dissabte, 10 de desembre del 2022

Franquismo S.A.: la desfranquización ausente

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El Protectosil es un producto químico que sirve para impedir realizar grafitis sobre monumentos o paredes. Un invento que mantiene impoluta la superficie de escribas ajenos y que impide actos de vandalismo. O de reparación. La creadora del Protectosil es una empresa alemana llamada Degussa, que fue también la fabricante del Zyklon B con el nombre de Degesch y que estaba integrada en el emporio IG Farben. En el año 2003 se conoció que el producto químico impregnaría el monumento al Holocausto que se construía en Berlín. Parecía una broma macabra, cubrir el monumento de un producto químico fabricado por los mismos que crearon el veneno que gaseó a los homenajeados. “El incidente Degussa” lo llamaron, una polémica que generó mucho ruido en la que el autor del monumento, el arquitecto Peter Eisenman, defendió que la empresa ya había pagado por sus crímenes y no se la podía culpar en el presente por los actos del pasado: “No podemos dejarnos convertir en rehenes de lo políticamente correcto”.

Finalmente venció la eficiencia del producto. El mejor del mercado. Ahora, un guía de Berlín nos explica que el Protectosil impregna los enormes bloques por deseo del autor para poner de manifiesto la implicación de la empresa en los crímenes. La perversión del relato hasta en las visitas guiadas.

En España los derechos del producto químico los tiene la empresa BASF Española S.A., que según la historia oficial de la propia entidad fue creada en el año 1966. Antes no existió en el relato oficial de la corporación. Una buena capa de Protectosil sobre la historia de la filial española de la empresa suministradora del gas que asesinó a millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial. Capas de olvido, pátinas de pintura, y litros de Protectosil para impedir escribir sobre la memoria de empresas, cómplices y responsables que han anotado con sangre los balances y las cuentas de resultados.

En España, la represión franquista se tiende a analizar y valorar únicamente desde el punto de vista social y político olvidando, sobre todo en el debate público, la importancia que tuvo la represión económica y la obtención de beneficios empresariales y patrimoniales relacionados con la opresión de libertades. No escatimaron en modos y formas de extraer las rentas y los bienes de los perdedores de la guerra. Algunas de las empresas más cercanas a las elites franquistas usaron mano de obra forzada –rojos, vagos y maleantes– apelando al programa de redención de penas por el trabajo ideado por el jesuita Antonio Pérez del Pulgar. Otras empresas se aprovecharon de la represión de sus competidores por pertenecer al bando fiel a la legalidad republicana y otras, simplemente, se lucraron gracias a la cercanía con el dictador Francisco Franco cuando el régimen efectuó su inmensa labor de obra pública, carreteras, monumentos, reconstrucción de pueblos, ciudades y pantanos. Tráfico de influencias, corrupción, nepotismo y enchufes. Como dios manda. Además, el franquismo propició unas condiciones laborales muy ventajosas para las empresas que se acercaban a las oligarquías del dictador.

No existía el sindicalismo ni se podían negociar condiciones salariales y de trabajo dignas. Todo eran ventajas para el libre desarrollo del capitalismo español.

Algunas empresas que cotizan en el IBEX 35, como Naturgy, OHL o Iberdrola, se lucraron con la represión y el modelo autárquico que impuso el dictador y, hoy día, siguen sin reparar a las víctimas. Es una obviedad que muchas de ellas no existían durante el franquismo tal como las conocemos, pero muchas de las que hoy operan en la bolsa española han sido constituidas a base de adquisiciones de otras empresas y absorción de otras muchas que no solo trabajaban durante el franquismo, sino que se lucraron de forma directa gracias a la represión durante la dictadura.

