DESCUBIERTOS CUATRO CONTRATOS DE COMPRA DE ARMAMENTO A MUSSOLINI
Foto del establecimiento madrileño de Perfumerías Álvarez Gómez durante la Guerra Civil
Peio H. Riaño14/03/2013 (06:00)
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Los golpistas pasaron por el supermercado de las armas dos semanas antes de que se sublevaran el 18 de julio de 1936. Cargaron el carro de la compra en la Italia de Mussolini con más de 40 aviones, más de 10.000 bombas de 2 kilos, más de 2.000 de 50 kilos y más todavía, carburantes y lubricantes, ametralladoras y proyectiles perforantes en la Italia de Mussolini. La cuenta ascendió a más de 39 millones de liras (más de 340 millones de euros ajustados a la inflación). El descubrimiento de los cuatro contratos firmados por Pedro Sainz Rodríguez -con el apoyo personal, antes y después, de Antonio Goicoechea y el más que probable conocimiento de Calvo Sotelo- y la SIAI, la gigante de la industria aeronáutica italiana, retoca el relato de los acontecimientos del golpe de Estado de los militares y sus consecuencias.
El primer contrato aclara que los suministros deben entregarse durante el mes de julio. “Es decir, eran la punta de lanza que había de asegurar el éxito de la sublevación en el curso de las siguientes semanas. Nos parece imposible que Sainz Rodríguez no comunicara a los italianos la fecha, más o menos aproximada, de la rebelión”, escribe en el libro colectivo Los mitos del 18 de julio (Crítica) Ángel Viñas, responsable del rescate de estos documentos.
A la entrega del material había que pagar a tocateja. El historiador señala como generoso avalista al banquero Juan March, aunque con precaución: “No sugerimos en modo alguno que participara en las negociaciones sobre el material, cuyo contenido técnico escapaba a su competencia, pero sí que en Roma, en donde residía o adonde podía desplazarse fácilmente desde Francia, pudo utilizar su fortuna en resolver las inquietudes que la cuestión del pago provocase a los italianos”. Lo que sí está demostrado es que March fue el gran financiador de la conspiración, amén de otros, pero ya en marzo de 1936, a través del banco Kleinwort Benson, el empresario mallorquín otorgó un crédito de medio millón de libras (21 millones de pesetas de la época, “una cantidad enorme”).
Los planes de Mola
La compra encajaba a la perfección con los planes originales de Mola, que tanto se han comentado: “Violencia extrema, muy probable fracaso en Madrid y Barcelona”. Así lo confirma la carta que escribió el director de la sublevación al conde de los Andes, el 31 de julio, uno de sus conspiradores más fieles, para pedirle todo el apoyo económico para invertir en la presión aérea: “Tenga en cuenta que la aviación es de un enorme efecto moral y si pronto no tenemos aviones pudiera darse el caso de que decayera la moral, precisamente en momentos en que sea necesario el mayor esfuerzo. Se lo pido a Vd. en tono de súplica y por nuestra santa causa [sic]. Hay que convencer a cuantos tengan dinero que de su desprendimiento depende no ya la salvación de España, sino la de toda una civilización. Ya lo sabe: sea como sea y al precio que sea sus ‘pajaritos’”.
Para entonces, los primeros aviones italianos habían llegado a Franco, no a Mola. La negociación de los contratos discurrió en paralelo a la preparación de la insurrección y probablemente se aceleró a medida que se acercaba la fecha. Ello no quiere decir que Mussolini pensara en apoyar un conflicto largo en España. De hecho, lo comprado -43 aviones, bombas por un total de 40.000 kilos, poco más de 300.000 cartuchos- no basta para resolver una contienda prolongada, pero sí para el empujón inicial que quería Mola resolver antes del café.
Las modernas armas de guerra se adquirieron, según el historiador, con la idea de apoyar las operaciones de tierra y con el fin de desmantelar la desvencijada aviación gubernamental. Se trataba de aparatos muy manejables, rápidos, robustos y adversarios perfectos. “Treinta y tres CR 32 no eran una fruslería. Podemos imaginar lo que representaron contra los, en general, obsoletos aviones gubernamentales”, asegura Viñas.
