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Buzón de Voz
Blog de Jesús Maraña
¿Hay alguien ahí?
10 Oct 2008
Un aviso para quienes ya andan festejando el fin del capitalismo salvaje: lo primero que hicieron los más altos ejecutivos de la aseguradora AIG después de hundir la compañía fue gastarse 450.000 dólares en un resort de lujo en California para celebrar que el Tesoro de EEUU acababa de apoquinar 85.000 millones de dólares con los que tapar el agujero. “Es una práctica común en esta industria premiar a los mejores directivos por su trabajo”, explicó el portavoz de AIG. ¡Con un par! De bonus. A este lado del charco, ayer mismo organizaba un almuerzo para 50 invitados en el mejor restaurante de Mónaco el desaparecido banco Fortis, cuyos restos han sido engullidos a precio de saldo por BNP Paribas después de un buen empujón de ayuda pública. Factura: 150.000 euros.
El ciudadano perplejo contiene su indignación bajo los efectos ansiolíticos de un mensaje letal: el Estado no tiene más remedio que acudir al rescate de los bancos en quiebra para evitar que todo el sistema financiero se estrelle. Dicho de otro modo: si no se ayuda a los multimillonarios, la clase media perderá sus ahorros. Y en esta atmósfera cortada a cuchillo por un negro presagio cada media hora, ciertas voces empiezan a preguntarse: ¿hay alguien ahí? ¿A qué se ha dedicado la izquierda intelectual y política durante esta década prodigiosa? ¿Es que no disponía de un solo sismógrafo que vaticinara el terremoto?
Sostiene José Saramago en su blog personal que “la izquierda ni piensa ni actúa ni arriesga una pizca; asiste impávida en su cobardía a la burla cancerígena de las hipotecas de Estados Unidos”. El Premio Nobel portugués recupera su polémica sentencia de que “la izquierda no tiene ni puta idea del mundo en el que vive”. A la hora de hacer autocrítica, desde luego, no se conoce pensador neocon capaz de azotar con esta saña a su propia ideología.
El largo silencio
Resulta demasiado simple reprochar a la izquierda europea o a los liberales norteamericanos que se hayan instalado en el silencio de los corderos mientras el neoliberalismo galopaba felizmente sobre la grupa de la globalización. El proceso ha sido un poquito más complejo. Primero fue el rechazo al marxismo a finales de los setenta; diez años después cayó el Muro de Berlín y la derecha se hizo dueña y señora de las banderas de la libertad y del progreso. Cualquier advertencia sobre los peligros que acarreaba la denigración absoluta del Estado era percibida como “conservadora y trasnochada”, simples palos en las ruedas de un proceso que nos llevaba en volandas al mundo feliz del éxito urgente, el coche de importación, el chalé adosado, el colegio de pago y las vacaciones caribeñas.
Para imponer las reglas de juego del libre mercado, la desregulación casi total y el individualismo a ultranza, a la derecha siempre le ha sobrado lo que le ha faltado a la izquierda: unidad de acción y recursos casi ilimitados de proselitismo. Los think tank de los neocon en Estados Unidos manejan unos fondos dinerarios que las fundaciones progresistas europeas no llegarán a oler en su vida. En revistas políticas, universitarias, en libros de tirada reducida y en un puñado de cabeceras periodísticas claro que han aparecido en estos años centenares de ensayos en los que se advertían los peligros del capitalismo salvaje, la globalización financiera o el fusilamiento de papá Estado. Y hasta se proponían alternativas que alejaban a la izquierda tanto del colectivismo fracasado como de una indigestión de liberalismo. Pero esos mensajes no podían calar en una red mediática también globalizada y manejada precisamente por los mismos que participan de la financiación de los grandes tanques del pensamiento neocon. Aznar, con su inglés chusco y su megalomanía, lo supo ver en tres patadas y montó aquí su macrofundación FAES antes de abandonar la Moncloa. Zapatero también lo ha visto, y ha encargado a Jesús Caldera organizar el carajal de pequeños centros de pensamiento en los que la izquierda de por aquí pierde más tiempo en puñaladas dialécticas que en armar un discurso progresista de futuro. La derecha tiene un carrefour de las ideas mientras la izquierda sobrevive con sus tiendas de la esquina. Las propuestas que giran en torno a conceptos como ciudadanía, republicanismo, no dominación, bienestar, Estado social… se quedan en tertulias de café sin una plataforma potente de comunicación.
