dissabte, 30 de novembre del 2019

Los campos de concentración que Franco abrió en los 50 para "reformar" al colectivo homosexual en Canarias.

https://www.publico.es/sociedad/franco-canarias-campos-concentracion-franco-abrio-50-reformar-colectivo-homosexual-canarias.html



El Auschwitz de Fuerteventura estaba en Tefía. Durante la represión franquista se confinaron en esta colonia agrícola,entre 1955 y 1966, un centenar de presos que sufrieron todo tipo de vejaciones y torturas. Su historia es inédita.Octavio García cuenta el infierno vivido como uno de los últimos supervivientes.

Vista actual del Albergue en Tefía donde se ubicaba el campo de concentración en 1955. Cabildo de Fuerteventura

En el archivo histórico provincial de Las Palmas queda intacta la sentencia que llevó hasta el “terrorífico” campo de concentración de Tefía (Fuerteventura) a Octavio García Hernández, con tan solo 24 años, el 12 de septiembre de 1955.
Antoni Ruiz, presidente de la asociación Ex-Presos Sociales, recuerda a Público sus días en aquel infierno. Lo llamaban Auschwitz por las terribles condiciones de vida que se vivieron en aquel campo de concentración, conocido como colonia penitenciaria y que abrió sus puertas en enero de 1955.
De todas las conversaciones mantenidas con Octavio, Antoni relata cómo hablaba de aquellos días de terror, de incertidumbre, en un campo que no tenía ni muros. “El propio mar hacía de frontera natural para que nunca salieran de allí y así que creyeran que aquel hacinamiento podría durar mucho tiempo”, aclara a Público.
El joven Octavio García, era uno de los supervivientes que se mantenían con vida de aquellos años en el campo de Tefía. Y en su sentencia (aún bajo secreto de sumario) reza “el traslado a la colonia agrícola” por un tiempo indeterminado. El expedientado era acusado de homosexual, lo que caía de lleno en la “causa de peligrosidad 2º de la ley de vagos y maleantes del 4 de agosto de 1933, y que se adicionaba a la establecida por el régimen de Franco del 4 de julio de 1954”.
Ruiz relata cómo por una causa injusta y falsa este joven canario es acusado de pederastia, siendo “obligado a permanecer en un colonia de trabajo forzado”, como Tefía, un tiempo mínimo de un año y un máximo de tres. Entre el centenar de presos que se hacinaba en aquel paraje casi desierto había incluso algunos presos comunes y presos políticos en una etapa ya tardía de la represión.

Un campo de trabajo forzado en medio de un desierto

La Colonia de Tefía sería instalada en unos terrenos de la Legión que habían sido antes aeródromo del Ministerio del Aire durante la guerra civil. Bajo una orden ministerial de 1954, homosexuales y transexuales fueron confinados en los denominados "centros de trabajo" y "colonias agrícolas penitenciarias”. La Colonia Agrícola-Penitenciaria de Tefía, como sería denominada por el régimen, fue establecida sobre terrenos pedregosos e improductivos donde los presos picaban piedra hasta la extenuación, sin descanso y ante la humillación constante por su orientación sexual.
El periodista Fernando Olmeda, autor del libro El látigo y la pluma (editorial Oberón) relata a Público que la colonia de Tefía surge en un contexto muy concreto con “la modificación de la Ley de Vagos y Maleantes que incrementa la acción represiva (detenciones, encarcelamientos)”. La creación de la la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía responde a ese endurecimiento.
Placa en recuerdo a los presos que pasaron por el campo de Tefía. Cabildo de Fuerteventura
“Aquella represión desmedida respondía a coordenadas intrínsecas de la alianza nacional católica del régimen de Franco, que identificó al franquismo:  arbitrariedad e impunidad, crueldad gratuita, poder omnímodo sobre la vida de terceros, en este caso los homosexuales”, concluye Olmeda.
El investigador Felipe Gómez narra en su libro El derecho a la memoria cómo la razón de aquel hacinamiento del colectivo en Tefía era el encarcelamiento para una posterior reforma. “Hay informes que no han salido a la luz de cómo los detenidos eran obligados a trabajar hasta la extenuación, sin ningún interés por su bienestar, por no mencionar su interés en su reforma y los continuos maltratos por parte de los funcionarios de prisiones”.

