dissabte, 31 de juliol del 2021

'El comunismo internacional y la Guerra Civil española'

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  • La historiadora estadounidense Lisa A. Kirschenbaum estudia la influencia de la contienda en la militancia comunista internacional, con especial interés en la experiencia de sus bases
  • En esta sección publicamos extractos de libros que esperan su turno hasta el otoño, cuando el sector pretende recuperar totalmente la normalidad
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Lisa A. Kirschenbaum
Publicada el 31/07/2021 a las 06:00


Para muchos, la Guerra Civil española fue la primera gran batalla. El anuncio de lo que vendría después. El momento de politización en la juventud, la primera gran causa con la que comprometerse. Y muchos de ellos eran comunistas. Este es —simplificado— el punto de partida de la historiadora Lisa A. Kirschenbaum en El comunismo internacional y la Guerra Civil española, donde analiza no tanto las relaciones República-Unión Soviética, que han sido objeto de controversia, sino la manera en que el desarrollo del conflicto y la militancia comunista organizada en torno a la contienda marcaron el comunismo internacional, sobre todo a sus militantes. La editorial Alianza publica este título el 23 de septiembre (26 euros) como una de sus apuestas del otoño. Aquí recogemos un extracto de la introducción, donde Kirschenbaum profesora de Historia en la Universidad West Chester de Pensilvania, contextualiza su investigación. 


La Guerra Civil Española y la cultura del comunismo internacional

El conflicto que llegó a ser conocido como la Guerra Civil Española comenzó con un golpe de Estado militar el 17-18 de julio de 1936. Estaba fuertemente arraigado en la agitación social, económica y política que sacudió España a principios del siglo XX y que en 1931 dio lugar a la República española, y con él los insurgentes querían detener los cambios y anular las reformas republicanas que ponían en peligro la autoridad tradicional de grandes terratenientes, la Iglesia católica y el ejército. El golpe de Estado, que iniciaron soldados del Ejército de África español, triunfó rápidamente en el Protectorado de Marruecos. Sin embargo, en la Península los partidarios del gobierno del Frente Popular que había sido elegido en febrero de 1936 ofrecieron una fuerte resistencia, si bien no siempre bien coordinada. Así pues, «pese al apoyo de muchos oficiales, el levantamiento en España» fue «en buena medida un fracaso», y sólo consiguieron hacerse con alrededor de un tercio del país. En un principio la situación parecía estar del lado de la República.

Lo que transformó el intento de golpe de Estado en una guerra civil y en un hito internacional para la izquierda fue la llegada de ayuda militar alemana e italiana para los rebeldes. A finales de julio Benito Mussolini y Adolf Hitler ya estaban enviando armas, aviones y tropas a España. En agosto de 1936 aviones alemanes e italianos llevaron al general Francisco Franco y a unos catorce mil soldados españoles y marroquíes a España sobrevolando el Estrecho de Gibraltar. Una vez en la Península, el Ejército de África lanzó una campaña despiadada por Andalucía occidental y Extremadura en dirección a Madrid, empleando las tácticas que los oficiales coloniales habían desarrollado en respuesta a la guerra de guerrillas del Rif: «Ataques esporádicos y en constante movimiento, llevados a cabo en varios frentes», junto con «una limpieza étnica sistemática como forma de garantizar el orden». A la larga, Italia aportó más de setenta mil hombres, y tanto Alemania como Italia enviaron cientos de piezas de artillería, carros de combate, aviones y pilotos, entre ellos la Legión Cóndor alemana, de tan triste recuerdo, que fue responsable de la destrucción de Guernica en abril de 1937. En agosto de 1936 el gobierno francés, con tal de reducir la ayuda a los insurgentes, propuso prohibir toda intervención internacional en España. La propuesta obtuvo el apoyo de Gran Bretaña y de la Unión Soviética y también el de Italia y Alemania, pese a que estos dos países la estaban infringiendo. Así pues, mientras los sublevados se reforzaban, el acuerdo de no intervención negaba armas a la República. 