En el archivo del diario ABC existe una fotografía realizada durante la construcción de El Valle de los Caídos. En el reverso de la instantánea aparece una anotación manuscrita en la que se advierte de la necesidad de borrar el cartel de la constructora Huarte que aparece en la imagen. La rúbrica es un perfecto ejemplo que sirve para ilustrar cómo las grandes empresas españolas intentan borrar, con la connivencia de los medios de comunicación y los gobiernos de esta democracia, los vestigios de la instrumentalización que hicieron del franquismo para construir su imperio económico. Mantener la apariencia ocultando el modo en el que se hicieron ricos.

La apariencia. El elemento troncal que da esplendor al discreto encanto de la burguesía. El constructo que le permite desarrollar una ficción que deslumbra a las clases bajas para mostrarse bella y apetecible. Un ejemplo a imitar. Un modelo aspiracional que permita domar los más revolucionarios impulsos de quien no tiene nada o de aquellos a los que se lo han arrebatado. Se trata de mostrar lo atractivo, lo dorado, lo brillante. Lo excitante. Pero ocultar en la trastienda aquello que permitió dar lustre a la efigie pública. Guardar en el trastero el cuadro que va deteriorándose y envejeciendo mientras muestra a la opinión pública un cutis impecable. No desdeñar, sin duda, el fruto de aquella explotación de la miseria ajena, pero ocultar el modo en el que se cosechó. Reputación lo llaman en la familia; Responsabilidad Social Corporativa en la empresa; Transición en la política.

En España no ha existido ningún proceso de reparación ni de indemnización por parte de las empresas que participaron de forma activa en la utilización de mano de obra esclava ni del expolio del patrimonio de los represaliados, como sí ocurrió en otros países de nuestro entorno tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Precisamente para eso ganaron la guerra, para no tener que hacerlo, ni pedir disculpas, ni perder. Algo. Alguna vez.

Porsche, Dr. Oetker, BMW: la herencia de los magnates del régimen nazi que llega hasta hoy.

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Pau Rodríguez


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Los apellidos alemanes Quandt o Flick pueden no decirle nada al gran público, pero para el periodista David de Jong fue un enorme shock ver a dos integrantes de las respectivas sagas en un rótulo del Museo de Arte de Tel Aviv, como donantes y amigos. “Fue espeluznante”, recuerda el reportero de Bloomberg, que ya por entonces estaba trabajando en el libro que acaba de publicar ahora, Dinero y poder en el Tercer Reich (Principal de los Libros). Gabriele Quandt, presidenta de HQ Holding, es nieta de Magda Goebbels y heredera del legado del mayor magnate de la industria armanentística del régimen. E Ingrid Flick, por su parte, integra la milmillonaria familia austriaca Flick, receptora del imperio que forjó el patriarca Friedrich a base de expropiar y explotar a judíos y prisioneros. 

Franquismo S.A.: la desfranquización ausente

El régimen nazi duró doce años, desde que Adolf Hitler fue nombrado canciller a principios de 1933 hasta que perdió la Segunda Guerra Mundial, en 1945. Sus principales líderes políticos fueron juzgados y algunos ejecutados tras los Juicios de Núremberg, pero muchas de las grandes fortunas alemanas que se arrimaron al Führer y crecieron durante el Tercer Reich lograron conservar sus imperios, hasta el punto de que algunas de estas familias siguen siendo de las más ricas del país. 

BMW, Volkswagen, Dr. Oetker, Allianz, Opel, Bayer, Porsche, Hugo Boss… Todas estas grandes firmas tienen un conocido pasado nazi. Muchas, con ayuda de las SS, levantaron campos de concentración adyacentes a sus fábricas durante la guerra (IG Farben en Auschwitz, Daimler-Benz en Buchenwald, AFA y Volkswagen en Neuengamme). Pero el rastro del dinero de esas dinastías una vez desintegrado el Tercer Reich es más desconocido. “Hay apellidos que han logrado evadir su responsabilidad moral, que esconden los hechos debajo de la alfombra. Por eso escribí el libro”, recalca De Jong, que ha dedicado casi una década a perseguir estas fortunas.

