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Las instituciones democráticas están obligadas a preservar los lugares de la memoria. En Extremadura aún quedan lugares que no acaban de ser reconocidos como tales, a pesar de que ya existe una ley autonómica al respecto.
El pasado verano la compañía de unos buenos amigos y un anhelo particular me llevaron por les chemins de La Retirada, los senderos y lugares que siguieron entre finales de enero y mediados de febrero de 1939 el medio millón de refugiados españoles que huían del avance de las tropas sublevadas en España tres años antes. El recorrido más entrañable fue el de la Côte Vermeille, la costa situada en la región de la Occitania francesa en los Pirineos orientales, entre Argelès-sur-Mer y la frontera española del Alto Ampurdán. Antes de entrar en Francia visitamos la tumba de Walter Benjamin en Port-Bou y el memorial que, como homenaje, diseñó el escultor israelí Dani Karavan por encargo del gobierno alemán, desde donde se puede observar el mismo mar y el mismo cielo mediterráneo que vio el filósofo antes de suicidarse el 25 de septiembre de 1940, cansado tras siete años de exilio, perseguido por los nazis.
En la lápida que se alza sobre su sepultura se puede leer, en alemán y en catalán, un texto del propio Benjamin, extraído de su Tesis de la Filosofía de la Historia: “No hay ningún documento de la cultura que no lo sea también de la barbarie”.
Aquellas tierras, abovedadas de azul por un único e indivisible cielo que no conoce fronteras, vieron pasar hace poco más de 80 años al que Francia llamó “el ejército de las alpargatas”, hombres, mujeres y niños que, huyendo de la barbarie y creyendo que serían recibidos como los defensores de la democracia, serían tratados muy mal por el Gobierno francés, recluidos en los centres d´hebergement, campos inicialmente de refugiados que después se convirtieron en campos de internamiento, disciplinarios, de castigo y de agrupamiento de trabajadores extranjeros. Dichos centros fueron improvisados sobre las playas, entre las alambradas y el mar, establecidos en cuarteles, fortalezas templarias o levantados en el interior de algunos pueblos, a modo de zoológico con sus jaulas, a donde muchos franceses acudían con sus hijos e hijas para ver a les démons rouges, nombre dado por El Vaticano para calificar a los republicanos españoles, cuyos máximos representantes, con el papa Pío XI a la cabeza, habían aconsejado que no se enterrara en los cementerios franceses a los exiliados fallecidos en los campos. Muchos niños y niñas se sorprendían al ver que aquellos demonios no tenían rabo.
Los campos de concentración creados en Francia en connivencia con el nazismo, en los que fueron encerrados entre otros los exiliados de la guerra civil española, fueron improvisados sobre las playas, entre las alambradas y el mar, en cuarteles, fortalezas templarias o en el interior de algunos pueblosEl primero en levantarse fue el de Argelès-sur-Mer. Llegó a albergar hasta 80.000 personas en calidad de prisioneros. Los refugiados tenían que hacer agujeros en la arena y enterrarse en ella para protegerse del frío, de la lluvia y del terrible viento de la Tramuntana. Entre los muchos poetas que nos dejaron testimonio vivo de aquel campo y de las penurias en él pasadas está el olvidado Agustí Bartra y su Cristode los 200.000 brazos.
Ahora, tanto tiempo después, los veraneantes comen moules frites en los chiringuitos y disfrutan del sol en primera línea de playa, justo donde se situaba la conocida Avenue Deladier, la franja paralela a la orilla del mar destinada a letrina colectiva, bautizada con el nombre del entonces Primer Ministro, Édouard Deladier, jefe del Gobierno francés, del Partido Radical Socialista (centro-izquierda), quien no tardaría en reconocer al Gobierno de Franco y mandar como embajador a España a Petain, significado y leal colaboracionista de la Alemania nazi. Los olores de entonces, en aquella kilométrica letrina bañada con la marea de la tarde, no tenían nada que ver con los de la brisa marina que ahora amodorra a los despreocupados bañistas que toman el sol tumbados sobre sus toallas. Agustí Bartrá dejó escrito lo que solían cantar mientras hacían sus menesteres frente al mar:
Si me quieres escribir,
ya sabes mi paradero:
en el campo de Argèles,
primera línea de mierda…
ya sabes mi paradero:
en el campo de Argèles,
primera línea de mierda…
A este campo le sucedieron otros muchos, donde los españoles fueron apriscados como ganado durante más de un año. Los mismos refugiados señalan que eran clasificados en machos, hembras y crías. El 9 de marzo de 1939, la Comisión de Hacienda presentó a la Cámara de Diputados Francesa el Informe Vallière, donde se señalaba que en ese momento había en el sur de Francia 440.000 refugiados españoles. De ellos, 68.000 eran niñas y niños.
