- Haz tu copa y no te importe si no puedes hacer barro
ANTONIO MACHADO
MAR GÓMIZ DE SERRANOS
Colliure se quedó el pasado 22 de febrero esperando la visita de Angelina Gatell. Esta gran poeta viajaba cada año a la localidad francesa para visitar la tumba de Antonio Machado.
Precisamente, la primera vez que vi a Angelina Gatell fue durante el homenaje al autor sevillano con motivo del 75 aniversario de su muerte, un día de febrero en el Ateneo de Madrid.
Otros poetas recordaron sus versos pero ella eligió ese soneto suyo que tantas veces había leído en la tumba de Machado, un soneto que empezó a escribir en Soria en 1974, junto al olmo seco retratado por el poeta, tras visitar a su hijo preso.
Al día siguiente se levantaría a las seis de la mañana para viajar hacia Colliure como cada año.
Desde ese momento la admiré profundamente y quedé prendada de la energía de esta mujer activa, valiente y generosa con la que tuve la suerte de conversar en varias ocasiones. La primera de ellas en Valencia, también en el Ateneo, pero en esta ocasión en la cafetería donde acudió junto a su hermana. Las dos pasaron su infancia y juventud en Valencia, ciudad a la que regresaba Angelina de vez en cuando de visita.
Y allí empezó a hablarme de aquellos tiempos en los que las dos debutaron en el teatro. Valencia tenía mucho ambiente teatral. Los primeros escenarios que pisó fueron los valencianos y en su primera obra también estuvo presente Machado: La Lola se va a los puertos. Años después abandonaría Valencia para vivir en Madrid, donde desarrollaría una larga carrera en el mundo del doblaje adaptando cientos de películas y series como la famosa Heidi. Me encantó saber que a Niebla, el perro del abuelo, lo bautizó así como homenaje al perro de Neruda.
Uno de sus primeros poemarios ‘Poema del soldado’ obtuvo el Premio de Valencia Alfons el Magnànim en 1954. La editorial Bartleby lo reeditó hace un par de años al cumplirse el 60 aniversario de su publicación.
Pero después estuvo 32 años sin publicar libros en señal de protesta, igual que José Hierro. Durante ese tiempo además trabajó mucho y crió a sus tres hijos. «Escribir, seguí escribiendo, pero no tenía el tiempo, ni el sosiego, ni la lucidez suficiente para ponerte a escribir libros».
A José Hierro lo conoció en una librería de viejo. Era una joven autodidacta que devoraba libros de todo tipo. Le encantaban los de «argumentos de películas», como me dice, y James Stewart le tenía «robado el corazón». Así que él le sugirió algunas lecturas y se metió de lleno en la gran literatura.
Seguimos en el Ateneo. Le pregunto por qué hoy en día con grandes mujeres en el mundo de la poesía y además muchas —a diferencia de épocas anteriores— no suena la definición de poetisa. «Ahora se lleva más lo de poeta porque parece que poetisa sea menos», asegura.
Sobre la facilidad con la que muchos se llaman poeta me responde con energía: «De escribir versos a ser poeta hay mucho camino. Eso lo decide el lector».
También hablamos de su faceta reivindicativa. Angelina Gatell fue una mujer valiente que no se calló nunca y eso hizo que tuviera que abandonar su ciudad y su trabajo. «Yo soy la mujer más echada de España», me dijo entre risas. Y ciertamente tuvo que dejar primero Valencia y, años después, RTVE.
Sobre la facilidad con la que muchos se llaman poeta me responde con energía: «De escribir versos a ser poeta hay mucho camino. Eso lo decide el lector».
También hablamos de su faceta reivindicativa. Angelina Gatell fue una mujer valiente que no se calló nunca y eso hizo que tuviera que abandonar su ciudad y su trabajo. «Yo soy la mujer más echada de España», me dijo entre risas. Y ciertamente tuvo que dejar primero Valencia y, años después, RTVE.
Gatell había creado el guión de la biografía de Marie Curie y, cuando TVE estrenó aquel programa, en los créditos apareció el nombre de otro guionista. Enfadada fue a ver al entonces director Adolfo Suarez para decirle que pensaba acudir a la Justicia. «Usted tendrá a Tierno Galván como abogado —le dijo Suárez— pero yo tengo esto (señalando al televisor) para desacreditarla en todos los hogares españoles». Angelina, «joven y muy impetuosa», le respondió: «Bueno, pero para que usted me desacreditara tendría que estar acreditado y le aseguro que no está usted acreditado, señor Suárez».
Tiempo después coincidirían en un acto oficial. Tras quedarse mirándola un rato Suarez le preguntó: «¿Nos conocemos?», a lo que ella respondió «Sí, nos presentó Marie Curie».
Todo esto me lo contaba la segunda vez que hablamos. Fue un día de septiembre en su casa de Madrid. La invitamos a participar en nuestra app de poesía española contemporánea y me recibió en una casa llena de libros, fotografías, cuadros, retratos… La misma en la que se había instalado tantos años atrás con su familia y en la que me recitó este poema.
