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1 enero, 2012
Defendió al gobierno legítimo de la República y por ello fue detenido y condenado dos veces a muerte en 1939. Tenía 19 años. Le conmutaron la pena por una condena de 60 años. En la cárcel sobrevivió gracias a la firmeza de sus ideales, la grandeza de su espíritu y el ejemplo solidario de sus compañeros. Allí empezó a escribir poesía. Sacó clandestinamente sus poemas que, como mensajes en una botella de un náufrago, recorrieron el mundo y fueron leídos allí donde había alguien luchando por la libertad. Tras veintitrés años de cárcel le indultaron y salió a la calle. En prisión fue sometido a todo tipo de torturas y, aunque recuerda el nombre de sus torturadores, siempre se ha negado a darlos porque “tendrán hijos, nietos y, a tanta distancia, no quiero empeñar el recuerdo que tengan de sus padres o sus abuelos, pasándoles la carga moral de una culpa que ellos no cometieron”. Su nombre es Fernando Macarro Castillo, pero todos le conocen por el seudónimo con el que escribe: MARCOS ANA, nombre que escogió por ser el de su padre, asesinado durante la guerra, y el de su madre, muerta de dolor y tristeza frente a los muros de la prisión de Burgos mientras esperaba para ver a su hijo.
AUTOBIOGRAFÍA
“Mi pecado es terrible:
quise llenar de estrellas
el corazón del hombre.
Por eso, aquí, entre rejas,
en veintidós inviernos
perdí mis primaveras.
Preso desde mi infancia
y a muerte mi condena
mis ojos van secando
su luz contra las piedras.
Mas no hay sombra de arcángel
vengador en mis venas.
España es sólo el grito
de mi dolor que sueña.”
quise llenar de estrellas
el corazón del hombre.
Por eso, aquí, entre rejas,
en veintidós inviernos
perdí mis primaveras.
Preso desde mi infancia
y a muerte mi condena
mis ojos van secando
su luz contra las piedras.
Mas no hay sombra de arcángel
vengador en mis venas.
España es sólo el grito
de mi dolor que sueña.”
Su vida en la cárcel fue terrible y despiadada. Como él dice, sólo quien ha estado condenado a muerte puede entender lo que es la soledad de la noche. Y él lo estuvo dos veces, y tuvo que despedir a decenas de camaradas a los que fusilaron en el frío de la madrugada: “En aquellos primeros años cada noche “sacaban” a un grupo de condenados para ser fusilados en el cementerio del Este. Un día y otro, menos el domingo. Los domingos los verdugos iban a rezar… En situaciones extremas funcionan mecanismos éticos y esenciales de defensa que te fortalecen y te permiten poner a prueba la solidez de tus ideas. Yo he comprobado que hay en nuestro interior una fuerza sumergida, alimentada de convicciones, que “si la llamamos” emerge en las situaciones extremas. Los límites del miedo están en la dignidad y la conciencia de cada uno…
“En el penal de Ocaña conocí lo más duro para un condenado a muerte: la soledad. Me llevaron a una pequeña celda, de unos dos metros de largo y tan estrecha que con los brazos en cruz tocaba las paredes. Una puerta de hierro, un retrete en un rincón, un colchón de esparto y un pequeño y alto tragaluz enrejado iban a formar mi nuevo universo… Nos dejaban salir al patio dos veces al día, una hora por la mañana y otra por la tarde. Lo más triste era el atardecer, cuando nos encerraban de nuevo en las celdas individuales y nos despedíamos unos de otros sin saber si aquél sería el último abrazo. Nadie dormía hasta que oíamos el toque de silencio, que no tenía el mismo significado para todos. A los condenados a muerte nos traía la noticia estremecedora de la “saca”. Con el corneta teníamos convenida una fórmula para saber si iba o no a visitarnos a muerte aquella madrugada. Si el corneta alargaba el final del toque de silencio y lo dejaba morir lentamente sabíamos que un grupo de nosotros vivía su última noche. Si, por el contrario, el toque elevaba con fuerza su final podíamos dormir tranquilos porque nuestra vida se prolongaba por lo menos durante 24 horas… En una ocasión llegó al penal de Ocaña una nueva remesa de condenados a muerte. Tuvieron que repartirlos en celdas ya ocupadas por otros condenados. La mía la tuve que compartir con tres compañeros, un maestro, un alcalde y un dirigente campesino. Tuvimos que acoplarnos y repartirnos el espacio. Las noches que había “saca” no dormíamos. Nos quedábamos en silencio, mirándonos intensamente, adivinando si alguno de nosotros sería el señalado para morir aquella madrugada. En el espacio de un mes, aquellos tres compañeros, en noches diferentes y uno a uno, fueron “sacados” y asesinados…”
