacían creer a los niños que esos eran los designios de Dios. Eso sí, unos designios inconfesables y que siempre se tenían que mantener en secreto bajo amenaza de castigos y terribles sufrimientos para sus familias.
La infancia más vulnerable, la que precisaba más protección fue la gran víctima de un estado que a pesar de tener la tutela de esos niños, los abandonó a la suerte de unos centros –la mayoría religiosos- que se dedicó a sacar provecho de ellos: cobraban del estado, los explotaban laboralmente y satisfacían con ellos sus instintos más violentos. Evidentemente, no en todos los internados se cometieron abusos, pero estamos hablando de una frecuencia más que alarmante. Muy probablemente no había consignas de malos tratos pero la impunidad e inmunidad con se ejercieron son impresionantes.
Quizás una de las cosas que más nos ha impresionado durante la realización de este documental ha sido la cercanía generacional. Ya no se trataba –que también- de personas que habían sufrido la violencia en esos centros de Auxilio Social inmortalizados en los“Paracuellos” de Carlos Giménez durante la posguerra. No, hablábamos también de personas nacidas en los años sesenta, en pleno boom del desarrollismo, donde los nuevos aires del Concilio Vaticano II se daban de la mano con religiosos que abusaban sexualmente de los internos.
La llegada de la democracia no supuso nada para muchos de esos niños-presos, criaturas que habían estado encerrados de su nacimiento hasta su mayoría de edad. Eran las víctimas colaterales de madres solteras, mujeres separadas a las que se les quitaba la custodia de sus hijos, con los padres en las cárceles o chicas embarazadas incestuosamente por sus padres, tíos o hermanos. Los culpables estaban en la calle, las víctimas encerradas. La dictadura, con sus normas nacionalcatólicas, había creado a sus propias víctimas y les ofrecía beneficencia a cambio de adoctrinamiento, caridad a cambio de propaganda. La transición abrió las puertas de las cárceles con la amnistía. Pero las de los internados siguieron cerradas hasta bien entrados los años 80.
A diferencia de otros países, e igual que ha pasado con tantos otros temas –fosas comunes, niños robados, Valle de los Caídos, etc.- ni el estado ni la Iglesia han pedido perdón. Aparecer en un documental de televisión destapando los traumas del cuarto oscuro de la memoria -igual que destapaban las sábanas que cubrían los elementos de atrezzo del rodaje- ha sido el único elemento reparador que han obtenido en toda su vida. Y va a continuar siendo el único a no ser que prospere la querella argentina contra los crímenes del franquismo, a la que se han adherido algunas víctimas de los internados.
Un último apunte respecto a Cándido. Con su empeño y unas cuantas clases se convirtió en un buen bailarín de fox- trot, swing y cualquier ritmo con el que poder inaugurar verbenas y fiestas mayores de los pueblos de su entorno. Y por descontado, sacar a bailar a su hija el día de su boda.
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