divendres, 27 d’agost del 2021

Empiezan en el cementerio de Oliva las obras del memorial a las víctimas del franquismo. Se calcula que en Oliva Franco asesinó a 71 personas en la posguerra.

https://saforguia.com/art/62844/empiezan-en-el-cementerio-de-oliva-las-obras-del-memorial-a-las-victimas-del-franquismo 


Martes, 24 de Agosto de 2021


El monumento era una reivindicación histórica de los familiares de los represaliados. Se calcula que en Oliva Franco asesinó a 71 personas en la posguerra.


 

El concejal delegado de Memoria Democrática de Oliva, Josep Escrivà, visitó ayer en el cementerio las obras para la construcción del memorial a las víctimas del franquismo, que empezaron recientemente. El edil estuvo acompañado por Vicent Mayans, arquitecto técnico municipal, y Pep Colomar, arquitecto y autor del proyecto.
 

Los trabajos comenzaron con la excavación de una fosa donde se construirá el monumento, con los nombres de las víctimas. «En esta excavación se alojarán las piedras que figurarán los restos óseos que salen a la luz. Y en unas placas metálicas de acero autopatinable, figurarán los nombres, formando una escalera sobre el monumento, que buscan una ventana abierta a la luz ». «El diseño del memorial es sencillo, y con un alto valor simbólico», explicó Josep Escrivà.
 

El proyecto del monumento se ha elaborado de forma desinteresada por parte del arquitecto autor, que lo cedió a la Associació de Familiars de Represaliats/des del Franquisme a Oliva (ARFO y esta lo puso a disposición del ayuntamiento.  Una vez saneado el fondo de la fosa, se procederá al forjado de la base. 

 

«El Memorial a las víctimas del franquismo es una demanda histórica de los familiares de los represaliados. Desde el inicio de la democracia, hace ya más de cuarenta años, que los familiares de las personas represaliadas por el franquismo han estado solicitando su construcción a las diversas corporaciones, independientemente del color político», dijo Josep Escrivà. «Oliva da un gran paso hacia el reconocimiento de las víctimas de la represión dictatorial, y nuestro municipio también hace un gran paso hacia la calidad democrática y la tolerancia», añadió.  

 

Se calcula que en Oliva fueron asesinadas 71 personas en la posguerra, entre las que figuran dos mujeres que eran amas de casa y fueron fusiladas, una con 25 años y la otra con 65 años; 15 hombres con filiación política conocida, vinculada a los movimientos sindicales o políticos de izquierda, y 54 hombres sin filiación manifiesta.

Cinco muertos, la trágica pesca de Franco en La Concha un día como hoy de 1957.

 https://www.naiz.eus/eu/info/noticia/20210819/cinco-muertos-la-tragica-pesca-de-franco-en-la-concha-un-dia-como-hoy-de-1957


La propaganda franquista ensalzó el Azor, yate de Franco, como escenario de grandes capturas pesqueras. Pero no recoge que también segó la vida de cinco donostiarras en la Concha. Los hijos de uno de ellos ayudaron a GARA a reconstruir este enorme drama, en artículo de Gari Mujika que recupera NAIZ.




Franco, en las regatas de La Concha. (Kutxa Fototeka)


El 13 de setiembre de 2008, cuando se cumplían 72 años desde que las tropas franquistas se adentraron por las calles de Donostia tras dejar un reguero de sangre por las cunetas de Nafarroa, los jardines de Alderdi Eder acogieron el primer gran acto público en homenaje a las víctimas del franquismo en la capital guipuzcoana. Entre una extensa e inacabada lista de fusilados, por boca del historiador Iñaki Egaña saltaban cinco nombres que, al igual que los cerca de 380 fusilados identificados hasta la fecha, permanecían ocultos a la memoria histórica de la ciudad y de Euskal Herria.

José de Miguel, guardia municipal de 39 años; Benito Amiano, de 38 años; María Andrea Dolores, de 26; Manuela Rozado, de 20; y el niño José Ramón Rubial, de 9 años. Cinco nombres y cinco vidas que el infortunio quiso que se acabaran en la Bahía de la Concha. Pocos serán, seguramente casi nadie, los que en la capital en la que veraneaba el dictador Franco -emulando la tradición instaurada por los Borbones desde finales del siglo XIX- recuerden lo que sucedió aquel 19 de agosto de 1957. Y menos todavía los que conozcan qué ocurrió realmente en aquel aciago anochecer.

