75º ANIVERSARIO DEL DESEMBARCO DE NORMANDÍA
Un mecánico de A Coruña que se enroló en el ejército estadounidense para conseguir papeles tras emigrar de la España de la posguerra cayó abatido bajo las balas nazis el Día D en el inicio de una operación a la que más tarde se sumarían unidades de republicanos españoles como La Nueve y la Spanish Company Number One.
El mecánico gallego Manuel Otero se dejó la vida bajo las balas de los nazis en la playa francesa de Omaha en el comienzo del Día D, el Desembarco de Normandía con el que las tropas aliadas comenzaron a liberar Francia de los alemanes y a escribir el final de la Segunda Guerra Mundial.
Fue, que se haya podido documentar hasta ahora, el primer español que murió en esa operación militar, a la que meses más tarde se unirían, entre otros miles de soldados que luchaban en tierra extraña contra el mismo enemigo que les había derrotado en la suya, dos unidades formadas por republicanos españoles de manera prácticamente íntegra como La Nueve francesa o la Spanish Number One Company británica.
Ninguno de ellos combatió bajo la bandera de una España que sobrevivía bajo la bota de un franquismo que simpatizaba abiertamente con las dictaduras del Eje, con las que mantenía negocios comerciales fundamentales para sus maquinarias bélicas como la venta del wolframio gallego que Hitler pagaba con el oro que expoliaba en Europa.
Lo hicieron alistados en los ejércitos de EEUU, Francia y el Reino Unido, y a menudo con banderas tricolor en sus armas y uniformes, tal y como muchos de ellos habían hecho antes en África y en los países nórdicos. Los soldados del exilio le ganaron a Hitler la guerra que, después, no les dejaron librar contra Franco.
Mecánico en Santander, preso en Barcelona
Manuel Otero no tendré este año, en el 75º aniversario de su muerte, un homenaje como el que recibió hace cinco en su pueblo natal de Outes (A Coruña), explican desde el ayuntamiento, cuando, gracias al empeño de una sobrina-nieta y al apoyo de varias asociaciones culturales, lograron documentar su peripecia.
Tampoco su casa natal se ha transformado en el hotel rural en el que iba a exponerse la caja de zinc en la que el ejército estadounidense envió sus restos a su familia. Las obras de reforma se quedaron a medias y su familiar se mudó.
Otero murió con 28 años en su segunda guerra. Casi ocho antes, la que comenzó con la sublevación militar franquista le sorprendió en Santander, donde trabajaba como mecánico de barcos. Luchó en el bando republicano y acabó encarcelado en Barcelona en los primeros meses de 1939, mientras medio millón de españoles cruzaba el Pirineo hacia Francia huyendo de la represión tras la Batalla del Ebro.
Se alistó en vísperas de Pearl Harbour
Su familia disponía con la incipiente dictadura militar los contactos apropiados para liberarlo. Volvió al pueblo, donde su pasado hacía que una parte del vecindario le señalara. Y eso le animó a emigrar. Se fue a Nueva York, donde llegó a abrir un negocio.
A primeros de diciembre de 1941 se alista en el ejército de EEUU para conseguir los papeles y nacionalizarse. Faltaban cuatro días para que Franklin Roosevelt firmara la declaración de guerra a Japón tras haber bombardeado Pearl Harbour su aviación la víspera.
Inmediatamente, el gallego fue trasladado a Europa, donde, tras pasar por varios campos de entrenamiento, acabó encuadrado en la división de infantería Big Red One, una de las primeras que desembarcó en las playas francesas el 6 de junio de 1944.
Allí, en la playa de Sant-Laurent-sûr-Mer, bautizada con el nombre clave de Omaha y que era la única fortificada por los alemanes de las cinco por las que llegaron los aliados, fue uno de los 3.000 soldados del ejército estadounidense que perdieron la vida en los primeros momentos de la ofensiva.
El catalán que burló a Hitler
Unas horas antes de que Otero cayera bajo las balas nazis, la noche del 5 al 6, otro español, el catalán Joan Pujol García, alias Garbo, enviaba varias veces seguidas a los mandos alemanes un telegrama con el mismo texto: "Zarpó flota invasión para ejercicio diversión en Normandía".
Con esa media verdad (zarpaba, pero no para un ejercicio de distracción), el agente doble remataba una de las tareas clave previas al desembarco que cambiaría el curso de la segunda guerra mundial: ante la obvia imposibilidad de ocultar la movilización de más de mil barcos y 150.000 soldados (superarían los dos millones en tres meses), se trataba de persuadir a los nazis de que el ataque llegaría por el sur, por Calais, y que lo de Normandía no era más que un señuelo.
Los tanques de caucho y los puertos de cartón-piedra que los aliados habían construido en Dover, el sur del país, reforzaron los embustes del espía, que unos meses antes había levantado a la inteligencia nazi más de 300.000 dólares para mantener una inexistente red de informadores infiltrados en la administración británica, para la que en realidad trabajaba.
La Nueve, los españoles que liberaron París
Cientos de republicanos españoles formaron parte de unidades que participaron en el Desembarco de Normandía, que se prolongó hasta finales de agosto de 1944 y al que, a primeros de ese mes, se incorporaron dos unidades formadas íntegramente por soldados españoles.
Una de ellas fue La Nueve, la histórica, y hasta hace poco olvidada, compañía de la Segunda División Blindada del general Leclerc que la tarde del 24 de ese mes sería la primera fuerza aliada en entrar en las calles de París y cuyos hombres liberarían la mañana siguiente el ayuntamiento de la capital francesa y capturarían a Dietrich von Choltltz, el gobernador de los ocupadores.
El Gobierno de la Francia Libre de De Gaulle ni siquiera se molestó en responder a las quejas del franquismo por las banderas tricolor que ondearon durante los desfiles de celebración en los vehículos de La Nueve, cuyos soldados tomarían en mayo el Nido de Águilas, el refugio de Hitler en Berchtesgaden, en los Alpes bávaros. Para entonces, 132 de sus 146 integrantes habían muerto o habían resultado heridos.
"La mayoría de los hombres que componían La Nueve tenían menos de veinte años cuando cogieron las armas por primera vez en 1936 para defender la República española. Ninguno sabía entonces que los supervivientes ya no las abandonarían hasta ocho años después", explica Evelyn Mesquida en su libro sobre la compañía, en el que explica cómo "casi todos aquellos soldados llegaron a África desde campos de concentración franceses donde habían sido internados al final de la guerra civil" y donde "les habían propuesto enrolarse en la Legión Extranjera o la vuelta a España. Ninguno lo dudó".
La Spanish Number One Company
La Spanish Number One Company, menos conocida que la anterior unidad, formaba parte del cuerpo de zapadores del ejército británico, los especialistas en montar infraestructuras de urgencia durante el avance de las tropas.
También procedían en su mayoría de los campos de África, así como de las fuerzas de la Legión Francesa que se retiraron hacia Gran Bretaña tras las derrotas de Dunkerke y de Narvik.
Se enrolaron en el ejército inglés tras negarse a seguir bajo las órdenes de De Gaulle, cuyos oficiales llegaron a ordenar el fusilamiento de uno de cada tres de ellos al amotinarse en el puerto cuando pretendían deportarlos a España. El Gobierno inglés evitó la masacre y los fichó.
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