por Ilda Mosquera
En el documental ‘Equí y n’otru tiempo’, Ramón Lluís Bande realiza toda una plegaria de silencio, un auténtico homenaje, un monumento a los cientos de maquis asturianosasesinados entre 1937 y 1952. Una forma bucólica de recordar los tiros, de no olvidar las muertes de los que agonizaron escondidos, de los que perdieron el aliento por una ideología que perdió la guerra.
La narración, a modo de epitafio, se escribe sobre fondo negro. Los protagonistas están presentes en el alma del documental. En la imagen, los lugares en los que los guerrilleros perdieron la vida. Los montes. Rincones olvidados de Asturias. Sólo se oye el canto de los pájaros y el aire.
Detrás de esta puesta en escena, que habla con el silencio, está Ramón Lluís Bande. “Rigor (documental y estético), paisaje y memoria eran las tres coordenadas de la película cuando encontré su forma definitiva. Nada que saliera de ahí podía entrar. Decidí que el estatus de las imágenes y los textos sería el del monumento fílmico, era la única forma posible en la que la película se podía encontrar a sí misma”, detalla el cineasta.
El principal interés del realizador estaba en recuperar los nombres propios de aquellos guerrilleros asturianos que perdieron la vida en el monte. “Quería mostrar los espacios en los que fueron asesinados y que en la actualidad no tienen un significado especial para nadie, son paisajes del olvido. Con esa topografía del horror (pero también de la resistencia a la dictadura franquista), pretendía crear un espacio de memoria y respeto. Además, también quería que la película pudiera generar o intervenir en debates colectivos sobre ese olvido programado desde el poder, planteando cómo esa realidad de abandono y desmemoria pone en cuestión la legitimidad y la calidad democrática de la España nacida de los consensos del 78”.
No es la primera vez que el cineasta rinde homenaje al bando republicano: “La memoria de la izquierda asturiana, sobre todo la izquierda comunista, es un tema que está muy presente en mi trabajo cinematográfico y literario desde principios de los años 2000. En 2003 conocí y rodé una pequeña película-retrato (Estratexa) con Manuel Alonso González,Manolín el de Llorío, unos de los últimos guerrilleros asturianos con vida en aquel tiempo. Tuve la suerte de seguir en contacto con él hasta su muerte en 2007. Mucha de mi obra literaria de los últimos años (La muerte de los árboles y La vida pésima), o esta película, nunca hubieran existido de no tener ese contacto personal con Manolín, una de las persona más honestas, íntegras y modélicas que conocí en mi vida”.
Hablando sin pronunciar palabras. Emocionando con planos que muestran la tragedia sin plasmarla, el cineasta ha conseguido su objetivo: hacer un homenaje a los maquis asturianos. “Creo que la película recupera en (y para el) presente la lucha de resistencia de los protagonistas ausentes, algo que me parece una asignatura pendiente. Sin el reconocimiento de su lucha y el recuerdo de su memoria, esta sociedad va seguir estando herida en su dignidad”.
La película comienza con fotografías en blanco y negro de unos hombres cuyas vidas se vivieron y capturaron en escala de grises. Estas instantáneas fueron tomadas por Constantino Suárez. “La primera parte de la película, además de para humanizar la imagen de los guerrilleros, también quiere servir como reivindicación del trabajo magistral de Suárez, un genio de la fotografía represaliado por su condición ideológica de izquierda republicana”, explica el cineasta.
En este documental, que recibió el premio de la Crítica en el último Festival de Cine de Sevilla, se detallan los sitios, fechas y circunstancias de las muertes de los protagonistas ausentes. “La documentación de los espacios fue un proceso más largo que costoso y se realizó en paralelo al propio rodaje. Partimos de los datos que fuimos sacando de diversos libros, sobre todo de dos: ¿Por qué sangró la montaña?, de Nicanor Rozada, y ¿Por qué estorba la memoria?, de Gerardo Iglesias, que están acreditados como inspiraciones de la película. Después recorrimos cada lugar hablando con las personas mayores de los pueblos, y ellas nos iban contando y llevando hasta los sitios exactos”.