El reportero seleccionó para su investigación a cinco apellidos cuya fortuna llega hasta nuestros días. Tres de ellos siguen hoy al frente de las compañías: son los Quandt en BMW y la firma de baterías Varta, los Porsche-Piëch en la automovilística Porsche y los Oetker en el imperio alimenticio Dr. Oetker. Los otros dos que retrata el libro se deshicieron de los conglomerados familiares para seguir gozando hoy de monumentales fortunas: es el caso de los Von Finck, millonarios herederos del banquero August Von Finck y del cofundador de los bancos Allianz y Munich Re (lo vendieron a Barclays en los 90) o los propios Flick. “Estos últimos son los más ricos de Austria al lado de los Porsche. Sus oficinas familiares mantienen inversiones en fondos de inversión, inmobiliarias, colecciones de arte…”, detalla De Jong.

La reunión secreta de 1933 

La vinculación de la mayoría de estas sagas con el régimen nazi se puede trazar hasta llegar a una reunión secreta que tuvo lugar en Berlín en febrero de 1933. Un recién nombrado canciller, Adolf Hitler, se citó con una veintena de industriales para que pasaran por caja del Partido Nazi de cara a la campaña electoral. Muchos de aquellos empresarios lo veían como un político mediocre, como dejaría escrito Quandt en su diario, pero aun así lo apoyaron. “Hitler les prometió y les garantizó estabilidad económica y política tras años de volatilidad y que podrían expandir sus fortunas. Ellos se sumaron por oportunismo”, resume el autor del libro.

Años después, la mayoría alegarían que fueron forzados a sumarse a la causa nazi debido al clima irrespirable del Tercer Reich. Pero De Jong lo niega. “Nadie les forzó. Fue completamente voluntario. Pudieron marcharse”, añade, y pone como ejemplo el nazi convencido Fritz Thyssen, que con el tiempo se opuso a la invasión de Polonia y acabó internado en un campo de concentración. 

Durante el Tercer Reich, todos estos prohombres se aprovecharon de la arianización de las empresas judías, el eufemismo tras el que se escondía la compra a precio de saldo de los bienes de esos conciudadanos. Von Finck se quedó los bancos austriacos Rotschild y Dreyfuss, por poner uno entre los innumerables ejemplos. Pero lo que convertiría a la mayoría en auténticos criminales de guerra, a ojos de De Jong, fue el uso de mano de obra esclava para sus factorías, aprovechando a los entre 12 y 20 millones de deportados que hubo durante la guerra en Europa. “Gunther Quandt explotó a casi 60.000 personas entre sus empresas de baterías AFA y la armamentística DWM”, recoge el reportero. En la planta del Volkswagen, el coche que Hitler soñó para las clases populares alemanas y que diseñó Ferdinand Porsche, se explotó a más de 10.000 personas.

Cómo lograron conservar sus fortunas

Pese a estas atrocidades, y aunque tras la derrota militar se abrió un período de desnazificación en el país, solo uno de estos cinco grandes empresarios, Friedrich Flick, fue juzgado por el tribunal de Núremberg. Los demás, como Quandt o Porsche, pasaron un tiempo en prisión, pero conservaron la mayor parte de sus activos, excepto los que les fueron expropiados en el territorio soviético. Flick fue condenado a siete años de cárcel por un tribunal norteamericano, por emplear mano de obra forzada y por el saqueo de una fábrica en Francia, una sentencia “extremadamente moderada y conciliadora”, según el fiscal Telford Taylor. Finalmente salió de la cárcel en 1950, después de que se le redujera la pena por buena conducta. 

El principal aliado de magnates como Flick fue el gobierno de Estados Unidos. “Los aliados les dejaron quedarse con todo, con sus activos intactos. Eso fue una decisión ideológica del gobierno norteamericano, que a raíz del inicio de la Guerra Fría decidió que los nazis eran historia y que necesitaba una Alemania Occidental económicamente fuerte y democráticamente viable para contener a la Unión Soviética”, describe De Jong. 