El infierno de Octavio: 16 meses interno y sin juicio 

El Ministerio fiscal pediría para Octavio García, en su expediente número 79 de 1955 del Juzgado Especial de Vagos y Maleantes, que en aquel campo no se pudiera relacionar con nadie. Que tendría que quedar incomunicado. El fiscal pide explícitamente “absoluta separación de los demás”.
García fue llevado sin previo juicio a la colonia canaria. Aquel expediente, al que ha tenido acceso Público, “le prohibía residir en el lugar o territorio que el tribunal designara y la obligación de declarar el domicilio durante un año” tras su salida del campo.
En su testimonio sobre aquellos días recordaba como los vecinos de la isla los miraban como si fueran “casi terroristas”. Octavio declara que eran tratados como “ganado” y no olvida cuando llegaron escoltados por la Guardia Civil a una especie de espigón. “Nos tenían a pleno sol para ponernos en evidencia. Nos echaban un toldo y en un camión nos llevaron tapados para que no viéramos el camino si queríamos escaparnos”.
Portada del expediente tramitado a Octavio García por la ley de Vagos y Maleantes. Archivo de Antoni Ruiz
Cuando llegaron a Tefía había en el campo de trabajo unos 50 presos. “Vino un funcionario que le llamaban la Viga, un tío altísimo de un metro ochenta, que nos decía que éramos maricones y nos iba a quitar esa enfermedad y eso era una cosa nuestra, innata”, recuerda Octavio.
La rutina era de instrucción militar. “Nos levantaban a las seis de la mañana para hacer la cama; pero en aquel paraje no había cama, había petate a ras del suelo. Se escuchaba el viento por la noche con una manta muy fina y unos uniformes grises con los que nos identificaban los guardias”.
Octavio García estuvo afincado 16 meses en Tefía. “Estar allí tanto tiempo te estropea la mente. Aquello solo era cargar piedras y agua. Hombres de 80 kilos que llegaban a pesar treinta kilos y si te equivocabas en la marcha te daban con una fusta que los funcionarios llevaban en la mano”.
Octavio no olvidaría los días que vivió junto a su compañero más joven, Juan Curbelo Oramas, que estuvo durante tres años picando piedra en la colonia, unido a castigos y muchas palizas.
En su libro Redada de violetas. La represión de los homosexuales durante el franquismo, el periodista e historiador Arturo Arnalte relata cómo Curbelo llegó a Fuerteventura con la cabeza rapada. “Lo mandaron a la isla”, ya que antes del boom turístico era un paraje para desterrar y alejar a los que no eran adeptos al régimen.

El director del campo, sacerdote castrense de Vitoria

Los que vivieron en aquellas condiciones recuerdan cómo un sacerdote vasco era quien controlaba la organización y el orden de aquella colonia agrícola. Un sacerdote que, detalla Arnalte, “era capaz de esconder las cartas de los familiares y tener durante más tiempo recluido a los condenados” en su internamiento en Tefía por el juzgado de Vagos y Maleantes.
Octavio rememora que no había agua corriente. “Con agua de pozo estancada nos teníamos que duchar solo un día a la semana”. Tampoco olvida cómo iban andando para ir a misa hasta un pueblo muy cercano donde los vecinos no entendían “si eran delincuentes comunes, ni por qué aquellos jóvenes se encontraban hacinados y encerrados en tales condiciones”.
La colonia duró muchos más años de lo previsto. En 1966 se decreta su cierre, aunque siguieron enviando a los homosexuales a la cárcel. Las conocidas galerías de invertidos se ubicaban en cárceles como la de Huelva o la de Badajoz “gracias a la Ley de Vagos y Maleantes que en 1970 fue sustituida por la de Peligrosidad Social”.
Fernando Olmeda señala que las penalidades sufridas por quienes tuvieron la desgracia de pasar por allí “son suficientemente elocuentes”. La dictadura convirtió “al diferente en peligroso. De aquí que, de maleantes, pasaron a ser peligrosos, y de ahí la aprobación de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social años después".
Viñetas del cómic 'El Violeta' Editorial Drakul
Los violetas, como la prensa y los propios guardias los llamaban despectivamente, guardan una historia silenciada de aquella represión que está llegando hoy a la sociedad, a través de otros formatos, incluso de cómic. Las viñetas de El Violeta escrito por Marina Cochet, Jesús Sepúlveda y Antonio Santos (editorial Drakul) refleja la historia de Bruno Llopis, un joven homosexual que es detenido en plena dictadura y encerrado. Antoni Ruiz señala cómo en sus páginas queda latente la historia de Octavio y sus días en Tefía para “no olvidar ese episodio tan oscuro y reciente de nuestra historia”.
En 2004, el Cabildo de Fuerteventura quiso dar un homenaje a aquellos presos que lograron soportar las vejaciones y torturas de Tefía. Se instaló una placa en memoria de quienes fueron recluidos en la colonia. Cuatro años más tarde, el Gobierno de Canarias celebró en aquel espacio, hoy albergue juvenil, el primer acto constitucional el Día Internacional contra la homofobia para no olvidar a aquellos presos, ni tampoco sus historias.

