http://guerraenlauniversidad.blogspot.com/
viernes, 28 de septiembre de 2018
El fortín escondido
Algunas veces nos hemos encontrado trincheras y refugios donde no nos las esperábamos, porque los rellenos intencionales o naturales de la posguerra habían borrado casi por completo la huella de su existencia. En esta campaña, sin embargo, dimos de forma fortuita con un nido de ametralladoras, con su tronera y su plataforma de hormigón armado: en superficie se observaba apenas una ligera depresión que parecía evidenciar un pequeño refugio de tropa. Nadie se esperaba el complejo que finalmente salió a la luz.
Pues aunque parezca increíble, nos ha vuelto a pasar. A pocos días de cerrar la campaña, y para tener un nuevo recurso patrimonial que incluir en el itinerario arqueológico, decidimos excavar en lo que semejaba un abrigo, muy cerca de una trinchera de resistencia y otra de evacuación.
Pronto nos dimos cuenta de que algo no encajaba. Al limpiar la superficie e iniciar el desescombro empezamos a encontrar bloques de hormigón desmenuzados. Una posibilidad que nos planteamos es que fuera un vertido más o menos reciente, pero el material no encajaba. Era de muy mala calidad: un montón de guijarros cogidos con un cemento arenoso. Algo que relacionamos más con la Guerra Civil que con las obras contemporáneas.
La excavación nos sacó de dudas. En una esquina del sondeo empezó a despuntar un muro de hormigón del mismo tipo que teníamos en el relleno ¿Se trataba de un refugio reforzado con cemento? Poco probable. La limpieza de la parte frontal ofreció la prueba definitiva: allí descubrimos, colmatada de piedras, una amplia tronera. Estamos, por lo tanto, excavando un fortín. Y no un fortín cualquiera. Las grandes dimensiones de la aspillera nos hacen pensar que se construyó para alojar una pieza artillera, quizá un cañón antitanque de 45 mm.
Un fortín antitanque de la Segunda Guerra Mundial. Un poquito más espectacular que el que estamos excavando. Pero valían para lo mismo.
Lo que parecía una simple línea de trinchera con algún que otro refugio se ha convertido en un punto sólidamente fortificado: a un lado el fortín antitanque, al otro el nido de ametralladora ¿Por qué aquí? Puede haber varias razones. El puente de Arganda está muy cerca, a menos de un kilómetro lineal de la posición (de hecho, está en enfilada de tiro respecto al nido de ametralladora).
Si los sublevados lo franqueaban podían avanzar hacia Madrid por dos direcciones: directamente, a través de la carretera de Valencia o por el camino que bordea los cantiles de Rivas Vaciamadrid. En estos cantiles, que forman una pared vertical, se abre un único vallejo que sirve de acceso a la meseta de Rivas. Y ese vallejo está justo al lado de las fortificaciones que estamos describiendo. Por otro lado, frente a los fortines discurre la vía de tren que iba hacia Arganda, así como el camino mencionado. Ese camino va bordeando la meseta y posteriormente sigue el valle del Jarama hacia San Fernando de Henares. Otra ruta natural de comunicación hacia el corazón del territorio republicano.
La otra pregunta es ¿cuándo? ¿Cuándo se erigen estas fortificaciones? Desde el inicio de la campaña manejábamos la hipótesis de que nos encontrábamos ante un paisaje bélico muy tardío, no anterior a 1938. Hoy hablando con Julián González Fraile, gran conocedor de la contienda en la zona, confirmamos esta hipótesis. Los mapas militares que Julián y sus compañeros han recopilado demuestran que al pie de los cantiles no había casi estructuras defensivas antes de septiembre de 1938.
Decíamos que el fortín antitanque está realizado con un hormigón de pésima calidad, un amasijo de cantos rodados. Esto encaja también con una fecha tardía, en la que la República no estaba ya para dispendios y se defendía con medios cada vez más escasos. El año 1938 fue de fortifación intensiva por ambos bandos en la zona de Madrid, donde todos las grandes ofensivas habían fracasado. Los poderosos fortines franquistas que tuvimos ocasión de estudiar en Brunete fueron construidos entre octubre de 1938 y 1939, también. Algunas fortificaciones republicanas de la época no les tienen nada que envidiar. Pero no es el caso de las que estudiamos, seguramente porque el punto donde se ubicaban carecía de la relevancia estratégica de otras zonas. En cualquier caso, las obras tardías republicanas se pueden leer como un testimonio de la voluntad de resistencia a ultranza representada por el presidente Juan Negrín.