Tras ser transportado por aire por el Estrecho de Gibraltar, el Ejército de África, de una efectividad brutal, salvó a la insurgencia de la derrota, al tiempo que la llegada de bombarderos y carros de combate alemanes e italianos lo vinculaban firmemente con el nazismo y el fascismo, entre otros en los medios soviéticos. Menos de dos semanas después del inicio de la sublevación, el periódico Izvestiia ya informaba de la ayuda militar que alemanes e italianos proporcionaban a los rebeldes y, como era propio de la propaganda del Comintern, caracterizaba la lucha en España como un eslabón más en la cadena de agresiones fascistas internacionales. Una foto que publicó Pravda de un avión rebelde derribado que tenía una esvástica en la cola hacía inequívoca la relación entre el fascismo alemán y la guerra de España. En cambio, la prensa soviética subrayaba que la causa republicana era «la causa de toda la humanidad avanzada y progresista» (delo vsego peredogovo i progressivnogo chelovechestva), como manifestó Stalin en un telegrama que envió al dirigente comunista español José Díaz y que se publicó en el número de Pravda del 16 de octubre de 1936.

Desde el principio, esa imagen de que la Unión Soviética estaba comprometida con la defensa de la democracia contra el fascismo fue tan omnipresente como refutada. El antifascismo soviético cautivó a muchos voluntarios internacionales, mientras que para otros no era más que una mera cortina de humo. Entre los primeros críticos —y sin duda uno de los más conocidos— de la propaganda y las acciones soviéticas en España estuvo George Orwell, que en Homenaje a Cataluña documentó su servicio militar en España como miembro de una milicia afiliada al POUM (Partit Obrer d’Unificació Marxista), un partido marxista anti-estalinista. Para Orwell, ese antifascismo tan estridente de los soviéticos conseguía ocultar el hecho de que «todas las políticas del Comintern han pasado a estar subordinadas (lo cual no deja de ser excusable, habida cuenta de la situación mundial) a la defensa de la URSS». Según él, como a los soviéticos sólo les preocupaba garantizarse su propia seguridad por medio de la cooperación con Francia, estaban más interesados en sofocar la revolución española que en ganar la guerra. Por lo que respecta a los sublevados, para ellos los comunistas —la forma en que los franquistas se referían a todos los que apoyaban a la República— eran unos infieles irredentos y agentes extranjeros de Moscú contra los que era razonable y necesario usar las tropas marroquíes «nacionales» y las bombas alemanas.

La apertura de los archivos soviéticos a partir de 1991 no ha contribuido mucho a resolver o replantear sustancialmente el debate sobre la sinceridad del antifascismo soviético. Ronald Radosh, Mary R. Habeck y Grigory Sevostianov, a cargo de la edición del libro Spain Betrayed (España traicionada), una recopilación de documentos soviéticos tanto militares como del Comintern publicada en 2001, arguyen que los materiales a los que ya se puede tener acceso verifican las «maniobras arteras de la Unión Soviética con respecto a la República española». Especialmente polémica es su aseveración de que los archivos demuestran que la verdadera misión de los soviéticos no era salvar a la República ni combatir al fascismo, sino más bien «“sovietizar” España y transformarla en la que habría sido una de las primeras “Repúblicas Populares”, con una economía, ejército y estructura política al modo estalinista». Desde su perspectiva, los documentos echan irrefutablemente por tierra la «cautivadora leyenda» de que el esfuerzo de los soviéticos para detener al fascismo en España fue «una de las empresas más nobles y desinteresadas del movimiento comunista internacional». Así pues, plantean lo que el historiador Tony Judt llamó «la delicadísima cuestión» de si «las Brigadas Internacionales y sus partidarios fueron engañados». El propio Judt no tuvo reparos en afirmar que los voluntarios internacionales «fueron engañados», y descartó la retórica comunista con respecto al fascismo y la defensa de la democracia por considerarla un mero «cuento chino».

