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Verdad Justicia Reparación
Por Rosa García, miembro de La Comuna.
“Traidoras a su género”. Con este apelativo, los fascistas de todo pelaje definían a las mujeres republicanas –y a las milicianas en particular– y lo ampliaban a todas aquellas que habían tenido el valor y la osadía de desobedecer los mandamientos patriarcales sobre lo que podía hacer y ser una mujer a todos los niveles: moral, social, político. Ser y hacer, porque no se cuestionaba únicamente el comportamiento, iban más allá. Se discutía lo que era o no era una mujer. Una mujer de bien, por supuesto: honrada, honesta, sumisa. Valores “de siempre” ligados a las tradiciones, a las costumbres… en definitiva, al patriarcado. Las mujeres republicanas habían intentado hacer añicos esas reglas no escritas, pero el triunfo del fascismo nacional e internacional sobre la II República acabó con todo ello.
El laicismo impulsado por los gobiernos de la República había asustado sobremanera a la jerarquía católica, que se había sentido cuestionada y temía perder el ominoso poder que ostentaba sobre la población, pero lo que más temió fue que se desvaneciera su férreo control sobre las mujeres.
La mujer era una presa decisiva para asegurar la continuidad de la infamia golpista. Y los poderosos se organizaron para controlar y dirigir todos y cada uno de los días de la población en general, y de la mujer en particular. Nada se podía dejar al azar. Habían aprendido lo que significaba dejar que el pueblo decidiese y no estaban dispuestos a tolerarlo de nuevo. El régimen franquista necesitaba ejercer el control absoluto y construir una nueva ideología social basada en símbolos como la raza, el ultranacionalismo español y la exaltación de valores “masculinos” (sacrificio, valor, heroicidad) frente a los “femeninos” (debilidad, pereza, cobardía). Para las mujeres se aplicó la máxima nazi de las tres “K”: Kinder, Küche und Kirche (niños, iglesia, cocina). Las consignas más repetidas dirigidas a las mujeres eran “servicio, sacrificio y sumisión al hombre”, a lo que la Iglesia añadía “pudor, recato y prudencia”.
Se crearon y utilizaron varias organizaciones para ejercer el control específico sobre las mujeres, las más activas fueron la Sección Femenina y el Patronato de Protección de la Mujer.
La Sección Femenina de la Falange fue fundada por José Antonio Primo de Rivera en 1934 como rama femenina (que no feminista) de la FE-JONS y puso al frente a su hermana Pilar. Al principio no se le dió demasiada relevancia, sin embargo, durante la guerra adquirió mayor protagonismo. La estrecha colaboración de la SF con el nazismo y el fascismo italiano fue patente. No solo contaron con jefas abiertamente nazis, también colaboraron con la División Azul enviando a 146 enfermeras afiliadas suyas. Pilar Primo de Rivera y otras jerarcas falangistas enviaron escritos y participaron activamente en Congresos nazis y en el Contra-Komintern, “órgano de combate del Movimiento Mundial Anti-Bolchevique”, que se publicaba en Alemania. Para más abundamiento, el primer órgano de expresión de la SF llamado “Y” para la mujer nacionalsindicalista (1938) publicaba reportajes sobre personalidades alemanas, italianas y japonesas; es decir, de los países del Ejei.
El botín de guerra había sido considerable, y la forma y la cuantía del reparto tenía soliviantadas y enfrentadas a las diferentes organizaciones fascistas. Cada grupo reivindicaba su parte del pastel y un trozo especial lo constituía el control de la educación y el adoctrinamiento de las niñas y mujeres que fue otorgado a las monitoras de la SF. Eran preparadas en las Escuelas Nacionales de Sección Femenina, Escuelas de Educación Física, Música, Hogar, Instructoras, Enfermeras y Asistentes Sociales, y eran responsables de asignaturas escolares especiales para las niñas como labores y economía doméstica, formación física, formación del espíritu nacional y música. La Ley de Regulación de la Enseñanza Secundaria, de 1953, estableció la “economía doméstica” como materia obligatoria en todos los institutos de enseñanza mediaii.
Con la educación física, las falangistas pretendieron implantar las teorías higienistas nazis sobre mujeres sanas/madres sanas. Aunque no podían practicar cualquier deporte, sólo los que no pusieran en riesgo su “honra” y no atentaran al pudor de costumbres y vestimenta. Por ello, las chicas debían hacer gimnasia con unos horrorosos e incómodos “pololos” que dificultaban cualquier movimiento.
Ya en 1937 la SF había conseguido establecer el Servicio Social de la Mujer, para “aliviar los dolores producidos por la guerra y las angustias de la postguerra” que se mantuvo hasta después de la muerte de Franco. El Servicio Social era obligatorio para las mujeres entre los 17 y los 35 años y tenía una duración de seis meses, con jornadas de cinco a seis horas. En ciertas situaciones las mujeres quedaban exentas y, aunque no se sancionaba a quienes no realizaran este servicio, era imprescindible para obtener el pasaporte o el carnet de conducir, ejercer funciones públicas, trabajar para la Administración y obtener títulos universitarios y profesionales.
