dissabte, 10 d’agost del 2024

Villafranca, el pueblo y su último alcalde republicano

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José Cabañas, gran estudioso de la guerra civil en León, recoge en los testimonios en primera persona de los días de la guerra los hechos ocurridos en Villafranca del Bierzo, con el ejemplar comportamiento de su alcalde

24/07/2024
 Actualizado a 24/07/2024
Villafranca homenajeó en 2019 a Antonio Gabelas y otros represaliados. | CÉSAR SÁNCHEZ (ICAL)
Villafranca homenajeó en 2019 a Antonio Gabelas y otros represaliados. | CÉSAR SÁNCHEZ (ICAL)

Al siguiente día, soliviantado el pueblo por las noticas radiadas revelando la magnitud de la tragedia que se cernía sobre España, desencadenada por los facciosos y por la irracional negativa del alcalde a desarmar la Guardia civil, presionó de nuevo, autorizando éste la requisa de armas a los desafectos al Régimen, recogiéndose 70 escopetas, varias pistolas y algunos rifles (pero con muy poca munición), depositado todo en el Ayuntamiento, donde se fueron entregando a los solicitantes, una vez tomada su filiación personal. Más la mayoría las devolvieron al saber que no tenían munición para ellas. Las casas que la tenían alegaban, para no entregarla, que toda la había recogido la Guardia civil. Ante esta tesitura Gabelas les decía que pronto tendrían cartuchos en abundancia, que en el Ayuntamiento había dos máquinas cargadoras, con abundantes cartuchos, munición y pólvora, sin que su promesa jamás se hiciera realidad, a pesar de haberla prodigado a cuantos a él se aproximaron solicitando munición. Por esa causa las escopetas permanecían arrinconadas en un salón del Ayuntamiento.


Cuando se efectuó la requisa de armas, algunos desplazáronse al Convento de San Nicolás, que se sabía era un verdadero arsenal, para registrarlo, pero por tratarse de un enorme edificio que desconocían y que tendría subterráneos y escondites tan disimulados, que sería necesaria, para descubrirlos, la detenida inspección de verdaderos expertos en la materia, resultó estéril el registro, regresando defraudados, lo cual exasperó  al pueblo que pretendió prender fuego al edificio, albergue de alimañas feroces, a lo que de nuevo se opuso el alcalde y las demás personas «sensatas» de la villa.


Durante estos hechos, cumunicábase constantemente con el Ayuntamiento de Ponferrada y el Gobierno civil de León.


De Ponferrada nos comunicaban que la Guardia civil permanecía en los cuarteles obediente a las órdenes de su comandante y que había unos 5.000 mineros, concentrados, esperan-do las armas que les habían prometido, pero insistiendo en sus propósitos de desarmar la Guardia civil allí concentrada que, desde luego, no ofrecía la más mínima confianza, a lo que se oponía el alcalde de Ponferrada, un tal Juanito [Juan García Arias], diciendo que el jefe de la fuerza era un antiguo amigo suyo que había jurado estar al lado del pueblo y de la República, y que no le engañaba por conocerlo desde la infancia, bien a fondo.


De la capital, el Gobernador comunicaba que nadie se moviera, que todo estaba tranquilo y las fuerzas dispuestas a reprimir cualquier intentona de rebeldía, ya fuera facciosa, o de parte del pueblo exaltado, que quería tomar las cosas por la tremenda y desarmar las fuerzas que permanecían fieles a sus órdenes y dispuestas a actuar a la primera indicación.


Mientras esto ocurría, los ánimos excitábanse cada vez más. Y, para ponerlos al rojo vivo, presentóse en la alcaldía el comandante de la Guardia civil [teniente Juan López Alén], notificando que sus jefes le habían ordenado trasladarse a Ponferrada, con la fuerza a sus órdenes. Esto sucedía el día 19 por la tarde, y el pueblo, y el pueblo, que ya dudaba del «honor» del comandante, reunióse en la Plaza de la Constitución, rodeando los vehículos en que se trasladarían a Ponferrada los guardias, opinando unos que no debían dejarlos partir con las armas y menos reunirse con los de Ponferrada, ya que significaba un permanente peligro de rebelión, tal como los hechos corroboraron más tarde, mientras otros seguían creyendo en el «honor» de los militares traidores.


Al encenderse las primeras luces partió la Guardia civil para Ponferrada, gritando: «¡Viva la República y el pueblo!», saludando con el puño en alto. El pueblo, más o menos crédulo, los despidió con el grito de: «¡Viva el pueblo!».

 

Imagen antonio gabelas
Antonio Gabelas.

El día 20 transcurrió con relativa tranquilidad. El pueblo, dueño de la villa por haberla abandonado la Guardia civil, no cometió desmanes, dedicándose a detener a algunos de los facciosos más exaltados y organizando una expedición que partió hacia Ponferrada, a la que siguieron varias más integradas por grupos de 25, 50 y 100 hombres, y algunos más numerosos, que portaban las armas que traían de los pueblos, escasas y malas, haciendo el viaje en coches y camiones. De los pueblos de donde mayor contingente de hombres afluyó a Ponferrada, merecen citarse Toral de los Vados, Villafranca y Corullón. Éstos partieron por la tarde y después de tener noticias de la sublevación de la Guardia civil concentrada en Ponferrada.


El pueblo no tuvo la idea, predicada por el tránsfuga Lerroux [García, Alejandro], de violar monjas para fecundarlas y hacerlas madres, ni la de asesinar a sus verdugos: curas, frailes, caciques, terratenientes, banqueros y comerciantes. El comercio abrió sus puertas como de costumbre, y de Galicia, ignorando tal vez las características del horrendo levantamiento faccioso, llegaron algunas camionetas con pescado. Lo único que no abrió sus puertas al público, ni alborotó al pueblo, durante 72 horas, con sus campanas, fue el comercio religioso, escondido en sus cuevas tenebrosas, mascullando latinajos y maquinando siniestramente allá en los complejos de la subconciencia la terrible masacre. Como el caballo de Atila, pensaban aplastar al mundo bajo sus cascos, exterminando el pensamiento libre. Lo que no habían conseguido hacer todos los magna-tes de la Iglesia, lo conseguirían ellos a fuerza de metralla y de aviones apoyados por Hitler y Mussolini para exterminar todo vestigio de superación humana y toda ideología superior, espe-cialmente las ideas libertarias. La ‘peste anarquista’ quedaría sepultada a lo largo de caminos y carreteras y en los montes, bajo el ramillete de flores de la autarquía fascista, confundidos polvo y sangre en la púrpura escarlata con los restos informes de las víctimas, trocando la vida en un Edén paradisíaco. En nombre de Dios, de Cristo y de su religión, mutilarían violarían, asesinarían, robarían y quemarían para que la vida regalada del «dolce far niente» triunfara. El fin perseguido justificaba todos los medios. ¡He ahí la razón fascista!


El día 21 fue de calma; abrió el comercio sus puertas, aunque algo más tarde que de ordinario. La Plaza de la Constitución fue poco a poco animándose, y los grupos, presa de febril inquietud, comentaban aquella situación contradictoria y caótica, haciendo conjeturas para todos los gustos.


Los facciosos, bien enterados de la «desinteresada» protección italo-alemana, escondían el bulto en espera de la ocasión propicia. Eran los mismos que en la calle de [el doctor] Arén tenían instaladas las oficinas de Falange, haciendo propaganda fascista, amontonado armas y donando dinero para financiar el movimiento y que hablaban de Fabero con temblores en los ner-vios, los que querían solucionar el paro forzoso en España asesinando a dos millones de trabaja-dores. ¡Querían detener el reloj de la Historia en la hora propicia a sus ambiciones imperialistas! ¡Empeño vano!


Alrededor de las diez de la mañana llegó a Villafranca la fuerza sublevada en Lugo, «El Tercio de Lugo».