Buscan en Puente Genil los restos de al menos 300 fusilados.

https://cordopolis.es/2019/11/25/buscan-en-puente-genil-los-restos-de-al-menos-300-fusilados/



El Ayuntamiento y la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica empieza los trabajos de georradar
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Trabajos de georradar en el cementerio de Puente Genil.
Este lunes, la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica de Puente Genil y el Ayuntamiento de la localidad han iniciado los trabajos de georradar para localizar la fosa común del cementerio municipal en el que se sospecha que hay enterrados al menos 300 fusilados por el franquismo.
Los trabajos, financiados por la Junta y comprometidos desde hace años, se centran en la delimitación del tamaño de la fosa común, que se sabe que existe pero no sus dimensiones ni su localización exacta. El historiador Francisco Moreno Gómez publicó que habría, al menos, 300 represaliados. El objetivo es poder delimitar su perímetro y calcular el número de personas fusiladas antes de iniciar la excavación y exhumación de los cadáveres.
“Este es el primer paso de un proyecto más largo”, ha asegurado Cristina Gómez, de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica en Puente Genil. La propia Gómez ha dicho que una vez que concluyan los trabajos del georradar se programará una intervención para iniciar las catas y posteriormente las excavaciones. El proceso se anuncia largo, según precisó la delegada de Urbanismo en el Ayuntamiento de Puente Genil, Verónica Murillo.
La parlamentaria de Adelante Andalucía, Ana Naranjo, ha reclamado a la Junta de Andalucía un “mayor compromiso político y financiero” con los derechos de justicia y reparación de las víctimas de la dictadura franquista. Así lo ha manifestado durante los trabajos con georradar, que se están llevando a cabo en el cementerio municipal de Puente Genil, y que servirán para determinar la existencia de una fosa común.
Según Naranjo, “queremos agradecer, por un lado, la labor de la Asociación por la recuperación de la memoria histórica y, por otro lado, a la diputación provincial, en concreto a la delegación de Memoria Democrática (IU), por haber financiado estos trabajos”.

Al mismo tiempo, continúa la parlamentaria, “venimos a denunciar y a reclamar un mayor compromiso de las administraciones, sobre todo de la Junta de Andalucía, la cual está obligada a colaborar con la recuperación de las víctimas, con los derechos de justicia y reparación”.
“Vamos exigir ese compromiso político y también financiero, a través de una enmienda a los presupuestos de la Junta, para que, en el caso de Puente Genil, así como de otros municipios de la provincia, se puedan localizar y exhumar los restos de estas víctimas, así como tramitar sus pruebas de ADN y, de esta forma, restablecer los derechos de justicia y reparación”.
“Tenemos que lamentar”, añade Naranjo, que “de las 17 fosas aprobadas en 2018 en la provincia, entre la que se encuentra también la de Puente Genil, no hay ninguna que esté en marcha desde que llegó a la Junta de Andalucía este gobierno de derechas, apoyado por la extrema derecha”.
Por lo tanto, esperemos que “ese compromiso con las víctimas se vea satisfecho, que la Junta financie esa posible fosa y que recupere así a los damnificados por el franquismo”.