Para otros historiadores, sin embargo, la afirmación de que los archivos que se abrieron al público hace pocos años echan por tierra tan clara como incontrovertiblemente la supuesta «leyenda» sobre la Guerra Civil Española es de por sí un cuento chino. Peter Carroll, al que se conoce sobre todo por su trabajo sobre la Brigada Abraham Lincoln, argumenta que dos recientes recopilaciones de documentos de esos archivos, España traicionada incluida, hacen intencionadamente un uso erróneo de pruebas históricas para sustituir «la honorable leyenda de la Brigada Lincoln» por «el mito de los archivos de Moscú». Helen Graham, destacada historiadora británica de la Guerra Civil Española, califica España traicionada de ejemplo del «nuevo macartismo histórico». Graham no encuentra «nada» en los documentos presentados que sostenga la suposición de los responsables del libro de que «todas las acciones de los soviéticos en España estaban encaminadas a conseguir» —como de hecho consiguieron— «el control absoluto del gobierno y ejército republicanos». Según Graham, para dar más consistencia a su tesis los responsables del libro «prescindieron por completo del contexto más general de la España republicana en guerra». Los historiadores que se ocupan de ese «contexto histórico más general» a menudo consideran a los soviéticos unos antifascistas oportunistas, pero no necesariamente falsos, pues su ayuda militar a la República contribuyó a sus esfuerzos para evitar que «la agresión alemana se dirigiera hacia el este». El historiador Daniel Kowalsky observa que, por su parte, la República aceptó la ayuda soviética sólo «a regañadientes», por saber que «la participación y asistencia comunista, que les era imposible rechazar, tanto podía condenar al fracaso la causa republicana como salvarla» al «terminar de completar su distanciamiento de Occidente». También subraya que el control soviético de «lo que pasaba en España sobre el terreno siempre fue muy limitado». Desde esa perspectiva, la argumentación de que los soviéticos estaban trabajando con suma eficacia para transformar España en una «democracia popular» de acuerdo con el modelo de lo que después serían los países de Europa del Este parece cuando menos «cuestionable».

Aunque la guerra de España ya no sea, como afirmó Christopher Hitchens en 2001, «probablemente la única polémica ideológica del siglo xx que sigue viva», su historiografía continúa polarizada, como un asunto de gran importancia en el que sólo puede ganar uno. Así pues, conviene que destaquemos que este libro sitúa la Guerra Civil Española en el centro de la historia del comunismo internacional que relata para entender la importancia de España como punto de referencia personal y político para una serie de comunistas concretos, y no para argumentar que la República estaba dominada por los comunistas. No nos interesa tanto la alta política como comprender los significados y el atractivo político y emocional que tenía el comunismo para personas concretas. De hecho, este libro no toma directamente partido en la polémica sobre la supuesta manipulación o control de los soviéticos del gobierno del Frente Popular español y de los voluntarios internacionales. No evalúa los motivos de los soviéticos ni analiza el impacto de su intervención militar y política. Tampoco plantea la «delicada cuestión» de si los voluntarios fueron engañados.

El libro vincula el comunismo internacional con la Guerra Civil Española porque muchísimos comunistas afirmaron, entonces y después, que en España vivieron sus ideales de forma más intensa, apasionada y plena que en ningún otro sitio. Incluso para los que terminaron por dejar el partido, la Guerra Civil Española siguió siendo en muchos casos un momento definitorio de sus vidas y de sus relaciones personales, algo que con frecuencia separaban (o intentaban separar) del contexto estalinista más general. Así pues, nos centramos en España por ser un momento crucial, que no aislado, en la historia del comunismo internacional y en las vidas de los comunistas internacionales.

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Hilos rojinegros: una historia oral del anarquismo desde los campos de concentración franquistas hasta las radios libres y los centros sociales

 https://www.eldiario.es/blog/memoria-democratica/hilos-rojinegros-historia-oral-anarquismo-campos-concentracion-franquistas-radios-libres-centros-sociales_132_8183765.html


Primer mitin multitudinario de la CNT en la plaza de toros de Valencia el 28 de mayo de 1977.

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En el campo de concentración de Albatera (Alicante) se formó el primer comité nacional de la CNT en la clandestinidad pocos días después del final de la Guerra Civil. El precario comité tardaría sólo unos meses en caer en manos de la policía política franquista. Y, a lo largo de la terrible década de 1940, esa fue la tónica para los libertarios clandestinos —caída tras caída— que habían sobrevivido a la contienda en un largo exilio interior.

Con este punto de partida, el historiador Vicent Bellver Loizaga (Valencia, 1989) ha trazado en Hilos rojinegros. El movimiento libertario en Valencia en el posfranquismo, 1968-1990 (Postmetrópolis, 2021) las andanzas del anarquismo valenciano hasta las postrimerías del siglo XX mediante historias de vida de los militantes que ha podido rastrear, así como la huella en los nuevos movimientos sociales que surgieron durante la Transición. "El franquismo es un rodillo y hubo un nivel de violencia y represión enorme", declara Bellver a elDiario.es, doctor por la Universitat de València, cuya investigación nació al calor de las movilizaciones del 15-M.

