Blog d'en Jordi Grau i Gatell d'informació sobre les atrocitats del Franquisme..... "Las voces y las imágenes del pasado se unen con las del presente para impedir el olvido. Pero estas voces e imágenes también sirven para recordar la cobardía de los que nada hicieron cuando se cometieron crímenes atroces, los que permitieron la impunidad de los culpables y los que, ahora, continúan indiferentes ante el desamparo de las víctimas" (Baltasar Garzón).
dilluns, 10 de febrer del 2025
14 MIEMBROS DEL BATALLÓN REPUBLICANO GALICIA, VILMENTE ASESINADOS POR FALANGISTAS Y GUARDIA CIVIL EN EL PUERTO DO ACEBO.
Diez años infructuosos para conocer los expedientes de los represaliados por el franquismo en la cárcel de Cáceres
La Asociación Memorial en el Cementerio de Cáceres denuncia que el Ministerio del Interior no facilita el conocimiento de la represión franquista en Cáceres
— PP y Vox rechazan que el campo de concentración franquista de Castuera sea de titularidad pública
![Antigua prisión de Cáceres](https://static.eldiario.es/clip/ffa69e95-4ee3-48ca-a19e-382f9dab4cab_16-9-discover-aspect-ratio_default_0.jpg)
La Asociación Memorial en el Cementerio de Cáceres (Amececa) ha denunciado que el Ministerio del Interior no facilita el conocimiento de la represión franquista en la ciudad de Cáceres, pues lleva casi diez solicitando los expedientes carcelarios de aquellas personas que estuvieron presas en Cáceres por motivos políticos durante ese período.
Por ello, está requiriendo a las administraciones públicas medidas concretas para que los familiares en particular y la ciudadanía en general conozca la documentación generada por la dictadura franquista sobre las víctimas y personas represaliadas en la ciudad.
Recuerda que miles de personas, la mayoría vecinas de localidades de la provincia de Cáceres aunque también de poblaciones de Badajoz, permanecieron encarceladas en la antigua Prisión Provincial de Cáceres y en la 'Cárcel Vieja' durante la guerra civil y la dictadura franquista por sus ideales democráticos.
A cada una de estas personas presas se les realizó un “expediente carcelario” que indica su paso por dicha prisión y por otras cárceles si se diera el caso, además en ocasiones se incluye otra documentación como sentencia, listado de personas presas, etc.
Para Amececa, esta documentación es muy valiosa, ya que además de ofrecer información sobre la vida de esta persona abre la posibilidad de localizar otra documentación en otros archivos históricos, como sumarios de los “consejos de guerra”.
Actualmente estos expedientes carcelarios se encuentran repartidos entre el Archivo Histórico Provincial de Cáceres y el Centro Penitenciario de Cáceres. Según detalla, hace un año se dirigieron al ministro del Interior para que se agilizara este proceso, en la que se le comunica que en fecha próxima se atendería la reclamación, pero han pasado los meses y la transferencia no se ha producido, pese a que en septiembre se le volvió a pedir “pero a fecha de hoy no hemos obtenido respuesta alguna”.
Para esta asociación es “verdaderamente sorprendente” que familiares de las personas que estuvieron presas cuyo primer apellido esté comprendido entre las letras H y Z (ambas inclusive) tengan que hacer un complejo proceso burocrático para solicitar el expediente de su familiar y aquellos cuyo primer apellido estuviera comprendido entre la A y G (ambas inclusive), ya que pueden consultarlo en el Archivo Histórico Provincial de Cáceres.
Ante esta situación “esperpéntica”, Amececa estimamos que casi diez años ha sido un tiempo de espera suficientemente amplio y por ello exigimos al ministro del Interior la transferencia inmediata.