Los campos de concentración españoles que los nazis tomaron como ejemplo.

https://www.larazon.es/historia/20191125/62xqw67ojnflncolc3qghx6z74.html



Más de medio millón de personas acabaron en los 188 campos que se “levantaron” en España durante la Guerra Civil y también la posguerra

Prisioneros franquitas durante la Guerra Civil española tras la Batalla del Ebro.
Prisioneros franquitas durante la Guerra Civil española tras la Batalla del Ebro.
"Tómate tu comida: es tu pienso”, le decían los guardianes a los presos, a quienes les hacían ver que eran ganado. Les daban de comer a la misma hora que a los perros. Para los que mandaban ahí los que se entraban recluidos en estos infames lugares eran poco más que escorias humana. Muchos murieron en el intento por sobrevivir, pero los vivos envidiaban a los muertos. La humillación era constante y las represalias estaban a la orden el día.
De todas las historias que se han olvidado –intencionadamente, hay que decir– del siglo XX en España esta es sin duda la más cruel. Cuando hablamos de campos de concentración, nos vienen a la mente las barbaridades que hicieron los nazis con los judíos y otros “enemigos” de la normalidad; pensamos que esto no ocurrió en España, pero nos equivocamos: en nuestro país hubo 188 –sí, has leído bien– campos de concentración tan duros y brutales como los nazis. Lo único que diferencia a unos y otros es que aquí no existió “solución final”, que es como se conoce el exterminio de los presos con gases en los campos alemanes. No hay que hacer culpables ni señalar con el dedo, pero sí recordar y tener presente que esos campos son lo peor que ha vivido la historia de nuestro país. No es que existieran en los dos bandos, que no, sino que tras la guerra se convirtieron en algo “normal”. Durante la dictadura fueron destruidos –lo que se podía destruir, porque eran básicamente barracones– y durante la Transición, su recuerdo fue borrado. Y eso que los nazis cogieron el ejemplo de España para duplicar la barbaridad. De hecho, un oficial de la Gestapo afincado en España tuvo mucho que ver con su construcción y en la "filosofía" que habías tras ellos.

Un nazi en el origen

Ese señor se trataba de uno de los ideólogos de la desnortada teoría nazi: se Burllamaba Paul Winzer, al que se le perdió la pista para siempre en 1945 cuando se encontraba en algún lugar de España. Fue uno de los hombres señalados por Heinrich Himmler –el hombre que tomó la determinación de la “solución final”, como consecuencia de la cual murieron gaseados millones de personas en los campos de concentración de Alemania– para pasar a formar parte de su guardia pretoriana y en uno los difusores de la ideología nazi por el mundo. La cabeza pensante del nazismo le eligió para ser el hombre de la Gestapo en España. Como jefe de la policía secreta nazi tenía la misión de vigilar y mantener a raya a todos los enemigos. Y es que no sólo pensaban de otro modo distinto al que consideraban el adecuado, sino que temían que su existencia en libertad iba en contra de sus intereses, entre los cuales estaba también cobrar a España la deuda generada por el apoyo que los nazis prestaron a un bando durante la guerra pese a su "unión" ideológica con los franquistas.