Una avioneta militar que la precedía explorando el camino hizo un saludo sobre la villa, disparando varias ráfagas de ametralladora, regresando a Ponferrada, donde lanzó octavillas.


Los soldados sublevados tomaron militarmente la Plaza de la Constitución sin hallar resistencia. En ella emplazaron dos ametralladoras, disparando al aire varias ráfagas para amedrentar al pueblo. Acto seguido tomaron el Ayuntamiento, deteniendo a cuantos en él se hallaban y re-cogiendo las escopetas que allí estaban depositadas, que entregaron a los falangistas, ingresando en la cárcel los detenidos, a ocupar los puestos de los facciosos que en aquel momento libertaron ellos, poniendo las armas en sus manos y constituyendo la primera centuria de Falange de la provincia de León, patrullando por las calles desde aquel momento.


Sin perder tiempo destituyeron la Gestora Municipal substituida por una facciosa, instando al alcalde Gabelas a continuar en su puesto como alcalde, que contra él no pesaba acusación alguna, a lo que se negó. Quedando por tal negativa en libertad atenuada.


Una vez dueñas de la villa las fuerzas sublevadas, todos los elementos reaccionarios salieron a «saludarlas», dando vivas a España, al ejército liberador y a Franco, y arrojándoles desde balcones y ventanas dinero y objetos decorativos, que recogían los soldados más animosos.


La soldadesca, que había llegado lívida, temblorosa, esperando una resistencia que no halló, fue cobrando optimismo y descongestionando sus contraídas facciones, llegando a la provocación tan pronto hubo comido y bebido algunas docenas de cántaros de vino.

José Cabañas (www.jiminiegos36.com) es autor de ‘Cuando de rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León. Con una primera parte en 2022 y la segunda en 2023 (Ed. Lobo Sapiens)
 

La decidida resistencia de Cacabelos y Toral de los Vados

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José Cabañas, gran estudioso de la guerra civil en León, cierra con esta quinta entrega la serie dedicada a recordar los primeros días del golpe militar a través del relato de dos izquierdistas represaliados: Luis Gamonal y Progreso Díez


1/07/2024
 Actualizado a 31/07/2024
La estación de ferrocarril de Toral de los Vados (en 1926) en cuya plaza tuvieron lugar algunos de los incidentes que se relatan. | ARCHIVO DE JOSÉ CABAÑAS
La estación de ferrocarril de Toral de los Vados (en 1926) en cuya plaza tuvieron lugar algunos de los incidentes que se relatan. | ARCHIVO DE JOSÉ CABAÑAS

El comandante de la fuerza [Jesús Manso Rodríguez] creyóse en el deber de arengar a sus soldados y al pueblo allí congregado, y subiéndose a una camioneta prometió solemnemente aplastar a los anarquistas y demás izquierdistas y regresar a los pocos días triunfante, después de haber tomado a Madrid, trayendo, como trofeo glorioso, la cabeza y el corazón de Azaña [Díaz, Manuel], jurando por su «dignidad» de militar que, delante de aquel pueblo allí congregado, había de comer asado el mencionado corazón.

A las doce del día partieron para Cacabelos, dando vivas al fascismo, a Falange y a Franco, sin faltar los gritos de «¡Arriba España!» y saludando con el brazo extendido.

 

