Escribe Santiago Vera en su libro “La política del miedo” (Crítica 2011) “
El trauma de la memoria no se refiere solo al dolor, sino también al sentimiento de culpabilidad. La derrota representó algo más que la derrota militar, supuso la pérdida del pasado, de un identidad, de los ideales, así como de la visión de futuro”
En esta ocasión abordamos los aspectos más cercanos a la vida cotidiana, en este repaso también hemos escrito:
Nuestros mayores vivieron en una sociedad traumatizada y asustada donde, por si quedaba alguna duda, se sentía la omnipresencia del verdugo mayor: el caudillo. El terrorismo de bajo perfil se manifestaba en diversos actos de fuerza y humillaciones de los falangistas, como eran rapar el pelo, pegar palizas públicas, aceite de ricino (causa desarreglos intestinales, vómitos), los abusos sexuales, la intimidación, la tortura… El maltrato físico en las detenciones era lo normal (apaleamiento), de hecho, la práctica de la tortura se mantuvo hasta el final de la ditadura en los cuartelillos. Todo abuso era fácil y arbitrario, tenían patente de corso.
La derrota de la guerra para las mujeres supuso una pérdida de derechos y libertades, la mujer para los franquistas era una menor de edad crónica.
Sometidos, dependiendo de Informes del alcalde fascista y de la Guardia Civil, los retornados de la cárcel o del exilio encontraron un pueblo dominado por los vencedores y debieron hacer frente al estigma de haber sido rojos. Faltarían para siempre los muertos como consecuencia de la guerra y la represión. Tampoco encontraron a todos los vecinos que seguían todavía en prisión, en batallones de trabajadores o en el exilio. Volver al pueblo era, además, reencontrarse con las esposas, las novias, las madres, los padres, los hermanos y hermanas… de todas esas personas fallecidas o represaliadas.
Todo ello en un contexto de crisis económica de subsistencia.
A pesar de todo…SOLIDARIDAD. Los retornados pudieron, por fin, encontrarse con el calor de su gente y con la solidaridad de amigos y convecinos. Igualmente, recibieron el cariño y la complicidad de una parte del pueblo que, como ellos, también se sentía en el bando perdedor de la guerra.
La coacción con la violencia de los símbolos. Igualmente sufrieron una violencia más subliminal: intimidación en la vida cotidiana (calle, escuela…) para atemorizar y humillar. Obligaban a participar en los desfiles, manifestaciones y celebraciones (los que se quedaban en casa eran enemigos y había que perseguirles…), a colgar símbolos franquistas de los balcones, los cánticos y las voces obligatorias, junto con los saludos en brazo en alto.
Un fórmula para no entrar en conflicto con el poder, era no relacionarse con nadie que hubiera sufrido represión, así los represaliados y las represaliadas eran “apestados” y aislados socialmente. Los leales a la República y sus familiares eran perseguidos continuamente, su indefensión les provocaba un miedo constante ante las visitas de los falangistas y Guardia Civil.
En su función coercitiva, y para que no se moviera nadie, pusieron interés especial en atemorizar a los familiares de desafectos incluso a los más pequeños. El miedo y las penurias económicas lo hicieron realidad, por la mera supervivencia.
La propaganda de los actos oficiales era otra forma de humillación. En la cotidianeidad tuvieron que convivir con la exaltación de los muertos del otro bando (los mártires), mientras que los republicanos eran estigmatizados y relegados al olvido. Sobrevivir a la derrota y a la miseria, vivir la permanente sensación de miedo.Celebraciones a los Caídos, en un homenaje que pretendía ser perpetuo y se celebraron ininterrumpidamente durante 40 años: el 18 de julio día de la victoria, el 1 de abril día del caudillo y 1 de octubre el de los caídos. Las víctimas de los republicanos sólo habían muerto para sus familiares.