“Crearemos campos de concentración para vagos y maleantes, para políticos, para masones y judíos, para los enemigos de la patria, el pan y la justicia. En el territorio nacional no puede quedar un solo judío, ni un masón, ni un rojo”, podía leerse en un alegato de los nacionales publicado por un periódico gaditano. “Tendréis envidia de los muertos”, dijo uno de los dirigentes del régimen, Ernesto Giménez Caballero. Fue un anuncio de lo que les esperaba a los que fueran ahí. Se calcula que un 10 % de todos los presos que pasaron por campos de concentración en España pudieron morir durante su estancia en estos lugares. Son más de 50.000 víctimas que están ignoradas por unos y otros y que no se cuentan en los registros oficiales ni oficiosos.<
Puede pensarse que era uno más de los muchos nazis que tuvo la Alemania de la época en nuestro país, pero lo que pocos saben es que fue elegido por el régimen de Franco para crear y dirigir el campo de concentración de Miranda de Ebro (Burgos), un lugar que tiene el dudoso honor de ser el último campo de concentración que existió en España. Cerró sus puertas en 1947 y por sus barros pasaron 65.000 personas en sus 10 años de puerca vida. Hoy no queda nada de él, sólo algunas tapias y ladrillos mal puestos. Su existencia se borró. Y casi nadie quiere recordarlo, aunque algunos lo hacen: “No sé cómo salí vivo de allí. Intentaban engañarnos para que dijéramos que habíamos matado a gente. Algunos salían al campo y no volvían. Dormíamos en el suelo, en unos barracones sin ventanas. Había piojos por todos lados. Pasábamos hambre. Hubiera sido mejor que nos fusilaran el primer día”, recordaba Félix Padín, uno de los que estuvo allí.

“Disponíamos de poca ropa y mucha hambre”

Padín estuvo en este siniestro lugar en diferentes épocas. Su testimonio es estremecedor: “Al fondo del campo y encima del río estaban los retretes a los que llamábamos ´el ciscar´. Consistían en una plancha de tablones con unos agujeros donde se hacían las necesidades. Todo lo sobrante de cada uno iba a parar al rio… En algunos lugares el barro llegaba hasta las rodillas y en otros más arriba. El trato por parte de quienes nos cuidaban era vejatorio. No sé si eran órdenes o si eran hombres vengativos y gozaban viendo a miles de hombres humillados y vencidos por el hambre y la miseria. Aunque muchos hombres están mutilados, nos atizaban gran cantidad de palos y de castigos.
Los alojamientos eran inmundos: barracones de pésima construcción y hechos de muy mala manera, con tablas y rendijas.
Dormíamos todos amontonados, en pleno suelo, por encima de toda la humedad. Nos humillaban, pero querían, según ellos, convertirnos y hacernos dignos de la clemencia. A pesar del frío y de las nevadas que había, disponíamos de poca ropa, de miseria moral y material, de piojos, de barro, pero nos faltaban calzado y calorías… Al igual que el café, la comida te producía colitis: si te morías era cagando”.
El estudioso Javier Rodrigo, que no duda en calificar todo el proceso de los campos de concentración en España como un tormento y una forma de exterminio, recuerda: “En el campo de Albatera, el lugar donde se defecaba fue llamados por los presos ‘muro de los tormentos’: allí el esfuerzo para expulsar las duras bolas de excremento, unido a la desmejora de las condiciones físicas, hacía que muchas veces los internos se desmayaron sobre sus propias heces”
Los primeros campos de concentración se abrieron en 1937, a medida que avanzaban las tropas nacionales. Tras la guerra se extendió la red, que se mantuvo de concentración, como el de Miranda, estuvo abierto hasta 1947.
Las propias autoridades llamaron de esta forma a los lugares en donde se esclavizaba a la gente: en 1939 se creó la llamada “Inspección de Campos de Concentración de Prisioneros”. Según los datos se encontraban entonces en esos lugares hasta 277.103 personas, que formaron parte del proceso de reducción de penas que impuso la dictadura a cambio de trabajo.
Hagamos un poco de historia. Todas las fuentes indican que el primer campo de concentración de la historia estuvo en la Isla de La Cabrera en 1808. Allí se mandaron a más de 10.000 soldados franceses que quisieron invadir España en la Guerra de la Independencia. Este hecho marca un principio fundamental en estos enemigos sin juicio y sin acusación. Esta idea estuvo presente en los prisioneros de los campos de concentración en España cuando se estableció el de San Pedro de Cardeña en Burgos. En ese lugar se puso a dos médicos a estudiar a los prisioneros, siguiendo los dictámenes de Antonio Vallejo Nájera, el asesor psiquiátrico del franquismo, que en esos años había establecido que, según sus estudios –evidentemente desautorizados por todos los expertos–, los marxistas y gente de izquierda tenían una serie de características sociales y físicas: “Teníamos el objetivo de hallar las relaciones que puedan existir entre las cualidades biopsíquicas del sujeto y el fanatismo político–democrático–comunista”.
Llegó a la irracional conclusión de que existía una alta incidencia de ese fanatismo político de izquierdas en lo que él llamó “inferiores mentales”. Según sus palabras “fomentan complejos de rencor y resentimiento que se traducen en una conducta antisocial”. Tal fue el parámetro que se utilizó. Esas ideas, como él mismo defendió, se podían tratar en lugares concretos en los que se reeducaran estas conductas que, según sus tesis, afectaba más a mujeres que a hombres debido a que ellas tienen más tendencia a la inestabilidad.
“Labilidad psíquica”, decía. “Ellas tienen una irritabilidad propia de la personalidad femenina”, arremetió. A ese campo de concentración acudían normalmente agentes de la Gestapo –la policía secreta alemana– para vigilar los progresos que se hacían. Tomaron “buena” nota de ellos a tenor de que sus campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial fueron los peores que hayan existido jamás. A ellos se añadió el concepto de raza unido al hecho de que profesaban unas ideas distintas.

