D. Ignacio Martínez de PisónEscritor
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Es curioso, que en estos casi 60 y tantos; en los casi 70 años que pasaron desde la muerte de José Robles hasta que publiqué el libro, nadie se hubiera esforzado o nadie se hubiera interesado por investigar de verdad lo ocurrido con él Y yo me preguntaba por qué era así, por qué la muerte de Robles, siendo como era, pues, un caso que en su momento tuvo cierta resonancia -la tuvo en Estados Unidos, al fin y al cabo José Robles era profesor en la universidad Jorge Jopkins en la Universidad de Baltimore; la tuvo para la literatura porque en su tragedia están implicados nombres tan importantes como John Dos Passos, o como Hemingway, o incluso George Orwell, que aparece lateralmente vinculado a esta historia-, yo me preguntaba por qué su muerte había pasado inadvertida para los historiadores de la Guerra Civil, o para los investigadores de la Guerra Civil. Y me pareció que la respuesta era que era un muerto incómodo, o un muerto cuya tragedia no podía ser aprovechada por nadie. El hecho de que fuera republicano hacía que, digamos, la historiografía de derechas no sintiera ningún interés especial por reivindicar su nombres; y el hecho de que hubiera sido asesinados por republicanos hacia que tampoco la historiografía de izquierdas tuviera especial interés en recuperar este caso.
A mi, precisamente, lo que me interesaba era que este era un mártir de nada y de nadie, un mártir que no representaba particularmente a ningún bando, a ninguna ideología, a ningún partido, a ninguna creencia. Bueno, la historia de Robles, la contaré brevemente, es la de un señor un joven que en un tren de Madrid a Toledo en el año 1916 conoce a un norteamericano del que se hace amigo inmediatamente. Ese americano es John Dos Passos, que entonces todavía no es novelista; no es el novelista que poco después llegará a ser un novelista muy conocido en los Estados Unidos y, rápidamente, traducido a todas las lenguas. Pero esa amistad va a ir creciendo y va a ir consolidándose con el paso del tiempo, hasta el punto de que Robles va a mudarse, va a trasladarse a los Estados Unidos a principios de años 20 para trabajar como profesor en Baltimore. Ahí va a instalarse con su familia, su mujer y su hijo recién nacido en España, y ahí va a tener su segunda hija, su hija Miggie, Margarita y él tiene desde aquel año, desde que se instala en los Estados Unidos tiene la costumbre de viajar todos los veranos a España a pasar las largas vacaciones universitarias.
También el año 36 viaja a España a pasar las vacaciones, pero esas vacaciones van a ser muy distintas. De hecho, esas vacaciones van a acabar como una tremenda tragedia. Cuando termine ese episodio, para entonces José Robles habrá sido asesinado, su cadáver no aparecerá nunca; para entonces su mujer y su hija habrán tenido que salir de España, en el 39, huyendo a pie desde Barcelona hasta la frontera francesa y, finalmente, escapando de Francia a México, donde se instalarían más tarde; y su hijo Coco Robles, Francisco Robles, entre tanto, acabaría la guerra condenado a muerte, internado en un campo de concentración al lado de Zaragoza y condenado a muerte por las autoridades franquistas. Esa es, en realidad, la historia que a mí me interesaba, la historia de una familia normal, de clase media, que viene a veranear a España y que acaba destrozada por la guerra. Porque, al fin y al cabo, el tema de muchas de mis novelas, y yo creo que de muchos escritores de tendencia realista, es esa colisión entre el destino colectivo y los destinos individuales. Evidentemente, los destinos individuales de estos cuatro personajes habrían sido muy distintos si ese verano hubieran ido a pasar las vacaciones a otro lado, pero el destino colectivo, el destino de ese país al que pertenecen, que es España, acaba interfiriendo y acaba convirtiéndolos en víctimas.
