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JOSÉ MARTÍNEZ RUBIO. AYER
VALENCIA. Se han cumplido 70 años. Cuando fue liberado por las tropas soviéticas, Auschwitz se convirtió rápidamente en el signo absoluto del mal, en el extremo de la perversión, en el punto más alejado de lo humano adonde el hombre era capaz de llevar su odio, su ambición y su inteligencia. Dijo Theodor Adorno que después de Auschwitz no se podía escribir poesía. Dijo también que jamás una comunidad humana fue tan perfecta en su orden, en su lógica y en su funcionamiento. Cuando la razón se vuelve puramente instrumental, solo cuenta la eficacia, y en Auschwitz murieron más de un millón de personas.
Conforme los aliados conquistaban territorio nazi, fueron apareciendo nuevos campos y nuevas atrocidades, Mauthausen, Dachau, Buchenwald, Flossenbürg, Treblinka. Campos de trabajo, campos de concentración o campos de exterminio. Sin embargo fue Auschwitz, la máquina perfecta, la que consiguió catalizar toda la imaginería de la crueldad nazi, actuando en unas ocasiones de espejo de otras realidades y, en otras, de tupido velo con que cubrir horrores menos sublimados por Spielberg.
Hay dos peligros al hablar de las experiencias concentracionarias. El primero, concentrarse en lo meramente anecdótico, en lo individual y en lo sentimental, perdiendo de vista la perspectiva histórica y las responsabilidades de todo un orden político. El segundo, abstraerse tanto en el análisis y olvidar los efectos humanos inmediatos. Debe de existir un equilibrio entre la sangre y los conceptos.
En el caso español hay un tercer peligro, el de olvidarlo absolutamente todo. O casi.
MAX AUB Y PACO ROCA HABLAN DE ALICANTE
En 1968 Max Aub publicó Campo de los almendros, la última novela sobre la Guerra Civil de la hexalogía El laberinto mágico. Evidentemente fue publicada en México, donde el escritor vivía exiliado y, a pesar de que a finales de los sesenta Aub regresó a España de visita y el régimen franquista había cedido en su férrea censura para ofrecer una imagen aperturista de la mano de Manuel Fraga, la mayoría de la obra del escritor no se publicó en España durante la dictadura, y lo que apareció fue troceado por la censura. Y ni mucho menos fue publicado nada suyo sobre la Guerra Civil, que era terreno controlado por José María Gironella, su prosa de ciprés muerto y su equidistancia traicionera, y por Camilo José Cela, el estraperlista cultural del tardofranquismo.
A Aub se le leyó más tarde, cuando la idea de los campos de concentración ya solo apuntaban hacia Alemania. El Campo de los Almendros se le llamó al campo que se improvisó a las afueras de Alicante una vez entraron las tropas franquistas a la ciudad. Alicante fue el último puerto controlado por la República, lo que hizo que hasta allá acudieran miles de civiles y de militares esperando una evacuación internacional humanitaria. Solo llegó un barco, el buque Stanbrook.
Años después, Max Aub escribiría una obra de teatro titulada Morir por cerrar los ojos, denunciando a posteriori el abandono de las democracias europeas a la democracia española durante la Guerra Civil. Al puerto de Alicante, donde esperaban decenas de miles de personas, solo llegó el Stanbrook, capitaneado por Archibald Dickson, quien ordenó llenar la cubierta de refugiados en mucho mayor número de lo que decían que el buque podía soportar.
Al hilo de Los surcos del azar, la novela gráfica de Paco Roca, la Universitat de València organizó este otoño una exposición sobre el Stanbrook y Dickson, los únicos símbolos de la solidaridad que llegaron aquellos fatídicos días de marzo de 1939. Eso sí, 75 años después.
Paco Roca en su novela habla de los campos de trabajo y de los campos de concentración del norte de África que les esperaban a los que pudieron embarcar en el Stanbrook. La suerte de los que no embarcaron fue igual de amarga. El Campo de los Almendros fue una solución improvisada. Las tropas italianas que Mussolini había incorporado al ejército franquista delimitaron con alambre de espino una extensión agrícola a las afueras de la ciudad donde encerraron a todos los refugiados atrapados en la ratonera del puerto de Alicante. Posteriormente fueron enviando a los detenidos a otros campos y prisiones de todo el país.
