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Menorca, isla mediterránea, último bastión del gobierno de la República. Las tropas que se rebelaron en contra del gobierno republicano consiguen el control militar de la isla en febrero de 1939. Miguel Triay Pascuchi, menorquín exiliado en Venezuela, vivió la rendición de Menorca y publicó sus memorias en la ciudad de Mérida en 1995 con el título ‘Vicisitudes de un exiliado mahonés en Francia’. La historia de este personaje fallecido en 2009, nos permite rememorar hechos de la guerra civil que trastocaron la vida de cientos de miles de personas y la vida de un país, 88 años han transcurridos desde aquel verano de 1936.
Triay Pascuchi, militante del PSUC, a sus 19 años era el responsable de la central telefónica del cuartel de ingenieros en el pueblo de Villa-Carlos en el momento que la isla ha sido tomada por las tropas nacionales conformada por italianos y moros. La Italia de Benito Mussolini envió a España 85 mil soldados y se calcula que 100 mil marroquíes fueron reclutados por los militares sublevados. Mientras que el ejército republicano fue conformado por hombres y mujeres del pueblo español.
En aquella madrugada de febrero de 1939, Miguel Triay Pascuchi saltó por las paredes, burló a los guardias y consiguió llegar al cuartel de artillería aún bajo el mando republicano. Vaqué, su comandante, intentaba calmar a las personas que temerosas se aglomeraban en la explanada. El oficial en persona les garantizaba la vida y el joven astuto, le preguntó ‘¿Quién se la garantiza a usted?’.
Triay Pascuchi no perdió tiempo, corría por las calles y los malecones del puerto de Calafonts en busca de una embarcación que le permitiera escapar. Consiguió un bote, y cuando empezaba a remar se le unió otro compañero del partido, juntos remaron dos horas hasta el barco de guerra inglés ‘Devonshire’, que fondeaba frente a la costa.
Corrió la voz en la isla, un centenar de embarcaciones se aproximaron al buque, las personas que iban en ellas exigían ser admitidas. El capitán del barco solo tenía autorización para rescatar a 49 personas, las que se habían pactado entre las autoridades inglesas y franquistas: destacados políticos republicanos, militares y civiles de la isla. Entre los que negociaron la rendición se encontraba el conde de San Luis, oficial de la marina y representante del caudillo Francisco Franco Bahamonde en la rendición de Menorca.
El capitán del barco hizo contacto con el almirantazgo en Londres, el Foreing Office autorizó el abordaje de las 400 personas que pedían asilo. Quienes quedaron en tierra fueron encarcelados o fusilados como el comandante Vaqué, militar que permaneció al frente de su plaza hasta el último momento. A las 6 de la mañana el buque inglés levó anclas rumbo a Francia, desembarcó en el puerto de Marsella, de allí tomaron otro, “un barco negrero francés” que los trasladó al puerto de Port-Vendres, donde los esperaban las tropas del ejército francés, anduvieron 13 horas, sin parar, sin bebida, sin comida hasta su arribo al campo de refugiados de Argelés. Nos cuenta Triay Pascuchi en su libro: “Desde la orilla del mar hasta unos trescientos metros de anchura, los franceses instalaron un sistema de alambrado, formando un corredor a todo lo largo de la playa. Allí estaban concentradas unas ciento veinte mil personas en condiciones infrahumanas. Carecíamos de comida, de agua potable, sólo recibíamos un mendrugo de pan. Las necesidades fisiológicas representaban un espectáculo deprimente. Todos teníamos que defecar a la orilla del mar…”.
Unos meses después serían trasladados al campo de Bram a unos 20 kilómetros de Carcasonne. Allí las condiciones higiénicas mejoraron: había barracas para 100 hombres con letrinas y literas. Triay Pascuchi durmió en el piso sobre un montón de paja.
Como muchos españoles, Miguel Triay salió del campo de concentración gracias a que los franceses fueron movilizados para la recluta en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. La industria y el campo francés aprovecharon a la mano de obra española. Miguel Triay Pascuchi fue contratado para trabajar en un taller de costura en la ciudad de Carcasonne. A sus puertas fue llevado en persona por un gendarme.
La jornada de trabajo era de 12 horas diarias de lunes a sábado y recibía como sueldo el correspondiente al de un día. Dormía en una esquina del taller sobre un montón de paja como lo había hecho en el campo. Trabajó los tres meses que duró el contrato.
Por fortuna recibió un dinero de parte de sus primos que vivían en Argel y pudo comprarse algo de ropa y mudarse a una habitación que compartió con otro exiliado menorquín, un compañero de cuarto que trabajaba en una fábrica de zapatos en el turno de la noche. Ambos compartían el mismo abrigo, una gabardina que les había regalado la esposa de un gendarme francés. Triay Pascuchi lo usaba en la mañana y su compañero en la noche.
Los refugiados españoles debían solicitar un permiso oficial para trasladarse de una ciudad a otra. Triay salió de Carcasonne en compañía de un amigo, fueron detectados por un gendarme y recibió una multa de 80 francos por no tener el permiso, para entonces tenía otro trabajo con un sueldo de 200 francos semanales.