Cacabelos, el primer incidente

La llegada de las fuerzas facciosas a Cacabelos, ya esperada por los facciosos locales, fue medianamente triunfal. Congregados en la plaza y la carretera los esperaban, llegando alrededor de la una de la tarde y sin hallar resistencia de especie alguna. Mandaron preparar comida mientras nombraron la nueva Gestora Municipal, y constituyeron el grupo de Falange encargado de mantener «el orden» en lo sucesivo, quedando de jefe del mismo un tal Alberto (a) «El Tragador», y de suplente Justo [González Otero], entonces secretario del Juzgado Municipal de Cacabelos, hombre de sanguinarios instintos, y en la que formaban, entre otros, «Vitin», Manolín, el de doña Margarita, que se ofreció para verdugo; «El Cascote», Miguel López Santín, «Pepín» y «Dimas» Santín; Baró, el carnicero; Félix Luna [Luna], Julio y Juanito Moyano [Burgueño], «Porrete» [Daniel García López], Miguel y «Charlot» de la Serrana, Félix y César Garnelo [Fernández], «Jotita», Ricardo Lobato, el médico Santos Rubio [Rebolledo], Francisco Lindoso y sus dos hermanos (a) «Tinto» y «Perrín», Antonio Garrido, José, el hijo del maestro don Florencio; Antonio Sánchez, Julio [García López] (a) «El Porrete» y muchos otros, hasta sumar unos 45, a los que armaron de rifles y escopetas, algún fusil y varias pistolas.

Paseáronse los soldados por el pueblo, obligando a los transeúntes a saludar con el brazo extendido y dar vivas a España, al «ejército liberador», al fascismo, a Falange y a Franco.

Después de comer y beber abundantemente, subieron a los vehículos para proseguir su camino hasta Madrid, en busca de la cabeza de Azaña. Anotaremos un hecho significativo: mientras los oficiales comían en una fonda, alguien les dijo que caminaran con precaución camino de Ponferrada, que unos anarquistas de Fabero habían salido para dicha villa con un camión cargado de dinamita, y que tal vez se hallaran con ellos a su regreso.

Este aviso puso en guardia a los jefes sublevados, que ordenaron marcha lenta, haciendo frecuentes paradas para atisbar el camino, avanzando con precaución y llevando, como conocedor práctico del camino y de los habitantes de la villa a Julio Moyano, momentos antes libertado de la cárcel de Villafranca, donde se hallaba detenido por faccioso.

No habían caminado un kilómetro los facciosos cuando divisan la camioneta tripulada por los compañeros Rueda, Lorenzo García [Silva «Mangueliño»] y otros tres, a la que dan el alto, descargando simultáneamente varias ráfagas de ametralladoras que se estrellaron contra el motor, no sin herir al compañero Lorenzo García en una pierna y a otro compañero en una mano, seccionándole algunos dedos.

Una vez detenidos les mandan bajar de la camioneta, poniéndoles en fila, los brazos en alto para registrarlos, mientras otros inspeccionan la camioneta, en la que no hallaron nada, Cuando todos estaban en fila y brazos en alto dejábanse cachear, sucedió algo inaudito. Jacinto Rueda, que sabía que aquella detención le costaría la vida, se jugó la última carta poniendo en acción cuanto tenía y valía, saltando y corriendo como gamo, saltó la cuneta y los zarzales que bordeaban las viñas, zigzagueando a toda velocidad por entre las cepas, perseguido de cerca por las repetidas descargas de fusilería, azuzados los soldados por los oficiales que les mandaban tirar más bajo, hasta perderse tras un montículo próximo que le puso a salvo de los proyectiles, sin haber conseguido herirlo.

Tras este incidente cachearon a los restantes, sin hallarles nada delictivo. El capitán-médico de la expedición hizo la primera cura a los heridos, lamentándose, hipócritamente, de la tremenda equivocación sufrida al disparar, confundiéndolos con otros, lo que sentía profundamente. Agregando que las heridas carecían de importancia y que él mismo se tomaría la misión de curarlos para reparar, en parte, el daño que les habían hecho, y cerciorarse si los trataban bien o mal, ordenándoles se fueran a sus casas.

Plaza Mayor y el Ayuntamiento de Cacabelos en una exposición del Marca.
Plaza Mayor y el Ayuntamiento de Cacabelos en una exposición del Marca.

Apenas habían partido las fuerzas, llegó «el Tragador», jefe de Falange del pueblo, insultando a Lorenzo con las palabras más soeces, ultraje que no pudo resistir su compañera [Manuela Faba Barra], afeando el proceder del sujeto elevado a Dictador en aquel feudo, diciéndole que Lorenzo era más hombre que él en cualquier terreno que se colocaran, con cuyas palabras se ganó la enemistad de los fascistas sufriendo las terribles consecuencias de «su justicia».