Mientras centenares de donostiarras rebeldes permanecían encarcelados en la prisión de Ondarreta, como era costumbre cada vez que el general fascista visitaba la ciudad, Franco copaba titulares en los medios bajo su control. Pocos días antes del suceso, el 7 de agosto, los diarios del Movimiento mostraban a un orgulloso Franco junto a un atún que, según especulaban, pesaba más de mil kilos. En la instantánea, «el Caudillo» muestra al ejemplar colgado de un mástil de su yate Azor, en medio de la bahía donostiarra.

«Los peces se habían dado un festín...»

No habían transcurrido ni dos semanas cuando, el 19 de agosto, el Azor fue protagonista de otra cacería muy diferente, cobrándose vidas humanas. Una de las motoras que todavía realizan el trayecto entre el puerto donostiarra y la isla Santa Clara fue embestida y hundida en cuestión de minutos por la nave del dictador. Cinco personas fallecieron ahogadas y, casi al mismo tiempo, iban a quedar sepultados sus nombres, su memoria y la verdad de lo ocurrido.

No hay más que ver los rotativos de la época para comprender que todos dieron cuenta del «accidente» con un mismo texto, con análogo título y un espacio reducido en páginas interiores, pese a la gravedad objetiva del caso. «Accidente marítimo en la bahía de la Concha», informaban «La Voz de España» y «El Diario Vasco». Ambos insistían en que Franco no se encontraba a bordo del yate en el momento de la embestida e incidían en que «inmediatamente, el comandante y toda la tripulación del yate, con gran decisión, se lanzaron al agua y en menos de diez minutos consiguieron poner a salvo a los numerosos pasajeros de la lancha». Todo un acto «heróico» que, gracias a la eficacia de la maquinaria del régimen, quedó inscrito en todas las crónicas tal y como querían los franquistas.

La prensa añadía que incluso los ministros españoles de la Marina y del Ejército acudieron al fulminante sepelio que se ofició en el Buen Pastor. Lógicamente, a cualquiera le «chirría» la versión oficial. Más todavía después de conocer el relato que un nieto de Benito Amiano transmitió al historiador donostiarra Iñaki Egaña. Con objeto de aclarar y añadir nuevos datos al desconocido suceso, le reveló una versión extremadamente más dura, pero acorde a los procedimientos totalitarios de la dictadura.

El testimonio señala que, tras el suceso, por miedo «al revuelo que se podía montar» en la ciudad, los cuerpos sin vida de los ahogados «permanecieron en el mar tres o cuatro días. Mis tíos fueron a reconocer el cuerpo de mi abuelo, y te puedes imaginar cómo estaba: los peces, cangrejos..., después de tantos días en el mar, se habían dado un festín con su cara y extremidades; ella aún se acongoja cada vez que lo recuerda».

A raíz de ese dato, GARA pudo contactar con los familiares de Amiano en Logroño, lugar en el que residían, aunque Benito Amiano era donostiarra. Julia Amiano Munilla y sus hermanos Blanca y Benito, que aquel fatídico día tenían respectivamente 14, 10 y 2 años, han recibido a este diario en su casa y han ofrecido su testimonio. El paso de tantos años no ha difuminado los detalles de lo ocurrido ni su interés en que se conozca la verdad.

Para Julia, todo comenzó con la llamada de urgencia de un vecino durante la noche del 19 al 20 de agosto. La información era escasa; solo tenían constancia de que su padre había muerto en un accidente. «Pensamos que, como era chapista, el accidente habría ocurrido en el taller, trabajando con algún coche», apunta. Con tan sólo catorce años, partió rápidamente acompañando a su madre. Recuerda que hacia las 6.00 del lunes 20 el tren ya les había llevado hasta Donostia. Acudieron directamente al domicilio familiar, y allí fue donde su abuela les informó de cómo se había producido todo.

«Franco iba en el yate»

«Nos dijeron que había sido Franco, que venía de pescar de Getaria y que no vieron la barca [el Azor la partió en dos]. En la barca irían más de 30 personas, sobre todo familias con niños pequeños que volvían de pasar el día en la isla, en el último barco», prosigue Julia Amiano, con una mezcla de resignación y enfado. Según les dijeron, «Franco iba en el yate; lo primero que hicieron fue llevarle a Ayete y después volver a por los accidentados».

«En ese momento dijeron que podía ser un sabotaje, algo que no era muy lógico viendo que la barca estaba repleta de niños y familias. Sin pararse a pensar en la gente ni recoger a los heridos, llevaron a Franco a Ayete para ponerlo a salvo, y luego volvieron. Pero ya habían muerto ahogados cinco personas, entre ellos mi padre. Quizás, si por lo menos los hubieran rescatado inmediatamente, no habrían muerto tantas personas», lamenta.