DE ALBATERA A CUELGAMUROS
El más importante de nuestra geografía fue el de Albatera. Las tropas franquistas reconvirtieron en campo de concentración a aquel recinto inaugurado dos años antes por el Ministro de Justicia como campo de trabajo para presos. Al igual que ocurriera con otros campos, como el de Buchenwald, las instalaciones fueron aprovechadas por los nuevos vencedores para castigar a los nuevos vencidos.
El campo de Albatera estuvo varios meses en funcionamiento luego de terminar la Guerra Civil, y fue desmantelado en octubre de 1939 cuando los presos fueron repartidos por otras cárceles u otros campos provisionales o de trabajo. Por ejemplo, en 1940 todavía se instauró el campo de trabajos forzados de Cuelgamuros, cuyo objetivo era el de levantar un memorial en recuerdo de los caídos en el bando fascista con una cruz de 150 metros de altura. Funcionó como campo de trabajos forzados durante veinte años.
La anormalidad cultural de España no permite ver por completo y con absoluta claridad la ignominia de que existan todavía un monumento y un recinto como el Valle de los Caídos. La deshistorización o la consideración anecdótica o excéntrica de la historia diluye toda idea de responsabilidad y asume el horror como un acontecimiento azaroso e inevitable.
ENTRE DÉNIA Y CARCAIXENT
Cuando Auschwitz y el entramado de campos de concentración y exterminio nazis fueron descubiertos, desmantelados o reconvertidos buena parte de los oficiales que los dirigían desaparecieron. Rudolf Höss, el primer director de Auschwitz, estuvo desaparecido durante ocho meses y fue descubierto por los servicios de inteligencia británicos a orillas del Báltico. Richard Baer, el director que siguió a Höss, estuvo desaparecido durante quince años hasta su captura en Hamburgo. Adolf Eichmann, uno de los militares de mayor rango que organizó la represión en Polonia, huyó a Argentina donde fue secuestrado por los agentes del Mossad en 1960.
Clara Sánchez ganó el Premio Nadal en el año 2010 con su obra Lo que esconde tu nombre. Como novela era ligerita, pero como historia, demoledora: la protagonista descubre los orígenes nazis de los ancianos alemanes que veranean en la costa de Denia. Tal fue el impacto de la novela en la zona que la propia escritora denunció ante la policía las sucesivas amenazas de muerte por parte de la colonia de alemanes afincados en La Marina.
La España de Franco fue pieza fundamental para la evacuación de los oficiales nazis tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial. Otto Skorzeny operó desde España, donde vivió amparado por el régimen hasta su muerte en 1975, y organizó la compleja red internacional ODESSA que ayudaba a escapar a altos cargos nazis hacia países como España o Argentina principalmente, como el médico Josef Mengele.
Vicente Pérez García apareció asesinado en extrañas circunstancias en su casa de Carcaixent en 1969. En realidad no se llamaba así, sino Maks Luburić, también conocido como "Maks el carnicero". Luburić había sido el director del campo de concentración de Jasenovac, en Croacia, uno de los lugares más gratuitamente crueles de la órbita nazi según los testimonios y, tras la guerra, fue acogido por el régimen de Franco y se instaló en Carcaixent. Los documentos y fotografías muestran incluso ejecuciones de presos con serruchos para escarnio y aviso al resto de presos.
Su asesinato en Valencia, a manos de su criado Ilija Stanic, fue investigado por Francesc Bayarri y narrado en su novela Cita a Sarajevo. Todavía hoy en el cementerio de Carcaixent se puede visitar el mausoleo erigido por las instituciones franquistas al responsable de la muerte programada de entre 100.000 y 700.000 personas.
AUSCHWITZ ÜBER ALLES
Auschwitz no puede representar la desmemoria colectiva. No puede ser el caso concreto, simbólico, mítico que opaque realidades más cercanas. Mientras se cumplen los setenta años de la liberación del campo de concentración, solo algunas incursiones en la historia y en la literatura revelan que también aquí el horror se materializó de diferente modo, durante cuarenta largos años, bajo el falseamiento de identidad de sus personajes, la complicidad del régimen franquista y la cultura de la desmemoria colectiva
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