José Robles, que era republicano ferviente, cuando estalla la guerra civil está en Madrid y se pone al servicio del gobierno republicano, y al cabo del tiempo le encargan, luego, lo destinan a hacer de traductor de los primeros militares soviéticos que vienen a España a defender, a colaborar en la defensa de la República. Trabajará junto a un general, que se llama Loret, hasta que en noviembre del 36 el gobierno se traslada a Valencia y con el gobierno se traslada también José Robles. Un mes después, unos señores llaman a la puerta de su casa y con esas frases habituales, unas preguntas rutinarias "tiene que acompañarnos", se lo llevan y ya prácticamente nunca más se vuelve a saber de él. La mujer llega a verle en dos ocasiones en una cárcel, en una prisión para extranjeros, en la que es ingresado José Robles y de la que desaparece muy poco tiempo después con destino desconocido.
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A partir de ese momento todos son rumores, todos son especulaciones sobre lo ocurrido con Robles y para cuando en abril del 37 llega Dos Passos a Valencia con la intención de colaborar en el rodaje de un documental de propaganda republicana, se encuentra con el hijo Coco Robles que está trabajando en la oficina de prensa extranjera, es decir, en el despacho oficial, o en el negociado oficial, en el que se dan autorizaciones a los corresponsales, se les conciertan entrevistas, se les dan salvoconductos, y se encuentra con Coco el hijo de Robles que se echa a sus abrazos llorando y consternado. Le cuenta que su padre ha desaparecido, casi seguro que ha muerto y que, además, su posible muerte se ha producido en unas circunstancias extrañas, dado que se ha hablado de su desaparición y de su asesinato por motivos, de supuesta traición.
Que Robles fuera traidor a la República es absolutamente improbable; seguro que no traicionó a la república. El era un republicano ferviente, siempre lo había sido y su único peligro, o su único delito, pudo ser el estar en posesión de algunos secretos que, por su condición de traductor de los militares soviéticos, habían llegado a sus oídos. El hecho a lo mejor de que no comulgara con el stalinismo de la embajada soviética o de los militares soviéticos, entonces destinados en España, pues, lo puso un poco en el disparadero y, quizá, fue eso simplemente lo que le convirtió en sospechoso y lo que acabó conduciéndole al trágico final que finalmente le esperaba.
La historia de John Dos Passos me parece particularmente entrañable o conmovedora, porque es la historia de un amigo que pierde a su amigo español y que, por ese motivo, su vida va a quedar marcada para siempre. A partir de ese momento John Dos Passos va a romper con España. En primer lugar, al país al que había viajada tan joven, el país al que había dedicado tantos libros, tantos escritos suyos, el país que tanto quería. Va a romper con Hemmingway, que era su amigo, el otro escritor, el escritor amigo suyo que cuando se produjo lo de Robles estaba en España y que reaccionó de una manera a juicio de Dos Passos muy inhumana; la muerte de Robles no le conmovió en absoluto, sino más bien vino a decir Hemmingway que, en fin, en las guerras la gente muere y que Robles ha muerto como tantos otros; no hay que darle tanta importancia y, sobre todo, no se te ocurra ir aireando por ahí, esta tragedia que podía ser utilizada por la propaganda franquista. Finalmente, se produce una ruptura de Jonh Dos Passos con la izquierda, al menos, con la izquierda ortodoxa, con el comunismo. No obstante, lo cierto es que John Dos Passos siguió apoyando la República hasta el final de la Guerra, incluso años después. A veces, incluso, los biógrafos de John Dos Passos han ocultado ese dato, quizás simplemente por desconocimiento.
