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Profesor Titular de Historia Contemporánea, Universidad Complutense de Madrid
Se cumple el aniversario de la batalla de Madrid que tuvo lugar durante los meses de octubre y noviembre de 1936, aunque el intento de acceder a Madrid frontalmente se prolongó hasta marzo de 1937. Fracasado el golpe de estado del 18 de julio, cuyo objetivo principal era la capital, daría comienzo una guerra civil de treinta y dos meses, que trasladaría el frente a una ciudad de un millón de habitantes.
Más allá de la “Batalla de Madrid”
A pesar del creciente interés, siguen siendo pocos los trabajos que tratan de explicar cómo sufrió la gente corriente aquel conflicto armado. La historia de Madrid en guerra se ha resuelto apenas en dos escenarios tradicionales: la defensa de la ciudad (del Cuartel de la Montaña a la Ciudad Universitaria pasando por la Casa de Campo), y la persecución de derechistas acusados de “quintacolumnistas” que estremeció el subsuelo de la ciudad, sobre todo entre los meses correspondientes a la denominada “Batalla de Madrid” (noviembre de 1936 – marzo de 1937).
A pesar de estos aspectos, no suele tenerse en cuenta la importancia que Madrid mantuvo durante toda la guerra, elevada a corazón propagandístico del bando republicano, aún cuando había dejado de ser su sede gubernamental.
Una vez fracasado el golpe y estabilizados los frentes, Madrid desaparece de la mayoría de las historias de la guerra civil, también de las que se han sucedido, con mejor o peor fortuna, desde la Transición a nuestros días. Desde entonces pasa a ser una ciudad sitiada de la que no queda prácticamente nada en pie, causa y efecto último de la necesidad que tuvo el franquismo de borrar la memoria de la ciudad resistente y de ocultar los pasos que dirigieron su rendición.
Madrid fue escenario de suma importancia para el curso de la Guerra Civil pero lo fue también para la Segunda Guerra Mundial, como advirtieron desde el principio todos los corresponsales y agregados militares presentes en sus calles. Asistían a un nuevo tipo de cerco, a un asedio moderno en el que el manejo de la información y la comunicación fueron tan importantes como el armamento moderno o los propios combates frontales. La vida cambió por completo.
Una ciudad sola
Asediada por el ejército franquista en distintas oleadas, abandonada y aislada por las propias autoridades republicanas, los habitantes de Madrid tuvieron que hacer frente a una experiencia que trastocó y puso fin a su modo de vida anterior.
Una vez fracasado el golpe en la capital, el plan pasaba por ocupar Madrid atacando desde el Sur, con las columnas de Franco, y desde el Norte, con las comandadas por el propio Mola.
Más tarde el objetivo sería el oeste y la batalla se trasladó a los flancos por envolver Madrid: las batallas de El Jarama, Guadalajara y Brunete, que se sucedieron una tras otra hasta agotar el verano de 1937. Combates que fueron determinantes en la propia formación y evolución del Ejército del Centro, el más disciplinado nutrido y eficaz con los que pudo contar la República, como advirtieron sus creadores, los generales Rojo y Miaja.
Madrid fue el escenario del paso de una guerra de columnas, típicamente colonial, a un conflicto que anticipaba el que asolaría Europa tan solo unos años después y que se decidiría en el aire. Madrid fue la primera gran ciudad en sufrir un bombardeo moderno y solo su condición de capitalidad la salvaría de una destrucción mayor.
La guerra total
Pero la ciudad también fue retaguardia, y escenario de procesos de fuerte violencia política. La relación entre frente y retaguardia se muestra crucial para entender el comportamiento de una ciudad en una guerra total.
La frontera entre esas dos dimensiones se difumina muy pronto. El proceso abierto en julio de 1936 tuvo como primera consecuencia la disolución del Estado en la práctica totalidad del territorio español. Madrid no fue una excepción y durante el primer año de guerra vivió una proliferación de comités y poderes autónomos cuya génesis, actuación y composición no solo entraba en competencia con la reconstrucción política del Estado republicano, como se ha destacado tantas veces, sino que fue fundamental para la supervivencia y el abastecimiento de los barrios y la propia ciudad.
Su gestión fue la mayor de las preocupaciones de un núcleo urbano sitiado de la entidad de Madrid, capital, ciudad, frente y retaguardia, niveles todos que se condensan en la dimensión global que constituye el mapa, la cartografía del dolor, de una ciudad en guerra. Un archipiélago en mitad de la destrucción al que, sin la mirada de la ciencia, del arte, de la fotografía o del patrimonio, es imposible acceder.
Madrid, ciudad herida, sigue siendo un reto para las ciencias sociales del siglo XXI. Un universo de actitudes y prácticas sociales en un ambiente fuertemente degradado. Hambre, miseria y destrucción que duraron más de treinta meses continuados, sitiados. En definitiva, un tiempo, en el que Madrid fue el centro de la atención mundial, y se convirtió, por triste derecho, en la capital mundial del dolor.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation
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