Casa Mediterráneo organiza en Alicante unas jornadas para rescatar la memoria de lo ocurrido en los campos de internamiento y de concentración donde miles de españoles padecieron todo tipo de penalidades
“El general Franco tuvo la oportunidad de contar su historia, la de los vencedores, pero no hay vencedores sin vencidos”. Lo dice Eliane Ortega Bernabéu, nacida en Orán, hija y nieta de exiliados, que ha dedicado, y aún dedica, gran parte de su vida a investigar y divulgar “la historia de los vencidos, humillados, rechazados, esclavizados y asesinados”, la historia de quienes, en muchos casos desde Alicante, tierra de sus antepasados, se vieron obligados a abandonar sus casas, su familia, su vida, hacia un destino incierto que para muchos resultó cruel.
Cuando Eliane comenzó sus investigaciones, los historiadores franceses cifraban en una docena el número de campos de internamiento de republicanos españoles en Argelia, pero tras años de pesquisas ella tiene documentados alrededor de setenta. Durante la conferencia que la semana pasada ofreció en la Casa del Mediterráneo, dijo haber recibido información de uno más.
Exilio
En los primeros meses de 1939, unos 12.000 republicanos se trasladaron a Argelia y a Túnez
En los primeros meses de 1939, unos 12.000 republicanos se trasladaron a Argelia y a Túnez. Parten del puerto de Alicante grandes barcos de transporte, como el más famoso de ellos, porque fue el último en abandonar la ciudad, el carbonero Stanbrook, cuyo capitán, Archibald Dickson, es hoy tardía pero justamente homenajeado en el puerto alicantino.
Pero no fue Alicante el único puerto de salida. Zarparon embarcaciones desde Dénia, Gandía, Santa Pola, Torrevieja, Cartagena... y aviones desde Monóvar y San Javier, en los que salieron altos cargos comunistas, militares y mandos intermedios... "los demás se quedaron esperando en los puertos", explica Eliane Ortega, “fue una desbandada final... cierren los ojos e imaginen en el mes de marzo las bombas, los submarinos, los italianos, gente desaparecida, la angustia, el hambre”. Lo peor fue que donde iban a llegar “no iba a ser mejor”.
¿Por qué a Orán? Primero, por proximidad, está más cerca de Alicante por vía marítima que Barcelona. En segundo lugar, por su relación histórica con España, que la dominó en dos períodos (1509-1708 y 1732-1791). Se hablaba una mezcla de valenciano, francés y árabe -el pataouète-, existía libertad religiosa, y una abundante arquitectura española, en una ciudad que llegó a tener tres plazas de toros.
Explica Eliane Ortega que “las autoridades francesas tuvieron una actitud reticente, e incluso hostil”, cuando llegaron los exiliados. “Siguiendo las instrucciones del gobierno, no se mostraron favorables a recibir más refugiados”, impidiendo en ocasiones el desembarco. Además, en Orán “gobernaba un alcalde de tendencia fascista, partidario de Franco”.
“Las autoridades francesas tuvieron una actitud reticente, e incluso hostil”, cuando llegaron los exiliados, afirma Eliane Ortega
En relación a sus características y a la evolución que las autoridades francesas dieron a su tratamiento, los investigadores clasifican en tres tipos los campos donde fueron a parar los exiliados españoles. Juan Martínez Leal, en el documentado trabajo sobre el exilio republicano en el norte de África publicado por la Universidad de Alicante, habla de campos “de acogida y clasificación” desde la llegada hasta el comienzo de la IIª Guerra Mundial; campos de trabajo forzosos, a partir del régimen colaboracionista de Vichy; y campos de castigo y penitenciarios hasta la liberación en la primavera del 43, tras el desembarco aliado de noviembre de 1942.
Los primeros se crearon en principio como provisionales, pero algunos adquirieron una continuidad y una relevancia importante. El primero, desde mediados de marzo, fue la antigua prisión civil de Orán, que recibió a las mujeres y los niños (e inicialmente a aviadores). Más tarde, a principios de abril, las autoridades habilitaron alojamiento en un antiguo almacén de granos y, finalmente, colocaron en el propio muelle Ravín Blanc tiendas de campaña vigiladas por soldados senegaleses, donde se alojaron centenares de refugiados.
También en Orán se habilitó la fortaleza de Mers-el-Kébir donde se recluyó a oficiales y aviadores. Los que llegaron en el carguero Ronwyn, a mediados de marzo, tomaron puerto en Ténes y fueron alojados en Orleánsville (hoy Chlef), en la Caserne Bethezène, un antiguo cuartel de Caballería, en un régimen de semilibertad, como atestiguan las memorias de varios internados. Allí, a los pocos días, falleció el periodista alicantino Emilio Costa. Mujeres y niños fueron conducidos a Carnot a 85 km de Ténes, a un centro de reagrupamiento familiar.