Con la caída de Hitler, un industrial como Flick, el más rico de la Alemania de los años 30, pudo perderlo todo, pero no solo se libró de perder sus posesiones, sino que en 1960, con el control mayoritario de la automovilística Daimler-Benz (los fabricantes de Mercedes) ya volvía a ser el hombre más acaudalado del país. De hecho, murió en 1972 ostentando este título y dentro del ranking de las figuras más ricas del planeta, junto a Jean Paul Gaultier o el rey de Arabia Saudí. “Él personifica el oportunismo de aquellos industriales y simboliza quienes más se aprovecharon del Tercer Reich”, insiste el autor del libro. 

A lo largo del Dinero y poder en el Tercer Reich, De Jong se adentra también en la convulsa relación personal a tres bandas entre Günther Quandt, su mujer, Magda, y el segundo marido de ella, Joseph Goebbels, el ministro de la Propaganda de Adolf Hitler. Estos dos últimos fueron el matrimonio más célebre del régimen nazi hasta que acabaron suicidándose, junto a seis de sus hijos, cuando las tropas soviéticas estaban a punto de entrar en Berlín. Günther y su mujer se pelearon por la custodia de su hijo Harald, al que Goebbels adoraba.

Acabada la guerra, este joven y su hermanastro Herbert heredaron y se repartieron el imperio Quandt. Durante décadas se alejaron de los focos y pasaron por ser exitosos empresarios, especialmente este último, que rescató BMW y la convirtió en la firma que es hoy en día. 

Herbert Quandt y Ferry Porsche tienen fundaciones a su nombre

Pero Herbert, como mano derecha de su padre durante el Tercer Reich, tampoco estuvo libre de culpa, aunque actualmente dé nombre a la ‘BMW Foundation Herbert Quandt’, que promueve el liderazgo social mediante financiación de proyectos y premios. El empresario, fallecido en 1982, actuó a la sombra de su padre durante la guerra y construyó un campo de concentración en la Polonia ocupada, desvela De Jong. También fue responsable de un campo de concentración en Berlín con 500 mujeres llegadas desde Sachsenhausen. “Técnicamente, se trata de un criminal de guerra”, sentencia el periodista. 

Aun así, su nombre permanece hoy como ejemplo de liderazgo por BMW. Y, a pesar de que la familia encargó una investigación académica muy completa sobre su pasado, a raíz de un documental emitido en 2007, no modificaron su página web hasta hace poco para incluir estos pasajes de su biografía. Fue meses antes de que saliese el libro de De Jong. “Las investigaciones académicas que encargaron fueron suficientes, pero a nivel global han seguido ocultando sus conclusiones”, lamenta. “Ni siquiera estos estudios han alcanzado audiencias relevantes en Alemania, no han sido traducidos a otros idiomas, y sus hallazgos no se hacen explícitos en sus webs, museos, premios…”, argumenta el autor.

El hijo de Herbert, Stefan Quandt, es actualmente el accionista mayoritario de BMW y su fortuna asciende a 18.000 millones de dólares, según ForbesBloomberg, por su parte, lo sitúa entre las 100 personas más ricas del mundo en su índice de grandes fortunas globales.

Y algo parecido a Herbert ocurrió con Ferry Porsche, el hijo de Ferdinand –creador del Volkswagen– y el que convirtió la firma de coches deportivos en lo que es hoy. De joven se enroló voluntariamente en las SS y tras la guerra se rodeó rápidamente de antiguos cargos nazis en la ejecutiva de la empresa. “Era un nazi ideológico”, dice De Jong. Pues bien, también él tiene a su nombre la Ferry Porsche Foundation, y en este caso sin mención alguna a su pasado nazi.

Con el paso del tiempo, para resarcir a las víctimas del trabajo forzado, el Gobierno alemán y el estadounidense acordaron crear un fondo de más de 5.000 millones. Fue en 1999. El 60% del dinero lo aportaron firmas como Allianz, BMW, Volkswagen, Daimler o Siemens. Para De Jong, sin embargo, esto no es suficiente. “Un acuerdo económico no implica que asumas responsabilidades”, defiende. 