El manicomio como excusa: así usó el franquismo la reclusión psiquiátrica para reprimir a mujeres tras 1936 Un libro de Montse Fajardo recupera historias de internas en Conxo, el psiquiátrico de Santiago de Compostela y hasta 1953 el único de la comunidad, y relaciona sus circunstancias con el clima de miedo y terror desencadenado por el golpe fascista y las primeras décadas de la dictadura Hemeroteca — Mujeres en el manicomio: “Locura genital”, “exageradamente cómica y enamorada”,
Un libro de Montse Fajardo recupera historias de internas en Conxo, el psiquiátrico de Santiago de Compostela y hasta 1953 el único de la comunidad, y relaciona sus circunstancias con el clima de miedo y terror desencadenado por el golpe fascista y las primeras décadas de la dictadura
Hemeroteca — Mujeres en el manicomio: “Locura genital”, “exageradamente cómica y enamorada”, “psicosis melancólica”
![Taller de costura para mujeres internas en el Hospital Psiquiátrico de Conxo](https://static.eldiario.es/clip/a86d9456-72ed-4e22-88d1-b000544b4cba_16-9-discover-aspect-ratio_default_0.jpg)
El miedo. Lo que definió aquella época fue sobre todo el miedo. Los cadáveres aparecían cada día en las cunetas. Los falangistas llamaban a la puerta para llevarse a los hombres. Concejales republicanos eran asesinados y sus familias quedaban expuestas. La leva obligatoria del bando fascista dejaba madres con dificultades para alimentar a sus hijos y sin saber si los padres regresarían del frente algún día. El miedo. Estas y otras circunstancias aparecen reflejadas en los expedientes de mujeres internadas en el manicomio de Conxo, en Santiago de Compostela, hasta 1953 el único psiquiátrico público de Galicia. La periodista e investigadora Montse Fajardo ha recuperado sus historias en un libro, Rotas. As mulleres que o franquismo agochou en Compostela (Rotas. Las mujeres que el franquismo escondió en Compostela, 2024), que propone una mirada inédita sobre cómo el franquismo se sirvió de la psiquiatría para justificar una represión con evidente sesgo machista.
“Data su cosa aguda desde el comienzo del Movimiento”, dice el expediente de Felisa -Fajardo omite apellidos y cambia nombres para preservar la intimidad. Por las anotaciones del documento, no se trataba de una persona afecta a los alzados. “En la sesión con el doctor denuncia: 'Me hacen muchas cosas en el hotel' y él diagnostica delirio persecutorio”, escribe Fajardo. El médico no concreta más, pero Fajardo deduce que, al fondo, hay un episodio de violencia sexual. Lo mismo sucede con la hija de un concejal asesinado que, ingresada en Conxo, rompe su ropa, se desnuda, repite a gritos “puta”. Está embarazada. “No puedo asegurar que fuese violada”, dice la autora, “y, sin embargo, todo apunta a ello”. La violación de familiares de ediles demócratas paseados fue arma de guerra de los alzados. La mujer estaba embarazada y sin pareja conocida. Los gritos.
El trabajo de Fajardo, que le valió el premio de ensayo de la Semana do Libro de Compostela (SELIC), se mueve entre silencios, palabras no dichas, fueras de campo, el reverso de la documentación oficial, papeles deteriorados. “De las agresiones sexuales cometidas al amparo de la nueva situación política no queda rastro documental”, escribe, “no hay certificados de las rapas ni de los tatuajes que le hicieron con cruces de la Iglesia […] no hay expedientes que recojan los nombres de las obligadas a ingerir aceite de ricino. Ni archivos que atesoren lo padecido en las violaciones”. Aun así, “fue la memoria oral, de nuevo, la que enmendó el callar de la historia”. El corazón de Rotas es, sin embargo, documental: el archivo del Hospital Psiquiátrico de Conxo, depositado en el Arquivo de Galicia en la Cidade da Cultura de Santiago de Compostela.