En aquellas paredes y estantes estaban entre otros Miguel Hernández, Machado, Lorca, Buero Vallejo, Genovés, Vento González, un Zamorano que le hizo para su cumpleaños, algunos cuadros de su nieta, una foto dedicada de Neruda… y su querida María de Gracia Ifach, biógrafa de Hernández, a quien Angelina ayudó con todo el legado que le pasó Josefina Manresa, la viuda del poeta.
«No te puedes imaginar la emoción que es ver un poema de Miguel Hernández escrito en un papel de chocolate, oliendo todavía al chocolate que se había comido Miguel en la cárcel». Entre las dos pasaron muchos de esos poemas a máquina.
Por supuesto que hablamos de sus buenos amigos Juan Gil Albert y Maria Beneyto, esta última su gran compañera de juventud. Las dos pasaban tardes enteras hablando en el banco debajo de la gran magnolia de la Glorieta de Valencia. «La mejor poeta sin duda», me dijo de ella.
Y también hablamos de Vicente Aleixandre
Aunque Angelina Gatell fue una mujer valiente y con mucho genio, en el fondo era tímida. No se atrevía a llamar a Vicente Aleixandre como normalmente hacían los poetas de la época pero un día, después de una de sus funciones, recibió una llamada del Premio Nobel diciéndole «Ya que la montaña no viene a mí, yo voy a la montaña».
Aunque Angelina Gatell fue una mujer valiente y con mucho genio, en el fondo era tímida. No se atrevía a llamar a Vicente Aleixandre como normalmente hacían los poetas de la época pero un día, después de una de sus funciones, recibió una llamada del Premio Nobel diciéndole «Ya que la montaña no viene a mí, yo voy a la montaña».
La primera vez que entró en Velintonia 3, el hogar de Aleixandre, fue en el año 59, poco después de conocer al premio Nobel en el Ritz durante una entrega de premios. Allí solían sentarse en el jardín, debajo del cedro, o en el diván, donde recibía a sus amigos.
«Por esta puerta ha entrado la poesía del mundo —le dijo él—, por esta puerta entró Miguel Hernández… Por esta puerta entró Pablo Neruda». Ella, viendo que era una puertecilla pequeña, respondió: «Pues no podría pasar porque era muy grande».
Guardaba como un tesoro las más de treinta cartas de Vicente Aleixandre que ahora ya habrán pasado a las manos de su hijo.
En La oscura voz del cisne publicado recientemente por la editorial Bartleby le dedica un poema.
El Café Gijón era su segunda casa.
En uno de los correos que recibí de Angelina me invitaba a comer en el Gijón, diciéndome que era como su segunda casa. En ese café se reunían en largas tertulias los intelectuales de la época. Gerardo Diego solía decirle a lo lejos cuando la veía entrar: «Ahí viene la mediterránea», porque siempre llegaba escondida tras una bufanda.
Allí también fue donde conoció a Buero Vallejo. «¡Ay Angelina qué enfadada debes estar conmigo porque te dije que eras bajita!» le soltó la primera vez que la vio. En sus inicios ella había estrenado en Valencia una obra de Buero y él, que había visto alguna fotografía, le comentó que no debería haberse puesto esos zapatos de tacón. A lo largo de todos aquellos años de tertulias trabaron una gran amistad y respecto al teatro, que se le resistía, él le decía: «¡Déjalo, no es para ti!». Aclara Angelina que no lo afirmaba en sentido peyorativo, sino porque ella era «incapaz de adoptar esas actitudes, de trabajarse las cosas».
Al final de su libro de memorias publicado por Aisge se puede leer muchas de las cosas que también me contó y ya casi al final se queja por no haber sabido exteriorizar sus sentimientos y deja este pequeño poema para sus seres queridos:
Cuando yo ya no esté
mirad de vez en cuando
el lugar donde estuve.
Es muy posible
que en un momento dado, diluida
en el amor que allí dejé
y no supe expresar, veáis
-a la luz huidiza de un relámpago-,
a la criatura
que fui y nunca conocisteis.
mirad de vez en cuando
el lugar donde estuve.
Es muy posible
que en un momento dado, diluida
en el amor que allí dejé
y no supe expresar, veáis
-a la luz huidiza de un relámpago-,
a la criatura
que fui y nunca conocisteis.
A Angelina Gatell le habría gustado ser una gran actriz de teatro pero Antígona y Lisístrata se le resistieron. No pudo ser. A pesar de ello sí se convirtió en una gran poeta, con más de quince libros publicados, fue la primera biógrafa en español de Pablo Neruda, tradujo en torno a un centenar de libros y adaptó, dobló y dirigió cientos de películas y series. Ahora sus hijos y nietos siguen su senda en el mundo de la poesía y encima de los escenarios. Hasta siempre Angelina.