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La rotura en 1959 de la presa de la Vega de Tera, que acabó con la vida de 144 vecinos, se debió a fallos en la construcción. La empresa Moncabril tuvo que pagar casi 20 millones de pesetas en indemnizaciones, pero los responsables fueron absueltos tras recurrir la sentencia. El régimen mandó alzar un nuevo pueblo: Ribadelago de Franco
Felipe el Ciego, con el bebé en brazos, y parte de su familia, que lograron sobrevivir.
Quienes visiten el atrayente Parque Natural del Lago de Sanabria y Alrededores y mantengan una mínima relación con sus lugareños, siempre encontrarán en sus charlas una referencia a la tragedia humana vivida en la localidad de Ribadelago una fría noche de enero de 1959. La rotura de la presa de la Vega del Tera, mientras el pueblo dormía, acabó con la vida de 144 vecinos, de los que solo se recuperaron 28 cadáveres. Los restantes quedaron sumergidos en las profundidades del lago glaciar, pues como expusieron públicamente las autoridades del viejo régimen, tan sagrada es la tierra como el agua para enterrar a los muertos. Eso sí, después de que los equipos de submarinistas se retirasen, esas mismas autoridades decretaron prohibir la pesca en el lago.
La rotura de la presa, colmada por las abundantes lluvias invernales, se debió a fallos en la construcción y a la mala calidad de los materiales empleados. Los propios vecinos del pueblo eran conscientes de la chapuza, pues se percibían filtraciones de agua de hasta 10 centímetros. Todo ello trajo consigo el estruendo que se dejó oír aquella gélida noche en que el termómetro marcaba 18 grados bajo cero. Más de ocho millones de metros cúbicos de agua se deslizaron como una ruidosa tronada por un desnivel de casi 400 metros, arrasando sobre todo la parte izquierda del pueblo -situado a ocho kilómetros- bajo una ola de nueve metros de altura, cargada de barro, hielo y rocas. Quienes conozcan la zona y hayan observado la placidez de las noches de estío y la sonoridad que tienen en el valle las esquilas del ganado, se podrán imaginar el estruendo de aquel montaraz tsunami, así como lo repentino e intenso del pánico que asaltaría el sueño del vecindario para convertirlo en la más inusitada y atroz de las pesadillas.
Y después, la emigración y la pesadilla pegada a la memoria
Ángel, que tenía once años entonces, me cuenta in situ que perdió trece familiares esa noche y que él se salvó porque no durmió con el resto de sus primos en la casa de la abuela. "En aquellos años no se gastaban psicólogos, así que los que éramos chavales hemos tenido que vivir para siempre con el recuerdo muy vivo de aquella desgracia, bien pegado a la memoria. Mi mujer todavía tiene pesadillas por las noches y debo despertarla. Nunca olvidaré el aspecto del pueblo a la mañana siguiente, con los cadáveres flotando en el agua o tirados por cualquier parte. Hubo vecinos que se salvaron por subir a la espadaña de la iglesia. Murieron más mujeres y niños que hombres porque muchos hombres trabajaban de aquella en Galicia"
Los nombres femeninos, en efecto, son mayoría en la lista inscrita en el modesto monumento que recuerda el hecho, situado frente al mismo cañón del río Tera por donde les llegó la muerte.La empresa Moncabril fue condenada a pagar casi 20 millones de pesetas para indemnizar a las víctimas, pero muchas de esas indemnizaciones no se hicieron efectivas por la desaparición en el lago de la mayor parte de los fallecidos. Las que se entregaron se establecieron según un baremo que valoraba a los hombres en 95.000 pesetas, a las mujeres en 80.000 y a los niños en 25.000. Al director, dos ingenieros y un perito de la citada empresa se les condenó a un año de cárcel, pero tras recurrir fueron absueltos.
El viejo régimen hizo construir un nuevo pueblo, cercano al arrasado, al que puso por nombre Ribadelago de Franco, en agradecimiento al dictador, y que se supone debe llamarse ya oficialmente Ribadelago Nuevo, tal como figura en el rótulo de la carretera.
Su trazado urbano y tipo de construcción prefabricada responden con sus casas blancas y sus patios encalados al de cualquier pueblecito andaluz. Levantado en una zona donde no da el sol en invierno, y teniendo en cuenta las bajas temperaturas de la montaña, es lógico que una parte de la población haya retornado al viejo emplazamiento.
Por un Museo de la Memoria en Ribadelago
Acuciados por la desolación y la atroz vivencia sobrevenidas, buena parte del vecindario de Ribadelago se vio obligado a emigrar a otros puntos del país, como la familia de Ángel que lo hizo al País Vasco. "Si esto de Ribadelago hubiese ocurrido en otro lugar de España -nada le digo si hubiera sido en Euskadi o Cataluña-, se recordaría mucho más, pero Zamora sigue siendo la provincia del olvido, antes y ahora, antes porque callábamos por fuerza y ahora porque los políticos no cumplen lo que prometen y la gente no se lo exige".
Se había pensado en un Museo de la Memoria de Ribadelago, coincidiendo con los cincuenta años de la catástrofe. Para ello, la Asociación Hijos de Ribadelago dispone de un buen material documental que ya ha sido expuesto en varias ciudades del país. Tal museo, que debería haber sido inaugurado el año pasado, sería un homenaje a las víctimas y podría atraer a muchos visitantes de la zona, sigue pendiente. El alcalde pedáneo del pueblo, Alfredo Puente, recuerda que hasta vino el anterior delegado del Gobierno en Castilla y León hace un par de años para revisar el lugar donde se iba a montar, dado que el viejo albergue de la localidad fue cedido por la Diputación de Zamora al Gobierno anterior y este lo cedió a su vez al municipio con ese fin.
Mientras eso no ocurra, solo un pequeño y artesanal panel, en el centro de Interpretación del Monasterio de San Martín de Castañeda, informa al visitante del Parque Natural del Lago de Sanabria de lo que ocurrió aquella fría noche de enero de 1959 en la vecina localidad sanabresa. En ese centro están las fotografías que tanto conmovieron a la opinión pública en su día, entre ellas la de la familia de Felipe el Ciego (Felipe San Román), que gracias a la ayuda de su mujer pudo salir con su bebé de catorce meses por un agujero abierto en la techumbre de pizarra, algo que la madre no pudo lograr. Es muy probable que esa fotografía haya inspirado el cartel del film de Mario Camus Los santos inocentes (1984). Más todavía que los desheredados personajes de la novela de Miguel Delibes, las víctimas de Ribadelago tienen bien merecido ese título. Rescatar su memoria sería como aliviar en parte el peso del olvido en que quedaron sumergidos, bajo las profundas aguas del lago, más de un centenar de cadáveres.