Posted: 27 Jun 2014 08:06 AM
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Sergi Tarín // Una bolsa de golosinas y una bebida isotónica. Con estas
herramientas afronta Lidia Falcón (Madrid, 1935) el relato de los instantes
más duros. Lo hace en un reservado de un céntrico hotel de Valencia. En breve
está prevista su intervención en una mesa redonda de Amnistía Internacional
sobre el Día Mundial de la Tortura. “Es la primera vez que voy a entrar en
detalle”. Licenciada en Derecho, Arte Dramático y Periodismo y Doctora
en Filosofía. Con cerca de 40 obras publicadas (entre ellas Viernes y 13 en la calle del Correo),
es una referencia del feminismo español.
Tras un sorbo al líquido
naranja, la mano temblorosa cae sobre la falda. “Bueno, qué se le va hacer”,
libera Falcón un suspiro y se propulsa en una narración hacia las cloacas de
la dictadura y dos de sus protagonistas más turbios: el comisario Roberto Conesa
(implicado en el asesinato de Las Trece Rosas) y Antonio González Pacheco, Billy el Niño, de quien
han solicitado su extradición a Argentina para ser juzgado por los crímenes
del franquismo.
En su conferencia ha
anunciado que tratará momentos temibles de su vida. ¿Son confesables en esta
entrevista?
Deberían serlo y debería
haberlo dicho mucho antes. Tantos camaradas que han sufrido también la
tortura, hay una parte, como yo, que no lo contamos con detalles. Nos
detuvieron, nos torturaron y ya está. Y que la gente imagine o piense lo que
quiera. Y no sé si hemos hecho bien, pero debe ser que no queremos repetirlo
por no revivirlo. Pero algunos compañeros me convencieron de que es
aleccionador contarlo con detalle.
Entonces…
Teníamos una relación política
y amistosa con Eva Forest y Alfonso Sastre.
Vivían en Madrid y nosotros en Barcelona. Compramos un piso céntrico en
Madrid porque tenía el propósito de montar un despacho en la capital. Era el
verano de 1974. Teníamos que hacer obras y Eva Forest nos aconsejó que
Antonio Durán, un habilísimo albañil [del Partido Comunista], nos hiciera una
pequeña construcción que no podía verse por fuera porque la recubría de
azulejos y parecía que no había puerta. Se abría con unas ventosas. Quedaba
un hueco dentro. La verdad es que no pensaba que me sirviera, pero Eva
insistió mucho. Entonces, desde Barcelona, le envié el dinero y las llaves de
la casa.
¿Llegó a ver el piso?
Nunca. En agosto de ese año la
Guardia Civil detuvo, a tiros, a dos etarras en el País Vasco. Al
registrarlos encontraron una agenda con el 13 de septiembre marcado:
“Rolando, 2:15-2:30”. Y el 13 de septiembre explosionó un carga enorme en la
cafetería Rolando de Madrid, enfrente de la Dirección General de Seguridad,
en la calle del Correo. Hubo 13 muertos y 84 heridos. La policía relacionó
aquello con la detención de los etarras, que convenientemente interrogados explicaron
que en Madrid tenían una cabeza de puente que ellos llamaban “La loca”, “la
tupamara” y “Vitia” [se trataba de Eva Forest]. Y que habían estado en Madrid
y ella les había alojado en pisos francos. Uno de ellos era el mío.
¿Cómo se fraguó el atentado?
La llamaron operación
Caperucita Roja porque era meterse en la boca del lobo. Convenció a la cúpula
etarra, que estaba en Burdeos, que después del asesinato de Carrero Blanco,
que había sido una acción tan exitosa, había que hacer otra todavía más espectacular.
¿Qué podía ser? Volar la Dirección General de Seguridad en Madrid. Forest
realizó una prospección, pero la vigilancia era férrea. Entonces se percató
de que los policías iban a la cafetería Rolando, que estaba enfrente. Cuando
llegaron los activistas de Francia, los llevó a ver la cafetería y al día
siguiente colocaron la carga. Nosotros estábamos en Barcelona completamente
en la inopia.
¿Cómo se produjo su
detención?
El 16 de septiembre, tras
interrogar a los etarras, la policía detuvo a Eva Forest. Le abrieron el
bolso y, entre otras muchas, sacaron las llaves de mi casa. “Son de la casa
de Lidia Falcón y Eliseo Bayo”, contestó. Inmediatamente llamaron a la
Jefatura de Barcelona para que nos detuvieran. Después de registrar mi
despacho sin encontrar nada, a la una de la madrugada nos metieron en dos
coches. Eliseo y mi hija en uno. A mí en otro. Mi hijo, que tenía 16 años, lo
detuvieron y lo tuvieron tres días en la Jefatura de Barcelona. No nos
dijeron adónde nos llevaban ni porqué. Condujeron toda la noche y casi a las
10 de la mañana llegamos a Madrid, a la Dirección General de Seguridad. Como
entrabas por la calle del Correo, vi la cafetería destrozada. El edificio
estaba en ruinas. Entonces sí que pensé que nos matarían.
