El militar franquista ejerció una represión brutal que ha marcado a miles de familias. Descendientes y supervivientes coinciden en que la exhumación es un paso más en el camino de la justicia y reparación.
De izquierda a derecha Lucía Sócam, Lourdes Farratell, Ángel Rodríguez, su nieto, Eugenio Rodríguez y Miguel Guerrero, familiares de víctimas de Queipo de Llano.Foto: PACO PUENTES | Vídeo: EPV
Gonzalo Queipo de Llano y Sierra no estaba destinado a dirigir la sublevación franquista de 1936 contra la República en Andalucía. Al teniente general, nacido en Tordesillas en 1875, se le situaba en Valladolid, pero el golpe estaba muy bien preparado en Sevilla por el comandante José Cuesta Monereo y el cerebro del alzamiento, el general Emilio Mola, que no se fiaba de Queipo, decidió enviarlo allí. “Que acabara en Sevilla es una casualidad. Cuesta Monereo lo organizó todo, pero no quería protagonismo y a Queipo sí le gustaba figurar”, explica el historiador Francisco Espinosa Mestre. Su forma brutal de ejercer la represión dejó 45.000 muertos y un rastro de terror, escarnio, dolor y silencio en sus familias durante décadas.
Dos días después de su exhumación nocturna de la basílica de La Macarena, en aplicación de la Ley de Memoria Democrática, que entró en vigor el 21 de octubre, cinco descendientes de civiles ejecutados por orden de Queipo de Llano se reúnen en ese mismo lugar para compartir con EL PAÍS cómo esa figura siniestra ha marcado a sus familias. Todos se alegran por que la lápida del general golpista ya no esté a los pies del altar mayor, donde fue enterrado en marzo de 1971, junto con su esposa Genoveva Martí, también exhumada de ese lugar preeminente del templo sevillano; pero su sensación es agridulce por el modo casi secreto en que se sacaron los restos. “A mí me pareció una puñalada más para las víctimas”, opina Lucía Sócam, cuya tía abuela, Granada Hidalgo Garzón, es una de las 17 rosas de Guillena que fueron ejecutadas entre el 6 y el 8 de noviembre de 1937.
El más veterano del grupo es Ángel Rodríguez, de 89 años, tenía dos cuando a finales de julio de 1936 los falangistas apresaron a su padre, Eugenio. “Era un simple trabajador de la fábrica Pickman en La Cartuja, afiliado a la CNT”, explica. Su hermana de un año, su madre de 26 y él pasaban el verano en El Ronquillo, en la sierra sevillana, y esperaban su visita. “Nunca llegó”. Su madre lo buscó por todas las cárceles de Sevilla. No sabía que un barco atracado en el Guadalquivir, el Cabo Carvoeiro, se había convertido en una prisión para los cientos de presos que hizo Queipo inmediatamente después del golpe. “Eso le hizo pensar que lo mismo había huido al extranjero”, cuenta. Pero había sido fusilado el 1 de agosto de 1936. Ángel lo supo cuando fue a pedir un certificado de desaparición y le entregaron el acta donde constaba su detención y su muerte.
Hace unos años, gracias a su nieto Eugenio ―que estudió Historia y se hizo arqueólogo en buena parte por lo ocurrido con el abuelo de su mismo nombre―, Ángel se enteró de que los restos de su padre yacen entre la maraña de cadáveres de la fosa de Pico Reja, en el cementerio de Sevilla, donde ya se han exhumado más de un millar de represaliados. A diferencia de muchos de su generación, Ángel nunca ha ocultado a sus descendientes cómo sufrieron él y su madre durante la guerra y el franquismo. “Con 14 años el cura de El Ronquillo me denunció en el cuartel de la Guardia Civil por ‘pequeño comunista’. Nunca me he escondido”, cuenta.
