Una investigación desvela cómo se usaron varios lugares de Irun, Donostia, Hondarribia y Tolosa con esta finalidad
Estos centros formaban parte de una amplia red estatal de represión de más de 300 instalaciones
JURDAN ARRETXE - Domingo, 31 de Marzo de 2019 - Actualizado a las 06:04h
Una fila de prisioneros republicanos de la Guerra Civil, confinados en la estación del Norte de Irun, a la espera de ser destinados a otros campos de concentración. (Foto: Biblioteca Nacional)
DONOSTIA- “Cruzamos la frontera y en Irun nos metieron en el campo de fútbol. Nos dijeron: Toda persona que lleve cualquier objeto de valor que no pueda certificar que es suyo, que lo entregue. Si no, que se atenga a las consecuencias”. Salvo por la referencia geográfica, la escena que describe el soldado Josep Torrens bien la pudo rodar Steven Spielberg hace 25 años para su Lista de Schindler. Lejos de Cracovia, el régimen que estaba a punto de triunfar en la Guerra Civil española abrió cerca de 300 campos de concentración. En Gipuzkoa, al menos cinco. Dos de ellos, en Irun, donde fue recluido Torrens: “Allí dejamos todos los relojes, anillos y todo lo que teníamos”.
Los había quienes volvían por su propio pie, confiados en un futuro mejor una vez acabada la Guerra Civil o los que, detenidos al norte del Bidasoa, eran devueltos a suelo español. En los campos abiertos en Irun esperaban el permiso del Consulado o, en el caso de los iruneses que regresaban, que otros vecinos de la ciudad avalaran su retorno. También había quienes trataban de huir. Luis Ortiz Alfau, que murió el pasado 8 de marzo con 102 años, fue uno de ellos. Quizá gracias a la avaricia de un soldado, salvó la vida: “Fui un ingenuo y no pensaba que nos detendrían ni nada. Total, que llevaba en una preciosa maleta de cuero toda mi documentación del Ejército republicano en el que había pasado la última fase de la guerra volando puentes para retrasar el avance enemigo”.
“Al llegar a la frontera de Irun estaba todo plagado de guardias civiles y de falangistas. No tardaron ni un minuto en detenerme y quitarme todo lo que llevaba”, le relató a Ander Izagirre. Tras ser detenido, Ortiz Alfau fue llevado “al campo de concentración que habían organizado en la fábrica de chocolates Elgorriaga”.
Eran unos locales que complementaban los dos campos de concentración de Irun, que a su vez servían para enviar a los prisioneros a otros campos. Por un lado, el Stadium Gal, en el que junto a Josep Torrens fueron recluidas miles de personas. Permanecieron abiertos durante la Guerra Civil y en los primeros años del franquismo. Nada más cruzar el puente Avenida, eran confinados en el campo de fútbol que hoy, remodelado, existe.
El segundo centro de reclusión era la fábrica de Hilaturas Ferroviarias, que se encontraba en el barrio de Anaka y que, según los cálculos de Ascensión Badiola, llegó a confinar a 1.900 personas entre 1939 y 1942, sobre todo mujeres y niños. Hoy se desconoce el emplazamiento del campo que hubo en Hondarribia, pero se estima que funcionó entre 1937 y 1942.
PARA CLASIFICAR A pocos meses de que acabara la Guerra Civil, en Irun se hacía “una primera clasificación de las decenas de miles de españoles que regresaban desde Francia”, tal y como relata el periodista Carlos Hernández de Miguel en su libro Los campos de concentración de Franco.
Eran grandes superficies que podían albergar a miles de personas, clasificarlas e incluso exterminarlas. En lugares donde, si el mando militar lo estimaba necesario -existía la dirección de Inspección de Campos de Concentración, dependiente de Francisco Franco-, se habilitaban locales como el de Elgorriaga o el de un taller de bicicletas. A quienes intentaban regresabar por el puente de Behobia los recluían en el pabellón de vinos Arocena y el restaurante Kaiola de Behobia. Allí, sobre todo mujeres y niños, esperaban a que el Comité de Información y Residencia diera luz verde a su regreso.
Como el Stadium Gal, el régimen incipiente buscó campos de fútbol y plazas de toros. Fue el caso de Donostia y Tolosa. En la capital donostiarra, el campo operó unos meses, los últimos de la guerra española. Entre febrero y mayo. Con capacidad para 1.500 personas, en el edificio derruido en 1974 fueron recluidas aquellos meses hasta 6.000 personas. Hoy en pie, el coso taurino de Tolosa también se mantuvo abierto en meses similares al del coso donostiarra.
OTROS CAMPOS EN LA CAV En Bizkaia se abrieron al menos dos (en Bilbao, en los edificios de la Universidad de Deusto) y en Orduña, en el colegio de los Padres Jesuitas, mientras que en Araba, tres: en Murgia, en cuyo colegio de los Padres Paúles se confinaron 4.000 prisioneros;y en Gasteiz, el convento de los Padres Carmelitas, en el Seminario Viejo y la antigua plaza de toros. Hernández de Miguel especifica que aquellos campos de concentración guardaban cierta similitud con los nazis, y aunque en los campos españoles también se exterminó, quedaron lejos del perfeccionamiento macabro del sistema de concentración e incluso exterminio del III Reich.
Estos campos fueron “una de las patas de la enorme mesa que fue la represión franquista”, reconoce Hernández de Miguel, que con su “trabajo coral” ha tratado de recuperar una parte de la memoria muchas veces “olvidada”.
Una memoria que la recordaban las víctimas y sus allegados. A través de los que llegó el relato hasta nuestros días. De la mano de prisioneros como Ortiz Alfau que, quién sabe por qué, se libraron del fusilamiento: “Yo me temía que, en cualquier momento, vinieran a por mí para matarme o para encarcelarme, pero no. se ve que el que me robó la maleta le gustó tanto que o no reparó en la importancia de lo spapeles o no quiso tener que dar explicaciones a sus superiores para quedarse”.
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