De todos los millonarios herederos que se recogen en el libro, uno falleció el pasado mes de noviembre. Fue August von Finck Junior, hijo del mayor banquero de la Alemania nazi. En 1990 vendió por 370 millones el banco familiar, Merck Finck, a Barclays, y se dedicó a administrar la fortuna resultante desde Suiza. En paralelo, fiel a los valores reaccionarios de su padre, financió a partidos radicales de extrema derecha, además de la CDU y el FDP. Más adelante, Der Spiegel lo describió como uno de los brazos detrás del partido de extrema derecha Alternaive für Deutschland (AfD).

Nazis en los 'boy scouts' y control de la Gestapo: los tentáculos de Hitler en la Barcelona de los años 30.

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Pol Pareja


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Semanas antes de que Adolf Hitler llegara al poder en Alemania en 1933, un misterioso grupo de alemanes empezó a celebrar mítines y charlas en las plazas y cafés de Barcelona. El día de las elecciones en la República de Weimar, cientos de teutones que residían en la capital catalana se subieron a un barco que se desplazó hasta aguas internacionales para que pudieran participar en los comicios. El 65% de los que subieron a la embarcación votó al partido nazi. 

Dentro de los campos del exterminio nazi: "¿Cómo podía alejarse de nuestra mente la obsesión del crematorio?"

Dentro de los campos del exterminio nazi: "¿Cómo podía alejarse de nuestra mente la obsesión del crematorio?"

Los alemanes eran la principal comunidad extranjera en Barcelona durante los años 30, atraídos por una ciudad industrial y barata que a la vez ofrecía un clima agradable y oportunidades de negocio. La colonia germana sumaba miles de miembros y no se mantuvo al margen del ascenso del nazismo en su país.

El libro La ciudad y la esvástica (Comanegra) del historiador Manu Valentín aborda la presencia nazi en la Barcelona de los años treinta. Una materia de la que se han escrito varios libros, aunque la mayoría se centra en la influencia del nacionalsocialismo durante el franquismo y obvia que el fenómeno llegó a la ciudad unos años antes. Valentín, en cambio, indaga en los tentáculos que Adolf Hitler extendió por la ciudad durante la Segunda República y en la “nazificación” paulatina de la colonia alemana en la capital catalana. 

“Muchos refugiados alemanes huían de Hitler y se sorprendían al ver las garras del nazismo en la ciudad”, explica el historiador. “El proceso de apartheid que se llevó a cabo en el Reich también se desarrolló de forma camuflada y clandestina en ciudades con colonias alemanas como Barcelona”.

Tras bucear durante años en archivos públicos, prensa local y recoger testimonios, Valentín traza un dibujo de la represión silenciada que sufrieron los judíos en Barcelona antes incluso de la dictadura, una persecución que también sufrieron los comunistas alemanes de la ciudad. 

Desde principios de los años 30, la estrategia de “nazificación” de la comunidad alemana en Barcelona estuvo dirigida por el propio cónsul alemán en la ciudad y se articuló mediante el asalto de las juntas directivas de los clubes, asociaciones culturales y demás organizaciones alemanas que articulaban la vida de esta comunidad en la ciudad. Los judíos y antifascistas fueron purgados de las direcciones y de la membresía de estos grupos, que pasaron de ser apolíticos a significarse deliberadamente por Adolf Hitler. 

Llegó un punto a mediados de esa década en que prácticamente todas las entidades alemanas de Barcelona quedaron bajo el control de agentes de la Gestapo (la policía secreta de la Alemania nazi). La influencia llegaba incluso a grupos de 'boy scouts' integrados por miembros de las juventudes hitlerianas y dirigidos por agentes de la Gestapo en los que se hacían entrenamientos militares camuflados de prácticas deportivas. 

