Los pasajeros que salieron de Barcelona en dirección a Madrid y de Madrid hacia Barcelona nunca llegaron a su destino. A las 4.03 de la mañana del 3 de diciembre de 1940 ambos trenes colisionaron a 51 kilómetros de Zaragoza dejando 50 muertos y 90 heridos. Fue al accidente ferroviario más grande de Aragón. El choque movilizó a las poblaciones cercanas en auxilio de las víctimas, pero también fueron enviados los trabajadores forzados que el sistema franquista mantenía en una localidad a menos de 10 kilómetros de la catástrofe. Se da la circunstancia de que tuvieron que socorrer a jefes y escoltas de otros compañeros prisioneros debido a que numerosos viajeros de uno de los trenes eran militares de permiso.
La anécdota la contó La Vanguardia al día siguiente, que destacó “la eficacia y entusiasmo” con el que los trabajadores realizaron las tareas de auxilio. No es fácil encontrar en prensa de la época referencias a la mano de obra forzada que el régimen franquista empleó durante la guerra y la dictadura ni tampoco existe un censo oficial, pero en enero de 1939 más de 95.000 prisioneros de guerra integraban los llamados batallones de trabajadores y 4.500 presos en las cárceles eran usados como mano de obra. Un año más tarde fueron 92.000 y 18.700 presos.
Son datos recopilados en el libro Desafectos. Batallones de trabajo forzado en el franquismo, que el historiador Juan Carlos García Funes acaba de publicar con la editorial Comares Historia. La obra es una ambiciosa radiografía, el compendio más completo hasta el momento sobre el tema, centrado en los llamados batallones de trabajadores, una de las tipologías que existió. Porque el régimen puso en marcha dos sistemas de mano de obra forzada: uno el de redención de penas, realizado por presos encarcelados y otro, el que analiza Funes, llevado a cabo por prisioneros de campos de concentración.
Esta última “es la mayor forma de trabajo en cautividad de la España contemporánea, no se ha conocido antes el uso de una mano de obra de tal magnitud”, apunta el historiador. Si los campos de concentración distribuidos por toda la geografía ha sido una forma de represión desconocida hasta ahora, lo mismo ocurre con el trabajo forzado a ellos vinculado. Eso a pesar de que fue un modo de explotación de quienes eran considerados enemigos de España: el número de prisioneros derivados al trabajo forzado superó prácticamente de forma constante la mitad del total de encerrados en los campos. En abril de 1938 eran el 56%, el 59% en julio del 39 y el 68% a principios del 40.
Prácticamente desde el inicio de la sublevación militar contra la II República, los franquistas comenzaron a disponer de este sistema, que fue en aumento a medida que conquistaban territorios. La forma de organización fueron los batallones de trabajadores, de los que hubo distintos tipos. El rastreo que Funes ha hecho de publicaciones de otros autores, fondos, archivos, centros documentales y todo tipo de fuentes le han llevado a identificar 290 batallones, aunque calcula que fueron más, que funcionaron desde 1937 hasta 1942, cuando el sistema comenzó a adelgazar. Son incalculables las millones de horas de trabajo que invirtieron.
Nunca lo llamaron “trabajo forzado”
“El franquismo nunca usó la palabra trabajo forzado, pero no se puede hablar de voluntariedad por ningún lado, además de que se daba en condiciones extremas y de explotación”, cuenta el historiador. No solo los prisioneros sufrían la privación de libertad, también hambre y sed, enfermedades, frío y maltratos físicos. “El horizonte era incierto porque eran prisioneros de guerra, no tenían una condena, así que no sabían cuánto tiempo iban a estar allí ni podían imaginar cuánto iba a durar la guerra. Era un trabajo muy militarizado, bajo el sometimiento y la disciplina”, añade el experto.
Las Fuerzas Armadas, de hecho, fue el gran protagonista del sistema. Aunque el régimen creó la Inspección de Campos de Concentración de Prisioneros (ICCP) como organismo fundamental para gestionar la red, los militares eran quienes capturaban a los prisioneros, se encargaban de clasificarlos, organizar los batallones, distribuirlos por todo el territorio y cederlos a administraciones públicas o empresas. La última palabra, explica Funes, “era directamente de Franco”, que “decidía en todo momento a dónde iban a trabajar. Todo el uso que se hace de los batallones pasaba por él”.
Los batallones estaban formados fundamentalmente por prisioneros de guerra capturados directamente en los frentes, es decir, soldados del Ejército Republicano. Una vez llegaban a los campos de concentración, se discernía quienes pasarían a trabajo forzado a partir de su clasificación en afectos, desafectos y afectos dudosos al “Glorioso Movimiento Nacional”. Los afectos pasaban a formar parte del Ejército franquista, los dos últimos grupos constituían los batallones. Una vez los sublevados ganaron la guerra, pasaron a engrosarlos jóvenes llamados a filas a los que también se les hacía la misma selección.