MARCOS ANA dice que la cárcel fue su universidad porque allí lo aprendió todo. Entrar con 19 años en la cárcel, siendo casi un niño, y salir pasados los cuarenta, no es algo que pueda vivirse si no se tiene una enorme fuerza interior y una visión de la vida totalmente generosa y altruista. Recién salido de la cárcel, una de sus pasiones era pasear por las calles viendo pasar la vida. Todo era nuevo para él, absolutamente desconocido. Un día, paseando por el centro de Madrid, se encontró con quien, antes de su ingreso en prisión, había sido su jefe, un hombre rico y acostumbrado a la “buena” vida y a la juerga. Le llevó a unos cuantos cabarets de la época y, viendo cómo MARCOS ANA miraba a las mujeres, se despidió no sin antes presentarle a una joven muy atractiva a la que le había dado mil pesetas para que se acostara con él. La joven en cuestión, tratándole como a un cliente más, le invitó a subir a su cuarto. MARCOS ANA, virgen y totalmente inexperto en la relación con mujeres, se sintió muy cohibido y le pidió que siguieran hablando un rato. Ella pensó que él estaba bebido porque no podía entender aquella negativa, y le devolvió las mil pesetas. MARCOS ANA le dijo que no, que no estaba bebido y que quería estar con ella, pero que acababa de salir de la cárcel y que nunca había estado con una mujer. Isabel, así se llamaba ella, sintió una gran ternura por aquel hombre/niño que tenía frente a ella, decidió no trabajar aquella noche, y le invitó a cenar en uno de los restaurantes más lujosos de Madrid. Allí, mientras él le contaba su vida en la cárcel, ella lloraba emocionada cogiéndole las manos. Tras la cena, le invitó a que le acompañara a la habitación del hotel donde ella vivía. Aquella noche él descubrió el amor. A la mañana siguiente, ella le despertó con una taza de chocolate y unos churros que había bajado a comprar a la calle. Se despidieron. Él la abrazó con todas sus fuerzas, porque sabía que nunca más la volvería a ver. Al llegar a su casa encontró un papel en el bolsillo de su chaqueta con las mil pesetas. El papel decía: “Para que vuelvas esta noche”. Emocionado ante aquella nueva perspectiva, deambuló por las calles esperando a que llegase la noche. Conforme pasaba el tiempo, sin embargo, se dio cuenta de que volver sería tratar a aquella mujer como a una prostituta, lo que para él no había sido. No quería romper el encanto de aquella noche. Prefería mantener aquel bello recuerdo para toda su vida, pero tampoco podía quedarse con las mil pesetas que le había devuelto y que en realidad eran de ella, porque se las había ganado. Al pasar frente a una floristería, compró mil pesetas de flores. Las llevó al hotel donde vivía ella y las dejó en recepción con una simple tarjeta en la que decía: “Para Isabel, mi primer amor”
Escribir en la cárcel no era fácil: “Fue en una celda de castigo donde inicié una creación adolescente y temblorosa. Los amigos me pasaron lecturas, introduciendo en mi petate unas hojas sueltas con poemas de Alberti, Neruda, Machado… Los leía y los releía mil veces. Me los aprendí de memoria. Y, en aquel clima, comencé a escribir, a construir memorizando, dejándome llevar por una cadencia musical que subía de mí mismo. Cuando salí al patio general puse sobre papel los poemas que había memorizado en la celda y se los mostré a algunos amigos que me animaron a seguir escribiendo y a sacar mis poemas al exterior. Así lo fui haciendo, sin confianza en mí mismo, como el náufrago que lanza una botella al mar de la esperanza. Y un día, en un paquete clandestino que recibimos, venía, entre otras cosas, un pequeño librito que me emocionó hasta dejarme sin palabras. En la portada un dibujo color sepia, “El prisionero y la paloma”, de Pablo Picasso. Al pie del dibujo un título: Poemas desde la cárcel, y debajo el nombre del autor: Marcos Ana… Y así comenzaron a salir mis poemas de la prisión, los eché a andar por el mundo, a veces sin destino fijo y los fueron publicando y extendiendo, principalmente las Asociaciones de Ayuda a España y los Comités de Solidaridad con los Presos Políticos…
“Así escribía, mis manos doradas por la luna, el oído atento, arropado por una manta, proyectando sobre la pared una extraña sombra, mientras por el tragaluz de mi celda, la Noche me acechaba como un animal oscuro.
“Solía despertarme muy temprano, antes del toque de diana, y trabajaba mis versos en la fría soledad de las madrugadas, hasta que despuntaba el día. Después, cuando amanecían los ojos y las llaves, me escondía la voz en un zapato y mientras paseaba en el patio de la cárcel, por caminos circulares que no conducían a ninguna parte, iba memorizando los poemas, dándoles forma y armonía.
