Yolanda hoy, treinta y cinco años después

 01/02/2015 11:24 PM
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En la madrugada del 2 de febrero de 1980, hace ahora treinta y cinco años, un comando para-policial, formado por un  estudiante de químicas – Ignacio Abad – y un sujeto vinculado con los servicios de inteligencia de la dictadura franquista – Emilio Hellín Moro -, asesinó a Yolanda González Martín, estudiante vasca de 19 años, matriculada en el centro de formación profesional de Vallecas y trabajadora del hogar cuidando niños.
Yolanda era joven, era mujer, era militante del Partido Socialista de los Trabajadores, afiliada a Comisiones Obreras y delegada de su centro en la Coordinadora de Estudiantes de Enseñanzas Medias, constituida para luchar contra la aprobación de las leyes educativas del gobierno de UCD.
La muerte de Yolanda supuso un mazazo a las reivindicaciones de los estudiantes y a las movilizaciones que se estaban realizando. Ya en el mes de diciembre del año anterior durante una manifestación, la policía había dado muerte a otros dos estudiantes, Emilio Martínez Menéndez, de veinte años, y José Luis Montañés Gil, de veintitrés años, durante una manifestación en la calle Embajadores de Madrid  en la noche del día 13.
La reacción brutal del régimen que se desmoronaba y la fuerte respuesta política y social que una generación de jóvenes estudiantes estaba realizando fueron los dos elementos fijados en el tablero en el que la extrema derecha dibujó su oportunidad de intervenir, desde las cloacas del estado y con la connivencia de los grupúsculos criminales que actuaban a sus anchas persiguiendo a los líderes y activistas de las fuerzas democráticas.
La detención de los asesinos de Yolanda, el proceso judicial que se llevo a cabo, la falta de una investigación seria y en profundidad, las fugas del jefe y principal responsable del crimen, el silencio sobre los nombres ocultos en los peldaños superiores de la culpabilidad del crimen, las conexiones policiales y con otros miembros de la extrema derecha, y finalmente, el escaso cumplimiento de condena, la libertad con nueva identidad del criminal y el descubrimiento de que en la actualidad sigue trabajando para los aparatos del estado, hacen de este crimen un hecho único en la llamada transición democrática, del que se desprende lo peor del proceso político vivido, los entresijos de un estado incapaz de depurarse en el momento histórico que le correspondía y que hoy, treinta y cinco años después, sigue albergando responsabilidades en los acontecimientos brutales que marcaron la represión sobre la ciudadanía que reclamaba precisamente las libertades que hoy disfrutamos a pesar de ellos.
Mientras Pablo Iglesias quiere marcar el tic tac del calendario futuro, hay un reloj detenido en la historia por el que a pesar de los treinta y cinco años transcurridos no pasa el tiempo. La compleja maquinaria de la memoria está hecha de una sustancia imposible de comprender. Hay hechos de nuestra vida que pasan directamente al olvido sin que los empuje ninguna explicación razonable y en cambio hay otros que quedan inexorablemente congelados en forma de recuerdos: un instante, un olor, un acontecimiento.
Los que vivimos el movimiento estudiantil de finales de los años setenta y comienzos de los ochenta tenemos grabados muchos instantes, muchos momentos, muchas imágenes. Tenemos grabada la imagen de Yolanda. Puede que tenga que ver con los años perdidos de la adolescencia y la juventud y puede, simplemente, que el impacto emocional causado haya hecho que los recuerdos asociados a ese tiempo tengan un protagonismo constante cuando dibujamos el perfil de nuestra propia historia y existencia.

La muerte de Yolanda en aquel momento histórico es todo a la vez


La muerte de Yolanda en aquel momento histórico es todo a la vez. Un instante, un tiempo, una vida resumida en un solo recuerdo.
La huelga de los institutos y de las universidades fue producto de un movimiento que surgió con una potencia inexplicable cuando el gobierno de la UCD trató de aprobar sin ningún consenso social las leyes educativas que marcarían el trazado conservador del modelo de enseñanza que tanto padecimos en España. Era tiempo de convulsión y cambio pero sobre todo de conciencia social y de compromiso político. Por eso aunque sea de extrañar el efecto multiplicador que tuvo la respuesta estudiantil no lo es tanto en el contexto de una alta conciencia y un fuerte compromiso derivado de las luchas que trajeron el modelo de libertades públicas del que aún hoy disfrutamos.
Por tanto, no era ajeno el movimiento estudiantil aquel a las movilizaciones populares que reivindicaban la democracia y la libertad y aunque la Constitución era un hecho jurídico e institucional, la verdad del sistema seguía siendo la misma del general Franco, con los matices de transformación que, con cuenta gotas, se iban introduciendo en la sociedad.
No es el caso traer aquí, de nuevo, todo lo que significó de sacrificio para varias generaciones resistir y oponerse a la dictadura, pero sí es necesario citarlo para entender que una generación que apenas sí había tenido experiencia vital en el franquismo real fuera capaz de ganar un impulso y una audacia sin precedentes, poniendo en jaque al gobierno y al propósito de autoritarismo que lo encarnaba en la nuevas circunstancias políticas pactadas. Así era Yolanda y así eran los jóvenes de su época.
Que aquel movimiento estudiantil contra el Estatuto de Centros Docentes y la LAU fue un hito en la movilización de los jóvenes solo se entiende si se ve con perspectiva y se toma como referencia el propio 15M, como elemento definidor más destacado, en torno al cual otra generación tomó el relevo de aquella con fines en apariencia distintos pero con el mismo empeño democratizador en un momento crítico de la sociedad. Al menos así debería de verse.

El crimen de Yolanda aún mantiene el tiempo detenido


El crimen de Yolanda aún mantiene el tiempo detenido en la memoria de quienes lo vivieron. Su familia, hermanos y padres, sus amigos, compañeros y camaradas, mantienen, durante más de tres décadas, encendida la luz que marca el camino que exige justicia, verdad y reparación. La gran vergüenza de esta democracia es la que los ha dejado solos con el ideal vivo de la memoria y la causa justa de la exigencia de explicaciones y responsabilidades.
Quienes con tanta irresponsabilidad como insensibilidad han mantenido el trabajo policial, aunque sea indirectamente, del ejecutor de Yolanda a pesar de su culpa y falta de arrepentimiento – que tanto se exige a otros -, son culpables morales del daño que sufre su familia, amigos y compañeros. En un lado de esa culpa moral y política están, sin duda, las alcantarillas de los servicios secretos, los que en aquella época estaban completamente volcados a contribuir a la represión; en otro los que ingenuamente, hoy, hayan podido requerir de sus servicios sin conocimiento de su verdadera identidad o los que sabiéndolo no han tenido pudor en hacerlo. Nadie ha dado explicaciones ni nadie ha asumido su responsabilidad.
En las movilizaciones actuales, en el 15M, en los escraches, en las movilizaciones de la PAH, en las manifestaciones contra la extrema derecha y la violencia fascista que rebrota, en las manifestaciones de los jóvenes contra la guerra, en los encierros por las causas que hacen avanzar el progreso, la justicia y la libertad, ahí está la memoria de Yolanda, ahí está el tiempo detenido tantos años que ahora, con un impulso nuevo, le devuelve la vida en la vida misma de las mujeres y hombres que se ponen de pie, dicen No y echan a andar.
Treinta y cinco años después, Yolanda sigue viva en la memoria.