A la defensiva
Así que no es que la izquierda intelectual se quedara muda, sino que no había forma de escucharla. No ha estado muda, pero sí a la defensiva. Y acomplejada. Lo explica muy bien Tony Judt, catedrático y director del Instituto Remarque: “Mientras la izquierda europea no reconozca su antigua tendencia a preferir el poder a la libertad, a ver algo bueno en todo lo que hacía una autoridad central progresista, dará la espalda al futuro abochornada: defendiendo al Estado y disculpándose por ello al mismo tiempo”. Algunos sectores de la izquierda se han prestado incluso (inocente o interesadamente) a ejercer de filtro ético para los pilares de la misión neoliberal. Por ahí siguen danzando intelectuales progresistas que justificaron la Guerra Global contra el Terror y que ahora culpan a Bush no por haberla inventado, sino por haberla ejecutado mal.
Es imposible calcular las consecuencias que el cataclismo financiero tendrá sobre los cimientos ideológicos del siglo XXI, a derecha e izquierda, en EE UU y en Europa. Pero no es arriesgado aventurar que el neoliberalismo intentará reconstruir su Monopoly como ya hizo tras el estallido de burbujas anteriores. Lo importante es saber si la izquierda ha aprendido la lección y destierra los complejos o una vez más se limita a colaborar en la recogida de los escombros. ¿Pagar con dinero público las juergas de Fortis o de AIG? ¡Pero qué broma es esta!
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Dominio público
Opinión a fondo
Origen de la crisis, responsables y soluciones.
11 Oct 2008
LUIS DE SEBASTIÁN
Una persona recibió de un amigo, en pago de un favor, una lata de conservas sin etiqueta alguna, la cual, sin embargo, llevaba sobre el desnudo metal tres aes marcadas con tinta china. Esa triple A, le dijo el primero, indica que el contenido es de primera calidad y que puedes vender la lata por lo que le puedas sacar. La persona, que no podía desconfiar de su amigo, creyó que tenía algo valioso en sus manos. Cuando más tarde necesitó comprarse un traje, fue al sastre y le convenció de que su lata de conservas valía tanto como el traje porque tenía tres aes y le instó a que se lo aceptara a cambio del traje. El sastre, que no podía dudar de la palabra de su cliente, le aceptó encantado la lata. Este, a su vez, se la dio en pago al dentista y el dentista, al economista que le había hecho un estudio de factibilidad para una consulta nueva. El economista, hombre desconfiado por naturaleza, decidió abrir la lata de conservas y averiguar si su contenido era tan valioso como decían. Para su sorpresa, se encontró con que la lata contenía un canto rodado, un trozo de papel de estraza y una raspa de sardina. Era una lata de basura. El economista pidió al dentista que le pagara el estudio, el dentista al sastre que le pagara el empaste, el sastre al amigo que le pagara el traje y el amigo a su amigo que le pagara el favor. La lata había servido para pagar bienes y servicios por un valor de unos cinco mil euros. La persona que puso en circulación la lata no los tenía y, cuando se lo reclamaron, tuvo que ser declarada en quiebra.
