dilluns, 3 de gener del 2022

Incorporados 121 Víctimas y represaliados vecinos de Alanis (Sevilla).


Incorporados 121 Victimas y represaliados vecinos de Alanis (Sevilla)
Hemos incoporado 121 (110 hombres y 11 mujeres) nombres de victimas y represaliados/as (asesinado por Bando de Guerra), presos en campos de concentración, encarceladas por no pagar multas de la Fiscalía de Tasas, condenados a trabajos forzados, acusados/as de colaborar con la guerrilla, exilio y depurados/as ... naturales y/o vecinos de la localidad sevillana de Alanis, así como ampliado datos en otras 84 fichas existentes con antelación.
La información tiene su origen en el trabajo de José Antonio Jiménez Cubero, La represión franquista en Alanís (1936-1951). Investigación inédita (2021)






Entrada 21.082. Espías, falsificación de documentos, sobornos, negocios oscuros: la ruta de escape del fascismo en Madrid.

 https://elpais.com/cultura/2022-01-03/espias-falsificacion-de-documentos-sobornos-negocios-oscuros-la-ruta-de-escape-del-fascismo-en-madrid.html


El historiador Pablo del Hierro reconstruye un rompecabezas que conceptualiza la capital de España como una urbe fundamental en el proceso de reconfiguración del viejo movimiento totalitario tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial.




El nazi Otto Skorzeny en una imagen del documental 'El hombre más peligroso de Europa, Otto Skorzeny en España'.

Centro de Madrid, primeros años tras la Segunda Guerra Mundial. En las calles de la ciudad —en oficinas, restaurantes, tabernas— Philippe Sands podría descubrir esas vidas a través de las cuales parece comprenderse el desarrollo de los días más terroríficos de la Europa contemporánea. Pero en este caso ha sido el historiador Pablo del Hierro —profesor en la Maastricht University— quien ha reconstruido un olvidado rompecabezas que permite conceptualizar la capital de España como una urbe fundamental en el oscuro proceso de reconfiguración del viejo fascismo tras su derrota. Dinero, agentes dobles, connivencias políticas con el terror. Así se detalla en el espectacular artículo The Neofascist Network and Madrid 1945–1953, que acaba de publicar la revista Contemporary European History de la Universidad de Cambridge.

Usando un abanico de fuentes exploradas en archivos de diversos países y cruzando informes policiales y de servicios secretos (del MI5 a la CIA) con memorias o dietarios inéditos, Hierro ha topografiado cómo la red neofascista se arrapó a la piel de Madrid. Forman parte de la historia periodistas, colaboracionistas o delegados de partidos o países fascistas en España. Se activa entre 1945 y 1946, cuando dirigentes derrotados intentan escapar de detenciones y juicios de las potencias aliadas. Las grandes rutas de escape —las rutas de las ratas— fueron dos. Una de Alemania a Roma y Génova para saltar a América Latina. Otra de Alemania a España y luego a la Argentina de Perón. En esta última Madrid fue un puesto intermedio.

La gran evasión

El responsable de la primera ruta era Arturo degli Agostini, propietario de una heladería en el centro de la ciudad y ya identificado en 1944 por el Ministerio de Exteriores de su país como uno de los fascistas más activos de la comunidad italiana en Madrid. Tras el fin de la guerra desarrolló una doble actividad. Por una parte, reorganizar la colonia italiana que vivía en la ciudad —cerca de la Escuela Italiana en Chamberí— y que creó negocios orbitando en torno a la Cámara de Comercio Italiana. Y, por otra, consolidar una red de evasión gracias a sus contactos con el Gobierno español. Una de las principales figuras que se estableció en Madrid fue Mario Roatta. Quien había sido jefe de los servicios secretos de Mussolini se instaló en la calle Fuentes y fue nombrado director de la Sociedad Comercial Hispano-Italiana.

Desde 1936 el supervisor en España de las relaciones económicas del Gobierno de Hitler con los rebeldes encabezados por Franco era Johannes Bernhardt —director general del holding empresarial Sofindus—. Eso le permitió disponer de una agenda de alto nivel con el partido nazi y, después, ser pieza ideal para la operación Safehaven diseñada por las potencias angloamericanas: se trataba de localizar activos alemanes radicados en países neutrales para redirigirlos a organizaciones humanitarias británicas o estadounidenses. Algunas de las empresas de Sofindus quedaron al margen de Safehaven. Su capital ascendía a 80 millones de pesetas. Desde su oficina en la Gran Vía, como si fuese un agente doble, Bernhardt diseñaría una operación secreta. En abril de 1945 30 personas se reunieron en su casa para organizar otra ruta de escape. Colaboraron con él una mujer de origen alemán afiliada a la Sección Femenina y un veterano general alemán que había asistido a Franco durante la Guerra Civil.