El gobierno general de Argelia fue trasladando a los exiliados hacia el este del país, en los distritos de Orléansville y Médea, para separarlos del Oranesado. Era este un departamento muy hispanizado ya, lo que despertaba en la autoridad el temor de su influencia ideológica sobre la población hispana ya residente, según explica Martínez Leal.
De estos campos de acogida e internamiento se podía salir, siempre y cuando el interno pudiera certificar que algún familiar lo tomaba a su cargo, o bien que cualquier comerciante o empresario local lo avalara con un contrato de trabajo. Después estaban las organizaciones internacionales de socorro o filantrópicas, la intervención de personalidades francesas influyentes, o de las propias cúpulas de los grandes partidos para rescatar a sus dirigentes. Especialmente eficaces fueron las organizaciones comunistas, que consiguieron sacar de los campos a decenas de sus dirigentes seleccionados con destino a la URSS. Entre ellos figuraba el famoso Valentín González, “El Campesino”, que habiendo partido del puerto almeriense de Adra fue internado en el campo de Blida.
Trabajos forzados en el ferrocarril transahariano
En abril de 1939, un decreto del Gobierno Daladier estableció que los refugiados extranjeros comprendidos entre los 20 y 48 años "prestaran" trabajos equivalentes al tiempo que los ciudadanos franceses cumplían en el servicio militar, creándose así las llamadas Compagnies de Travailleurs Étrangers. Cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, el enrolamiento en estas compañías es forzoso, empleándose en trabajos dedicados a fortificaciones, infraestructuras, minas y canteras.
En las colonias de África del Norte se crearon 12 compañías agrupadas en el "Octavo Regimiento de Trabajadores Extranjeros", en septiembre de 1940, tras la firma del Armisticio.
"Los internos viven en condiciones de miseria brutal, de inanición difíciles de creer", recogen informes de la Inteligencia Militar Aliada
Estas compañías se formaron en Camp Morand concentrando a refugiados de Marruecos, Argelia y Túnez. De allí salían para desempeñar tareas agrícolas en canteras, minas, construcción de carreteras, fortificaciones y, sobre todo, hacia los campos de trabajo del desierto para construir el Ferrocarril Transahariano. Unos 2.500 españoles pasaron por estas compañías.
Los informes de los Servicios de la División de Inteligencia Militar Aliada contabilizan ocho compañías de trabajadores extranjeros. La 7ª estaba en Kenadsa y era compuesta por "Spanish veterans (Reds)". Respecto al campo disciplinario de Ain-el Ourak, en el informe se puede leer que "los internos viven en condiciones de miseria brutal, de inanición difíciles de creer". Eran en su inmensa mayoría trabajadores españoles y voluntarios de la Legión Extranjera, vigilados por 60 goumiers, marroquíes que servían en el ejército colonial francés. Termina el informe alertando de que este trato disciplinario ofensivo y humillante puede ser generalizado a muchos de los trabajadores que están construyendo el Transahariano.
Junto a trabajadores manuales, se integraron forzosamente en las compañías intelectuales, hombres de profesiones liberales, funcionarios, profesores... poco o nada acostumbrados a trabajos que exigían un enorme esfuerzo físico, en condiciones climáticas, de disciplina y de subsistencia terribles. Era una prestación forzosa de trabajo, a cambio de una mísera contraprestación económica (de 0,50 francos a 2 francos diarios, dependiendo de trabajos).
Los campos de trabajo forzosos que se crearon en torno al Transahariano eran simples campamentos de tiendas de campaña de lona (marabouts) en medio de las arenas del desierto, en parajes desoladores achicharrados por el sol, vigilados por tropas coloniales, en condiciones climáticas y de subsistencia imposibles. Las jornadas empezaban casi al amanecer con un descanso en las horas centrales del día, debido al calor abrasador, que podía llegar a los 50º, para después descender a cotas muy frías durante la noche.
Cualquier motivo banal, señala Martínez Leal, "daba lugar a maltratos y castigos brutales de los que están repletas las memorias. Desde vergajos, golpes de porra y culatazos, verdaderas palizas a veces, hasta los tristemente célebres el cuadrilátero y sobre todo el tombeau".
El 'tombeau' era una simple fosa a modo de tumba que el reo debía de cavar para permanecer en ella día y noche tumbado, a pan y agua
El cuadrilátero era un pequeño recinto rodeado de alambradas, permanentemente vigilado, donde se encerraba día y noche a los castigados sin ninguna protección frente al sol infernal o el frío inclemente de la noche, sólo con sus tristes harapos y una dieta de hambre. El tombeau se reducía una simple fosa a modo de tumba que el reo debía de cavar y permanecer día y noche tumbado a pan y agua. Se trataba de minar hasta el extremo la resistencia física y mental de los forzados o de dar salida a los más bajos instintos sádicos de algunos de los guardianes de las Compañías.