Queda una última pregunta: ¿Por qué el fortín desapareció de la vista? Todo indica que fue volado a conciencia. La destrucción de la cubierta hizo que se hundiera el enmascaramiento de tierra y yeso que lo cubría y colmatara, junto al escombro de la cubierta misma, el interior de la estructura.
Corte estratigráfico del fortín, en el que se advierte el hundimiento hacia el centro. La cubierta de hormigón, pese a su mala calidad, no se pudo hundir de forma natural. Todo indica que fue volado.
En las fotos del vuelo americano de 1945 se ve un manchón de tierra precisamente en la zona donde se ubica el búnker.
Fotograma del vuelo americano en el que se percibe el emplazamiento del fortín.
El nido de ametralladora también estaba sellado al acabar la guerra -como lo demuestra el hecho de que aparecieran varios materiales in situ en su interior, tal y como quedaron abandonados. Se trata de las únicas estructuras clausuradas de forma intencional. Los abrigos se fueron rellenando de sedimento naturalmente. La explicación podría hallarse en la función de los fortines. Es posible que, como en otras zonas, decidieran neutralizarlos para evitar su uso indebido.
Ahora nos queda trabajar contrarreloj para intentar llegar al suelo del fortín antes de que acabe la campaña. A ver si nos encontramos un nivel de la Guerra Civil intacto...
miércoles, 26 de septiembre de 2018
Siempre hemos vivido en agujeros
Uno de los abrigos del Campillo de Rivas Vaciamadrid.
En 1936, poco después de su incursión por tierras aragonesas, Buenaventura Durruti fue entrevistado por el periodista Pierre van Paassen. En uno de los momentos más famosos de este encuentro legendario, van Paassen le dice a Durruti que aun si ganan la guerra, se encontrarán viviendo sobre un montón de ruinas. A lo que el anarquista responde: "Siempre hemos vivido en la miseria. Sabremos arreglarnoslas durante un tiempo". Al menos esta es la versión que ha circulado en castellano. Pero en la versión inglesa dice algo más interesante: We have always lived in slums and holes. "Siempre hemos vivido en tugurios (guetos, barrios bajos) y agujeros".
Aunque el conflicto acababa de empezar y todavía el paisaje de España no se había convertido en un espacio arañado por trincheras, ramales y refugios, es como si Durruti estuviera ya adivinando el futuro inmediato. Como si su experiencia vital en slums and holes le permitiera imaginar que ese era precisamente el paisaje que iba a dominar España, toda España, y no solo las barriadas marginales, durante los próximos años (décadas, porque el paisaje de la posguerra fue también de tugurios y agujeros).
"Sabremos arreglárnoslas durante un tiempo", dice Durruti. Y lo que nosotros encontramos en nuestras excavaciones da fe de ello. De la inventiva de gente de las barriadas obreras, de las chabolas, de las aldeas paupérrimas, que sabían sobrevivir. Y sabían sobrevivir porque sabían fabricar cosas, reciclar, inventar, adaptarse. Unas habilidades que la mayor parte de nosotros hemos perdido. Los agujeros que excavamos en el Campillo sin duda reflejan una forma de vida penosa. Pero no debemos proyectar demasiado nuestras sensibilidades a los combatientes de hace 80 años. Para muchos de ellos, el slum del Campillo no era mucho peor que el slum de Barcelona o Madrid del que venían.
Incluso se podría decir que, en ciertos aspectos, era mejor. La comida, aunque progresivamente escasa y monótona, no faltaba ningún día. Y menos el alcohol. Tampoco los medicamentos. Tenían pasta de dientes y colonia, algo que en muchos barrios obreros y en muchas aldeas de los años 30 era un sueño casi inalcazable. Algunos aprendieron a leer y escribir en las madrigueras. Más increíble todavía: al caer la noche, los abrigos se iluminaban con luz eléctrica. Hemos encontrado cable y restos de una bombilla en su casquillo. Ahora encender la luz nos parece una trivialidad. En 1938 era magia. Hay que recordar que en buena parte de las aldeas de España la electricidad no llego antes de los años 50.
Restos de una bombilla encontrada en un refugio.
En su entrevista con van Paassen, Durruti continúa diciendo que no solo se trata de adaptarse a las ruinas: ellos saben edificar. "Somos nosotros, los trabajadores, los que hemos construido estos palacios y ciudades aquí en España y en América y en todas partes. Nosotros, los trabajadores, podemos construir otros en su lugar ¡Y mejores! No tenemos miedo a las ruinas".
Los trabajadores ciertamente volvieron a construir palacios y ciudades, pero no para crear una utopía libertaria, sino para edificar el régimen que representó todo lo opuesto a aquello por lo que lucharon los anarquistas en la Guerra Civil.