"Me interesaba saber más sobre esa experiencia y cómo recuerda esos años la gente del mundo anarquista, ya fueran del anarcosindicalismo o del feminismo y el ecologismo, por eso elegí las historias de vida", señala el investigador. El autor, perteneciente a círculos ácratas, reconoce la dificultad de localizar fuentes para un campo poco explorado (con las excepciones de los investigadores Javier Navarro o Rafael Mestre). "Mucha gente no quiere hablar, es bastante característico porque hay mucha desconfianza hacia la academia", señala.

Con el "efecto bola de nieve", cada entrevistado le fue proporcionando nuevos contactos ("Es importante abrir nuevos hilos", aclara el autor) para tejer una serie de historias de vida que incluye una "mayor presencia de voces de mujeres", que se echa en falta en muchas investigaciones sobre la izquierda radical española.

La obra analiza las eternas disensiones en el seno del movimiento anarquista español y la no siempre cordial relación entre sectores ácratas y entre la clandestinidad interior y el exilio, especialmente vivo en Francia. Los valiosos testimonios, como el de Manolo Bigotes o el de Juan Ferrer ("nos pasaban algunos libros (...), me hicieron leer a Emilio Zola") proporcionan varias claves sobre el relevo generacional a lo largo de la hastía dictadura franquista.

Además, también reseña el peso moderado del anarcosindicalismo en las grandes fábricas valencianas, como Macosa, y el llamativo fenómeno de cincopuntismo (el acercamiento entre unas pocas pero destacadas figuras ácratas al sindicalismo vertical del régimen, especialmente durante la etapa de José Antonio Girón de Velasco como ministro de Trabajo), uno de los grande caballos de batalla de las luchas internas en el movimiento libertario ibérico.

"El fascismo español, sobre todo [el falangista Ramiro] Ledesma Ramos pero no sólo, siempre habían tenido cierto interés por el anarquismo, lo veían un fenómeno típicamente español e intentaron atraer a sectores anarcosindicalistas, con escasos o nulos resultados", explica Bellver, quien destaca la "extraña mezcolanza" de los sectores cincopuntistas en Macosa, en el sector portuario y en la empresa municipal de transportes de Valencia. "No difiere mucho de la actuación de Comisiones Obreras (CCOO), pero en el mundo anarquista en la Transición se utiliza como arma de lucha entre los diferentes grupos de la CNT, es un legado ambiguo", apostilla el autor del libro.

Destaca el testimonio de Fermín Palacios, actual secretario general del Sindicato Independiente de la Comunitat Valenciana, tachado de amarillo y heredero de la Central de Trabajadores Independientes, cuyo dirigente era el exfalangista Ceferino Maestú. Abogado del Sindicato Vertical, Palacios es un personaje "tremendamente conflictivo", según uno de los testimonio recogidos en el libro. "Hay un montón de sospechas de que podría haber sido un infiltrado, accedió a hablar conmigo y lo que me contó es que su actuación en la CNT tenía que ver con no ceder todo el espacio sindical a CCOO y que se fue harto de las luchas internas", asegura Bellver. Otro testimonio señala un episodio especialmente "oscuro" como la aparición de Carmelo Palacios, hermano del líder del Sindicato Independiente y afiliado entonces a la CNT, en un acto en la Plaza de Oriente de Madrid "con la bandera franquista".

En plena Transición, una vez superado el feliz aunque tardío hecho biológico que se llevó al dictador Francisco Franco a su antigua tumba en el Valle de los Caídos, hubo una eclosión de grupos anarquistas, influenciados por los nuevos movimientos sociales nacidos tras el mayo del 68 francés y su onda expansiva revolucionaria en Italia o México. El autor ha profundizado en los valiosos testimonios de Mujeres Libres, la organización anarcofeminista rescatada de los gloriosos años 30 ácratas y la peculiar dialéctica entre las ancianas militantes y las jóvenes activistas de las postrimerías del franquismo.