También ejercieron su papel de control en el mundo rural, a través de las hermandades de la ciudad y del campo pero, para poder instruir a las mujeres campesinas fue preciso, en primer lugar, luchar contra el analfabetismo, tan extendido entre la población rural. Así que, en cierto modo, se cumplió el conocido refrán de “No hay mal que por bien no venga”. Son también conocidos los “Coros y danzas” que actuaban todos los 1 de mayo en un acto de ensalzamiento y fervor hacia Franco y el Movimiento.
El apoyo de Franco a la SF fue constante y palpable. Con su conocido estilo de utilizar el Estado como si fuera de su propiedad, “regaló” a Pilar Primo de Rivera el emblemático Castillo de la Mota, en Medina del Campo, donde había fallecido Isabel la católica en 1504. Este edificio fue utilizado como sede central de la SF que a lo largo de los 40 años de su funcionamiento fue acumulando otros palacetes e inmuebles, y bienes varios de los que no hay constancia que fueran devueltos en su totalidad al patrimonio público. El 1 de abril de 1977 el Real Decreto Ley 23/1977 suprimió la Sección Femenina.
El Patronato de Protección de la Mujer
Si la Falange pugnó desde el principio por el control de las mujeres, la Iglesia no iba a la zaga. Después de algunas disputas sonadas con la SF por el control de Acción Católica, la Iglesia reparó en un organismo que había funcionado con anterioridad y que había sido disuelto por la República debido a las insistentes críticas de algunas mujeres progresistas como Margarita Nelken. Este organismo se denominaba Patronato Real para la Represión de la Trata de Blancas, y había sido creado en 1902.
El Patronato de Protección de la Mujer se creó por decreto del 6 de noviembre de 1941, y su objeto queda claramente definido en su artículo cuarto:
“La finalidad del Patronato será la dignificación moral de la mujer, especialmente las jóvenes, para impedir su explotación, apartarlas del vicio y educarlas con arreglo a las enseñanzas de la Religión Católica”.
Su misión era “velar por las jóvenes caídas o en riesgo de caer”. Se consideraban “caídas” a todas las que no respetaran las normas establecidas por los vencedores franquistas; es decir, “decente, ama de casa, esposa obediente y sumisa al varón”. Y se consideraba “vicio” cualquier cosa que se relacionara con la sexualidad femenina. Era presidenta de honor Carmen Polo, mujer de Franco, y en las juntas directivas, además de la curia eclesiástica y los gobernadores civiles, se sentaban las representantes de la Sección Femenina y de Acción Católica.
En los centros del Patronato, regidos por órdenes religiosas, podían ser internadas niñas y mujeres desde los 12 a los 25 años de edad por diversos motivos, como ejercer la prostitución, ser una adolescente “difícil”, llevar ropa inadecuada, ser “descocada”, “ir con chicos”, fumar, estar embarazada siendo soltera, faltar de su casa, estar de noche en la calle, participar en manifestaciones o ser desafecta al régimen, etc., etc. Y podían ser ingresadas sin haber cometido ningún delito, a petición paterna o materna, por indicación judicial o policial, por chivatazos de familiares o vecinos o de cualquier “autoridad” como curas, maestros, porteros, serenos, guardas… Los padres perdían la patria potestad sobre las hijas.
Algunos ejemplos de los informes en los que se basaba el internamiento exponían cosas como:
Número 106: “De dieciocho años, natural de un pueblo de Badajoz. Solicitó el internamiento la madre al saber que mantenía relaciones ilícitas con un soldado moro de la escolta del Generalísimo con el que pretendía casarse”.
Número 159: “De diecisiete años, natural de Madrid. Aficionada a cines, bailes y el trato con muchachos, da mal ejemplo a una hermana menor, por lo que su padre solicitó el internamiento”.
Las “tuteladas”, nada más ingresar, eran derivadas a los Centros de Observación y Clasificación (COC), en muchos casos, esposadas. En estos centros se las sometía a un examen ginecológico que dictaminaba si eran vírgenes o no y, según esto, se clasificaban como “completas” o “incompletas”, lo que decidía a qué centro iban a ser destinadas y el tipo de trato que recibirían, si malo o peor.
En los centros del Patronato se seguía un régimen casi carcelario. Las internas sufrían todo tipo de insultos, humillaciones y vejaciones. Debían realizar tareas de limpieza incluso en avanzado estado de gestación. Al carecer de tutela judicial o paterna se convertían en carne de cañón del maltrato, el abuso y la tortura en las manos arbitrarias de las religiosas y los jerarcas que gobernaban estos centros. Si eran consideradas como “díscolas” se les golpeaba o se les castigaba con duchas de agua fría; se les encerraba en aislamiento, a veces sin comida; o se les obligaba a permanecer horas de pie, a la intemperie, fueran como fuesen las condiciones meteorológicas (o precisamente por ello). Igualmente, se les impedía atender a sus hijos que permanecían con ellas. A las embarazadas se les presionaba hasta el mismo momento del parto para que cedieran sus hijos en adopción y, en muchos casos, se les dijo que los bebés habían nacido muertos y no podían hacer nada porque la atención sanitaria era escasa o nula, incluso para las embarazadas y parturientas.