Objetivo: el enemigo interno

Esa misma historia nos señala que el otro gran antecedente también tuvo que ver con España durante la guerra contra los nativos cubanos. Ese lugar lo puso en marcha en general condecorado en nuestro país Valeriano Weyler, que concentró a los campesinos de Cuba que pedían la independencia. Hasta un tercio de la población de la isla pudo fallecer en estos lugares, en donde existían unas condiciones higiénicas terribles y una alimentación insuficiente. Señala el historiador Miguel Leal Cruz que el número de fallecidos pudo oscilar entre los 300.000 y 600.000. Los ingleses en la represión de los bóers en Sudáfrica y los nazis en la represión de los judíos tomaron buena nota del “éxito” de Weyler. Ahí está el origen de esta locura.
No hay que equivocarse; no se trataba de cárceles en malas condiciones, sino de lugares –llamados Campos de Concentración por el propio régimen– en los cuales reunir a todos los que durante la guerra y después se mostraron en contra del régimen. No eran presidios; era mucho peor. Para los que mandaban eran Batallones de Trabajadores: “Eran el enemigo interno, y debería someterse, reeducarse o ser exterminado”, dice sobre lo que pensaban de los prisioneros Javier Rodrigo, de la Universidad de Zaragoza, en un trabajo titulado Internamiento y trabajo forzoso: los campos de concentración de Franco. En dicho estudio se muestra lo que eran los presos: trabajadores sin ningún tipo de derechos a los que les esperaba la muerte. Muchas veces se limitaban a cavar y sacar tierras en los campos en los que estaban y en otras ocasiones los mandaban a trabajar a obras en las cuales se necesitaban sus servicios.
Cobraban 0,5 pesetas por día de trabajo, aunque no se les daba nada de nada, ya que se consideraba que su manutención tenía que salir de ahí. Llegaron a estar en estos campos más de 500.000 personas. Además, la “educación” religiosa y potenciar una ideología próxima al régimen era un objetivo de los mandos que torturaban a estos antiespañoles –así los calificaban–, lo cual era uno de los objetivo de quienes habían sido sus captores: “Como decía la documentación oficial, cuando no se trabajase, el personal encargado de los prisioneros cuidará de que estos observen un régimen interior moral, con lecturas, cantos, ejercicios, recreos, audiciones conferencias a fin de encauzarlos en el nuevo sentir de la patria”. El mismo estudioso señala: “Estaban internados meses o años en centros de deplorables condiciones higiénicas, con escasa alimentación y peor abrigo. Los prisioneros de guerra, los defensores de la antiespaña como decían, debían rendir tributo en forma de sufrimientos y trabajo".

Los guardianes

En los campos nazis la figura del guardián era la representación del mal puro. Eran personajes crueles, terribles, bestias… No dudaban un segundo en pegar a los presos, fusilarlos si era necesario, darles palizas, disparar para amedrentarlos…
Eran auténticos sádicos de manual, pero no eran exclusivos de Alemania, porque estos personajes de una crueldad extrema y que eran capaces de imponer los castigos más brutales también existieron en los campos de concentración españoles. En el de Aranda de Duero (Burgos) a un preso llamado Maximiliano Fortún le dieron una soberana paliza que sólo detuvieron cuando la sangre inundaba todo el cuerpo, momento que aprovecharon los captores para ponerle su camisa de forma que las heridas se pegaran a la tela para que el dolor se hiciera insoportable. En esas mismas fechas, el guardián del campo de San Juan de Mozarrifar ataba las muñecas al mástil de una bandera si el preso no cantaba el “cara el sol”. Mientras, el guardián de Albatera se lo pasaba bien si disparaba en la oscuridad de la noche y atemorizaba así a los presos; fue él quien mandó fusilar a un huido y lo mostró sinvida ante 12.000 presos. Le castigaba así por ir a hacer pis a deshora. Podríamos seguir horas recordando las crueldades que se hacían en estos lugares...
Los campos de concentración fueron duros en todas partes, aunque esa forma de represión cobró forma extrema en Andalucía, en donde se levantaron 55 de los 188 conocidos. Uno de ellos era el de Saltés (Huelva), una isla que por sus características geográficas servía para mantener los prisioneros apartados de toda civilización: “Se llegaron a hacinar casi 3.200 personas en los meses posteriores al fin de la guerra. No tenían ropa y la comida era un chusco de pan con agua calentada donde se cocían huesos podridos: la gente de la otra orilla los veía deambulando como almas en pena", señala en su libro Perseguidos el periodista onubense Rafael Moreno. “Muchos murieron de hambre o torturados en aquel recinto temporal, donde miles de personas permanecían en espera de traslado, aunque no está demostrado que hubiera un exterminio masivo”, concluye.

“Campo para mendigos reincidentes”

En Sevilla se decidió utilizar como lugar de hacinamiento un espacio cercano a La Algaba. Aquel campo de concentración era llamado eufemísticamente “campo para mendigos reincidentes”. La historiadora María Álvarez Luceño explica cómo la Sevilla conquistada por Queipo del Llano era el punto final de muchos andaluces que querían un futuro mejor, pero se encontraron con la realidad. Entre septiembre de 1941 y agosto de 1942 pasaron por allí más de 300 personas, de las que fallecieron 140 como consecuencia de hambre, frío y enfermedades: “He visitado Auschwitz y otros campos nazis y el campo de La Algaba era muchísimo peor. Los internos no tenían para comer, iban medio desnudos con un baby harapiento y dormían sin techo. Morían varios cada día. La gente del pueblo se escandalizaba del trasiego constante de muertos”, señala. Otro de los campos de concentración andaluces está en La Corchuela (Sevilla).
Actualmente se encuentra allí un parque infantil, pero se desconoce que el lugar fue en tiempos un campo de concentración que nos ha legado testimonios terribles.
En el año 1942, intentaron fugarse varios presos. Cuatro de ellos murieron y a los dos que sobrevivieron los obligaron a ver un desfile con sus compañeros muertos y su cuerpo destrozado por las balas. La historia de los campos de concentración españoles está dejada de la mano de Dios. No queremos ver una realidad que también nos afecta. Insistimos: esos lugares también existieron aquí. La imágenes de los campos nazis en donde se ve a hombres con caras de sufrimiento y famélicos también se produjeron en nuestro país, aunque sin el objetivo de una cámara fotográfica que delatara la realidad… pero eran, desgraciadamente, reales. ¡Conozcamos nuestra historia!

Una investigación revela la existencia de cuatro campos de concentración franquistas en León

https://www.leonoticias.com/leon/investigacion-revela-existencia-campo-concentracion-leon-20191126143746-nt.html



Campo de concentración de Valencia de Don Juan. /
Campo de concentración de Valencia de Don Juan.