Sus condiciones de vida mejoraron, consiguió otro trabajo en una sastrería como supervisor. Miguel Triay Pascuchi rehacía su vida en Francia, pero la Segunda Guerra Mundial alteró su carrera, a sus 20 años se ofreció como voluntario para organizar un grupo de resistencia, integrado por refugiados españoles. Varios de sus compañeros cayeron presos en manos de la policía política y fueron encarcelados, torturados y algunos llevados a los campos de exterminio nazi.
En 1943, “fatídico año”, Triay recibió una citación de la prefectura, el funcionario francés le anticipó que sería reclutado como parte del programa de sustitución de mano obrera alemana llamado ‘El Relevo’. Todos los jóvenes solteros residenciados en Francia entre 20 y 23 años debían cumplir tres años de trabajo obligatorio en Alemania.
El joven y atractivo Triay precipitó su matrimonio con Françoise Royo, su novia francesa, hija de españoles. Sin embargo, su condición de casado no le eximía de trabajar en la organización alemana Todt que hacía una fortificación defensiva denominada el muro del Atlántico, fue despojado de su carta de identidad y de su carta de alimentación y a cambio recibió una cartulina que lo identificaba como trabajador de dicha empresa.
“Formé parte de un grupo de seis personas cuyo trabajo consistía en cargar árboles que otros trabajadores talaban y subirlos a un camión que los transportaba a un lugar determinado y nosotros debíamos bajarlos y llevarlos al borde del mar… lo curioso de aquel grupo de personas era la diversidad de nacionalidades, parecía el mito de la torre de ‘Babel’: polacos, italianos, portugueses y españoles conformaban aquella masa de trabajadores que fueron obligados para servir a lo que tanto odiábamos, el nazismo”.
A los pocos días, un tronco cayó sobre su pie, durante sus visitas a la enfermería observó el comportamiento del centinela y una vez más escapó, mientras éste tomaba un descanso en la cantina, para sorpresa de todos, regresó a casa de su suegra. Al día siguiente dejaba Carcassone para esconderse junto a su esposa en la ciudad de Chartres.
Gracias a las gestiones de las agrupaciones de resistencia, Miguel Triay Pascuchi y su esposa consiguieron una carta de identidad. Triay sería un enlace entre varios compañeros y el maquis. Uno de sus principales contactos fue el jefe de extranjería, Monsieur Dubois.
“El compañero Dubois llegaba a mi casa cuando poseía información concreta que me pasaba verbalmente. Nunca utilizamos papeles que podían comprometernos.
Todos los movimientos de tropas alemanas, de trenes repletos de armamentos que salían de Chartres, Dubois me lo informaba, dándome el itinerario que seguirían. Las noticias que yo recibía las transmitía al camarada Simón… él tenía contacto directo con el maquis que dinamitaba las vías férreas para retardar los movimientos militares”. Los aliados iniciaron sus bombardeos. El aeródromo de la ciudad de Chartres fue uno de sus primeros objetivos. El apartamento donde recién vivían fue afectado por las bombas y la zona evacuada. Los jóvenes esposos se alojaron en una casa abandonada ubicada en la campiña. Allí también recibieron el impacto de las bombas sobre el techo de su estrenada vivienda. Una vez más quedaban a la intemperie y gracias a una andaluza, se hospedaron en una habitación con comida.
“El primer tanque americano que se dirigía a París se paró frente a nosotros. Del tanque se bajó un sargento quien preguntó en alta voz: ¿Quién de ustedes habla español? Yo, sargento, le respondí. El hombre joven de unos 28 años de edad se presentó: Me llamo Antonio Rodríguez natural de Puerto Rico. ¿Son ustedes republicanos españoles?... Le expliqué por nuestra preocupación por los elementos nazis atrincherados en el cementerio. El sargento Rodríguez como respuesta hizo parar a tres tanques más que se alinearon en plan de combate. El primer cañonazo lo disparó el tanque que comandaba Rodríguez, el cual dio en el cementerio e hizo saltar en añicos infinidad de ataúdes. Al tercer disparo los alemanes salieron de sus escondites con las manos sobre la cabeza en señal de rendición…”.
En sus memorias Miguel Triay nos habla de los refugiados españoles que le apoyaron durante su exilio en Francia, de sus compañeros de origen menorquín, inclusive de alguno que como él finalmente recalaron en Venezuela (Antonio Orna). Llegó a Caracas en 1947. Cuenta este español que Venezuela fue uno de los países que acogió a los republicanos durante la presidencia del escritor Rómulo Gallegos.
En Caracas, Miguel Triay Pascuchi se dedicó a diferentes actividades, algunas tenían que ver con su profesión de sastre, otras con el comercio, la venta.
En “la pequeña y acogedora ciudad de Caracas de los años 40, él, su esposa y su hija tuvieron un difícil comienzo, deambularon por pensiones de familias venezolanas y menorquinas, hasta que en los años 50 pudieron alquilar un apartamento. En los años 60 se trasladó con la familia a Maracaibo (Zulia), “tierra solícita, de aromas, cantarina y danzante”. Allí pudo obtener mejor remunerado como vendedor en la empresa alemana Siemens, un trabajo que aceptó como asalariado, a pesar de sus experiencias en la Segunda Guerra Mundial. Sus últimos años los vivió en Mérida. Miguel Triay Pascuchi admitió que fue un hombre con suerte. Sus vicisitudes estuvieron siempre acompañadas de una buena estrella.
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