El Patronato aunaba las fuerzas antifeministas de la Iglesia y la Sección Femenina, recogiendo lo más retrógrado y funesto de la tradición nacionalcatólica. Pero, como siempre, no lo hacían de forma desinteresada ni para mejorar la vida de las mujeres, sino por dinero. Dinero público y privado que fluía directamente hacia las cajas de las órdenes religiosas y los bolsillos de todos los que componían este organismoiii, relacionado también con el robo de bebés, como denunció en sede parlamentaria la periodista Consuelo García del Cid, investigadora y antigua residente en la tristemente célebre Maternidad de Peñagrande de Madrid, adscrita al Patronato.
El trabajo, además de la oración, era una forma de redimir a las “caídas”. Las internas estaban obligadas a trabajar y sufrían represalias si se negaban o no cumplían. Se les buscaba casas de “gente de bien” como sirvientas o se les empleaba en talleres ajenos o propios, organizados por el propio Patronato y subvencionados por el Estado, con la excusa de proporcionar a las tuteladas un oficio que les permitiera ganarse la vida “honradamente”iv. Los salarios que cobraban las mujeres tuteladas eran abonados directamente al Patronato, que les otorgaba una cartilla de jornales donde se ingresaba el sueldo, una vez devengado el gasto de manutención si se trataba de mujeres en régimen de internamiento. En realidad, las internas veían muy pocas veces el fruto de su trabajo, ya que se estableció que las cartillas siguieran siendo administradas por el Patronato hasta que fueran totalmente “redimidas”, lo que estaba en manos de los jefes y las religiosas que se lucraban con ese trabajo. Algunos de estos talleres trabajaron para El Corte Inglés, Correos y Telégrafos y otras empresas. Con estos datos, el trabajo realizado por las niñas y mujeres tuteladas por el Patronato se podría clasificar, sin ninguna duda, como trabajo forzado (trabajo esclavo), según la definición de la International Labour Officev.
La maternidad de Peñagrande de Madrid siguió funcionando hasta 1983. Gracias a los testimonios recogidos y publicados por García del Cid, podemos conocer los horrores que sufrieron las adolescentes y jóvenes embarazadas que tuvieron la desgracia de caer en manos de las Cruzadas Evangélicas que regentaban esta maternidad y del doctor Vela, ginecólogo del centro, que ha sido condenado por su relación con el robo de bebés. Pero lo acaecido en este auténtico reformatorio para jóvenes embarazadas está todavía pendiente de ser investigado a nivel judicial.
Se puede decir bien alto y claro que, con el régimen franquista, la iniquidad y la impunidad absolutas se abatieron sobre las mujeres, fundamentalmente sobre las jóvenes y pobres. Queda mucho por conocerse, pero es suficiente para constatar la enorme represión que sufrieron las mujeres en el régimen franquista, consideradas como poco fiables y peligrosas y, por ello, objeto de férreo control y castigo.
La memoria democrática debe abarcar también estas memorias silenciadas de quienes sufrieron el abandono y la crueldad más inhumanos por el mero hecho de ser mujeres.
i Desde el primer momento, la SF contó con varios órganos de expresión como Y, revista para la mujer(1938-1945), Medina (1941-1945), Consigna (1940-1976), Bazar (1947-1977) y Teresa (1954-1977), que hacía la competencia a la revista Telva de Acción Católica.
ii La Sección Femenina tuvo a su cargo, desde 1955 a 1977, la Escuela de Auxiliares Técnicos Sanitarios (ATS), entre las asignaturas que debían cursar las estudiantes femeninas estaba “Enseñanza del Hogar”, que era sustituida por “Autopsia médico-legal” cuando se trataba de estudiantes masculinos.
iii Entre 1942 y 1956, época de hambre y miseria para la población, el Patronato recibió nada menos que 37.400.000 ptas. como subvenciones del Estado. (Memoria del Patronato de Protección de la Mujer. 1965).
iv En diversos centros del Patronato existían talleres de maquinistas tejedoras, peluquería, manicura, confección en serie, manufactura del plástico, maquinista industrial de bordado, corte y confección, auxiliares administrativas y cocina. (Memoria del Patronato de Protección de la Mujer, 1969).
v El trabajo forzado de adultos se define, para fines de medición, como el trabajo para el cual una persona no se ha ofrecido voluntariamente (criterio de “involuntariedad”) y que se realiza bajo coacción (criterio de “amenaza de pena”) aplicada por un empleador o un tercero. “Global estimates of modern slavery: forced labour and forced marriage”. International Labour Organization and Walk Free Foundation, Ginebra 2017
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