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Solo uno de cada cuatro expedientes
“Solo se conservan uno de cada cuatro expedientes de los años de la Guerra Civil. Lo sabemos por la numeración”, explica Montse Fajardo en conversación con elDiario.es, “algunos son muy ricos en detalles e incluyen las respuestas de las enfermas. Otros son muy vagos. Muchas mujeres duraron apenas meses en Conxo”. Especialmente las pobres: el médico pasaba una vez cada 14 meses si la interna o sus familiares no tenían dinero para pagar. “Muchas no llegaban a la segunda consulta”, añade Fajardo. Incluso en situaciones tan extremas como la de un manicomio bajo una dictadura había grados: “Si había algo peor que ser una mujer en el franquismo, era ser una mujer loca en el franquismo. Y peor todavía era ser una mujer loca y pobre en el franquismo”.
Al marido de Manuela Abuín, el estibador y sindicalista de la CNT Antonio Meaños, lo pasearon el 15 de agosto de 1936. Lo sacaron de la cama que compartía con Manuel y con su hija Carmen, entonces de ocho años. Fue la misma Abuín la que encontró el cadáver de Antonio con un tiro en la sien. Entonces comenzó a llorar. Lloró y lloró durante días. Tanto que su hija y su otro hijo, Tucho, tuvieron que mudarse con una amiga. Su madre no era capaz de atenderlos. Los altercados con las autoridades locales se sucedían. Hacia 1946, Manuela atacó la estatua de Calvo Sotelo inaugurada en 1938 en unos jardines de Vilagarcía de Arousa. La trasladan a Conxo el 23 de septiembre. Allí murió. Este relato, cuyo rastro documental no se encuentra en la Cidade da Cultura, sino entre los papeles de la Deputación de Pontevedra -el psiquiátrico dependía de las diputaciones-, lo conservó la memoria de Carmen Meaños. Fue ella quien se lo contó a Fajardo hace más de 20 años y es el origen remoto de Rotas.
La familia anarquista de Coralia y Maruxa
“Con Carmen entablé amistad en un acto de memoria histórica. Siempre me decía que los investigadores hablábamos mucho de los que se marcharon y no de las que se quedaron”, recuerda. Marchar era un eufemismo, claro, la palabra que respiraba por debajo era asesinados y asesinadas. Entre las que se quedaron estaban, por ejemplo, Coralia y Maruxa Fandiño Ricart, las célebres Marías, cuya estatua decora hoy en día la Alameda de la capital gallega. Aunque no llegaron a sufrir estancia en el manicomio, Fajardo menciona su historia como ejemplo de las repercusiones de la violencia fascista en la salud mental de las mujeres. “Nunca sabremos, porque ellas no lo contaron, si fueron violadas en aquellas noches en las que los falangistas las sacaron de su casa para castigar las ideas anarquistas y, en concreto, la militancia anarquista de sus hermanos Manuel, Alfonso y Antonio, huidos tras el golpe”, expone en el libro.
La historiadora Encarna Otero investigó la vida de As María. La cita Fajardo: “Consiguieron crear un mecanismo de defensa para sobrevivir: enloquecieron, y en su locura, escuálidas como si hubiesen salido de un campo de concentración, sin dientes, se vistieron de luz y color”. Así las inmortalizó la estatua del parque compostelano. Maruxa y Coralia nunca entraron en Conxo, que había abierto sus puertas en 1885. Hasta que en 1953 abrió el psiquiátrico de Castro de Rei (Lugo) y seis años más tarde el de Toén (Ourense), fue el único sanatorio mental público de Galicia. “Como explica el psiquiatra David Simón, durante el franquismo no existe vocación de curación en Conxo”, dice en el libro. La afirmación la sustenta en cifras: hasta 1968, la relación entre entradas, salidas definitivas y muertes “es similar” a la de un asilo de ancianos.