Detrás de Equí y n’otru tiempu hay un laborioso trabajo de documentación sobre el terreno que, según adelanta el cineasta, ya está registrado para una nueva película complementaria, Paisaxe, que se presentará en los próximos meses. “Es una especie de cuaderno de apuntes del rodaje, en el que se recuperan las historias de los asesinatos de los guerrilleros contadas por sus vecinos y que, en cierta manera, funciona como contracampo de Equí y n’otru tiempo”.
Cuando se le pregunta a Ramón Lluís Bande por las sensaciones que pasaron por su mente a la hora de fotografiar los lugares, el cineasta no duda en subrayar la explosión de sentimientos: “Para mí fue una experiencia muy emocionante. La película nacía también de mi necesidad de recorrer esos espacios que, además de muerte, también representan el paisaje de la resistencia. En algún caso, rodé el plano en compañía de algún enlace de la guerrilla que previamente me había contado lo sucedido y, claro, esos son momentos que marcan, en lo emocional, para toda la vida…”.
Después de años trabajando en el desarrollo de la idea, Bande vio claro que la película debía tener naturaleza de monumento: “La intención era proponer un desplazamiento cinematográfico del documento al monumento, convertir las salas de cine en espacios de memoria y respeto. Y que todo esto se hiciera desde el presente, conseguir invocar en presente la historia en los mismos espacios modificados por el tiempo y que este tratamiento borrara la separación entre pasado / presente para generar una especie de presente continuo histórico. Quería hacer una película política políticamente”.
La perspectiva de la Asturias que muestra Bande destila una emoción callada, de la que llora sin soltar las lágrimas. Dejando un tiempo largo en cada plano, buscando una conexión del lugar con el público, un encuentro que puede parecer una estimulación a la reflexión. “Es una invitación a que cada espectador busque su propia relación con las imágenes: desde lo histórico y desde lo físico… La duración reflexiva creo que puede generar una emoción mayor. Cada espectador tiene que relacionarse de manera diferente con cada espacio, buscar esa manera, yo creo que eso da mucha libertad y enriquece la visión. Por otro lado, la duración también ayuda a convertir la sala en un espacio de respeto: los espectadores guardan un respetuoso minuto de silencio ante cada lugar en el que se produjeron los asesinatos”.
El sonido de la calma agreste de Asturias sólo se calla dos veces en el documental. Una al principio para dar voz a un testimonio; otra al final para entonar la lucha de estos hombres con una voz femenina. “Es una canción popular, compuesta por los propios guerrilleros, que grabamos a una señora de Llorío, un pueblo de Llaviana del que salieron muchos, entre ellos Manolín. Esa canción servía como final perfecto para el viaje: la cultura popular como voz colectiva de lo que había pasado, como la voz de los protagonistas ausentes. No veo otro final posible; cuando llega ese momento ya no tengo más imágenes que proponer, por eso la pantalla va a negro. La película arranca con la imagen de los guerrilleros; la segunda parte, los espacios de la ausencia, y la tercera, la pantalla en negro, con esa voz que nace de lo popular con la intención, como digo, de ser colectiva”, declara Bande.
La voz femenina que canta a la resistencia roja quedará resonando en las conciencias de quienes consigan ser atrapados en este recorrido: Una perspectiva distinta de nuestro pasado, un camino por una Asturias bucólica que fue testigo de episodios atroces. Lugares de la historia que muchos consideran olvidados, nombres a los que la historia no escribió en negrita. Ahora han sido rescatados por Ramón Lluís Bande para recordar el alma de quienes murieron por pensar en rojo.
Pases del documental: días 1, 7 y 8 de febrero en Cineteca (Matadero, Madrid).
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