La tragedia marcó también a Miguel Guerrero. Su padre, Manuel, con 14 años tuvo que asumir el papel de cabeza de familia. El abuelo de Miguel, que se llama como él, fue uno de los integrantes de la columna minera que fue detenida el 19 de julio del 36 cuando se dirigían de Huelva a Sevilla para defender la capital de los sublevados. Como el padre de Ángel, también estuvo preso en el Cabo Carvoeiro, pero su fusilamiento se postergó hasta el 31 de agosto. Queipo esperó hasta rendir definitivamente a las comarcas onubenses del Andévalo y Riotinto. “No quería que los presos falangistas de esos pueblos sufrieran represalias. Todo formaba parte de una planificación muy estructurada”, dice Miguel, que también busca a otros dos tíos desaparecidos, que podrían estar en las fosas de Nerva o Riotinto. “Yo nunca he conocido a mis abuelos. Esa es otra carga con la que vivimos muchos familiares”, se lamenta. Su abuela, según le contó su padre, se convirtió en una “muerta en vida” y falleció con 55 años.
Un día antes que al abuelo de Miguel, fusilaron a Joaquín Farratell, abuelo de Lourdes Farratell. Era miembro del Partido Radical y fundador del periódico Canela en Rama. “Era muy crítico con la Iglesia y con el poder”, explica Lourdes. En su casa tampoco se hablaba del abuelo por miedo, pero ella, con la ayuda de historiadores, pudo saber que lo fusilaron en San Juan de Aznalfarache. Cree que sus restos fueron a parar a Pico Reja.
Castigo ejemplar sobre las mujeres
Lucía sí pudo identificar a su tía abuela, 75 años después de que la mataran. En Guillena (Sevilla) y simultáneamente en otros pueblos de la sierra de Sevilla y Huelva, Queipo ordenó apresar a mujeres sindicadas o con maridos huidos o en el frente republicano para que revelaran dónde estaban sus esposos. Las 17 rosas de Guillena, de entre 24 y 70 años, fueron detenidas a finales de septiembre, y como era habitual, se las vejó rapándoles la cabeza y dándoles el paseíllo por el pueblo. Tras dos meses en el calabozo, las mataron en el cementerio de Gerena. Granada Hidalgo, la tía abuela de Lucía, era la más mayor. “La prendieron solo porque sabía leer”, indica. En el pueblo no se habló del crimen hasta que el movimiento memorialista empezó a buscar su fosa en 2010. Un día, un hombre mayor les dio una ubicación muy precisa: 73 años antes, se había ocultado entre las ramas de un olivo porque escuchó gritos de mujeres dentro de un camión. “Desde allí vio cómo las sacaban de una en una y jugaban a perseguirlas. Las fueron cazando y matando de una en una para arrojarlas después en la fosa”, relata Lucía.
Como la de Gerena, en Andalucía hay muchas más fosas de mujeres. Varias se abrieron sobre la misma fecha, como la de Zufre, donde yacen 16 mujeres, que no se ha podido localizar. Igual que de las 15 rosas de la Puebla de Guzmán. “Hay testimonios que dicen que a algunas las violaron después de matarlas”, cuenta el exalcalde Antonio Beltrán, muy comprometido con la localización de la fosa de las vecinas de su municipio. Que la captura de estas mujeres significadas en sus pueblos se produjera casi en las mismas fechas muestra la planificación de Queipo de Llano. “Se organizó para que sirviera como ejemplo del castigo que esperaba a quienes auxiliaban a huidos”, explica Lucía.
Tras recuperar los cadáveres de las 17 rosas de Guillena, el movimiento memorialista acudió en 2012 a los juzgados para pedir que estas mujeres, que aparecían legalmente como desaparecidas, constaran como asesinadas, porque a diferencia de los casos de Eugenio, Miguel o Joaquín, en el de las mujeres ejecutadas no existen partes de defunción. “Aportamos pruebas de antropólogos forenses, de arqueólogos y un telegrama desde el cuartel de Queipo de Llano al de Franco en Burgos en el que se le informa de que ha asesinado a un grupo de hombres y a otro de mujeres entre Guillena y Gerena”. Desde entonces no han recibido respuesta a su petición. La creación de un fiscal de sala especializado en Memoria es una esperanza para que se pueda regularizar la situación de las mujeres represaliadas.