Los medios y políticos progresistas del momento se hicieron eco de la presencia nazi en la ciudad. El líder de la Unió Socialista de Catalunya, Joan Comorera, advirtió en el Parlament en abril de 1933 de que Barcelona se estaba convirtiendo en un “campo de maniobras” del “fascismo internacional”. “Los funcionarios de los consulados de Italia y de Alemania no son más que espías a sueldo de las respectivas dictaduras”, advirtió. 

Según Valentín, la extensión del nazismo no hubiese sido posible sin la connivencia de cierta prensa reaccionaria y de unas fuerzas policiales que contribuyeron a hostigar a exiliados judíos alemanes en la ciudad. Cualquier acto de denuncia del nazismo en Barcelona por parte de exiliados alemanes llegaba rápidamente a oídos del cónsul y algunos de sus protagonistas eran expulsados del país. Tanto las agresiones a judíos como las deportaciones de exiliados alemanes que residían en Barcelona aparecieron en varios medios internacionales de la época, según recoge el libro.

“La persecución probaba la existencia de un entramado de espionaje político que iba mucho más allá de lo que se veía a simple vista”, escribe el autor. “Varios mandos policiales de la Jefatura de Barcelona y especialmente los del servicio de extranjería recibían un sueldo de los nazis para ponérselo difícil a los refugiados antifascistas”.

El historiador también señala el papel de algunas grandes empresas alemanas asentadas en la ciudad como Bayer, Siemens o la aerolínea Lufthansa, que financiaron las organizaciones nazis en Barcelona y dieron cobijo a muchos espías alemanes que actuaban como si fueran empleados de estas compañías. 

El autor señala tres grupos destacados de alemanes en la ciudad. Las víctimas de la persecución nazi, los victimarios y después el grupo más numeroso: los llamados Mitläufer, que no eran fervientes seguidores de Adolf Hitler y apenas estaban involucrados en política, pero que se dejaron llevar por la corriente porque de alguna manera u otra les beneficiaba. 

“Si observas el padrón de la ciudad en esa época, ves que hay muchos alemanes pero no estaban politizados porque no aparecían en la documentación del partido nazi”, analiza Valentín. “Sin embargo, cuando hubo elecciones la mayoría apoyó a Adolf Hitler”.

Las dos venganzas

Más allá de analizar los tentáculos nazis en Barcelona antes de la Guerra Civil, el volumen también aborda dos episodios destacados de venganza en la ciudad entre nacionalsocialistas y antifascistas, entre los que se encontraban numerosos exiliados judíos.

El primero llegó con el estallido de la Guerra Civil y el fracaso del golpe de Estado en Barcelona. El partido comunista alemán envió a un representante a la capital catalana para organizar un grupo de acción que vigilara a los alemanes pro nazis y contrarrestara las acciones del cónsul en la ciudad.

Muchos alemanes antifascistas aprovecharon para vengarse de los compatriotas que habían promovido e incitado su hostigamiento. Organizados en lo que se llamaron “Comités de Investigación”, estos exiliados irrumpieron en las sedes de todas las entidades germanas que se habían significado con el nazismo: desde el colegio alemán hasta las empresas alemanas de la ciudad, que acabaron bajo control obrero. 

También se entró en casi todos los domicilios de los alemanes que tenían vínculos con el nazismo, aunque la mayoría de ellos huyó de la ciudad antes de que pudieran ser atrapados. Donde actualmente está situada la cervecería Universitat, en la plaza Universitat, se incautó el archivo en el que figuraban todos los afiliados a la sección internacional del partido nazi en Catalunya: había unos 3.000 miembros. 

El consulado alemán hizo lo posible ante la Generalitat para liberar a los teutones detenidos por estos grupos armados. En una entonces incipiente Guerra Civil, el Govern catalán temía la implicación alemana en el conflicto y por esto accedió a liberar la mayoría de los presos con vínculos nazis, que fueron evacuados de la ciudad en diversas embarcaciones con destino a Italia y Alemania.