¿Relacionó su detención
con el atentado?
Aún no. Pero teníamos mucha
inquietud. No sabíamos nada. Ni que habían detenido a Eva. Primero me bajaron
a los calabozos, que eran medievales, auténticas mazmorras, sótanos de piedra
con arcos. Había arriba un tragaluz por el que veías la calle y los pies de
la gente. En la primera celda estaba Eva. Con una alegría sin igual me dice:
“Pero Lidia, ¿qué haces aquí? Tú no tienes nada que ver con esto”. Tampoco
sabía que ella estuviera relacionada con el atentado.
¿Cuándo lo supo?
Nos subieron a interrogatorios.
La primera cosa es que aparece un policía enorme, un gigante, y dice: “¡Aquí
está una de las asesinas!”. Y con una guía de teléfonos me da un golpe en la
cabeza. Después me llevaron al médico. Dije que había tenido una pequeña inflamación
hepática aquel verano. Acto seguido me pasaron al interrogatorio con Billy el Niño y el
comisario Conesa y otro que no recuerdo. Todo parecía normal. Me sientan en
una silla y me preguntan por Eva Forest. Siempre es larguísimo. Hay un reloj
allí y vas contado los minutos. Mientras los entretienes va pasando el
tiempo. Era una ingenua porque no tenían ningún tiempo tasado. Creía que
respetarían el plazo de los tres días, pero estuve nueve.
¿Cómo era Billy el Niño?
Le gustaba pegar y gritar. Era
el que actuaba. El comisario Conesa estaba sentado y miraba. Otro iba
escribiendo. Billy me decía que mi hija, de 18 años, también estaba en los
calabozos y que allí podía encontrar novio. Fue casi lo primero, el saludo.
Al cabo de horas, me puso en pie y me cogió de un brazo y me sacudió. Eso fue
después lo más visible, cuando era lo menos importante, porque una parte del
brazo se me puso negra. El primer puñetazo fue al hígado. Cuando intenté
protegerme, me cogieron los brazos y los sujetaron para darme más puñetazos
en el hígado. Esto se prolonga un tiempo que ya ni sé. Cuando se cansaron, me
ataron los brazos y me colgaron de algo que tenían allí preparado para seguir
pegándome. El abdomen fue lo peor. Me rompieron algún músculo, alguna capa
que protege el intestino. Una de las veces me desperté en el suelo. Me
estaban echando agua. Y el médico me estaba tomando la tensión y decía:
“déjenla descansar”.
¿Esto el primer día?
Esto se repite y se repite. Se
cansan ellos. Los tres primeros días eran continuos. Después ya eran cuatro o
cinco horas y te bajaban a la celda y te dejaban allí. No te daban nada de
comer ni beber. Cuando pasaron los tres días y pensaba que todo acabaría, me
suben y me encuentro con el juez militar. En vez de que te sacaran de la
detención y te llevaran al juzgado, el juez se personaba allí.
Dice que Billy el Niño gritaba
mucho. ¿Qué le decía?
“Asesina, nos has querido
matar” y “estos monstruos que quieren deshacer España”. Era un gasto inútil.
No sabía nada. Yo, desde luego, me vi muerta. Cuando perdía el conocimiento
era estupendo. Cuando te despertabas y veías gritando a los tres, pensabas
que no tenía fin. Eran impunes. Una de las veces ya no me pudieron subir
andando y lo hicieron a rastras. Y ya no me colgaron porque casi no valía la
pena. No tenían donde darme.
¿Qué secuelas le han
quedado?
Al colgarme de los brazos se
rompieron los tendones supra espinosos. Los dolores eran grandes. Los médicos
no sabían qué hacer y optaron por las operaciones. Los tengo con muchas
limitaciones. He hecho cinco años de rehabilitación. La primera operación fue
a los dos años: tenía rotos unos tejidos, decían que era un hernia abdominal.
De esa parte tengo tres intervenciones. La última, una cicatriz que va de
lado a lado.
¿Por qué se decide ahora a
contar todo esto?
Porque ha pasado el tiempo. Por
consejo de algunos compañeros.
¿Se plantea repetir el
testimonio ante la jueza María Servini y adherirse a la querella argentina
contra los crímenes del franquismo?
Tendría que haberlo hecho ya.
Debo hacerlo. Muchos compañeros han insistido y me han facilitado el nombre
de los abogados. Lo haré en septiembre.
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