El accidente no se pudo ocultar, lógicamente, por el lugar en el que se produjo y la cantidad de testigos que sobrevivieron, pero un mutismo derivado del miedo a posibles represalias se apoderó de la ciudad.

Los siguientes días fueron aún peores para la familia Amiano-Munilla. Desde el domingo 20 de agosto, tanto Julia como su madre se acercaban todas las noches al puerto en busca de noticias sobre su padre. Allí seguía la motora, partida en dos. Nada más. Pero en el acceso a la Bahía de la Concha, junto a la isla, desde el día del accidente aparecieron mucha boyas que acotaban una zona, con acceso vetado, en el que se podían ver a «hombres-rana», es decir, buzos.

A los dos días del accidente, el martes, se oficiaron los funerales por los cinco ahogados. «Pusieron cinco cajas fúnebres pero, claro, allí sólo se podía hacer el funeral de tres, porque el cuerpo de mi padre y el del guardia municipal, que era el guarda de la isla, aún no habían aparecido», explica Julia. Subraya que Franco no acudió al acto, aunque sí todo un elenco de autoridades que les dieron el pésame. Nada más.

Mientras, como en días anteriores, una noche sí y a la siguiente también, al puerto no llegaba ninguna noticia pero, gracias a algunos pescadores conocidos, los Amiano fueron informados de que los cuerpos sin vida de su padre y del guardia municipal estaban amarrados en el fondo del mar, en el lugar acotado por las boyas y los buzos.

«El sábado por la noche ya no vimos las boyas, y enseguida pensamos que ya los habrían sacado. Y así fue. Llamaron a casa de mi abuela para que fueran a reconocer el cadáver. Fueron mis tíos, sus hermanos, y volvieron enfermos de la impresión que les había causado, porque sólo pudieron identifi- carlo por los restos de la ropa. Los peces, durante tantos días, se habían comido todo: la cara, las extremidades...».

Tampoco les informaron del entierro de los dos cuerpos sin vida. Pero a primera hora de la mañana, previendo lo que luego ocurrió, se presentaron en el cementerio de Polloe. «Preguntamos al enterrador -su hermano Benito apunta que, casualidad, también eran familia por parte paterna- y él nos dijo que ya habían sido metidos en la fosa. En una fosa sin nombre ni nada. Nos la enseñó. Estaba abierta. Mira, tenía 14 años, pero nunca se me olvidará aquello. No se podía parar del mal olor que había, por la descomposición de los cuerpos por tantos días que pasaron sumergidos en la mar».

Los familiares de José de Miguel Martínez, originario de Los Arcos, se hicieron cargo del cadáver y lo trasladaron a la localidad navarra. La familia Amiano-Munilla, sin embargo, no pudo costear los gastos y colocaron una lápida con una pequeña leyenda. A posteriori recibieron 5.000 pesetas de la época en concepto de «donativo del Caudillo». Una minucia teniendo en cuenta que la viuda de Amiano tenía tres bocas que alimentar. Y hasta hoy. El silencio se impuso en aquel periodo que Jaime Mayor Oreja ha definido como «de extraordinaria placidez».

El archivo judicial da la oportunidad de conocer, por ejemplo, que Manuela Rozado era, como el dictador, gallega, de Pontevedra. Pero nada más. Los encargados del archivo municipal de Donostia sólo ofrecen el acceso a las actas de los plenos del mes de setiembre, en los que no consta ni un solo dato. Sí figura, sin embargo, la subida del salario a los guardias municipales que acordó el equipo de gobierno y la concesión de la Medalla de Plata de la ciudad a Ur-Kirolak.

Hallados cinco cuerpos de víctimas de la represión franquista en una fosa en Cabra.

 https://www.andaluciacentro.com/cordoba/lucena/cabra/25451/cuerpos-hallados-fosa-comun-cinco-victimas



Lunes, 23 Agosto 2021 12:56 Redaccion  
    Aremehisa solicita colaboración ciudadana para localizar a familiares de personas cuyos cuerpos pudieran estar en esta fosa común
    Ascensión González Navas, familiar de una víctima de la represión, en el cementerio de Cabra.Ascensión González Navas, familiar de una víctima de la represión, en el cementerio de Cabra.
    Los trabajos de localización, identificación y exhumación en una fosa común del cementerio municipal de Cabra ya han deparado los primeros resultados positivos. En la mañana del pasado 19 de agosto, fueron hallados hasta cinco cuerpos de personas represaliadas por el bando franquista en la Guerra Civil.