Uno se pone a investigar -por eso hablaba de las pequeñas historias de la historia, las que van tejiendo la Historia con mayúsculas-, uno se pone a investigar esos pequeños capítulos de las vidas de los escritores, o de esos personajes que intervienen en estas historias, y descubre cosas y, entonces, resulta que por mucho que desde el principio, desde que John Dos Passos fue tachado de anticomunista y antirrepublicano, y prácticamente estigmatizado por la izquierda ortodoxa norteamericana, a pesar de eso, no me fue difícil localizar la documentación que demostraba que John Dos Passos siguió trabajando a favor de la república hasta finales del año 41. Es decir, casi dos años después del final de la guerra -hasta entonces-, él estuvo presidiendo una fundación norteamericana que tenía por objetivo instalar amplios cupos de exiliados republicanos españoles en colonias de trabajadores, en colonias, en Ecuador y en Bolivia y en países así, donde montaban una especie de granjas en las que los republicanos españoles tenían la opción de salir adelante por su propio medios, de aprender unos oficios agrícolas que desconocían muchos de ellos y que les servirían pues para en el futuro autofinanciarse. John Dos Passos trabajó para este objetivo hasta finales del año 41 y su conservadurismo, que fue real, fue mucho más tardió, es decir, su conversión al conservadurismo se va produciendo ya en los años 50 y, sobre todo, en los 60 cuando, incluso, llega a apoyar la intervención norteamericana en Vietnam.
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No me puse a escribir la historia de Robles hasta que conocí a su hija. Una serie de casualidades fue la que me permitió localizar a la hija, a Miqui Robles, a la que yo daba por sentado que vivía en el exilio. Sí, todavía estaba viva. Pero los últimos datos de la familia Robles me conducían a México, donde la familia se había instalado, y ahí fue donde la busqué, la busqué a ella, le busqué al hermano, pensando que quizás alguno de los dos todavía podía estar vivo, pero sin saber con precisión si las cosas eran así, si vivían o no. Vivían y la casualidad quiso que finalmente fuera a localizarla; y, para entonces, ya vivía en Sevilla; Sevilla un sitio mucho más cercano y un sitio al que pude acercarme tan pronto como tuve la dirección. Conseguí el teléfono de la hija, Miqui Robles, llamé -era un domingo por la tarde-, y le dije: "Margarita Robles, soy escritor y, en fin, hacía tiempo que venía buscándola; la he localizado y me gustaría preguntarle una serie de cosas sobre su padre. En aquel momento ella se quedó completamente en silencio -hacía sesenta y tantos años que nadie le había preguntado sobre su padre, hacía muchísimo tiempo que nadie se había interesado por aquella vieja historia de la Guerra Civil- y le sorprendió que alguien, tanto tiempo después, mostrara curiosidad por aquello. Al principio le sorprendió mucho, pero muy poco después, creo que ella se quedó entusiasmada ante la posibilidad de rehabilitar la figura de su padre; porque su padre no solamente había sido asesinado, sino que, además, su memoria había sido manchada, su memoria había sido calumniada. Al mismo tiempo que lo habían asesinada, habían hecho correr calumnias sobre supuestas traiciones, calumnias -algunas tan contradictorias o tan inverosímiles como hacer creer que en la Valencia de finales del 36, Robles había sido atrapado mientras hacia señales luminosas al enemigo, cuando el frente enemigo estaba a ciento cuarenta y tantos kilómetros de Valencia; y calumnias todas así de inverosímiles, pero que, a pesar de todo, fueron recibidos con credulidad por las personas a las que interesaba que esas calumnias no lo fueran, sino que fueran verdades.
Yo creo que mi encuentro con Miqui supuso la última satisfacción de su vida, que fue ver cómo se restituía la dignidad a su padre, un señor cuyo nombre había tenido cierta presencia pública cuando ocurrió lo de su muerte, pero que finalmente había sido olvidado por el alubión de los acontecimientos de la historia y había quedado ya relegado a eso, a ser una nota a pie de página, casi siempre mal, puesta en los libros de historia sobre la Guerra Civil. Yo creo que hice una cosa buena, por lo menos con este libro, que fue dar esa última satisfacción a Migui, que para entonces ya estaba muy enferma -tenía un enfisema- y murió, pues, como un año después de que mi libro apareciera; al menos pudo morir, bueno, con la tranquilidad de ver que el buen nombre de su padre se había restituido.