A la entrada de las playas, donde se situaba el acceso a los campos, siempre suele haber un monumento, una placa, algún humilde memorial. Son los lugares de la memoria, Les Lieux de Mémoire, nombrados así por el historiador francés Pierre Nora y que forman parte de la identidad francesa, en este caso una forma de evidenciar de modo arquitectónico y monumental la vergüenza que debe sentir todo francés al recordar la humillación a que sometió su Gobierno a los refugiados españoles que huían del fascismo: todo documento de la cultura lo es también de la barbarie.
En ese momento había en el sur de Francia 440.000 refugiados españoles. De ellos, 68.000 eran niñas y niñosMuy cercana a la playa de Argelès-sur-Mer está la Maternidad Suiza de Elna. Una carreterita apenas transitada, sendereada de villas típicas del Rosellón francés, conduce a un edificio precioso que parece salido de un cuento de hadas. Se ha escrito mucho y se sigue escribiendo sobre la Maternidad de Elna, el hogar para mujeres embarazadas que abrió Elizabeth Eidenbenz (conocida por las españolas como la señorita Isabel), con ayuda de la Cruz Roja Suiza. El 7 de diciembre de 1939, hace ahora 80 años, nació el primer bebé. Desde aquel día y hasta 1944, fecha en que fue ocupada por los nazis, nacieron 597 niños y niñas, en un primer momento de madres españolas de los campos de refugiados cercanos (Argelès-sur-Mer, Saint-Cyprien, Barcarès y Rivesaltes), y después de madres judías perseguidas por los nazis y las milicias francesas colaboracionistas.
En las referencias sobre este lugar destaca el libro La Maternidad de Elna, de Assumpta Montellà i Carlos, algunos catálogos esenciales, como el de Alicia Alted Vigil y Dolores Fernández Martínez, Tiempos de exilio y solidaridad: la Maternidad Suiza de Elna (1939-1944), y el excelente volumen de Tristan Castanier Femmes en exil, mères des camps: Elisabeth Eidenbenz et la Maternité Suisse d'Elne (1939-1944). A los documentales se suma La luz de Elna, película de 2017 dirigida por Silvia Quer.
La Maternidad de Elna fue el oasis de paz en medio del infierno del exilio republicano y la ocupación fascista de Francia. Eduardo Pons Prades recogió en su libro Los niños republicanos el testimonio de muchos exiliados en los campos franceses. Las autoridades galas prohibían actuar a los centenares de médicos españoles que se encontraban entre los mismos refugiados. En el campo de Gurs, donde estaban recluidos los interbrigadistas, no había a mediados de marzo ni un termómetro. Las enfermedades que diezmaban a los españoles eran la disentería, la neumonía, la fiebre tifoidea, la tuberculosis y en algunos casos la lepra. También hubo casos de tiña y sarna, y era muy frecuente la ulceración de la piel, la inflamación de los ojos y la garganta debido a las tempestades de arena que la Tramuntana originaba. En aquellas condiciones, el 95% de los niños y niñas que nacía en los campos no sobrevivía a los primeros días de vida.
Las autoridades galas prohibían actuar a los centenares de médicos españoles que se encontraban entre los mismos refugiadosEn el catálogo de la UNED, editado por Alicia Alted Vigil y Dolores Fernández Martínez, encontramos las declaraciones de Nicolás García y Annie Pezin (La maternidad suiza, un deber de memoria). Nicolás García, nieto de republicano español preso en Argelès, fue alcalde de Elna durante 13 años, entre el 2001 y el 2014. Su alcaldía le permitió llevar a cabo todas las acciones posibles para que el castillo Bardou, el palacete de tres plantas comprado por quienes no conocían que aquello había sido una maternidad que salvó la vida de 600 niños, se viniera abajo, fuera derruido o condenado al olvido.
Cuando Nicolás García asumió la alcaldía de Elna no sabía nada de lo que había ocurrido en aquel palacete donde solía jugar con otros niños del pueblo durante su infancia. La Maternidad había sido cerrada y requisada por los nazis, quienes se instalaron en ella entre abril de 1944 y mayo de 1945. Después se había ido deteriorando poco a poco, abandonada a su suerte, convertida en palomar para los cazadores y lugar de saqueo. A principios de los años 90 una parte del edificio se derrumbó. Se hubiera venido abajo del todo si no la hubieran comprado un matrimonio que tampoco conocía su pasado. Finalmente, el interés de quienes habían nacido allí (decenas de mujeres descendientes de españolas llevaban el nombre de Elna), unido al tesón del alcalde, lograron que el edificio fuera comprado por el municipio, que tardó poco en restaurarlo y abrirlo al público tal y como en su día estaba.
Cuando Nicolás García asumió la alcaldía de Elna no sabía nada de lo que había ocurrido en aquel palacete donde solía jugar con otros niños del pueblo durante su infanciaEn palabras del alcalde Nicolás García, extraídas del catálogo de Alted y Fernández, el proyecto de la Maternidad Suiza de Elna se sustenta sobre cuatro pilares:
La memoria,con un espacio dedicado a la historia de Elisabeth Eidenbenz y del edificio como oasis en medio de la guerra.
Los archivos,como un centro de recursos dedicado a la maternidad.
La educación y la reflexión, como un lugar de acciones pedagógicas, punto de encuentro, investigación sobre lo que tiene que ver con los Derechos Humanos.
La vida y la acción, convirtiendo parte del lugar en un albergue humanitario para madres con niños en cortas estancias de rehabilitación, con el fin de intentar ayudarles a recuperarse de situaciones familiares o sociales muy difíciles.
El tesón de este alcalde y de la asociación DAME (Descendientes y Amigos de la Maternidad de Elna), hizo que en abril de 2012 la Maternidad fuera inscrita como Monumento Histórico por la CRPS (Comisión Regional de Patrimonio Histórico), a título de Memorial. Posteriormente, en 2013, la CNMH (Comisión Nacional de Monumentos Históricos) le otorgó la calificación de Monumento Histórico, dándole la categoría de nacional e internacional.
Como afirma Nicolás García, “en la red de la memoria tenemos que ser los testigos en vez de ser conservadores”. Y como se dice en el mismo catálogo, más adelante, el concepto de “lugar” es más amplio que el de monumento.
No hace falta ir tan lejos para encontrar lugares de memoria. De tarde en tarde suelo pasear por la carretera del canal que va desde Montijo hacia Torremayor, en la provincia de Badajoz. En la margen izquierda quedan los restos de lo que fue la 2ª Agrupación de las Colonias Militarizadas de Montijo, un eufemismo para denominar el campo de concentración fascista para presos republicanos entre 1939 y 1946. Cerca de 1.500 de los llamados esclavos de Franco llegaron a estar recluidos, trabajando en la construcción del canal en condiciones infrahumanas. Un camino, denominado de las colonias, recuerda el trasiego de aquellos presos.
En Montijo quedan los restos de lo que fue la 2ª Agrupación de las Colonias Militarizadas de Montijo, un eufemismo para denominar un campo de concentración fascista para presos republicanos entre 1939 y 1946. Cerca de 1.500 de los llamados esclavos de Franco llegaron a estar recluidos allíSin embargo, el lugar sigue siendo de propiedad privada y es imposible el acceso. Varios mastines custodian la entrada. Han sido numerosas las personas a título particular y asociaciones o partidos políticos a título colectivo –desde Izquierda Unida, Podemos y la Asociación para la Recuperación de Memoria Histórica de Extremadura (ARMHEx)- los que han pedido que sea declarado lugar de memoria. El último intento parecía ser el definitivo. El 6 de octubre de 2016, el Pleno de la Asamblea de Extremadura aprobó con los votos a favor de PSOE y de Podemos, y con la abstención de PP y Ciudadanos, instar a la Junta de Extremadura para que se declarara el conjunto Bien de Interés Cultural, con categoría de Sitio Histórico.
A día de hoy y a pesar del tiempo transcurrido dicha petición está varada en el puerto del olvido. En la Junta nadie sabe nada, y el Ayuntamiento de Montijo, por lo que le toca, accede únicamente a poner una sencilla placa de reconocimiento –que no acaba de poner- en un parque abandonado, apenas transitado, lejos de un lugar céntrico como es la plaza del pueblo, remodelada hasta la saciedad, donde hay diversas placas que señalan el carácter histórico de la casa consistorial y de la Casa del Navegante. Ninguna de ellas indica que esos lugares sirvieron de cárcel de donde salieron muchos de los 120 montijanos y montijanas republicanos para ser asesinados por los fascistas a partir de septiembre de 1936. Ninguna hablará en la plaza del pueblo a sus propios vecinos y vecinas de los presos de las colonias. No se hará pedagogía con la memoria.
Este campo de concentración extremeño sigue siendo de propiedad privada y es imposible el acceso. Varios mastines custodian la entrada. Y aunque se aprobó instar a la Junta para que se declarara el conjunto Bien de Interés Cultural, la Junta no lo ha hecho.Salvo honrosas excepciones, da la impresión de que la memoria histórica a veces es incómoda para quienes están obligados a salvaguardarla, a pesar de que hace ya meses que entró en vigor la Ley de Memoria Histórica y Democrática de Extremadura (BOE de 13 de febrero de 2019), en cuyo articulado se establece todo lo referente a los llamados lugares de memoria (Capítulo III). A menudo la Ley sólo echa a andar cuando son asociaciones o personas quienes exigen e insisten en su desarrollo, y no las mismas instituciones municipales o autonómicas, que es de quienes debería partir la iniciativa. Acontece por lo general como en el caso de Montijo, donde no existe la más mínima referencia espacial a lo que sucedió en el pueblo durante la Guerra Civil y durante la posguerra (salvo un monolito en el cementerio) y donde, de ponerse alguna placa, se hará en un lugar apartado. Parece que a la corporación municipal, actualmente del PSOE, le da reparo recordar la historia y a los paisanos que defendieron la legalidad democrática, como si temiera ofender, tantos años después, a quienes todavía siguen justificando a los asesinos o quitándole hierro a los crímenes que cometieron, quienes no mostraron jamás ningún gesto de paz, piedad o perdón.
A menudo la Ley sólo echa a andar cuando son asociaciones o personas quienes exigen e insisten en su desarrollo, y no las mismas instituciones municipales o autonómicas, que es de quienes debería partir la iniciativaDesde la carretera del canal de Montijo se puede ver tras las colonias, todavía, la hilera de eucaliptos que a principios de los 40 del pasado siglo sembraron los hermanos Demetrio y Francisco Luengo Bote, presos republicanos nacidos en Logrosán que se dedicaban a mantener la granja agrícola que abastecía al campo de concentración. Forman parte del lugar, de la memoria, aunque la vista del paseante no conozca que son también, como dijo Walter Benjamin, signo de la barbarie. Al mismo tiempo que Elisabeth Eidenbenz salvaba la vida de 600 niños en cunas improvisadas con cajas de tomate en la Maternidad Suiza de Elna, en un lugar hoy reconocido que sirvió como oasis de paz a cientos de mujeres (así lo definió ella misma cuando recibió la Medalla de los Justos), en Montijo se levantaban los muros de un campo de concentración sólo para hombres, esclavizados y torturados durante siete años. La Maternidad es un lugar preservado por la memoria; el campo de concentración parece estar preservado por el olvido.
Como escribió Walter Benjamin en el ensayo de donde se extrajo su epitafio, “el pasado lleva un índice oculto que no deja de remitirlo a la redención. ¿Acaso no nos roza, a nosotros también, una ráfaga de aire que envolvía a los de antes? ¿Acaso en las voces a las que prestamos oído no resuena el eco de otras voces que dejaron de sonar?”
Hacer oídos sordos a tales voces es traicionar a la historia de quienes murieron por dar la alerta frente a la barbarie.