Esta historieta nos explica muy simplificadamente la historia verdadera de las hipotecas subprime (de clase inferior o basura). Bancos y agentes hipotecarios empaquetaron en un producto financiero, que llamaron “cédulas de inversión hipotecaria”, pedazos de hipotecas, deudas comerciales y otros activos que daban un rendimiento superior al normal, porque su riesgo (el riesgo de que no se pagaran las deudas) también era superior al normal. De esta manera, los empaquetadores se cubrieron del riesgo, consiguieron de las mejores agencias de rating la etiqueta triple A y se dedicaron a vender el paquete a otros bancos, compañías de seguros, fondos de inversión, fondos de pensiones, empresas y otros inversores institucionales. Todos contaron estos paquetes como activos de calidad. Muchos de los que compraron el paquete no sabían lo que contenía, ni el grado de riesgo de esos activos. Rendían algo más que la media, así que estaban encantados.
Cuando fallaron las hipotecas (como cuando se abrió la lata de conservas), se vio que los paquetes contenían basura, que en realidad eran activos tóxicos que intoxicaban (quitaban valor) los balances de las instituciones financieras que los poseían. De ahí nació la desconfianza. Ya nadie quería esos paquetes porque no sabían lo que contenían. Los bancos dejan de fiarse de otros bancos y de fiarlos. Así comienza el credit crunch en el que estamos.
Incentivos equivocados
Los responsables son las autoridades. Porque las autoridades de EEUU, al generar incentivos equivocados a los agentes del sistema financiero, han estado favoreciendo la circulación de latas de basura. Las autoridades debieran saber que la competencia entre empresas, bancos e instituciones financieras los obliga a ir hasta el extremo en la toma de riesgos. Existe una avaricia institucional que impulsa a las empresas a ganar siempre más para mantenerse en el mercado y sobrevivir. Y de paso retribuir espléndidamente a los directivos. Cada empresa o institución –en el mejor de los casos– sabe hasta dónde puede llegar, pero no sabe hasta dónde han llegado otros, de manera que un riesgo que para una empresa puede ser manejable, deja de ser manejable cuando se suma a los riesgos de las demás empresas que obran de la misma manera, hasta formar un enorme riesgo para el sistema.
Las autoridades han sido incapaces de detectar y calibrar el riesgo sistémico que su permisividad hacía posible. So color de dejar libres a las empresas, las han dejado indefensas ante un riesgo sistémico que cada una de ellas aisladamente no conoce ni puede calcular. Por la ideología de las autoridades, las empresas financieras han estado tomando ciegamente riesgos mayores de los que podían digerir. Mientras tanto, el Departamento del Tesoro, el Sistema Federal de Reserva, la SEC, comisión que vigila los mercados financieros, los auditores y agencias de rating, y el Fondo Monetario Internacional han dejado hacer, basándose en el absurdo prejuicio, desmentido siempre en todas las crisis, de que el mercado se regula a sí mismo.
Consecuencias
El susto ha sido tan grande y la amenaza de un colapso general del sistema financiero tan real que los cambios en el sistema son inevitables. Pero serán cambios superficiales, los cuales, aunque sin transformar profundamente el sistema capitalista (porque no hay otro de recambio), lo hagan más prudente, más atento a los intereses de los depositantes e inversores, más vigilado y más justo. Puede incluso resultar un capitalismo algo más humano. Aunque no estoy seguro de cuánto durará antes de que la avaricia institucional, inherente al sistema, vuelva a hacer de las suyas.
Algunos hablan de refundar el sistema. Refundar me parece una palabra fuerte y ambiciosa. No creo que ahora haya posibilidad de ir tan lejos, a no ser que la crisis acabe en catástrofe gigantesca. Pero las reformas que se hagan, más los análisis y evaluaciones de los técnicos, políticos e intelectuales, y las soluciones dadas pueden tener un impacto muy grande. Insisto en que la pedagogía de todos los responsables, incluyendo los medios de comunicación, puede hacer mucho para recuperar los valores éticos y la confianza de los ciudadanos. En todo caso, no se hablará de la autorregulación de los mercados financieros en mucho tiempo.
Luis de Sebastián es profesor del Departamento de Economía de ESADE
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