En los expedientes revisados por Fajardo del período de la guerra y la posguerra, el diagnóstico más repetido, “casi unánime”, es el de esquizofrenia. Pero lo que la autora de Rotas detecta es su vínculo -la tesis central del libro- con los avatares históricos. Usa, por ejemplo, el caso de Luisa, que narra el inicio del volumen. Veinticuatro años, ferrolana, la trasladan al manicomio compostelano en julio de 1939. Procedía de la cárcel de Ferrol, donde la había encerrado por insulto a la fuerza armada. El tribunal concluyó que sus facultades estaban alteradas a causa de la esquizofrenia y la envío a Conxo. El expediente de Luisa señala que ya en septiembre le dice al médico que prefiere estar en la cárcel antes que en el psiquiátrico. “El dictamen del doctor no hace más que corroborar que fue la situación represiva lo que llevó a Luisa a ser considerada loca”, indica Fajardo. El médico anota que ella confiesa que no se dejará llevar por su corazón, “que impulsado por sentimientos de justicia le dio el mayor disgusto de su vida”. Luisa no fue de las peor paradas: a los tres meses, su familia la sacó del hospital.
“Me quieren hacer daño los de arriba”
El análisis cuantitativo de lo sucedido en Conxo en aquellos años resulta imposible. La pérdida de expedientes y de otros materiales lo impide. Sí existe, a juicio de Fajardo, un elemento común, el miedo. “Las mujeres cuyo ingreso está directamente relacionado con el Golpe de Estado sienten miedo. De tres tipos: por la situación, por lo que pasó a gente de su entorno o por lo que le pasó a ella misma”, argumenta. “Me quieren hacer daño los de arriba”, dice un apunte, como una rendija a una esfera de terror político escondida en la prosa burocrática del médico. Los ejemplos se suceden a lo largo de Rotas, organizado por capítulos que abordan la violencia sexual, la pérdida de la identidad, el abandono familiar o la excusa de la histeria. “No es fácil romper el silencio del manicomio y de las mujeres que en él permanecieron durante la larga noche del franquismo”, advierte Fajardo ya en la introducción al libro. Y, sin embargo, este breve volumen, 121 páginas, contribuye a hacerlo.
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Estudiando a escondidas cuando Franco cerró la Universidad
https://www.elcorreodeburgos.com/burgos/250207/233502/universidad-paralela.html
8 de febrero de 1975. Sin clase lo que resta de curso por decreto ministerial, alumnos y docentes de la UVA comparten apuntes y hacen exámenes de forma clandestina para «no perder un año por una decisión injusta». En Burgos, una «inédita» manifestación plantó cara al régimen
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Santiago Herrera, José Herrero y Fernando Santamaría, estudiantes burgaleses cuando Franco cerró la Universidad de Valladolid.SANTI OTERO
Con Franco moribundo, el régimen se tambaleaba. El miedo, aunque persistente, había cambiado de bando sin que nadie pudiera -o quisiese- evitarlo. Las luchas obreras, imparables desde finales de la década de los 60, arreciaban la tormenta y los estudiantes, la gran mayoría con hambre voraz de democracia, no dudaron en mojarse. En Valladolid, residencia académica de cientos de burgaleses, el ambiente se caldeó hasta tal punto que las autoridades decretaron el cierre de la Universidad lo que restaba de curso. Dos detonantes motivaron la polémica decisión, oficializada el 8 de febrero de 1975, de una dictadura en horas bajas que trataba de quemar sus últimos cartuchos mediante una incomprensible «demostración de fuerza» que afectaría a 8.000 jóvenes.
Ocurrió hace 50 años, pero Santiago Herrera, José Herrero y Fernando Santamaría lo recuerdan como si fuese ayer. Oriundos los tres de Burgos, no llegaron a estar en el recital de la cantautora Elisa Serna programado en Filosofía y Letras. Aun así, conocen de primera mano la historia de aquel fatídico 16 de enero. «Hubo cargas de los grises y estudiantes heridos. Era un contexto de muchas protestas», rememora Santamaría, por aquel entonces en 2º de Derecho, mientras precisa que «la entrada de la Policía sin permiso de la máxima autoridad académica motivó el malestar de muchos decanos».
He aquí el primer detonante. Poco después llegaría el segundo, el definitivo, a finales de enero. El rector de la UVA, José Ramón del Sol, se encontró de buena mañana con el aula vacía cuando iba a impartir una clase en Medicina. Impertérrito, dejó que la hora transcurriese como si nada. Más tarde, de camino al Hospital Provincial, sería abordado en plena calle por un grupo de estudiantes que exigieron su dimisión con una lluvia de huevos. El cierre, probablemente ya decidido de antemano, no tardaría en hacerse efectivo por obra y gracia del propio Del Sol y, en última instancia, del otrora ministro de Educación y Ciencia, Cruz Martínez.