“Los grandes sabuesos nazis no fueron represaliados porque tuvieron la protección del cónsul, cuya presión fue muy efectiva”, apunta el autor en conversación telefónica. “La otra venganza sí que fue más exitosa”.

La otra venganza a la que se refiere Valentín fue más cruenta y se dio cuando el bando republicano perdió la guerra civil. El fin de la contienda supuso el regreso de muchos nazis alemanes a la ciudad y el régimen franquista citó a todos los extranjeros de Barcelona con la excusa de una presunta actualización de la documentación.

“Esa trampa sería mortal para muchos de los extranjeros con pasado antifascista o de origen judío que residían en Barcelona”, apunta Valentín. “La mayoría fueron detenidos y enviados a los campos de concentración”.

Entrada 21.680. Las joyas para huir de España de los presos del campo de Albatera salen a la luz

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La prospección arqueológica del centro de reclusión alicantino halla objetos de valor que los prisioneros pensaban utilizar para salir del país.



Moneda republicana hallada en el campo de Albatera.
Moneda republicana hallada en el campo de Albatera.FELIPE MEJÍAS

Miguel Lamiel, preso en el campo de concentración franquista de Albatera (12.000 habitantes, Alicante), contó en sus memorias, publicadas por la CNT de Zaragoza, que un grupo de falangistas entró en la prisión alicantina “con el fin de que todos los prisioneros diéramos nuestros relojes, nuestros anillos, el dinero, plumas estilográficas y demás objetos aprovechables”. Por medio de la “intimidación y el saqueo”, expoliaron todo lo que pudieron y, al día siguiente, la prensa de aquel momento contó que “los rojos del campo de Albatera” habían hecho “un donativo al Caudillo de catorce millones de pesetas”. La investigación arqueológica que se está realizando en los terrenos donde se ubicaba el campo de concentración de Albatera confirma que los prisioneros republicanos llevaban consigo numerosos objetos de valor con los que pretendían “costearse la comida tras huir, adquirir billetes de barco o malvivir mientras se encaminaban al exilio”, aventura Felipe Mejías, director de la excavación.

Durante la segunda campaña sobre el terreno, sufragada con ayudas de la Consejería de Calidad Democrática de la Generalitat valenciana, y con la colaboración del Ayuntamiento de San Isidro (2.146 habitantes), en cuyo término se ubican actualmente las parcelas, el equipo de Mejías ya encontró en 2021 “un anillo infantil de oro, probablemente tragado por un preso”, en una de las arquetas sifónicas de las letrinas. Un año después, “la pauta se confirma”, continúa Mejías, con la prospección intensiva de cobertura total que los siete miembros del grupo arqueológico han practicado en tres parcelas que suman unos 70.000 metros cuadrados, durante un mes y medio, que acaban de dar por finalizada. Buena parte de los prisioneros de la antigua prisión republicana que Franco reconvirtió en campo de concentración a finales de marzo de 1939 llevaba consigo monedas, joyas o relojes que, ahora, han aflorado gracias a los detectores de metal utilizados por los arqueólogos con metodología científica.

Vista aérea de la excavación en el barranco de Albatera.
Vista aérea de la excavación en el barranco de Albatera.FELIPE MEJÍAS

Junto a los habituales hallazgos de “munición, insignias, remaches, herramientas, hebillas o tubos de pomada”, el equipo que mapea el centro, que llegó a albergar unos 14.000 presos, ha hallado varias muestras de los tesoros que los prisioneros intentaban usar como moneda de cambio o salvoconducto hacia la libertad. Destacan, cuenta Mejías, dos monedas de plata. La primera, de ocho reales de 1809, la época de Fernando VII. La segunda, cinco francos suizos, acuñados en 1908. “El dinero republicano se devaluó”, explica el director de la excavación, “y los ciudadanos empezaron a acaparar piezas de plata” para comprar cualquier cosa que les permitiera seguir viviendo y escapar del país. “Muchos de los reclusos de Albatera”, prosigue Mejías, “fueron capturados en el puerto de Alicante”, el último reducto republicano, “donde trataban de huir con lo más preciado que tenían en sus casas”.