Cacabelos permanecía con los balcones y corredores de la carretera general adornados por los fascistas, y las campanas, tres días silenciosas, volvieron a herir los tímpanos en jubiloso volteo, anunciando la fiesta. Bastantes hombres, silenciosos, hieráticos, rumiaban su dolor en las sombras de sus casas, temerosos de salir a la calle..

 

Toral de los Vados

En Toral de los Vados reinaba gran inquietud y nerviosismo desde que se tuvieron noticias de la sublevación facciosa, anunciada por la Radio y por la Prensa; ojo avizor, para dar cumplimiento a los mensajes dirigidos por ambas sindicales al pueblo, tomadas las medidas que aconsejaban las horas graves que vivía el proletariado español para cortar el paso al fascismo, estaban los trabajadores.

El Sindicato de Obreros del Cemento reunióse, tomando acuerdos, que consistieron en la requisa de armas a los desafectos al régimen, y de los explosivos de Cosmos, que llevaron a Ponferrada, montando vigilancia por el pueblo. Los más animosos fuéronse a Ponferrada con sus escopetas, dispuestos a vender cara su vida.

Bastantes compañeros se agregaron a los de Fabero, a los que les unían solidarios víncu-los ideales, para seguir juntos la acción por tierras de León y de Asturias. Otros regresaron a Toral, permaneciendo ojo avizor, mientras pequeños grupos requisaban armas por los pueblos de los alrededores, y un compañero estaba constantemente en Teléfonos, comunicando con Ponferrada, Villafranca y León.

Los más significados facciosos habían huido de Toral. Los Vila habían sido apresados por los nuestros en Taracedo, dejándoles en libertad sin haberles hecho nada.

El día 22 comenzaron a regresar los fascistas, entre ellos los Vila [Matías Vila Ramos] y los Parra. A eso de la una de la tarde llegó a Toral la camioneta del «Fresquero», en servicio de vigilancia y observación, regresando a Villafranca como a la media hora. A las tres de la tarde presentóse un autocar cargado de guardias civiles, los que emplazaron una ametralladora en la Plaza de la Estación, descargando al aire algunas ráfagas para atemorizar al pueblo. El sargento de la Guardia civil [Tomás Pérez Pineda] dirigióse al café de Iglesias [Silva, José], golpeando las cerradas puertas. Nadie quería salir, por saber ya de lo que se trataba. Por fin salió «Panchito» [José Álvarez Ares] el panadero, y detrás todos los que se hallaban en el café. El sargento comenzó a gritar: «¡Arriba España!», sin obtener otra respuesta que: «¡Viva España!». El sargento, indignadísimo, contempló aquella masa humana, a la que no veía armas, pero que podía tenerlas ocultas y darle un buen susto, y dispuesto a vengarse, retiróse, esperando mejor ocasión, regresando con la fuerza a Villafranca.

Ante el mal cariz que tomaban las cosas, muchos partieron hacia Ponferrada y otros pue-blos. Las noticias recibidas empeoraban la situación por su confusionismo, habiendo de cierto, en medio de aquel maremágnum, las llamadas de ambas sindicales y la suspensión de los trenes, que no circulaban desde el día 19, patentizando la gravedad de la situación que se vivía en España.

Al atardecer, Vila, sus sobrinos y los de don Belarmino y varios más se apoderaron de To-ral sin hallar la menor resistencia, ya que los nuestros se habían marchado a otros sitios para contener la marcha del fascismo. Acto seguido instalaron el cuartel de Falange en Teléfonos, montando guardia por el pueblo, para lo cual echaron mano a todos los que se habían rezagado, obligándolos a patrullar por las calles, escopeta al hombro.

Desde ese momento, Toral estaba virtualmente en su poder. 

José Cabañas (www.jiminiegos36.com) es autor de ‘Cuando de rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León. Con una primera parte en 2022 y la segunda en 2023 (Ed. Lobo Sapiens)