Ajeno al decreto ministerial de aquel aciago 8 de febrero, José Herrero se percató de que «no podíamos salir» al acabar unas prácticas de Anatomía. Para su sorpresa, y la del resto de compañeros, no tardó en enterarse de que el régimen franquista había cerrado a cal y canto las facultades de Medicina, Filosofía y Letras, Ciencias y Derecho en respuesta a las algaradas estudiantiles. En ese momento, «cundió la desolación entre todos y la impotencia era tremenda». Y aunque «había cauces para denunciar aquello, sabíamos que no nos iba a llevar a ningún lado».
«No había motivo», esgrime Santiago Herrera, matriculado en Derecho, convencido de que la «decrepitud» de la dictadura generaba «unas luchas intestinas dentro del propio franquismo para preparar la sucesión». En su caso, no le quedó más remedio que mudarse a Madrid para proseguir sus estudios. Así se lo ordenó su padre, al que llamó por teléfono desde la residencia de la novia de un hermano suyo, tras una bronca de aúpa. «¿Tú te crees que te estoy pagando la carrera para que hagáis esto? Vente inmediatamente para Burgos», le espetó al otro lado de la línea.
No había vuelta de hoja. Al final, pagó el pato «la Universidad más débil». En un contexto «hostil y represivo», Fernando Santamaría cita de carrerilla episodios trascendentes que dejan a entrever las ansias de cambio que subyacían en la sociedad española, desde el proceso 1001, que condenó a prisión a toda la dirección de Comisiones Obreras, hasta la 'caída' del estudiante antifranquista José Luis Cancho desde un tercer piso de la Jefatura de Policía de Valladolid.
Universidad paralela
Nadie, salvo los afectos al régimen más conocidos como «los del búnker», se quedó de brazos cruzados. Las clases medias, habituadas al silencio pese a los desmanes del franquismo, empezaron a alzar la voz. Los padres de los alumnos protestaron enérgicamente aunque no sirviese de nada. Entretanto, estudiantes y profesores se las ingeniaron para organizar una Universidad paralela con el fin de aprovechar ese tiempo que les estaba siendo arrebatado.
Jugándose su empleo y la libertad, muchos docentes empezaron a dar clases de forma clandestina. Las aulas de la UVA se trasladaron a colegios y comedores universitarios. «A las 2 y media de la tarde, íbamos a 'comer'. Estaban los platos puestos y, en un momento dado, aparecía un profesor no numerario. Entonces, retirábamos los platos, hacíamos los exámenes y recogíamos». Santamaría, que estudiaba por su cuenta desde Burgos y era asiduo a las asambleas secretas como las que se celebraban en el María Mediadora, siempre acudía a cada cita a sabiendas de que «había vigilancia policial».
¿Hacían los grises la vista gorda? Herrera no lo puede asegurar a ciencia cierta, pero tiene el «convencimiento absoluto» de que miraban hacia otro lado porque «lo sabía todo el mundo». Además, «era complicado detener o procesar a unos chavales porque van a clase a formarse». A fin de cuentas, «no hacían nada malo».
«Muchos profesores y catedráticos, entre ellos Pedro Gómez Bosque, nos pasaron apuntes y esquemas e incluso se preocuparon en hacer alguna práctica». A diferencia de los de Derecho, que finalmente lograron convalidar las notas de la Universidad paralela, Herrero y el resto de alumnos de Medicina perdieron el año al tratarse de una carrera «eminentemente práctica». Según reconoce, «pasamos momentos de mucha ansiedad, aunque con 18 años te echas encima lo que sea».