    Era el segundo sondeo que se efectuaba en la zona oeste del espacio delimitado, dentro de una fosa común de tres metros de largo por 65 centímetros de ancho, con proyección de ampliación al sur y al oeste.

    Las víctimas han sido encontradas en posiciones superpuestas y, algunas de ellas, en decúbito prono, es decir, boca abajo. Los investigadores han comprobado y deducido episodios de extrema violencia, como fracturas conminuta, en las que se fracturaban los huesos en varios fragmentos.

    La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Aguilar de la Frontera, impulsora de este proyecto, ha informado de que los trabajos prosiguen y el número total de cuerpos que podría albergar esta fosa queda aún por determinar.

    Sí solicita Aremehisa colaboración ciudadana para localizar a familiares de personas cuyos restos óseos pudieran ubicarse en esta fosa, entre ellos, Rafael Cuevas Mesa, de 44 años, fusilado en la madrugada del 23 al 24 de agosto de 1936, en el entorno de la carretera de Rute; y Juan Pérez Fuentes, de 34 años, cuando fue asesinado.

    Los desenterradores de la memoria en la fosa de Pico Reja

     https://elpais.com/espana/2021-08-26/los-desenterradores-de-la-memoria-en-la-fosa-de-pico-reja.html


    Concha González limpia unos restos bajo una de las carpas de la fosa de Pico Reja, en el cementerio de San Fernando, en Sevilla.ALEJANDRO RUESGA

    El investigador Juan Manuel Guijo tiene muy clara la filosofía que rige los trabajos de exhumación en la fosa sevillana de Pico Reja: “Cada uno de nosotros tiene asimilado que existe una obligación moral hacia los familiares, que vienen aquí llorando y desesperados porque nadie les ha hecho caso nunca; eso para nosotros es el centro de todo. No podemos engañarlos; no podemos decirles que vamos a recuperar seguro a su abuelo o a su hija. Tenemos que asegurarles que todo el procedimiento pasa por una criba científica”.

    La fosa de Pico Reja se encuentra en el cementerio sevillano de San Fernando, donde el equipo de Guijo lleva trabajando 17 meses. El grupo, de 10 miembros, suma el rigor y la profesionalidad y la empatía con las víctimas mientras rescatan la memoria de los huesos. Una verdad amenazada por la erosión de 80 años de sepultura.

    Son las ocho de una reciente mañana de agosto y el equipo de arqueólogos, antropólogos y documentalistas lleva ya una hora limpiando huesos en silencio. Estudian los cadáveres que yacen entre la arcilla rojiza y los ya dispuestos sobre unas mesas protegidas por toldos. En los 672 metros cuadrados del triángulo de Pico Reja se alzan las carpas bajo las que trabajan. Pasan casi tan desapercibidas como lo estuvo durante ocho décadas esta sima en la que se arrojaron centenares de cadáveres de represaliados durante el verano de 1936 y la posguerra franquista.

    La excavación se inició el 20 de enero de 2020, y los hallazgos y conclusiones del equipo de Guijo sobre la represión cometida por los sublevados en Sevilla supera las expectativas. “La verdad de los verdugos no se reproduce en los archivos. Es la tierra la que habla”, afirma Guijo. Los estudios previos cifraban en 1.103 las personas enterradas, de las que 900 serían víctimas. El sondeo de dos tercios del terreno arroja una realidad todavía más dantesca: se han exhumado restos de 3.116 personas, de los que 545 corresponden a represaliados, según el último informe, de julio de 2021 “Extrapolando lo hallado hasta ahora podríamos tener más un millar de víctimas”, apunta Guijo.

    La antropóloga Esther Moragas vacía un cubo de arena que rodeaba un grupo de huesos. “Esto tiene una dificultad añadida. Cuando se empezó, la idea es que todos los individuos iban a ser víctimas, pero ahora tenemos que discernir quién es y quién no lo es”, explica. Guijo comenta que en la fosa “se han mezclado represaliados con desechos funerarios del vaciado de nichos, personas fallecidas en los hospitales o enterramientos alterados in situ”.

    Esta amalgama evidencia una “estrategia de ocultación, porque estaba funcionando desde los años veinte como fosa de caridad y en el verano del 36 encuentran un espacio idóneo para deshacerse de los restos”, precisa el arqueólogo Juan Carlos Pecero.

    Del más de medio millar de víctimas que se han recuperado hasta ahora la mitad corresponden a los primeros meses de la Guerra Civil y la otra mitad a la década de los cuarenta, lo que demuestra que, contrariamente a lo que se creía, en Pico Reja también se sepultaron cadáveres del franquismo.

