Leonor
había empezado ya semanas atrás su lenta agonía, la destrucción física y moral
a la que la sometieron. La patrulla que la arranco de su casa a principios de
abril la traslado a la cárcel del pueblo y de allí, cada día, era llevada a la
casa cuartel de la guardia civil para “interrogar”. Las huestes del demonio se
encarnizaron con ella y la abuela. De la abuela, mama Dolores, se cansaron
pronto, poca carne, muchos huesos y muchos años, solo gritaba a cualquier
pregunta “A mí me matareis pero yo
no valgo nada, soy vieja, antes muerta que denunciar a mi yerno”.
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Tercera Parte: La dura posguerra.
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