Con el mundo por montera, los estudiantes no se amedrentaron. Correr delante de los grises se había convertido en el pan de cada día. Los golpes dolían, desde luego, y el temor a pisar los calabozos siempre estaba ahí. «Poca broma», apunta Herrero, porque «había gente que no salía».
Carreras y palos
El miedo, como decíamos al principio, empezaba a cambiar de bando y las manifestaciones eran cada vez más frecuentes. De hecho, llegó a producirse una manifestación «inédita», en el casco histórico de Burgos, promovida por 80 chavales que reclamaban la reapertura de la Universidad. «No hubo palos porque fue una sorpresa», detalla Santamaría, presente en aquella histórica convocatoria, mientras seguía de cerca los pasos de los compañeros en Valladolid con sus protestas silenciosas, en las que también estuvo junto a Herrero, consistentes en «dar vueltas a la Plaza Mayor».
«Hubo un momento en el que no podías ir acompañado de nadie. Y cuando nos decían 'disuélvanse' porque lo consideraban una manifestación, nos entraba la risa», cuenta Herrero antes de revivir una surrealista anécdota. En concreto, la protagonizada por un compañero guipuzcoano en la plaza de Santa Cruz que, ni corto ni perezoso, pidió a los grises que «trajesen un vaso de agua y una cucharilla para disolvernos».
Tampoco olvidará jamás Herrero el concierto de Oskorri en la Facultad de Medicina y el desalojo, a base de golpes, después de que la Policía formase un pasillo para repartir a diestro y siniestro tras el «tercer toque de corneta». Santamaría, por su parte, agradece la providencial actuación de unos padres que le salvaron de una monumental paliza cuando se refugió en un colegio después de una manifestación en Santa Cruz. Lo bueno, eso sí, es que con tanta carrera «teníamos una forma física excelente».
El principio del fin
«Los grises estaban metidos en las furgonetas desde las 9 de la mañana hasta última hora de la tarde. Diez o doce tíos dentro sin poder salir. Y claro, después salían histéricos y como bestias», apunta Herrera al evocar ese sentimiento de «solidaridad y compañerismo» que imperaba en aquella España que luchaba por salir del blanco y negro mientras el dictador agonizaba. A tenor de lo vivido, no le duelen prendas al afirmar que «era una situación que hoy sería imposible de entender» porque «la juventud ahora es mucho más individualista».
Con la muerte de Franco, llegó la Transición que tanto esperaban aquellos estudiantes que plantaron cara a la dictadura a pie de calle y estudiando a escondidas. «No fue nada sencillo», subraya Santamaría plenamente convencido de que «la Ley de Reforma Política de Torcuato Fernández-Miranda fue clave para la caída del régimen». No en vano, la Constitución del 78 hizo que «todo lo que habíamos estudiado en la carrera ya no sirviese para nada».
Medio siglo más tarde de aquel abrupto y desnortado cierre, la Universidad de Valladolid conmemorará la efeméride el 14 de febrero con una serie de mesas redondas en el Salón de Grados de la Facultad de Derecho. Entre los ponentes, se encuentran sindicalistas como Antonio Gutiérrez; estudiantes represaliados como María Jesús Díez-Astrain o Luis Arroyo; políticos que también lo vivieron de cerca como Jesús Quijano; docentes 'rebeldes' como María Isabel del Val o religiosos comprometidos con la democracia y ligados a movimientos de base como José Manuel González.
«Aparte de ser un cierre injusto, suponía un disgusto para las economías familiares. Era un drama perder un año por una decisión política injusta», concluye Fernando Santamaría, expresidente del Consejo Regional de Procuradores de Castilla y León y exdecano en Burgos. También lo ve así José Herrero, vicepresidente del Colegio de Médicos de Burgos (Combu), porque «en casa no te podías permitir un año sabático» y «solo tenías una oportunidad». En la misma línea, a modo de conclusión, Santiago Herrera (exvicedecano del Colegio de Abogados de Burgos) considera sumamente «didáctico» que «se explique a la gente joven en qué situación estábamos entonces y en cuál se está ahora». Más que nada, para evitar nostalgias tan terroríficas como innecesarias.
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