    Uno de los miembros de equipo de Pico Reja durante los trabajos para realizar el inventario de los restos de una de las víctimas represaliadas.
    Uno de los miembros de equipo de Pico Reja durante los trabajos para realizar el inventario de los restos de una de las víctimas represaliadas.ALEJANDRO RUESGA

    Cada mes se exhuman entre 60 y 100 cuerpos. Solo se analizan los que presentan signos de violencia —orificios de bala, manos atadas a la espalda, restos de ligaduras— o sospechas de la misma. La más clara, que hayan sido enterrados boca abajo. Como los restos que yacen junto a Concha González, auxiliar del equipo, donde asoma parte del talón de un zapato. “Hace unos días, encontramos un grupo de unas 20 personas tiradas boca abajo, con las manos atadas y tiros dados, y otro grupo de cinco con señales de fracturas de los brazos en torno al período de la muerte”, indica González.

    La descripción de la escena estremece. “No podemos estar conectados emocionalmente todo el tiempo, aunque hay momentos en los que tienes que pillarte un tiempo y respirar”, destaca Moragas. A su lado, González remacha: “Nos mueve buscar pruebas de la verdad”.

    Es habitual que el equipo de Pico Reja reciba las visitas de familiares. Sus relatos, enfatiza Pecero, “ponen voz, cara e identidad a los huesos”. “Aunque no sepas dar un nombre o apellido a ese sujeto, si viene un familiar y te cuenta su historia, completas la imagen de qué tipo de personas están aquí”, prosigue. “Su información es muy útil, pero por encima de todo nos aportan motivación, entiendes que estás dando consuelo a unas familias”.

    Esos testimonios orales resultan esenciales. Los relatos perduran y pueden compensar el deterioro que el tiempo ha ejercido sobre los restos. Por eso Moragas reivindica que la Administración también se implique en conservar esas crónicas: “Es una batalla contra el tiempo. Se están perdiendo evidencias, pruebas criminales, tanto por la descomposición de la tierra, las raíces… Los huesos se degradan y yo no puedo precisar si un individuo es hombre o mujer, su edad, y eso es frustrante”.

    Trozo de cerebro saponificado que conserva aprehendido el calibre de la bala.
    Trozo de cerebro saponificado que conserva aprehendido el calibre de la bala.ALEJANDRO RUESGA

    El equipo de Pico Reja actúa como notario de los restos, de todo lo que les rodea, de lo que esconden y no se ve. Consignan tanto las circunstancias en las que han sido hallados y que pueden arrojar pruebas de cómo murió esa persona (dónde ha aparecido, con quién, la probable posición de su verdugo...), como los rasgos morfológicos o patologías que sufrió, así como los objetos localizados junto a ellos. “Esa documentación puede ayudar en la identificación de la víctima. Cojeras, prótesis dentales… que podemos cotejar con informaciones que tengamos de los familiares”, indica Pecero.

    Los expertos de Pico Reja se afanan por desenterrar los restos de memoria que se esconden en los huesos de los más de 500 represaliados arrojados en esa sima, para cruzarlos con los recuerdos de los familiares, para quienes esta fosa, además de una infamia, es un pozo de esperanza tras muchos años de dolor silenciado. Ese es el silencio al que el trabajo de este grupo busca dar voz.

    Esta no es una fosa al uso. Puede, como dice Antonio Domínguez —encargado de ensamblar los cráneos con impactos de bala; lleva más de 200—, no ser tan íntima como las de pueblos más pequeños, pero esa magnitud es la que determina su repercusión. “Esto necesita difusión; así menos pábulo se dará a otras interpretaciones intencionadas y falsas”, concluye Domínguez.

    dijous, 26 d’agost del 2021

    La escurridiza restauración de la memoria en los campos y cárceles franquistas que hoy son hoteles

     https://www.eldiario.es/sociedad/escurridiza-restauracion-memoria-campos-carceles-franquistas-hoy-son-hoteles_1_8054061.html


    El edificio donde hoy se ubica el Parador de Lerma fue un campo de concentración franquista entre 1937 y 1939

    El libro de Carlos Hernández, Los campos de concentración de Franco, comienza hablando de dos huéspedes del Parador de León. Uno de ellos, Pere Grañén, se alojó allí en 1975. El otro, Wilfried Stuckmann, lo hizo en 2014. Ambas historias son ya bien conocidas. La segunda la hemos contado ampliamente en este diario. Sobre la primera, recordaremos que Pere aparcó su Seat en la puerta en el Hostal de San Marcos, entró y solicitó una habitación. Por azar, le recibió el mismísimo director del hotel, que le preguntó si se había alojado allí anteriormente. Pere contestó que sí, que hacía más de treinta años, a lo que el director le respondió que aquello era imposible, pues solo llevaba diez años abierto. El cliente le replicó que cuando él estuvo allí "no pagó la cuenta". Grañén había sido una de las 20.000 personas que sufrieron "carencias, torturas y humillaciones", como escribe Hernández, durante la etapa en la que el edificio fue campo de concentración del franquismo, entre 1936 y 1939. Pere subió a su habitación, se puso cómodo y pidió al servicio de habitaciones un plato de fiambre y una botella de champán.