"El anarquismo tiene la baza de la historia, todo el pensamiento libertario de finales del siglo XIX y principios del XX también se vuelve a editar en ediciones clandestinas o que llegan desde Francia, como los libros de Ruedo Ibérico", recuerda Bellver, quien añade: "Mucha gente joven descubre un pasado, en algunos aspectos mitificado, que sirve de bandera de enganche de un sector que ve lo anarquista en un sentido amplio, como una posibilidad de enganchar lo viejo, cierta historia de España, con lo nuevo, los movimientos sociales", desde el feminismo hasta el ecologismo o el naturismo.

El historiador destaca la importancia de la contracultura y de publicaciones como la mítica revista Ajoblancocon "una tirada muy importante para la época". "Hablan de naturismo, ecología, libertad sexual, y supone una bandera de enganche de muchas cosas", agrega Bellver. Hilos rojinegros también recoge otro aspecto poco explorado en su vertiente valenciana: el movimiento autónomo, protagonista de algunas acciones armadas de baja intensidad.

Con la idea de "desestabilizar el proceso de Transición a través de la acción directa", un "sector muy minoritario" pero que en Valencia "tuvo cierta importancia", imbuidos por grupos franceses y por la estela del maquis urbano, los autónomos llevaron a cabo algunos ataques con cócteles molotov. "Por desgracia, la visión que tenemos del anarquismo siempre está mediatizada por el tema de la violencia y, evidentemente, ver sólo desde esa óptica el movimiento libertario es un error", advierte Bellver.

El autor cierra el libro con las experiencias de los ateneos, las radios libres y el incipiente movimiento okupa de las décadas de 1980 y 1990, con el trasfondo de la desindustrialización, el paro juvenil disparado o las movilizaciones estudiantiles. "Los 80 suponen para el anarquismo armarse sobre las ruinas por el desencanto y las derrotas de la Transición", explica el historiador, quien destaca la efervescencia del punk y del hardcore en el panorama musical.

El historiador enmarca los nacientes centros sociales (el primer edificio okupado en Valencia estaba en la calle de Palma, en pleno barrio de El Carmen, uno de los epicentros del movimiento ácrata) en la reordenación urbana con un "componente neoliberal y especulativo". "Los jóvenes no encuentran trabajo y tampoco tienen formas de organizarse, es lógico que las radios libres, el punk o las okupaciones como viviendas o como centros sociales tengan cierto auge", indica Bellver.

Proyectos nacidos en aquella época, como Ràdio Klara, la emisora libre y libertaria de Valencia, o el ateneo Al Margen sobreviven aún hoy en día. "Aquí en Valencia, desde entonces, han perdurado con ciertas discontinuidades generacionales", explica el investigador. "Han sido y son cierto referente para gente más joven pero las posibles esporas se han desplazado hacia otro lado", apostilla.

¿Cómo ve hoy el movimiento ácrata un historiador explícitamente alineado con los postulados rojinegros? "Mi experiencia personal es que todo lo que supuso el 15M, la primavera valencia o el movimiento estudiantil tuvo una cierta radicalización en aquellos años, con una especie de influencia que hizo resurgir formas organizativas anarquistas que jugaron su papel y que a muchos nos ilusionaron entonces aunque, visto con los años, eso se desinfló", responde Bellver. "En Valencia", agrega el historiador, "la mayoría de la militancia, y no sólo anarquista, hemos acabado en la lucha por la vivienda y por el territorio, con luchas contra la ampliación de la carretera V-21 o en sindicatos de barrio como Entre Barris". La cultura ácrata valenciana, en todo caso, sigue viva y coleante.

La familia de Aniceto, miliciano vasco víctima de la Guerra Civil, recupera sus restos ocho décadas después.

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Familiares de Aniceto, víctima de la Guerra Civil en Euskadi, recuperan sus restos tras más 80 años de su muerte

58.331 es el número de la chapa identificativa que otorgaron a Aniceto Agirrebeitia Lazpita, natural de Berriz, panadero, el mayor de cinco hermanos y miliciano vasco. Gracias a ese número, ocho décadas después, han sido reconocidos sus restos tras una exhumación realizada en el monte Bizkargi, de Amorebieta-Etxano. Con el número de la chapa, que estaba ligado a documentos del Ejército Vasco, sus familiares también han podido saber después de tantos años que Aniceto luchó en el batallón Esteban Salsamendi, estuvo adscrito al Partido Comunista de Euskadi (PCE-EPK) y falleció el 16 de mayo de 1937, con tan solo 26 años.