La comunidad contó con 24 según recoge Carlos Hernández de Miguel en un libro que presenta este miércoles en el Salón de Grados de la Facultad de Derecho de la Universidad de Valladolid

ical
ICALLeón
Castilla y León fue la cuarta autonomía que más campos de concentración albergó durante la dictadora franquista, hasta un total de 24 y solo superada por los 52 de Andalucía y los 41 de la Omunidad Valenciana y los 38 de Castilla-La Mancha. Además, los recintos más longevos y más importantes del franquismo estuvieron instalados en esta autonomía.

Así se desprende del libro ‘Los campos de concentración de Franco’, que su autor, Carlos Hernández de Miguel, presentará mañana miércoles a partir de las 19.30 horas en el Salón de Grados de la Facultad de Derecho de la Universidad de Valladolid en un acto organizado por la Fundación Jesús Pereda de CCOO.
Las provincias de Burgos, León y Soria son las que más campos de concentración acumularon, con cinco en el primer caso y cuatro en los otros dos. En Burgos, Hernández de Miguel documenta la existencia de los de la capital, Aranda de Duero, Castrillo del Val, Lerma y Miranda de Ebro. En León, los de Astorga (cuartel de Santocildes y la Pajera de Carro), León (complejo concentracionario formado por los campos de San Marcos, Santa Ana, Hospicio y Colegio Ponce), Santa Martas y Valencia de Don Juan. Y en Soria los de El Burgo de Osma (seminario de Santo Domingo de Guzmán y plaza de toros), Medinaceli, monasterio de Santa María de Huerta y Soria (convento/cuartel de Santa Clara).
En el caso de Valladolid, fueron tres los existentes: los de monasterio de la Santa Espina, Medina de Rioseco (Paneras de Galindo y finca Villagodio) y Valbuena de Duero. Este último estuvo ubicado en el monasterio de Santa María, tenía capacidad para 3.500 prisioneros y operó, al menos, durante los meses de abril y mayo de 1939.
Mayor importancia y duración tuvieron los otros dos campos vallisoletanos. En el del monasterio de la Santa Espina llegaron a hacinarse más de 4.300 hombres, aunque su capacidad oficial era de apenas 600 prisioneros. Estuvo en funcionamiento entre agosto de 1937 y noviembre de 1939.
Por último, el que las autoridades franquistas abrieron en Medina de Rioseco estuvo operativo entre agosto 1937 y, al menos, mayo de 1939. Los prisioneros de este campo fueron distribuidos en tres edificios: la antigua fundición La Rosario (que dejó de utilizarse muy pronto), las Paneras de Galindo y la finca Villagodio. Más de 4.000 prisioneros llegaron a concentrarse en este campo, a pesar de que los propios militares franquistas habían recomendado albergar, como máximo, a 750 hombres debido a las pésimas condiciones del recinto.
En cuanto al resto de provincias, el libro recoge la existencia de campos de concentración en Arévalo (Ávila); en Palencia (en Viñalta, en las Escuelas Berruguete y en el Manicomio Viejo); en la provincia de Salamanca en Ciudad Rodrigo (Monasterio de la Caridad) y Salamanca (Grupo Escolar Francisco de Vitoria); en la provincia de Segovia en Armuña y Cerezo de Abajo; y en la provincia de Zamora en Toro (Asilo de la Marquesa de Valparaíso y hospitales de la Convalecencia y de la Cruz) y Zamora (antiguo cuartel de Infantería).
En base a la documentación analizada, el autor estima que pasaron por los campos de concentración franquistas entre 700.000 y un millón de españoles. El ejército sublevado y la posterior dictadura utilizaron todo tipo de recintos para habilitar estos lugares de exterminio, torturas y reclusión.
Miles de espectadores asisten hoy en día a festejos taurinos y a todo tipo de espectáculos en plazas de toros que, en su día, fueron testigo del sufrimiento, el hambre, las torturas y la muerte de miles de prisioneros. Lo mismo ocurre con recintos deportivos, hoy reconstruidos, como el estadio del Viejo Chamartín en el que jugaba el Real Madrid, el campo del Puente de Vallecas también en la capital de España, los Campos de Sports de El Sardinero en Santander o el Stadium Gal del Real Irún.