La sala de fiestas Pasapoga, en la calle Gran Vía de Madrid, era uno de los lugares de la capital en los que las gentes de dinero, adictos al régimen de Franco y espías de distintos países se concentraban para ver un espectáculo nocturno.
La sala de fiestas Pasapoga, en la calle Gran Vía de Madrid, era uno de los lugares de la capital en los que las gentes de dinero, adictos al régimen de Franco y espías de distintos países se concentraban para ver un espectáculo nocturno.CLAUDIO ÁLVAREZ

El 10 de marzo de 1945 Carlos Fuldner descendió del avión que lo había traído de Berlín a Madrid. Argentino de origen alemán, creó la tercera ruta de evasión. De ella formaron parte alfiles del fascismo europeo: el director de medios de comunicación del rexismo belga, el líder de las SS flamencas que dirigió una acción contra los judíos de Amberes, el embajador de Rumania en España o un periodista de la revista reaccionaria francesa Je Suis Partout. Durante unos años desarrollaron una actividad frenética —falsificación de documentos, sobornos, enlaces, viajes…— y finalmente todos estos responsables de la red acabaron instalándose en Buenos Aires, donde siguieron activos facilitando permisos de residencia a criminales de guerra.

Red personal, trama política

En la Square de l’Aviation de Bruselas está el Centre d’Étude Guerre et Société. Allí el profesor Del Hierro descubrió un filón: el diario del periodista Pierre Daye, residente en Madrid. En sus páginas puede constatarse cómo a finales de la década de los cuarenta representantes de la extrema derecha del mundo de ayer se reagruparon en Madrid: “Sentíamos que nada había terminado, que surgirían imprevistos que pondrían todo de nuevo en juego, que nuestra causa era justa y que la venganza llegaría algún día”. Si tenían poco dinero, se reunían en tabernas de la calle Lope de Vega donde cenaban mientras escuchaban flamenco. Si eran más adinerados, se citaban en el restaurante Horcher de la calle Alfonso XII.

Hacia 1946, en los prolegómenos de la Guerra Fría, la persecución del fascismo ya no era una prioridad de los aliados. Antiguos fascistas podían actuar con mayor libertad en España. Algunos de ellos optaron por establecerse en Madrid y reemprendieron su actividad política, dotándose de nuevas plataformas transnacionales y reelaborando su doctrina. La CIA era perfectamente consciente, por ejemplo, de que un destacado miembro de las SS como Otto Skorzeny tenía una oficina como ingeniero en la Gran Vía desde la que realizaba operaciones comerciales y financieras. Y, al mismo tiempo, que la oficina servía como tapadera para una actividad política en la que estaba implicado Léon Degrelle. Era una figura parecida al general italiano Gastone Gambara, residente en El Viso, y elemento clave de la red del neofascismo que estaba tramándose con la tolerancia (cuando no con la complicidad) de las autoridades franquistas.

Uno de los hilos de esa red fue la instalación en Madrid de una oficina del partido neofascista Movimiento Sociale Italiano. Era la primera en el extranjero y uno de sus alfiles, con el apoyo de Ramón Serrano Súñer, financió el viaje del histórico líder fascista inglés Oswald Mosley a Madrid y El Escorial, donde, emocionado, visitó la tumba de José Antonio Primo de Rivera. Pocos años después, tras una reunión internacional en el Alcázar de Toledo, se estableció en Madrid una oficina del Movimiento Social Europeo. Su función debía ser la coordinación de grupos de la misma ideología de diversos continentes. Incluso se pensó desde Madrid la creación de una iniciativa militar con el objetivo de frenar la expansión del comunismo en Europa. Su impulsor, tras el fracaso, se dedicó al negocio de las armas.

Esta red de personas e ideas, como concluye Del Hierro, fue un eslabón clave para la supervivencia del neofascismo. Su siguiente mutación empezó a finales de los sesenta y, sin esa continuidad, no podría comprenderse su renovada presencia global.

SOBRE LA FIRMA

Jordi Amat

Filólogo hispánico reconvertido en opinador y crítico literario. Los sábados publica reseñas sobre no ficción en Babelia y los domingos una columna buscando las raíces de la actualidad política. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española, y su último libro es la novela de hechos reales 'El hijo del chofer'.

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diumenge, 2 de gener del 2022

La larga sombra del franquismo cubrió de impunidad los asesinatos de trabajadores en protestas laborales.

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Las salvajes actuaciones de los cuerpos policiales franquistas dejaron más de una docena de manifestantes asesinados. El Estado no otorgó ningún tipo de reconocimiento a estas víctimas, que tampoco han encontrado justicia en los tribunales.


Protestas por la matanza de Vitoria
Imagen de las protestas por el primer aniversario de la matanza de Vitoria, producida en 1976.  EFE

La Policía franquista disparaba a matar. El resultado no fue otro que el asesinato de manifestantes y la impunidad de los agentes que cometieron tales crímenes. Los primeros nunca fueron reconocidos por el Estado. Los segundos jamás fueron juzgados ni separados de sus cargos, lo que les permitió seguir reprimiendo durante la transición con los mismos métodos y las mismas armas. 