Creo que sólo eso ya valía pena, sólo eso ya justificaba pues que alguien hubiera escrito un libro como el que yo escribí. Fue en aquel momento, digamos, con la investigación del caso Robles, cuando le cogí gusto a investigar, a investigar esa etapa de la historia y cuando, digamos, me acostumbré a investigar archivos, a recabar testimonios de historias curiosas y a, en fin, a ir reuniendo historias que pudieran servirme para comprender mejor el presente a la luz del pasado, casualmente la misma semana que aparecía el libro Enterrar a los muertos, fue cuando me encargaron el guión de Trece rosas. A mí me pareció una ocasión de demostrar que yo no siempre soy anticomunista, es decir, yo puedo escribir una obra, o un libro, en el que los comunistas matan, pero también puedo escribir un guión en el que los comunistas son víctimas. Y que, en realidad, es la historia, es, digamos, el resumen de la historia de las Trece rosas. Las Trece rosas que muchos de ustedes conocerán, supongo, no sé si por la película, o porque se ha contado en muchos suplementos dominicales.
Pues es la historia de trece chicas, la mayoría de ellas menores de edad, que fueron fusiladas en agosto del 39 por el único delito de haber militado durante la guerra en una organización comunista, las Juventudes Socialistas Unificadas; ese fue prácticamente su único delito, porque sus actividades durante la guerra se limitaron a cuidar enfermos, a atender guarderías de hijos de soldados y, en algún caso, a acudir al frente a animar a los soldados. No hicieron nada más. Desde luego, no tenían delitos de sangre. Pero mientras estaban en la cárcel se produjo un atentado, seguramente obra de miembros de las Juventudes Socialistas Unificadas, un atentado en el que murió un oficial de la guardia civil, su hija y el chofer, que fueron salvajemente asesinados, y como una represalia del régimen, pues se cogió a esas 13 chicas, que estaban en ese momento en la cárcel y a cuarenta y tantos chicos también de las Juventudes Socialistas Unificadas y se les sometió a consejo de guerra, se les condenó e inmediatamente se les fusiló.
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Mi interés por la Guerra Civil y por la postguerra fue lo que me condujo también a investigar el mundillo, el ambiente de los fascistas italianos en España, de lo que luego ha salido esta novela. Sólo contaré un detalle que creo que fue el foco de inspiración del que surgió Dientes de leche. Soy de Zaragoza, es la ciudad en que nací, en la ciudad en la que me formé, y es una ciudad a la que vuelvo con mucho frecuencia aunque vivo en Barcelona. Siempre me había llamado la atención que en Zaragoza hay un edificio a la que llaman la Torre de San Antón, la torre de los italianos, un edificio extraño, de un estilo que no sabía muy bien definir, pero que luego he sabido que era estilo pues puramente fascista, mussoliniano. No sabía qué era ese edificio y resulta que es un mausoleo en el que están enterrados la mayoría de los 3.500 fascistas italianos caídos en la Guerra Civil española, que vinieron a pelear en España en el bando nacional. Vinieron 80.000 italianos. Eran voluntarios, al menos teóricamente; en la práctica muchos de ellos eran campesinos pobres que venían aquí huyendo del hambre y que se aseguraban una soldada que enviar a sus familias en Italia; y muchos de ellos no sentían la ideología fascista con particular entusiasmo, pero el caso es que peleaban. Vinieron aquí a pelear como voluntarios de Mussolini y de esos 80.000 murieron 3.500.