Los campos de la muerte
El Régimen de Vichy incrementó su política de exclusión creando estos siniestros lugares para la represión sobre los refugiados españoles, brigadistas internacionales, opositores antifascistas franceses y apátridas. Se trataba de campos "especiales" que mejor habría que llamar de castigo o disciplinarios, donde el único fin era el trato vejatorio, las torturas y los sufrimientos a los trabajadores, verdaderos penados, llegando a cotas que recuerdan algunos de los extremos de los campos nazis.
En el campo de Djelfa estuvo Max Aub junto a algunos centenares de compatriotas trasladados de los campos del Midí francés. Al principio se trataba de un campo de reclusión de patriotas antifascistas franceses, pero después éstos fueron trasladados a un nuevo campo, el de Bossuet, quedando el de Djelfa para los españoles, brigadistas de distintas nacionalidades y judíos. El campo de Djelfa, inmortalizado literariamente por Max Aub, fue uno los más terribles de Argelia, donde reinaba el régimen de terror impuesto por el siniestro comandante Jules César Caboche y sus ayudantes.
Los trabajos forzados, generalmente picar piedra, no tenían otro sentido que agotar las energías de los condenados, faltos de alimentos y agua, sometidos por oficiales y suboficiales brutales a las mayores vejaciones. Hadjerat M'Guil fue el más siniestro de estos campos, conocido enseguida el lugar como "Valle de la Muerte" o "Campo de la Muerte". Aquí fueron recluidos castigados de la Legión Extranjera, alemanes, polacos e italianos antifascistas, judíos y republicanos españoles. De los 250 internados, unos 70 eran españoles.
El campo estaba dirigido por el teniente Xavier Santucci, un corso fascista y brutal, al que llamaban Bocanegra, cuya consigna era: ¡Nadie saldrá vivo de aquí!. En esta tarea colaboraron de manera encarnizada sus ayudantes, sobre todos los cabos ex-legionarios, el alemán Otto Riepp y el ruso Dourmenoff. Los insultos, golpes y palizas, a veces hasta la muerte, fueron una constante. Los testimonios de las palizas, torturas y vejaciones públicas hasta morir son abrumadores en los casos del antifascista alemán Lewinstein, los españoles Moreno Ruiz y Poza Olives. En Hadjerat murieron torturados once internos, de los que cinco eran españoles.
Un tribunal miliar condenó a los torturadores de Hadjerat a cuatro sentencias de muerte, de las que se ejecutaron dos, los siniestros Santucci y Riepp
Tan terribles fueron los ecos de estas atrocidades que entre febrero y marzo de 1944, ya bajo control aliado, en el Palacio de Justicia de Argel un tribunal militar juzgó y condenó a los responsables torturadores de Hadjerat a cuatro sentencias de muerte, de las que se ejecutaron dos, los siniestros Santucci y Riepp. El resto de oficiales y suboficiales fueron condenados a penas de trabajos forzados.
Tras el desembarco aliado en el Norte de África, en noviembre de 1942, el calvario de los españoles internados comenzó a mejorar, pero muy lentamente. Todavía en abril de 1943 cuando fue cerrado, existían centenares de internos en Djelfa. Finalmente, las Compañías de Trabajadores Extranjeros fueron disueltas tras la liberación de Francia, en septiembre de 1944. En 1949 se abandonó para siempre la construcción del ferrocarril Transahariano, del que apenas restan unos raíles enterrados bajo las arenas del desierto. Y, gracias al esfuerzo de personas como Eliane Ortega, la memoria de quienes padecieron un injusto y cruel trato en su construcción.
Memoria del exilio republicano
El Gobierno colocará placas y monolitos en Túnez, Argelia y Marruecos
El Secretario de Estado de Memoria Democrática, Fernando Martínez López, avanzó en Alicante que “el Gobierno de España no va a dejar ninguna zona en el norte de África, ni otros lugares donde haya estado el exilio republicano español, sin poner un hito, una referencia, una placa o un monolito que atestigüe y dé razón de su presencia. En este momento estamos trabajando en Túnez, en Argelia y en Marruecos para que eso sea así”.
“Es una tarea del Gobierno de España el hecho de que se ponga de relieve la presencia de los republicanos españoles del exilio, porque hay una cuestión de mucho interés y es que nuestra democracia conecta con ellos. Gracias al exilio republicano podemos decir que formamos parte del proceso de construcción de la memoria democrática de Europa. Ellos lucharon aquí contra el fascismo y siguieron luchando en Europa contra el fascismo. Y, por lo tanto, la España democrática forma parte del proceso de construcción de la memoria democrática europea”, concluyó.
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