Tampoco se olvidaron de los más pequeños, los fascistas procuraron que se trasmitiera la intimidación a los niños, se movieron entre la manipulación al maltrato infantil. Utilizaron a los hijos de los rojos, cuando no les pegaron e insultaron. Así incluso otros niños, los retoños fascistas, insultaron, maltrataron, tiraron piedras, amenazaron a los hijos de los perdedores.
La religión como coacción. Desde el 19 de julio la religión católica fue la oficial del Estado franquista. La ola de religiosidad impuesta inundó todos los rincones. La coerción religiosa fue muy importante y perduró en el tiempo a lo largo de la Dictadura. El párroco local se convirtió en el encargado de vigilar la reconquista ideológica, su papel es esencial en la vida cotidiana de los pueblos. Impusieron una moral social estricta que abarcaba todos los ámbitos de la vida cotidiana.
Otro medio fundamental de coerción era la necesidad de informes favorables de conducta para cualquier tipo de actividad (carnet de conducir, oposición al puesto de trabajo, superación de expedientes de depuración, obtención de la libertad condicional, cualquier empleo)… Los expedientes los realizaban el alcalde, la FET, la GC y el párroco. El cura era el garante de la honradez de los vecinos.
LAS ROJAS: TERROR y LA SUMISIÓN
Antes de los años 30 las mujeres no participaban en la cultura, la economía o la sociedad, tarea reservada a los hombres. Por el contrario quedaban recluidas en la esfera privada del hogar. Esta situación de sumisión era más marcada en el medio rural. No había ninguna actividad relevante, excepto la escuela (y claro, el cuidado de la vida y el bienestar de las personas), en manos de mujeres. La República fue un giro copernicano para las mujeres, intentó transformar el papel que la mujer tenía asignado dentro de la sociedad, así en los pocos años de la República las mujeres se habían hecho visibles. En nuestra tierra también dieron fruto esas ideas, tenemos noticias de dos grupos de mujeres organizados en las Merindades. Un grupo de mujeres en Mena (Hogar de la mujer moderna) y el Comité del Hogar Femenino Antifascista con 84 miembras de Arija.
El pensamiento que rodeo el régimen fascista sobre las mujeres que les eran desafectas: rojas, putas, sucias, feas, peladas… Al margen del retroceso social y el acceso a la vida pública que habían conseguido, la represión : les saquearon las casas, les incautaron los alimentos… y la tierra. También las asesinaron y encarcelaron. Además hubo represión especializada en mujeres. De una punta a otra de la España sublevada, se repitieron los métodos de tortura física y psicológica. Tres son los más conocidos: las purgas con aceite de ricino para que su poder laxante depurara su “tóxico interior” con el paseo público, raparlas al cero para censurar su libertinaje, y la prohibición absoluta de mostrar luto. El desfile callejero fue un hecho común y sistemático en la zona nacional, hasta en las aldeas. Un espectáculo dantesco público de denigración y de regocijo por parte de los vencedores. El paseo por la calles iba acompañando, insultos, abucheos, escupitajos y algunas pedradas. El Corte de pelo era otro escarnio público, un atentado contra la integridad física y moral, rapándolas trataban de humillar visualmente a la víctima marcándola; mutilación de un elemento físico claramente femenino. Junto con ello el aceite de ricino decían que el fuerte poder laxante.
A Agustina Santos, vecina de Frías la raparon el pelo y le dieron aceite de ricino mientras a su marido Felipe Salazar, se lo llevaron, se cree fue fusilado en La Pedraja. A la esposa de Pedro Arquiaga, de Incinillas, también la detuvieron y la llevaron a Villarcayo, donde le raparon el pelo y la obligaron a ir por todo el pueblo rezando el rosario de rodillas. De la Medinesa Teopista Gallaga se contó: “a quien hubo que cortar el pelo como responsable de intentar convencer con insinuaciones al reparto de bienes y personas, proclamar el odio a la religión católica y defender e incitar a la práctica del amor libre a las virtuosas doncellas de la localidad” En Medina de Pomar, los “paseos” a las mujeres se hacían repetidamente por la Calle Mayor, después de rapar sus cabellos. A Eufemia Alonso Pereda, de Sotoscueva, tras raparla el pelo, acusándola de roja, y someterla a vejaciones, la emplearon como cocinera para la tropa, la trasladaron a Espinosa y de allí al cuartel en El Crucero, hasta su fusilamiento y enterramiento en una cuneta en Villalázara. En Quisicedo (también Sotoscueva) un grupo de mujeres fueron peladas y obligadas a tomar aceite ricino, mientras las paseaban por el pueblo, luego las llevaron presas a Espinosa. Las hermanas montijanas Sañudo, Carolina, Jovita y Aurora sufrieron el corte de pelo en Espinosa, entre otras vejaciones.A Justa Andrade, vecina de Espinosa y a alguna de sus hijas, las cortaron el pelo, las dieron ricino y no contentos con eso, previo robo de casi todos sus enseres, desterraron a toda la familia. Hilaria García de Arija fue rapada, insultada, exhibida de forma humillante, apaleada y condenada a 30 años. A las mujeres de los asesinados en Loma de Montija, los fascistas del pueblo les apedrearon cuando fueron a poner una flores a la fosa, o les hacían barrer la plaza del pueblo para humillarlas y les raparon la cabeza. No cabe ninguna duda que en algunos casos se dieron abusos sexuales, menos conocidas, por el tabú social.
Control social y represión.
La persecución fue implacable, y todavía perdura en las mentes de los hijos de nuestros abuelos y abuelas. Las pequeñas localidades de las Merindades, y toda España, en cuestión de días se convirtieron en un réplica de un penal, con muros invisibles, guardas y guardesas vecinos, estaban desterrados incluso en su mismo pueblo. Solo la emigración de los años 50 gracias a la ligera mejora económica, que ofertó empleo en las ciudades, rompió la sensación de claustrofobia.
Maltrato psicológico, insultos, desdén, menosprecio. Las supervivientes fueron “soporte” de la familia en una época en la que eran vejadas, maltratadas y humilladas públicamente a diario. Sin olvidar que tambiéntenían que ocuparse de la casa y los hijos, de conseguir dinero, ahorrar para ir a visitar a sus familiares a las cárceles y “todo sin recursos y estigmatizadas, con trabajos de “semiesclavitud”
En el mundo rural las relaciones eran muy cercanas, nada se podía escapar al control, así en nuestros pueblos de Las Merindades estuvieron sometidas a una férrea vigilancia y control, que duraría hasta 1975, con la muerte del dictador. El afán inquisitorial de los y las entusiastas del régimen era inquebrantable. En los años 40 con todo el hambre y la miseria, las autoridades locales se ocuparon de de mantenerles controlados, y se encargaron de la limpieza política
Control y delación: el recelo a la vecindad
El sistema represivo franquista se basó en un control estricto de la población, para ello, se articuló un sistema de información de los vecinos. El aparato franquista hizo, además, un esfuerzo especial para impulsar la delación entre los propios vecinos, así el nuevo régimen, aceptaba cualquier denuncia contra los “rojos”. El recelo en el vecino anidó en las mentes como otro miedo más.
Era vivir entre enemigos, no había refugio, un vecino, un familiar, un subalterno o un jefe podía ser el delator. Todos eran extraños, todo era desconfianza, esa era la consecuencia de la implicación de la sociedad civil en la represión. Durante el régimen fascista las tensiones sociales, políticas económicas o sentimentales se resolvieron golpe de denuncia. Examinaron a todas las personas, y pedían datos de su vida social, de su ideología, de sus relaciones. Continuamente se necesitaban certificados, certificados de persona adicta al movimiento para desplazarse, certificados de conducta moral y política expedidos por la Iglesia y la Falange.
Sensación de miedo, hambre y miseria. Así el miedo iba cuajando, y se iba convirtiendo en parte de la vida de la gente. Miedo a la tortura física, a la cárcel, a los apaleamientos y castigos en el cuartelillo de la guardia civil. Miedo a amenazas sobre familiares, a ser privado de bienes materiales, a perder el puesto de trabajo, a carecer de alimentos… Miedo a ser marcado públicamente con el estigma de rojo, al aceite de ricino, a ser rapada y exhibida por las calles rodeada de desaprensivos, miedo que describe Julio Prada en España masacrada.
El miedo a cuanto significase compromiso con causa alguna, el rechazo de toda forma acción colectiva, la percepción de que solo en un individualismo exacerbado era posible hallar refugio. La desconfianza paso a paso va a presidir las relaciones entre familiares y vecinos. Un muro de silencio, tendencias inhibidoras que arraigaron en nosotros, “si no te hubieras metido en política”, le decían al abuelo. Ese miedo que ha quedado impreso en el ADN de nuestros mayores, que ha perdurado hasta nuestros días.
Fueron años duros para casi todos donde el hambre era una constante, especialmente para los perdedores de la guerra. Las expropiaciones y multas que sufrieron algunos de ellos, el sistema de racionamiento, etc., provocaron que las condiciones de vida fueran aún más difíciles. Haber estado preso, o simplemente detenido, significada un estigma en todas las facetas de la vida (acceso a los mínimos servicios públicos; viviendas, colegios, universidades, trabajo, pasaporte-
Miedo era la palabra que también movía el mundo económico, miedo a los expedientes, miedo a las multas, miedo a las confiscaciones… No era para menos, la amenaza de multas era continua, pero no era su único instrumento. Los fascistas y la iglesia controlaban todos los mecanismos para satisfacer las necesidades básicas, así que utilizaban esas herramientas para humillar y controlar a la ciudadanía: las Cartillas de racionamiento, los subsidios al combatiente, los imprescindibles certificados de buena conducta, los avales para encontrar trabajo…
Listas negras e inhabilitaciones laborales
El proceso represión laboral y económica se produjo en la Administración y en todos los procesos económicos, procesos que se reflejan en las actas de los ayuntamientos o de las instituciones públicas y por medio de los cuales fueron expulsados alguaciles, veterinarios,…. En ocasiones como el caso de Rufino Balbás secretario de Ayuntamiento de Manzanedo, simplemente se los asesina. Los franquistas sabían que había que contener a la población, tanto en el orden físico como el moral, y que el mundo laboral era clave para conseguir la inhabilitación de los disidentes. La represión abarcaba más que el exterminio, la violencia física o la privación de libertad, se aplicó en la vida cotidiana también a través del trabajo. En el ámbito laboral, la represión pretendió llenar de adictos las instituciones y empresas, y también penalizar la vida de los supervivientes al genocidio de la izquierda.
En los ayuntamientos se elaboraban listas negras, aunque desconocemos el dato en Las Merindades, personas, listas en las que se recoge la filiación política de vecinos del municipio. Había cientos de informes sobre ciudadanos, donde se detallaban datos sobre ellos, si eran republicanos o socialistas, si participaban en actos si no solía ir a misa, o no era partidario al alzamiento nacional… En definitiva, era sospechosa toda persona que no fuera favorable al credo político de los vencedores.
En muchas empresas funcionó un sistema de exclusión laboral conocido como cuarentena (Registro de Colocación Obrera en su denominación oficial), consistente en no readmitir de inmediato a todos los antiguos trabajadores que volvían de prisión o de batallones de trabajadores.
Este proceso interminable de marginalización situó a más de la mitad de la población fuera de cualquier ayuda social, fuera de cualquier trabajo decente. Además continuaban los controles, chantajes, sanciones, no solo al sujeto social si o a todo su entorno familiar, se les volvía a detener, se aseguraba así su asfixia económica y exclusión política. Una ¿muerte civil?
Los trabajadores de la salud junto con los maestros fueron en muchos casos grandes facilitadores de las ideas modernas en los pueblos. Muchos pagaron ese atrevimiento de poner en solfa el orden, donde el propietario, el cura y la guardia civil “reinaban” a sus anchas. Destacan en las Merindades por el rigor de su castigo los médicos asesinados Antonio Gutiérrez de Bricia, y Félix Lalinde de Tobalina.
El sector de correos y telégrafos tambiém fue reprimido, el fin era controlar las comunicaciones. Los ciudadanos de las Merindades que peor suerte tuvieron en esta represión, por lo que hemos conocido, fueron: Antolín Díaz del valle de Mena, Álvaro Cereceda, cartero de Trespaderne; Antonio Felipe Zoido, jefe de correos de Villarcayo, y Ángel García, telegrafista de Espinosa.
Fueron duramente represaliados son los
ferroviarios, uno de los grupos impulsores en aquellos años el movimiento obrero en Las Merindades. Fueron asesinados:
Melchor Avelino Álvarez, guardafrenos nacido en Bercedo (Merindad de Montija),
PedroIglesias paseado en Arija,
Juan Pinillos, vecino de Medianas (Mena), asesinado en Arredondo.
Heliodoro Pérez Toyos, vecino de Horna y
Miguel Ortiz, 46 años, maquinista (Tobalina).
La depuración afectó a la cuarta parte del
magisterio burgalés. El golpe fue en verano y eso salvó a muchos maestros de la barbarie. En Las Merindades casi 300 maestros, la mayoría fueron expedientados, y en muchos casos el expediente no llegó a más, pero no se fiaron de nadie. 17 maestros y maestras de las merindades asesinados muchos los primeros días de septiembre al ir a abrir la escuela:
Casimiro Allende, de Ahedo Linares,
Abilio Bañuelos, vecino de Burceña.
Daniel Bonilla, Maestro de Bacuñuelos (Tobalina).
Casilda Calzada maestra de San Llorente.
Aurelio Del Valle, maestro de Vivanco.
Juan Francisco Feria maestro de Cabañas de Virtus.
Hermógenes Gallo. Maestro en Pradilla de Hoz (Valdebezana),
Felicísimo Gómez, maestro de Pangusión (Tobalina).
Elisa Güemes Maestra de Lomana (Tobalina)
Saturnino López, nacido en Quintanilla de Pienza,
Vicente López maestro de Villarcayo,
Valentina López, maestra nacional de Medina.
Ceferino Mata, maestro de Quintana María (Tobalina),
Tomas Pinedo, maestro de Villabasil -Oteo (Losa).
Manuel Regadera, maestro de Loma de Montija.
Manuel Rodríguez Martín, vecino de Villarcayo
Manuel Rodríguez Morquillas, maestro de Villarías (Villarcayo). (Estos dos últimos pudieran ser el mismo)
La purga de los maestros y maestras fue sistemática, y se les sustituyó por la iglesia y los militares. Los maestros eran quienes debían demostrar su “inocencia”.
Represión política a alcaldes republicanos. Siguiendo las órdenes de los directores del golpe, los políticos de izquierda sufrieron despiadadamente la represión. En nuestra tierra y que sepamos, fueron asesinados:
Cuadrao alcalde de Villarcayo,
López Quintana alcalde de Medina, Santamaría alcalde de Trespaderne, Ortiz Garmendia alcalde de Tobalina, y Pereda alcalde de Mena. Otros terminaron encarcelados o en el exilio.
Sometidos a una terrible trilogía: hambre, domino fascista de la calle y duelo. Las autoridades no estaban dispuestas a favorecer la reconciliación nacional. La calle era un prolongación de la cárcel, además se le agravó su situación con las ideas que les iban surgiendo a los humilladores de turno.
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