Teatro de operaciones
El refugio número 6.
Esta ciudad invisible no deja de crecer. El eje del vallejo en el que se asienta el campamento republicano es un arroyo, totalmente seco en verano. Un pontón de madera, huérfano, sin agua, permite cruzar a los senderistas a la margen izquierda del cauce. Aquí también hay restos de refugios. Laura, Carlos, Rodrigo y Pablo son los encargados de exhumar una más de estas chabolas olvidadas, el refugio nº 6. Tras la retirada de los matorrales y una primera limpieza reaparece lo que parece la boca de un túnel. En este caso estamos delante de un cobijo individual, excavado a pico en el yeso, con una pequeña repisa en la entrada.
Nuestros compañeros inician su particular viaje en el tiempo con un hallazgo macabro. Una gran bolsa del Corte Inglés esconde un enterramiento. Envueltos en una manta, aparecen los restos momificados de dos perros. La arquitectura de la guerra civil ha servido y sirve para los usos más variopintos: fortines de hormigón habilitados como vivienda por personas sin techo o por temporeros, refugios antiaéreos reconvertidos en criaderos de champiñones, nidos de ametralladoras que sirven de basurero incontrolado. A alguien en la década de 1990, esta zona del Campillo, periférica, rodeada en su día de basura, le pareció bien para enterrar a sus mascotas. No sabemos si esa persona lo hizo con todo el cariño del mundo (enterrando sus animales, a lo mejor, en el paraje en el que los sacaba a pasear) o si los depositó allí como quien tira una bolsa de basura.
Con este tipo de hallazgos podemos datar el proceso de colmatación de la cueva republicana. A una cota inferior, aparecen, en bastante buen estado de conservación, dos fragmentos de periódico. Con la tipografía característica de décadas atrás, podemos leer parte de la cartelera, de las obras de teatro que se representaban en Madrid en algún momento de la década de 1970. En el Teatro Alcázar, la compañía Guzmán representaba Habitación para cinco, después de varios años de Cine y Televisión, con más de 80 películas entre españolas, extranjeras y coproducciones y de 250 programas de Televisión entre América y España.
Jesús Guzmán nació en una familia de actores e hizo sus primeros pinitos en el teatro siendo un niño, en los años de la IIª República. En la postguerra, tras girar por América con varias compañías, recala en España e inicia una prolífica carrera que llega hasta hoy. Fue una cara conocida de las españoladas y vivió toda su evolución, desde las comedias de los 60, el spaguetti western, el destape, las series de los 90, etc... Se convirtió en una figura popular, precisamente en la primera mitad de la década de 1970, cuando interpretaba el papel del cartero Braulio en la teleserie Crónicas de un pueblo (1971-1974). Es ahí cuando aprovecha el tirón y relanza su compañía de teatro. El estreno al que hace referencia el fragmento de periódico tuvo lugar en junio de 1974. Ya véis, Habitación para cinco (de Antonio Peñalara) nos permite datar un estrato de esta habitación para uno, y de paso conocer algo más de este personaje icónico de la escena española. Desde luego Jesús Guzmán se sentiría cómodo en este paisaje de los cantiles erosionados de El Campillo. Estuvo a las órdenes de Sergio Leone en La muerte tenía un precio (1965) y en El Bueno, El Feo y el Malo (1966). Dos clásicos. Ahí es nada. El colofón: su participación, codo con codo con Bud Spencer, en la comedia-western Dos Granujas en el Oeste (1981).
Compartía cartelera ese 1974, tal como aparece en el fragmento de periódico, otra obra, representada en el teatro Fígaro: Balada de los tres inocentes. Esta comedia, escrita por Pedro Mario Herrero, se ambienta en 1971 en un pueblo rural castellano: un Jueves Santo, la fogosa hermana de un cura mata de placer a un joven guardia civil. El párroco espera la visita del obispo, mientras el cadáver del amante de la hermana yace en la cama... La censura fue implacable: la localización se trasladó a Italia y el guardia civil se convirtió en... un carabinieri. El autor de esta obra, Pedro Mario Herrero, fue corresponsal de guerra en Biafra, la Guerra de los Seis Días y en Vietnam. De su paso por este último conflicto nos queda su libro Crónicas desde el Vietnam (1968) en donde describe pormenorizadamente las terribles condiciones de vida de los soldados y guerrilleros del Vietcong, en sus campamentos en medio de la selva y en su mundo subterráneo.
Lamentablemente, en nuestra ciudad invisible, no contamos con testimonios de ese estilo, por lo que debemos seguir excavando. A ver qué película nos encontramos hoy.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada