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Los nostálgicos apuran los últimos días para visitar la tumba del Caudillo antes de su exhumación del Valle de los Caídos. Opinan que la decisión de Sánchez es una "aberración", una "barbaridad", un "paripé", una "desfachatez" propia de "cobardes"
Pedro Sánchez ha acelerado la exhumación del Caudillo, pero los nostálgicos del franquismo lo han adelantado por la extrema derecha. Apenas un día después de que el presidente del Gobierno socialista anunciase el traslado en julio de sus restos, los adeptos del Movimiento han querido darle un último adiós en la basílica del Valle de los Caídos. “Vamos, chicos, que en agosto ya no estará aquí”, le dijo José Antonio a sus hijos. “Por eso hemos venido lo antes posible, aprovechando que estamos de vacaciones”.
Es de Madrid, tiene 49 años y viste camisa azul: “La he traído a propósito, claro”. Su nombre real no es José Antonio, pero le viene al pelo. Sus críos tienen trece, doce y cinco años. El mediano luce la camiseta del Atlético y la pequeña, la de la Roja. “Me gusta mucho venir a ver la cruz y las estatuas. Son muy bonitas y me daría pena que las quitasen”, confiesa la mayor, cuyo abuelo empezó a traer a su padre desde que era un mocoso. “Y yo encantado de la vida. Soy hijo del 20-N”.
Algunos, como él, se han acercado desde la capital. A otros, quizás, la noticia les habrá pillado de paso por la zona, porque la rapidez a la hora de plantarse en Cuelgamuros es pasmosa. “Exhumar a Francisco Franco me parece una aberración, porque es parte de la historia de España, y la historia de España no debe ser borrada”, cree un matrimonio de San Sebastián que se ha acercado con su hija preadolescente.
“Hoy se le acusa de haber sido un dictador y una persona malvada. También se dice que la guerra civil fue entre buenos y malos, cuando ambos bandos cometieron las mismas atrocidades. Es más, el primer golpe de Estado contra la República lo intentó dar el PSOE en la revolución de 1934. Y luego los socialistas acusan a otros de golpistas”, esgrime el marido, de 52 años. “La decisión de Pedro Sánchez es un paripé. Están removiendo temas que no tienen tanta importancia, porque la presencia de Franco no molesta a nadie”, añade la mujer.
A ellos, que repiten visita, también les han entrado las prisas por lo que pueda pasar antes de agosto. “Hemos venido precisamente por eso, porque igual es la última oportunidad de verlo. No obstante, sacarlo implica profanar una tumba. Y eso es propio de cobardes, no importan los motivos”. El marido alaba las virtudes del complejo, que además de la tumba del Generalísimo alberga un descomunal osario, pues aquí yacen los restos de más de treinta mil víctimas de la guerra civil, incluidas las republicanas enterradas a la fuerza, como forzados fueron los trabajos de los prisioneros obligados a horadar el risco de granito. “Este sitio es impresionante y alberga la cruz más alta del mundo, que mide ciento cincuenta metros”, comenta.
Su mujer, católica confesa, critica lo que ella entiende por doble rasero de Sánchez: “Quiere tirarla porque le molesta un símbolo católico, pero luego felicita a los musulmanes por el ramadán”. El monumento —construido entre 1940 y 1958 en la sierra de Guadarrama, en el término municipal de San Lorenzo de El Escorial— sufre el paso del tiempo: la basílica tiene humedades y los desprendimientos en estructuras han obligado a restaurar alguna estatua y a cerrar el funicular que conduce a la cruz. “Hace tiempo que habría que haber invertido dinero en su conservación, aunque al PSOE no le interesaba y los del PP son unos acomplejados”, cree su marido.
Dentro de la basílica hay recipientes para las goteras y letreros amarillos que advierten de que el suelo está resbaladizo. Hasta allí se llega por un túnel oscuro flanqueado por faroles mortecinos, cuya atmósfera remite a otro siglo. La misa cantada de las once comienza con cincuenta fieles y termina alcanzando el centenar. Casi la mitad comulga. En el momento de la consagración, las luces se apagan y apenas queda iluminada el cristo crucificado que pende sobre los monjes benedictinos.
Cuando se recogen tras la ceremonia, apenas se ven religiosos en la explanada frontal. Un cura con traje negro y alzacuellos no detiene el paso: “Es un tema delicado y prefiero no opinar de cuestiones políticas”. Un fraile mexicano con túnica blanca se excusa: “No estoy enterado, simplemente he venido de retiro una semana”.
Paco, de 61 años, ha llegado desde más cerca y tiene las ideas claras: “Es una barbaridad, además de un gesto para la galería que no tiene ningún sentido. ¿Exhumarlo después de más de cuarenta años? Lo que tenían que hacer es restaurarlo, pero no hay nadie que venga a arreglar un ladrillo porque lo consideran un edificio franquista, cuando en realidad es patrimonio nacional”. Lo acompañan dos amigos de Murcia y Alicante que tienen más prisa o que, simplemente, buscan resguardarse del sol bajo los arcos: “Estos piensan igual que yo”.
Ninguna voz discordante a la vista. O sea, a favor de que se lleven lo que queda de Franco, que sorprendentemente es más de lo que podría parecer, al menos sociológicamente hablando. A Isabel, de Albacete, le parece mal porque, palabras textuales, no le hace daño a nadie. “Implica desatar de nuevo las rencillas”. Su pareja, Salvador, tiene claro el objetivo del nuevo presidente del Gobierno: “Conformar a los suyos y conseguir más votos”. Han venido acompañados de sus tres hijos adolescentes, que enfilan el camino a casa o al hotel. “Ojo, porque a los muertos hay que dejarlos descansar”.
Al fin, alguien que no siente nostalgia, sino aversión por el franquismo: Miguel Ángel, 62 años, ingeniero de obras públicas. Vive en Collado Villalba y ha venido para mostrárselo a su suegro, peruano, quien se encuentra en España de vacaciones. Una visita turística, aunque como tanto el padre como la hija son católicos practicantes, han aprovechado para oír misa. “Yo sí que estoy a favor de la exhumación, pues fue un dictador que derrocó un régimen democrático. Personalmente, la falta de libertad, la educación recibida y las imposiciones religiosas marcaron mi infancia. Y, a nivel emocional e interno, me generó muchos miedos”.
Podría pasarse hablando toda la mañana, pero fija un comienzo y un fin.
“Mi madre recuerda, cuando vivía en Los Negrales, que llegaban camiones de presos republicanos para levantar el monumento. Murió mucha gente durante su construcción y otra fue enterrada sin permiso, por lo que sus familiares deberían poder sacar a sus muertos”.
“Cuando era universitario, los grises me pegaron una paliza sin motivo alguno. Como llevaba barba y pelo largo, pasaban esas cosas. Aquel día había movimiento y, al salir de un bar de la calle Embajadores, aparecieron varias furgonetas de la policía y me apalearon vilmente”.
Miguel Ángel cree que el Valle de los Caídos debería reconvertirse en un memorial de las víctimas de la dictadura, siempre que medie el respeto para todos, aunque su suegro no comparte que se retire lo que queda del dictador. “La exhumación tendría que decidirla el pueblo, no los gobernantes. Es una cuestión más relacionada con la fe cristiana que con la política”. Jorge Aybar, de 68 años, se ha quedado anonadado tras la visita: “Es una obra faraónica. Franco tuvo una visión fantástica proyectada hacia el futuro, porque esta basílica no se va a caer ni con un terremoto. Tendría que desaparecer con la destrucción de la naturaleza”.
A su hija Ana, la mujer de Miguel Ángel, también le ha encantado: “Refleja parte de la historia de la culturaespañola”. Sin embargo, tras terminar la ceremonia, deja claro que no encaja en el estereotipo de beata: “Es la primera vez que voy a misa en la basílica, más que nada para ver el ambiente y por curiosidad, porque he escuchado que van a trasladar los restos de Franco”. Su hijo de trece años, José Miguel, toma la palabra, hiperbólico: “Esto, más que un monumento, debería ser patrimonio de la humanidad”.
Camino de la hospedería, bordeando la iglesia, aparcan los buses de turistas. Hay excursiones de estudiantes extranjeros, desconocedores de la noticia. Sarah, una chica de diecisiete años procedente de Michigan, es la única de un grupo de estadounidenses que acierta a articular un discurso: “Los españoles deben ser capaces de hablar sobre su pasado y ésta es una oportunidad extraordinaria. Yo abogo por la transparencia y un lugar así nos enseña mucho sobre la historia, de la que deberíamos aprender”. Marvin, un escocés de veintidós años, va por libre: “He venido como turista, no soy un francoist”, comenta sonriente. Su traslado no es algo que me interese, pero me pregunto adónde se lo van a llevar”.
A Mario, un señor de Brescia a punto de comer una ensalada en la terraza de la cafetería, lo ha traído un amigo español parco en palabras. “Es una desfachatez y una falta de respeto para parte de la población española”, afirma antes de cederle el testigo a su colega. “Es una parte de la historiaque hay que conservar, recordar y estudiar. En Italia, hoy en día, no se podría erigir un mausoleo dedicado a Mussolini, aunque nadie polemiza con lo que ya está construido”, reflexiona Mario. “¿Acaso tiramos abajo el EUR, símbolo de la arquitectura fascista? Te la puedes tomar con una bandera, pero no con un monumento. El arte es arte”.
Volvamos con el hijo del 20-N. José Antonio, ¿recuerdan? Un asiduo del Valle de los Caídos desde su infancia. Un camisa azul, nada descamisado, a la derecha de Vox. Alguien que ya ha decidido para quién irá su voto en las elecciones europeas de 2019: la coalición de Falange Española de las JONS, Democracia Nacional, La Falange y Alternativa Española.
Cuando era niño, ¿cómo era el 20 de noviembre, fecha de la conmemoración de las muertes de Primo de Rivera y Franco?
Impresionante. A finales de los setenta, el Valle de los Caídos estaba lleno. Tras la misa, los jóvenes de Fuerza Nueva hacían un cordón para que saliesen de la basílica Carmen Franco, Blas Piñar y los militares. Era espectacular. Yo soy del Atlético, pero una Champions no sería comparable a aquello. El año que la ganemos no me resultará tan emocionante como cuando venía de pequeño a los actos del 20-N.
Ha comentado que le traía su padre. Sus motivos tendría.
Él tenía ocho años cuando estalló la guerra civil y vivió el Madrid rojo. No era familiar de militares ni nada por el estilo. Sin embargo, luego leyó a José Antonio y dijo: “¡Ostras!”.
¿Qué opina de la exhumación de Franco?
Él no quiso ser enterrado aquí. O sea, esto no es un mausoleo. Y si sus restos reposan en la basílica, pues me parece perfecto. En el Valle de los Caídos hay muertos de ambos bandos: republicanos y nacionales. No conozco ningún monumento así en España. La reconciliación ya está hecha en este sitio. Y para un cristiano como yo, si tiene una cruz encima, pues fenomenal.
Siempre ha celebrado el 20-N. ¿También venía en procesión?
Yo he venido a todo. A lo que se te ocurra preguntarme, te voy a decir que sí. Ahora bien, no he llegado caminando de madrugada, pero sí he despedido la Marcha de la Corona en Madrid.
¿Cómo interpreta la decisión de Sánchez?
Es un oportunista, si bien la de Rajoy también fue una política de gestos. No cabe duda de que se trata de un guiño del PSOE a los separatistas, porque necesita su apoyo. Indudablemente, a mí me da igual uno que otro. Rajoy no sacó de aquí a Franco, mas tampoco nos ha dejado venir a conmemorar el 20-N, que sigue estando prohibido. Ese día, puedes cantar el Cara al sol donde quieras, excepto en este lugar. La persecución a los patriotas ha sido constante, sobre todo ese día. Y lo sé porque lo he vivido desde pequeño.
¿Se imagina un monumento a Hitler en Alemania o a Mussolini en Italia?
La diferencia es tremenda. No los compararía por diversos motivos. El Generalísimo, por ejemplo, ayudó a escapar a muchos judíos. A ver, prohibir una conmemoración como la del 20-N es un atentado contra la libertad de expresión. Está bien que les hagan homenajes y les pongan placas a los republicanos, pero si esto fuera realmente democrático, dejarían a Franco y a toda esa gente aquí, porque todo pasó hace muchos años.
¿Debería ser un memorial de las víctimas republicanas?
No lo veo. Siempre he venido en son de paz, nunca con odio. Yo rezo por los dos bandos. Convertirlo en algo que para mí ya significa reconciliación no tiene sentido. Bajo la cruz, nacionales y republicanos. Con eso es suficiente, porque la guerra terminó en 1939.
¿Está convencido de que acaba de ver por última vez la tumba de Franco en el Valle de los Caídos?
Yo creo que se lo van a llevar, por eso hemos venido hoy.
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