Los contratos hasta ahora desconocidos, pese a dormir en archivos españoles, suponen el inicio de una investigación que debería revelar la parte de la cúpula militar golpista que asesoró a Sainz Rodríguez –imposible pensar que fue por libre en la operación- en la petición del material (aunque todo apunte a Mola, con asesoría técnica de Kindelán o Galarza), y, por ejemplo, quién manejaría los aparatos. Además, la fecha de inicio del golpe queda ligada a esos contratos y al apoyo fascista. “Y desde luego nada tiene que ver con el asesinato de Calvo Sotelo, que no precipitó nada”, asegura Francisco Pérez Sánchez, en el prólogo del libro Los mitos del 18 de julio, en el que también participan los historiadores Fernando Puell de la Villa, Julio Aróstegui, Eduardo González Calleja, Hilari Raguer, Xosé M. Núñez Seixas, Fernando Hernández Sánchez y José Luis Ledesma.
Revisar el 18 de julio
El origen de la idea de este libro se sitúa en un curso celebrado en julio de 2011 en El Escorial, en el que se debatieron todas las leyendas que la publicación delDiccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia removió. La historiografía española ha reaccionado tras la aparición de la polémica obra con varios libros que tratan de devolver la claridad al caudal enturbiado por la vuelta a los viejos mitos franquistas que hablan de “alzamiento” o “pronunciamiento” en vez de golpe de Estado, “Cruzada” en vez de Guerra Civil.
La recuperación de esos fantasmas logra, casi ocho décadas después, que Franco cambie hasta su traje de dictador. El libro al que hacemos referencia repasa las leyendas construidas ya en la misma guerra por los contendientes, que se mantuvieron “pertinaces con gran solera, raigambre y persistente utilización” por ser “los que triunfaron en la contienda y tuvieron el país a su servicio durante décadas”, explica el coordinador del libro.
Las antiguas versiones rejuvenecidas que el libro desmonta pueden resumirse en un decálogo básico:
UNO. El golpe del 18 de julio no fue obra sólo de militares, sino también de civiles con papel sustancial para que triunfase.
DOS. Que no fue “un golpe doméstico”, sino que “contó con la connivencia de una potencia extranjera, la Italia fascista, a la que se compró armamento antes del golpe.
TRES. Que la fecha de inicio del golpe está ligada a esos contratos y al apoyo fascista prometido “y desde luego nada tiene que ver con el asesinato de Calvo Sotelo, que no precipitó nada”.
CUATRO. Que la defensa de la Iglesia y del catolicismo “simplemente no existió en el diseño y ejecución del golpe, y no fue ni un objetivo explícito de los golpistas ni su principal motivación, ni hay prueba alguna de que lo fuera”.
CINCO. Que el golpe no pretendía acabar con ninguna insurrección armada en marcha, “sino las reformas progresistas, pero democráticas, del primer bienio republicano que los gobiernos Azaña-Casares Quiroga retomaron e impulsaron”. Acabar con una eliminaría la tan cacareada posibilidad, remota o no, de una insurrección obrera.
SEIS. Que “ninguna organización republicana u obrera se puso manos a la obra con el propósito de subvertir el orden constitucional en la primavera de 1936, bien porque no querían, bien porque no podían hacerlo”.
SIETE. Que “no había en marcha ninguna intervención de la Komintern ni de la URSS en España”, porque en “ningún lugar de Europa entre 1918 y 1939 triunfó ninguna revolución obrera ni hubo ninguna ‘expansión comunista’, pues el comunismo ni pudo si supo salir de la URSS”.
OCHO. Que “no había antes de la guerra una ‘violencia revolucionaria’ o un ‘terror rojo’ extendido, no había ninguna dinámica de exterminio ni ‘liquidación de los enemigos de clase’ que pudiera continuarse después del 18 de julio, es decir, no se asesinaba a las ‘gentes de orden’, pues el número de empresarios y propietarios que lo fueron en los meses anteriores al 18 de julio es ínfimo, y el de religiosos inexistente”.
NUEVE. Que “la República no fue un fracaso que conducía inexorablemente a una guerra, sino que fue destruida por un golpe militar que, al contar con la connivencia de un país extranjero y no triunfar en buena parte del territorio y en la capital, se encaminó automáticamente a una guerra civil”.
DIEZ. Que la República “tuvo que bregar por otro con una izquierda obrera que tendía con frecuencia al maximalismo, es decir, que consideraba que la democracia era irreconciliable con el capitalismo e inviable mientras este existiese, y que temía que se entregase pacíficamente al fascismo como había sucedido en toda Europa”.
La luz del descubrimiento aclara que las dos Españas no existieron ni estaban destinadas a enfrentarse, que el destino de este país no era la sangre, ni existía una guerra civil no declarada dentro de la sociedad española en los años treinta. No hubo un “alzamiento” de media España contra la otra media.
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