De ello se encargaban las comisiones de clasificación, que realizaban las indagaciones recopilando información de las poblaciones de origen de los prisioneros, a los que además interrogaban. “Pedían informes a las autoridades, al alcalde, al cura, a la Guardia Civil, a la Falange local... para que dieran cuenta de la ideología que habían profesado antes del Golpe de Estado”, cuenta Funes. Por otro lado, a los cargos importantes dentro del Ejército Republicano “se les enviaba a consejos de guerra y acababan o ejecutados o sometidos a penas de prisión muy altas”, añade.
Además de la clasificación ideológica, se llevaba a cabo una selección en función de aptitudes y habilidades para el trabajo, lo que acabaría inclinando la balanza hacia un tipo de batallón u otro. Era habitual que las unidades, que se distribuyeron por prácticamente todo el territorio nacional, fueran cambiando de ubicación en función de las solicitudes. “Recorrí media España gratis invitado por el caudillo”, llegó a ironizar en un homenaje en 2004 Félix Padín, militante de la CNT que formó parte de varios batallones.
Los tipos de trabajo fueron muy variados y estuvieron muy vinculados a las necesidades del momento. Algunos se llevaron a cabo en los mismos campos o en fábricas o talleres con vigilancia, otros en grandes emplazamientos abiertos. Durante la guerra, hacen más tareas de retaguardia y en el frente. Cavan trincheras, construyen fortificaciones, carreteras y puentes, desactivan bombas o desarrollan tareas de higiene y limpieza o de extracción de minas. Además llevaron a cabo la pavimentación de ciudades y pueblos, recuperación de automóviles y tendidos eléctricos, mejora de suministros, levantamiento de vías de tren... “Se utilizó para ganar la guerra y después para reconstruir el país”, apostilla Funes.
El investigador ha podido analizar también casi 200 solicitudes de prisioneros hechas por distintos organismos y empresas entre 1937 y 1939. La inmensa mayoría trabajaron para el propio Ejército, pero también otras instituciones se dirigieron a las autoridades militares para reclamar trabajadores. Entre las administraciones había diputaciones, ayuntamientos, gobiernos civiles y algún ministerio. Las empresas no fueron el grupo de peticionarios más destacado porque se sirvieron más en la posguerra del otro sistema de trabajo forzado franquista, el de la redención de penas, pero también hay constancia de algunas.
Muchas relacionadas con la minería, entre ellas Basconia C.A, la Sociedad Minas de Aralar S.A o la Sociedad Española de Talcos de León S.A. Además destacaron también los trabajos relacionados con las infraestructuras ferroviarias e hidráulicas. Hay varias peticiones de MZA, la compañía de ferrocarriles que luego formaría parte de Renfe o Entrecanales y Távora S.A. “Hay que tener en cuenta que en ese momento la industria estaba intervenida militarmente, por lo que pedía mano de obra para objetivos y trabajos exigidos por el Ejército”, remacha Funes.
En el siguiente gráfico se puede ver la cantidad de trabajadores reclamados por los tres principales peticionarios en función del tipo de trabajo.
“Rehabilitación moral, patriótica y social”
Los batallones de trabajadores se pusieron en marcha como vía de gestión de un cada vez más creciente número de prisioneros, pero Funes apunta en su investigación a que “estableció las bases de la reconstrucción y construcción de 'la Nueva España'. ”Hay que tener en cuenta que hasta ese momento la clase trabajadora venía de un momento en el que se había sindicado y había desafiado los esquemas clásicos, pero el golpe de Estado manda un nuevo mensaje. Viene a decir que hay que agachar la cabeza, acatar la disciplina y no discutir. El Ejército justifica, además, el uso de prisioneros aduciendo que ellos y su ideología son quienes han destruido España, por lo que tienen que repararla“, esgrime.
Así dejó constancia el régimen franquista en los principios generales del reglamento de los batallones de trabajadores aprobado en diciembre de 1939, en el que “además de la utilidad material” del trabajo forzado, se destacaban otras “importantes” finalidades como la “reparación de los daños y destrozos perpetrados por las hordas marxistas” y lograr “la corrección del prisionero” dándole “medio y ocasión” de mostrar “su grado de rehabilitación moral, patriótica y social, adquiriendo el hábito de la profunda disciplina, pronta obediencia y acatamiento al principio de autoridad especialmente en el trabajo, como base previa e indispensable de su adaptación al medio de la Nueva España”.
Salir del sistema no era fácil. De hecho, la mayor parte de prisioneros estuvieron en él entre dos y cuatro años, cifra Funes. Hubo ejecuciones, muertes debido a las extremas condiciones en las que estaban en los campos o por accidentes de trabajo y suicidios.
El trabajo forzado vinculado a los campos de concentración es, según el investigador, una parte de la represión franquista “poco reconocida”. Por eso la investigación le ha llevado años y un rastreo exhaustivo y ambicioso. “La historiografía lo ha subestimado, muy poca gente escribió después de ello y no ha quedado tanta constancia. Hemos puesto el foco en las ejecuciones, los fusilamientos y las cárceles, que es normal, pero esto ha quedado un poco en tierra de nadie y fue de una magnitud tremenda en cifras y horas de trabajo. Hay decenas de carreteras, puentes o vías de tren por los que pasamos día a día y nadie sabe que fueron construidos por mano de obra forzada”.
Gráficos elaborados por Victòria Oliveres.
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