Sobreviviendo al terror
Queipo ejerció todo tipo de represión contra hombres, mujeres y niños. “Era cruel y vengativo”, describe el historiador José Villa. Esas características, dentro de un mecanismo del terror ideado por Mola —que advirtió de que para que la sublevación triunfara había que “eliminar sin escrúpulos ni vacilación a todos” los que no pensaran como ellos―, lo convirtieron en “el tipo justo para el sitio justo y en el momento justo”, según el historiador Villa. “Como buen militar africanista se mostró partidario de ejercer una represión brutal”, abunda su colega Francisco Espinosa, que añade que teniendo en cuenta que la zona occidental de Andalucía era donde pasaban las columnas que iban hacia Madrid “había que facilitar el clima de terror para allanar el avance”.
Un terror que no puede olvidar Ana Pomares, de 94 años. Cumplió nueve el 7 de febrero de 1937, cuando su padre —que había pasado víveres a los republicanos con sus barcos y al que le acababan de incautar una de sus naves― decidió salir de Málaga cuando los sublevados estaban a sus puertas, y unirse al grupo de refugiados que iban para Almería. Ese camino se convirtió en la carretera de la muerte, que ha pasado a la historia como La Desbandá. Entre el 7 y el 12 de ese mes, 300.000 personas fueron bombardeadas por tierra, mar y aire por las tropas franquistas y sus aliados internacionales. Murieron 6.000. Fue el mayor crimen de guerra del fascismo español. “Venían aviones rasantes y enfrente los barcos y donde estábamos solo había monte y mar. Caían las piedras con las bombas”, rememora con la voz pinzada por la angustia Ana por teléfono desde Algeciras.
“Cuando terminaba el bombardeo veías los cuerpos en el suelo, niños llorando solos, madres chillando buscando a sus hijos. Todos éramos civiles”, continúa. “Un piloto le dijo a Queipo que había mujeres y niños, pero este le dijo que siguiera”, dice Ana que le contó su padre. Ana se alegra de que quien ordenó ese bombardeo ya no esté en La Macarena. “No entiendo por qué llegó a entrar”, dice. Pero el ruido de las bombas sigue muy presente en su memoria, y ahora con la guerra de Ucrania lo ha vuelto a revivir con más intensidad, asegura.
La venganza de Queipo
Los civiles de la Desbandá no son los únicos que sufrieron la furia de Queipo. El 1 de abril de 1937, en represalia por un bombardeo republicano sobre Córdoba, ordenó atacar Jaén ese mismo día. “El bombardeo sobre Córdoba se produjo sobre las 12.30 de esa mañana; a las dos de la tarde mandó bombardear Jaén y la orden fue ejecutada tres horas y media después”, explica Juan Cuevas, archivero municipal y autor del libro El Bombardeo de Jaén de 1937. Jaén había duplicado su población por la llegada de refugiados republicanos, y no tenía sistema de vigilancia ni defensas aéreas. “No era un objetivo militar ni estratégico, como había sido el de Durango un par de días antes, que lo que pretendía era controlar el cinturón industrial de Bilbao”, explica Cuevas, “fue un mero acto de venganza”. Los bombarderos y cazas lanzaron 75 bombas que mataron a 157 personas. El propio Queipo explicó su decisión en una de sus arengas radiofónicas esa misma noche: “Lamento los efectos espantosos allí producidos, pues según me informan, han sido grandes, pero es necesario que sepan los rojos que, en lo sucesivo, siempre que bombardeen una población se les contestará de la misma manera”.