Al acabar la guerra Mussolini se fija en Zaragoza por ser una ciudad fundada por César Augusto, también una ciudad que ya durante la guerra había acogido algún edificio de especial significación fascista -por ejemplo el hospital legionario italiano más importante, el hospital italiano fascista más importante de la España Nacional estaba en Zaragoza, en un colegio, que es el colegio de los Agustinos- y el regimen de Mussolini llega a un acuerdo con el régimen de Franco. El Ayuntamiento le cede un terreno para que se construya ahí ese mausoleo, y ese va a ser un edificio en el que se van a reunir los restos de los 3.500 fascistas caídos en España durante la Guerra Civil y a va servir para conmemorarlos a perpetuidad como héroes. Pero, entre tanto, esa torre lo cierto es que tarda en construirse, esa torre que se empieza a construir, empieza a planearse al poco de acabar la guerra pues se construye, empieza a construirse con cierta tardanza, y mientras se está construyendo, en Italia están ocurriendo cosas como por ejemplo que Mussolini es depuesto, que al cabo de un tiempo acaba la Guerra Mundial y para entonces Italia cambia de régimen.
Entre tanto, la torre acaba teniendo problemas presupuestarios lógicos. El nuevo régimen italiano decide "hombre, es que aquí, la verdad un edificio de estilo fascista... que el nuevo régimen italiano esté financiado un edificio de tan claro estilo mussoliniano, pues no es lo correcto". Entonces deciden que en vez de mantener el presupuesto para seguir levantando ese edificio hasta los 80 metros previstos, pues lo dejan en 42, es decir, en la mitad. Y al reducir altura que debía alcanzar la torre -dejarla en la mitad-, pues también el espacio dedicado a los nichos o a los ataúdes queda reducido a la mitad. Con lo cual, ya no se van a poder poner los ataúdes de tamaño natural, digamos, de tamaño del ser humano, sino que ya los restos se van metiendo en unas cajitas, que son más o menos la mitad de un ataúd, y ahí los huesecillos se dejan pues un poco machacados y apretados unos sobre otros para que quepan. Además, como tampoco hay dinero para traer mármol italiano, como en el proyecto original estaba previsto, se acaba revistiendo las paredes de la torre con piedra de Calatorao que es un pueblo que hay al lado de Zaragoza y, evidentemente, piedra mucho más económica que el mármol de Carrara.
Pero lo que más dolió a los fascistas que estaban entonces construyendo ese edificio es que, al haberse producido el cambio de régimen, ese edificio no iba albergar solamente los restos de fascistas italianos, sino que iba a coger restos de italianos caídos en España, pero defendiendo la República. Y, aunque hay una desproporción total, porque hay casi 3.500 fascistas y sólo unas decenas de comunistas italianos enterrados en ese mausoleo, lo cierto es que, al menos la nueva administración italiana en el año 45-46, pues al menos consigue hacer que ese mausoleo acoja restos de ambos bandos, lo cual me parece loable.
En general, toda la historia de los italianos en España tiene algo pues de chapuza; es como de las películas de Alberto Sordi y de Victorio Gassman, que siempre estaban intentando escaquearse y que intentaban cómo escapar del frente y que no les pasaran los tiros cerca. Y hay muchísimos expedientes en los que se investigan casos sospechosos de autolesiones. Hay algunos que hasta se inyectaban gasolina en la pierna y entonces la pierna se le hinchaba y se le ponía azul y así conseguía o creían conseguir ser repatriados y acabar con la guerra. No eran unos jóvenes ardorosos que venían aquí a luchar por los ideales del fascio, sino que eran señores ya de treinta y tantos años, la mayoría que tenían mujer e hijos en Italia y que venían aquí solamente por ganar un poco de dinero. Así se explica que la principal victoria republicana fue de la Guadalajara, en la que los italianos salieron corriendo y, desde luego, si yo fuera un soldado de treinta y tantos años con una mujer y unos hijos en Nápoles y que he venido una guerra solamente para cobrar un sueldo, pues, yo, en cuanto viera tiros me echaría a correr. Yo haría lo mismo que ellos. Y a mí, pues, esa historia de los italianos en España me recuerda bastante a esas películas, a esas comedias de Alberto Sordi.
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