El director del archivo de la Fundación 1 de Mayo de CCOO, José Babiano, tiene presente a cada uno de esos muertos. Algunas semanas después de participar en Bilbao en unas jornadas sobre Historia, derechos humanos y violencia política, organizadas por la Cátedra UNESCO de la Universidad del País Vasco y la Sociedad de Ciencias Aranzadi, este veterano investigador tiene muy clara una conclusión: los crímenes contra trabajadores por parte del régimen quedaron cubiertos por la más absoluta impunidad.

Babiano se remonta a finales de los sesenta. "El incremento de la protesta antifranquista fue vehiculizada principalmente por el movimiento sindical. Hubo entonces un aumento sustancial de huelgas, y en paralelo llegó la dura respuesta del régimen, con espiral represiva que se intensifica y que alcanza los estados de excepción de 1969 y 1970", describe.

Fue precisamente en julio de 1970 cuando la Policía mató en Granada al marmolista Cristóbal Ibáñez Encinas y los peones de albañil Manuel Sánchez Mesa y Antonio Huertas Remigio, quienes participaban en las movilizaciones por la huelga del sector de la construcción. "No cabe argumentar si pudo emplearse algún medio menos violento para imponer el respeto a la ley", concluyó el Juzgado Militar Permanente de Granada en marzo de 1971, decretando así el cierre del caso y la exculpación de los agentes implicados.

Mientras los jueces-farsa cerraban juicios-farsa, la Policía seguía disparando fuego real sobre manifestantes civiles. Antonio Ruiz Villalba, trabajador de la empresa SEAT, fue asesinado por la Policía el 18 de octubre de 1971 en Barcelona, donde tenía lugar una movilización en solidaridad con varios huelguistas encarcelados.

Un mes antes habían matado en Madrid a Pedro Patiño, afiliado a CCOO y al PCE. Su "delito": repartir panfletos de cara a una huelga en la construcción. Un guardia civil decidió acabar con ese reparto de propaganda a tiros, acabando con la vida de Patiño. El asesino vivió siempre impune.

El terror franquista contra la militancia obrera siguió atravesando el mapa. En marzo de 1972 llegó el turno de Amador Rey y Daniel Niebla, dos trabajadores gallegos asesinados cuando participaban en una manifestación en Ferrol para pedir mejoras en el convenio de los astilleros de Bazán. Un año y un mes después, en abril de 1973, la Policía franquista acabó con la vida del obrero Manuel Fernández Márquez durante una protesta laboral en Sant Adrià de Besòs (Barcelona).

La masacre de Vitoria

La muerte de Franco no significó ningún alivio para quienes se movilizaban por sus derechos. Así lo comprobaron el 3 de marzo de 1976 en Vitoria-Gasteiz, donde una salvaje represión policial dejó como saldo cinco trabajadores muertos. Los autores de esa masacre comprobaron que el final de la dictadura no implicaba el cese de la impunidad: ningún policía ni ningún responsable de Interior pagó por esos hechos.

Tampoco fueron castigados los responsables del asesinato de Vicente Antón Ferrero durante una manifestación celebrada algunos días después en Basauri para denunciar los crímenes de Vitoria. En ese contexto hubo otro muerto: Juan Gabriel Rodrigo Knafo, de 19 años de edad, murió el 5 de marzo de 1976 cuando intentaba huir de la feroz represión policial en Tarragona. 

"La impunidad sigue intacta. Todos los responsables de aquella matanza no han sido juzgados", afirma Andoni Txasko, portavoz de la Asociación de Víctimas del 3 de Marzo. En octubre pasado, la jueza argentina María Servini de Cubría procesó al ex ministro Martín Villa como autor penalmente responsable de tres de los cinco crímenes cometidos en la matanza de Vitoria, así como por el asesinato de Germán Rodríguez en los Sanfermines de 1978.

"Lesa humanidad"

En ese marco, Babiano destaca que "hubo una violencia generalizada y sistémica contra un grupo de la sociedad civil, los trabajadores en este caso". Se trata de un punto clave: "Cuando hay crímenes en contexto de violencia generalizada contra un grupo de población civil, hay crímenes de lesa humanidad, y esos crímenes de lesa humanidad nunca prescriben", explica el portavoz de la Fundación 1 de Mayo.

Sin embargo, los abogados que pelean en los tribunales españoles para tratar de abrir una vía de justicia suelen chocar con un muro infranqueable. "Hay una respuesta monolítica: los jueces sostienen que esos crímenes, por muy execrables que puedan ser, no pueden ser juzgados porque resultan de aplicación la Ley de Amnistía, el principio de legalidad y la prescripción de delitos", explica el abogado Jacinto Lara, quien trabaja habitualmente en este tipo de casos.

El jurista destaca que "la clave de bóveda es el principio de legalidad". Los jueces alegan que los crímenes de lesa humanidad no se introdujeron en el Código Penal hasta 2004, "por lo que entienden que ese tipo penal no es aplicable a hechos anteriores". Ante esa argumentación, tanto Lara como Babiano ponen el foco en un aspecto de carácter universal: "los crímenes de lesa humanidad –sostienen– son imprescriptibles".