Queipo de Llano derramó odio en todas las formas imaginables: ejecuciones, tortura, bombardeos… También a través de las ondas. “Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser hombre. Y, de paso, también a las mujeres. […] Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que forcejeen y pataleen”, es una de sus arengas misóginas más conocidas, de la que solo se conserva su transcripción. El único mensaje sonoro con su voz original que existe lo recogió Basilio Martín Patino en su documental Caudillo, recuerda Espinosa. “Sus alocuciones instando a la muerte y a la violación fomentaban la agresividad de sus tropas”, subraya Rafael Morales, presidente de la asociación La Desbandá.
“Hay gente a la que Queipo ordena que maten, otros que le dicen que hay que liquidarlos y él lo autoriza y hay otros casos en los que son los suyos los que matan por su cuenta sin que Queipo lo sepa, pero que estaban dentro de los grupos sociales con los que él quería acabar”, afirma José Villa. Federico García Lorca estaba entre los primeros. Cuando el gobernador de Granada, José Valdés, lo llama y le dicen que han detenido al poeta, el general contesta: “Dadle café, mucho café”, la abreviatura de Camaradas: Arriba Falange Española. Granada, con 98, es la provincia andaluzas con más fosas comunes.
La evidencia científica de crímenes contra la humanidad
Los restos de Lorca se encuentran en alguna parte de la cuneta de la carretera que va de Víznar a Alfacar. Francisco Carrión, profesor de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Granada, trabaja desde 2021 en dos fosas de la zona para identificar a 300 cuerpos. “Tenemos todas las evidencias científicas para demostrar que estas fosas son escenarios de crímenes de lesa humanidad: desde la munición utilizada, el tipo de disparos, los elementos perimortem de tortura. Nuestro objetivo es que de ese espacio de horror sean exhumados los cuerpos, y las víctimas, dignificadas. Queremos conocer la verdad por si alguna vez esto se puede judicializar”, cuenta.
Educar en memoria, un reto pendiente
Las asociaciones memorialistas llevan luchando años por conocer la verdad y llevar justicia y reparación a los familiares. “Es una lucha que hemos hecho solos”, recalca Lourdes en su conversación frente a La Macarena. “La salida de Queipo es mérito de nosotros, no de la Hermandad, que se ha limitado a cumplir la ley”, abunda Miguel. Todos recuerdan que buena parte de la nueva Ley de Memoria se ha realizado gracias a sus aportaciones y se lamentan porque abarca menos de lo que esperaban. “No se recoge un estatus de víctima, solo se contempla la devolución de lo incautado a los partidos políticos, ¿y los bienes de civiles?”, se preguntan. La ley considera víctima “a toda persona, con independencia de su nacionalidad, que haya sufrido, individual o colectivamente, daño físico, moral o psicológico, daños patrimoniales, o menoscabo sustancial de sus derechos fundamentales” desde la Guerra Civil y hasta la entrada en vigor de la Constitución española de 1978. La norma también se compromete a realizar “una auditoría” sobre bienes incautados y una vez finalizada, implementar “posibles vías de reconocimiento a los afectados”.
Todos están muy decepcionados con las palabras del líder de la oposición Alberto Núñez Feijóo, que tras la exhumación de Queipo dijo: “La política debe dejar a los muertos en paz”. Reconocen que la ley es una oportunidad para avanzar en una vertiente fundamental para que este impulso, silenciado durante una generación y que han vuelto a recuperar los nietos de los represaliados no se pierda con sus bisnietos: la educación. “Es importante que se conozca bien lo que pasó”, afirma Eugenio. “La búsqueda de la memoria, si no, se convierte en un empeño personal y no todos están por la labor ni tienen el tiempo”, advierte. Para Lourdes, “queda mucho por hacer”.
SOBRE LA FIRMA
Redactora jefa en Andalucía. Ha desarrollado su carrera profesional en el diario como responsable de la edición impresa y de contenidos y producción digital. Formó parte de la corresponsalía en Washington y ha estado en las secciones de España y Deportes. Licenciada en Derecho por Universidad Pontificia Comillas ICAI- ICADE y Máster de EL PAÍS.