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La familia se enteró hace siete meses de que aquel hermano desaparecido del que solo sabían que había fallecido en el frente estaba enterrado a pocos kilómetros de su casa, en lo alto del monte Bizkargi. Tras cotejar las muestras de ADN de los restos exhumados con las de los Agirrebeitia, pudo ser identificado y este martes, finalmente, han sido entregados en una urna a sus familiares para después ser depositados en el Columbario de la Dignidad de Elgoibar, Gipuzkoa, donde actualmente yacen los restos de 59 personas víctimas de la Guerra Civil, una decena de ellas identificadas.

"Hoy sentimos que cerramos un círculo. Han transcurrido 84 años desde su muerte, y este acto sencillo en el que su familia le recibe cobra todo el sentido en este lugar, un espacio creado para la memoria y para la dignidad de las víctimas. Este es un lugar para honrarlo y recuperar su memoria, la de una persona que luchó por la libertad y por la democracia de Euskadi. El día de hoy tiene un sentido íntimo, personal, familiar y entiendo que también emocionante en el que Aniceto Agirrebeitia vuelve con los suyos, con sus personas más allegadas", ha señalado la consejera de Igualdad, Justicia y Políticas Sociales del Gobierno vasco Beatriz Artolazabal, durante el acto al que también han acudido representantes de distintos partidos políticos así como José Antonio Rodríguez Ranz, viceconsejero de Derechos Humanos, Memoria y Cooperación y Aintzane Ezenarro, directora del Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos, Gogora.

"Este gesto que hacemos hoy tiene un significado para el conjunto de la sociedad vasca. Este gesto público en el que os arropamos representantes de distintas ideologías otorga a Aniceto Agirrebeitia Lazpita el lugar que merece en la memoria colectiva de nuestro país como víctima de una violencia y de una guerra injusta", ha indicado Artolazabal.

En un acto emotivo y bajo la lluvia, sus familiares han recibido a Aniceto con alegría y celebración. Entre ellos, su sobrina Maripaz Araiztegi Agirrebeitia que ha confesado "sentirse en paz y tranquila" cuando "ya no tenían esperanzas de encontrarlo". "Es una alegría haber localizado a un ser querido, porque aunque no le conocimos, de nuestra madre siempre oíamos qué habría sido de él, cómo sería su final, dónde moriría porque no teníamos ni una noticia. Solamente que había muerto en el frente y se acabó. Ahora la alegría que tienes de poder vivir este momento y la pena por otra parte de que nuestra madre no pudo conocer. En la familia podemos decir que se ha cerrado una página que estaba abierta y podemos estar tranquilos", ha expresado Maripaz, hija de la hermana de Aniceto.

La consejera Artolazabal ha destacado, un día después de haberse aprobado la nueva ley vasca de Memoria Histórica, que actos como este "simbolizan muy bien la trascendencia y utilidad de las políticas públicas de memoria. Los pasos que damos en la recuperación de la memoria histórica y democrática son pasos que damos en la construcción de la convivencia en nuestro país".

Desde el año 2001 en Euskadi se han llevado a cabo un total de 46 exhumaciones con resultado positivo, 24 de ellas en Bizkaia, 15 en Gipuzkoa y siete en Álava. Resultado de esas exhumaciones se han recuperado los restos de 110 víctimas de la Guerra Civil en Euskadi, 108 hombres y dos mujeres. Sin embargo, tan solo se han podido identificar a 27 de esas personas, cuyos restos han sido entregados a las familias. La mayor parte de las víctimas exhumadas, un total de 70, eran combatientes, aunque también se han recuperado los cuerpos de 26 víctimas de ejecuciones extrajudiciales y de catorce personas muertas en cautividad.

La lista de personas exhumadas sin identificar es larga, pero aún lo es más la de víctimas de la Guerra Civil que siguen enterradas en lugares sin localizar. Según el censo de víctimas mortales de la Guerra Civil en Euskadi que elaborado por el Gobierno vasco de la mano del Instituto de Memoria (Gogora), hay cerca de 8.000 de las 21.000 víctimas mortales de la guerra y el primer franquismo (1936-1945) en Euskadi enterradas en paradero desconocido.