    El director del ya entonces hotel nacional desconocía —y tampoco quería saber, como dice el autor del libro— lo que había sucedido en aquel antiguo monasterio, célebre por haber tenido encarcelado en él a Quevedo, cuarenta años antes. Otros cuarenta años después, cuando Stuckmann pasó allí dos noches durante sus vacaciones españolas, nada había cambiado demasiado y no fue sino por casualidad que se enteró que aquel había sido uno de los peores campos de concentración del franquismo. Le disgustaba que fuera un hotel y no un lugar de memoria, pero más le molestaba la falta de información y de recuerdo. Stuckmann es alemán, sabe de lo que habla en lo que respecta a reparar heridas de la violencia del pasado. "Estos dos episodios reflejan lo poco que han cambiado las cosas desde la muerte del dictador", escribe Carlos Hernández.

    El trabajo de este periodista es esencial no solo para la documentación de los 300 campos que generó tanto el bando sublevado como la represión franquista durante la Guerra Civil y los primeros años posteriores, sino también para la asunción colectiva de que efectivamente hubo campos de concentración en España. Estos lugares fueron la "primera pata" de un sistema represivo "que convirtió España en una inmensa cárcel llena de fosas", dice Hernández. Muchos de los recintos que se usaron eran iglesias, conventos, colegios, dotaciones militares o prisiones. Algunos ya no existen, otros se desconoce su ubicación exacta, muchos otros se destinan hoy a otros usos. La petición de Wilfried Stuckmann o de asociaciones como la de la Recuperación de la Memoria Histórica es que aquellos lugares que están abiertos al público, lo estén también a la memoria, que cuando un viajero se aloja en un hotel conozca qué significó ese lugar para las víctimas del franquismo y sus familiares, qué padecieron allí y a causa de quién. 

    A partir del completo trabajo de Carlos Hernández, además del Parador de León, aparecen otros hoteles que no tienen una memorialización como está teniendo lugar en León. Según Paradores, la empresa estatal que lo gestiona, cuando se estrene la nueva web con la que quieren sustituir la actual (no hay fecha) se incluirá la información que hoy no se puede encontrar online sobre el Parador de León como campo de concentración. En torno al año 2007, la web de Paradores tenía una sección llamada Museo Paradores con información histórica de cada uno de ellos, incluyendo el papel de San Marcos durante la Guerra Civil. Hace años que esta sección no está disponible.

    Otros dos Paradores: Lerma y Sigüenza

    El Palacio Ducal de Lerma, en Burgos, tuvo capacidad para 500 hombres pero llegó a doblar esa cifra. Principalmente, eran los prisioneros considerados "inútiles". Estuvo en funcionamiento desde julio de 1937 a noviembre de 1939.

    Actualmente no tiene ninguna placa que recuerde a las víctimas del franquismo pero Paradores afirma que cuando relancen el proyecto Parador Museo, harán una investigación y una actualización de la información que ya tenían para contar, in situ, "todas las páginas de la historia del monumento". Para eso, habrá que esperar.

    Lo mismo sucede con el Parador de Sigüenza, donde se usó en parte las ruinas del castillo medieval del siglo XII en el que se ubica el hotel como campo de concentración. Juan José Lasa pasó temporadas en prisiones, campos de concentración y batallones de trabajadores. Antes de mandarle a construir el Aeropuerto de Lavacolla, pasó un tiempo en el castillo de Sigüenza, donde también le hicieron trabajar. Su viuda Karmele Laboa, recuerda en Gudaris y rehenes de Franco, que allí "el trato fue muy malo".

    Dos casos gallegos de respeto al pasado

    En el Monasterio de Santa María, en Oia (Pontevedra) se instaló un campo que llegó a congregar a 3.000 prisioneros de manera intermitente: primero durante los últimos meses de 1937 y después entre febrero de 1939 y, al menos, mayo de ese año. un lugar monumental, frente al mar y con dos patios, uno de naranjos y otro de limones. En su reciente novela histórica Romanza de los naranjos en flor, Juan Galán escribe: "El hermoso patio de los naranjos era el centro de la vida carcelaria: el lugar de las arengas, de las pesadas misas dominicales, del encuentro y las charlas con los compañeros, pero también de los frecuentes castigos de aquellos presos que inclumplían las órdenes".