La prospección, que se prolongó desde el 17 de octubre hasta finales de noviembre, también permitió encontrar “una cadena de plata de un reloj de bolsillo” y “un reloj de mujer” de diseño art déco, “posiblemente de plata y perteneciente a alguien con una posición económica elevada”, según Mejías. Esta joya permanecía oculta “en una zona cercana a la valla del campo”, sin que haya un motivo aparente que pueda explicar su ubicación. “Quizá lo enterraron para volver a buscarlo” y allí quedó, con las manecillas paradas en el momento exacto en el que desapareció.

Farmacia

Otro de los aspectos que ha corroborado la búsqueda de materiales metálicos realizada este año es la mala alimentación de los presos, basada casi en exclusiva en latas de lentejas y sardinas. Como ya contó Mejías, “los prisioneros recibían “una lata cada dos días para dos personas y un trozo de pan para cinco”. Durante el periodo en que el campo albaterense albergó una prisión republicana de 14 hectáreas, entre octubre de 1937 y marzo de 1939, “los reclusos estaban bien alimentados, con sardinas, naranjas o carne enlatada argentina”, afirma el arqueólogo. Bajo el dominio franquista, ya como campo de concentración, en el que los detenidos “eran identificados, registrados, redistribuidos por prisiones y carecían de garantías jurídicas”, el hambre y las enfermedades intestinales lideraron las causas de muerte en su interior.

Entre el material descubierto, ha aparecido “un tapón de Ceregumil, un reconstituyente de miel y cereales de los años 30″. También, “un pedazo de botella de color morado con parte de una inscripción que dice ORT y que “la especialista en arqueología del siglo XX Andrea Moreno ha identificado como jarabe del Doctor Trigo”, el creador del Trinaranjus, “un extracto de limón que se usaba como depurativo y laxante”. Finalmente, en una arqueta de las letrinas se hallaba “un trozo de botella con la inscripción CAR” que, según Moreno, es agua de carabaña, “un agua mineromedicinal con mucho azufre que también se usaba como laxante”. Mejías ha enviado “sedimentos de la arqueta” a la Universidad de Valencia, “para ver si hay trazas de alimentos, bacterias inactivas, larvas o parásitos intestinales” que desvelen “en qué condiciones vivían los presos”.

Mejías adelanta que para el año que viene ya han solicitado una línea de subvenciones del Ministerio de Presidencia y otro de la Consejería de Calidad Democrática, con el fin de “seguir prospectando bancales en búsqueda de fosas comunes”, el objetivo prioritario de la investigación. La intención es que la Generalitat valenciana compre “seis de las 14 hectáreas de terreno total del campo para su musealización como primer yacimiento arqueológico de la Guerra Civil”.

Munición militar y fusilamientos paramilitares

Cada vez que el grupo de arqueólogos encuentra una pieza en los terrenos del campo de Albatera, envían una señal de GPS para mostrar su ubicación exacta. Así han podido descubrir que mucha de la munición percutida, disparada con los máuseres del ejército sublevado, se encuentra agrupada en la zona en la que se erigían las torres de vigilancia del centro de reclusión. Durante los dos años de excavación, han aparecido también balas disparadas “en una explanada a campo abierto, donde, según los testigos, se fusilaba a los prisioneros”. Y, “como suele ser recurrente en toda España”, los arqueólogos han encontrado también “munición de la tercera guerra carlista, bolas de plomo de armas de avancarga o cartuchos Lefaucheux, fabricados entre 1876 y 1878″, que eran los que utilizaban “falangistas y requetés paramilitares que se ofrecían como voluntarios para los fusilamientos”, indica Mejías.