    El edificio lleva años en ruinas pero, entre las piedras, todavía se encontraban los dibujos que los presos habían hecho en sus muros. "Lo ideal es que un edificio histórico de esta categoría fuera un centro público de interpretación y lugar de memoria", explica Carmen García Rodeja, de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), pero desde la desamortización, el edificio está en manos privadas. No obstante, su actual propietario tiene proyectado un ambicioso proyecto urbanístico en el que la empresa está trabajando junto a las administraciones, ya que el lugar es Bien de Interés Cultural. El proyecto consta de 72 plazas de hotel y unas edificaciones en el perímetro del recinto del monasterio, colindantes con otras viviendas que ya existen. Mientras se desbloquea ese proyecto, la intervención en el Mosteiro de Oia ya ha comenzado con una programación cultural que dinamiza el espacio y la memorialización del lugar. Para ello, se extrajeron de las paredes los dibujos y se resguardaron en vitrinas. Son más de cien fragmentos que rotan para ser exhibidos en una exposición permanente y que pueden verse dentro de la visita al monasterio, que tiene un precio de 6 euros.

    "Queríamos estar a la altura de la historia", explica el director de Mosteiro de Oia, Xoán Martínez, sobre el trabajo de preservación de los dibujos. "Es nuestra obligación proteger y difundir el legado que recibimos, y esta etapa y sus testimonios por su importancia en muchos sentidos debe ser cuidada y mostrada", añade.

    A 16 kilómetros de allí, en la península desde la que se ve Portugal al otro lado del Miño, se encuentra Camposancos, otro lugar que fue prisión y campo de concentración en un convento y colegio de jesuitas. Aunque su capacidad oficial era de 868 hombres, superó con creces los 2.000 internos. Se utilizó como cárcel a partir de julio de 1936 y como campo de concentración entre octubre de 1937 y noviembre de 1939, para luego volver a ser una prisión. El edificio está abandonado y ruinoso. Según señala la ARMH no hay ni una placa que recuerde lo que sucedió allí, aunque en la plaza del pueblo sí instalaron una en recuerdo de los republicanos.

    En la provincia gallega de Ourense se encuentra en Leiro el Monasterio de San Clodio, un campo provisional de prisioneros que funcionó, al menos, desde abril de 1939. De estilo barroco, en realidad comenzó a construirse en la segunda mitad del siglo XII y se convirtió en un importante conjunto monacal. Hoy es un lujoso hotel de 25 habitaciones de la cadena Eurostars que solo abre en fin de semana. En su folleto informativo, se habla del monasterio como "El Escorial gallego". También dice la información que se proporciona en el hotel que los dos momentos más importante de su historia sucedieron en 1835 (cuando se fueron los monjes con la desamortización) y en 1925 (cuando regresaron), durante ese siglo entre medias se destinó a acuartelamiento. No hay ninguna mención al uso durante la Guerra Civil. 

    Cuando las documentalistas Coral Piñeiro, Laura Piñeiro, Clara Miñán y Maite Martínez quisieron rodar su documental Dores sobre los campos de concentración en Galicia, no obtuvieron permiso para grabar en el hotel de San Clodio, según dijeron, por "la reputación" que pudiera traerle al establecimiento. "No interesa que se sepa", explicó Piñeiro.

    La mano esclava del aeropuerto compostelano

    El aeropuerto de Lavacolla en Santiago de Compostela se construyó con trabajo esclavo. Dos mil prisioneros republicanos estaban encerrados en un terreno y unas viejas naves cercanas a la obra, de manera que el lugar funcionó primero como campo de concentración entre marzo y noviembre de 1939 y se reconvirtió posteriormente en alojamiento para los batallones de trabajadores. "Allí se cometieron las canalladas más grandes", escribe Rafael Torres en Los esclavos de Franco, "aquello lo mandaba un comandante de Ingenieros, el hombre más desalmado que he conocido".

    Uno de esos barracones es hoy el hotel y restaurante San Paio, en el final del Camino de Santiago, cuya dueña se jubiló hace poco y está temporalmente cerrado, a la espera de una próxima reapertura. A diferencia de otros lugares más lujosos, en el apartado de historia de la página web de este modesto hostal, prácticamente de lo único que se habla es de sus días como campo de concentración. Ahí se recuerda a Casimiro Jabonero, un teniente del Ejército Popular condenado a trabajos forzados en las obras del aeropuerto. Se recogen unas líneas de su diario, que fue publicado en facsímil en 2004. Casimiro recordaba cómo dormían amontonados unos sobre otros, la férrea disciplina y el golpe de fusta para quien no obedecía, el izado de la bandera cada día entonando el Cara al sol, los piojos y la sarna.

    Hotel Convento Santa Clara en Alcázar de San Juan

    Vicente López fue un hombre fuerte y valiente al que no consiguieron doblegar nunca. Eso es lo que le transmitió su hijo a la hija de este último, Lina López. Estaba afiliado al Partido Comunista y trabajaba en el campo, en Argamasilla de Alba (Ciudad Real). Lo detuvieron, le sentenciaron a muerte y finalmente le conmutaron la pena, por la que pasó por varias cárceles hasta acabar en la de Alcázar de San Juan. La represión en la comarca fue tan grande que hubo hasta cuatro recintos carcelarios y un campo de concentración en el Convento de la Santísima Trinidad. Vicente estuvo en el convento de Santa Clara, construido para las monjas clarisas en el siglo XVI. "Nos contaban cómo era de solidario y que ayudaba a otros compañeros y camaradas compartiendo lo poco que mi abuela conseguía hacerle llegar", recuerda Lina. La esposa de Vicente caminaba 30 kilómetros de ida y otros tanto de vuelta para llevarle comida, tabaco o lo que necesitara.

    Vicente vivió después una larga vida, hasta los 82 años, pero no pudo llegar a ver legalizado el Partido Comunista solo por un día, que es lo que él hubiera deseado. Su hijo Teo transmitió a la familia los recuerdos y la fortaleza del padre. Teo López falleció hace cinco años pero, un tiempo antes de morir, visió con la familia el Convento de Santa Clara. "Mi padre se emocionó mucho", recuerda Lina, "nos dió mucha rabia que no haya una placa o algo que diga todo lo que allí pasó". Lina escribió una carta al Ayuntamiento haciendo esta solicitud, ya que es de titularidad municipal, pero nunca le contestaron.

    El hotel está cerrado desde marzo de 2020 ya que se le fue retirada la adjudicación a la empresa que la tenía por deficiencias en la gestión. Está a punto de acometerse una reforma financiada por la Diputación de Ciudad Real. Cuando reabra, el hotel formará parte de la Red de Hostelerías de Castilla-La Mancha. En ese momento, Lina volverá a intentar que el Ayuntamiento coloque una placa recordando a todos los que, como su abuelo, intentaron ser doblegados por el franquismo.

    Fraude en Salamanca

    Esta es otra historia que financieramente tampoco ha ido bien. A finales de 2015, el monasterio de la Caridad de Ciudad Rodrigo (Salamanca) fue vendido para ser convertido en un hotel de lujo —35 habitaciones con spa— por la empresa Hotel Abadia N.100 SL, comenzaron las obras de reforma pero quedaron paralizadas. Según el juez que instruyó el caso de la trama iDental, el monumento se había comprado con "documentación ficticia".

    Este antiguo monasterio del siglo XVIII fue ocupado por el ejército de Napoleón durante la Guerra de Independencia para expulsar de la península a las tropas inglesas. Como ocurrió con Oia, el de Ciudad Rodrigo también pasó a manos privadas con la desamortización. Con la Guerra Civil, primero fue utilizado como centro de detención a partir de agosto de 1936 y como campo de concentración entre marzo y septiembre de 1939. Tenía una capacidad para 2.000 prisioneros. El estado en el que se encuentra es tan ruinoso que ha entrado a formar parte de la Lista Roja de Patrimonio de Hispania Nostra. 

    Spa de lujo en Cáceres

    "Refugio de soñadores que buscan nuevas experiencias" es de uno de los eslóganes que utiliza la cadena de hoteles de lujo Hospes para anunciar en su web el Palacio de Arenales & Spa, rodeado de olivos centenarios y 81 nidos de cigüeñas. En la escueta información histórica, la empresa indica que esta fue "la antigua residencia de verano de Los Golfines", el linaje de Sancho de Paredes Golfín, camarero de Isabel la Católica. De lo que no se informa en ella es que este cortijo del siglo XVII fue un campo de larga duración que formó parte de un complejo concentracionario que también tenía un importante destacamento de prisioneros en la plaza de toros, que sigue en uso. Su ocupación oficial no superó los 2.500 prisioneros pero el trabajo de investigación de Carlos Hernández indica que se superó considerablemente esa cifra. Funcionó, al menos, desde noviembre del 37 hasta, como poco, septiembre de 1939. 

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    19 de junio de 2021 - 22:13 h