“Eran y son poemas sencillos, mensajeros de la dignidad, que no pretendían alcanzar el cielo de los elegidos, sino llevar calor humano y esperanza de libertad a los que sufrían cautiverio y llamar a las puertas del mundo para despertar a los que dormitaban, ajenos a nuestro drama personal y a la tragedia colectiva de España.”
Y si escribir era algo clandestino y peligroso, sacar los poemas de la cárcel todavía lo era mucho más. Había que agudizar el ingenio y la generosidad para poder hacerlo: “Excepcionalmente yo recurría a un procedimiento curioso. Conocía a los compañeros que en unos días o semanas iban a salir en libertad, elegía al más idóneo y le hacía aprenderse un poema de memoria, para que una vez libre lo escribiera y enviara a una dirección convenida…”
DE RÍO A RÍO
“Arlanzón(*), díselo al Sena.
Dile que en la Noche escuchas
mi soledad, mis cadenas.
Háblale de mis hermanos,
vivos en tumbas de piedra.
Dile que escriba en los puentes
de su libertad mi pena.
Que su corazón me lleve.
Que su corriente me extienda.
Que en cada hoja del agua
el pueblo francés me lea.
Arlanzón, díselo al Sena”
(*) Pequeño río que pasa junto al penal de Burgos
La poesía de MARCOS ANA es un grito de libertad, un canto de esperanza, que convierte el dolor en belleza, el desconsuelo en fortaleza y el silencio en solidaridad. “Mi creación poética no era una abstracción, se nutría de nuestras necesidades políticas y humanas, del dolor y la esperanza de mis hermanos y era una vía más para mover el corazón del mundo…”
MI CORAZÓN ES PATIO
(A María Teresa León)
“La tierra no es redonda:
Es un patio cuadrado
donde los hombres giran
bajo un cielo de estaño.
Soñé que el mundo era
un redondo espectáculo
envuelto por el cielo,
con ciudades y campos
en paz, con trigo y besos,
con ríos, montes y anchos
mares donde navegan
corazones y barcos.
Pero el mundo es un patio.
Un patio donde giran
los hombres sin espacio.
A veces, cuando subo
a mi ventana, palpo
con mis ojos la vida
de luz que voy soñando.
es algo más que el patio
y estas losas terribles
donde me voy gastando”.
Y oigo colinas libres,
voces entre los álamos,
las charla azul del río
que ciñe mi cadalso.
“Es la vida”, me dicen
los aromas, el canto
rojo de los jilgueros,
la música en el vaso
blanco y azul del día.
La risa de un muchacho…
Pero es soñar despierto:
Mi reja es el costado
de un sueño que da al campo.
Amanezco y ya todo
– fuera del sueño – es patio.
Un patio donde giran
los hombres sin espacio.
¡Hace ya tantos siglos
que nací emparedado,
que me olvidé del mundo,
de cómo canta el árbol,
de la pasión que enciende
el amor en los labios,
de si hay puertas sin llaves
y otras manos sin clavos!
Yo ya creo que todo
– fuera del sueño – es patio.
Un patio bajo un cielo
de fosa, desgarrado,
que acuchillan y acotan
muros y pararrayos.
Ya ni el sueño me lleva
hacia mis libres años.
Ya todo, todo, todo
– hasta el sueño – es patio.
Un patio donde gira
mi corazón, clavado;
mi corazón, desnudo;
mi corazón, clamando;
mi corazón, que tiene
la forma gris de un patio.
Un patio donde giran
los hombres sin descanso”
A través de un amigo común este poema le llegó a Marcel Marceau, el maestro del silencio, que se quedó muy impresionado y prometió trabajar con él. Poco después el mimo presentó su nuevo trabajo “La celda”.
Durante los años de la cárcel, MARCOS ANA intentó crear grupos de teatro con los que difundir la cultura, mantener la moral de los presos y mostrar que había otras formas de vida que eran posibles. En la prisión de Burgos, en 1960, con motivo del cincuentenario de su nacimiento, organizó el que, sin duda, ha sido el homenaje más hermoso que se ha hecho a Miguel Hernández. Se representó en la primera galería. Constaba de tres actos (El rayo que no cesa, Vientos del pueblo y Cancionero y romancero de ausencias) y de un prólogo. Cinco narradores declamaron el texto que escribieron para el homenaje. Un pequeño coro acompañaba de fondo con flautas hechas con cañas de escoba. Por la noche, cuando cerraron la galería, montaron un escenario con sábanas y mantas. Cientos de presos sentados en el suelo siguieron y vivieron aquella representación.
Algunos años antes, cuando intentaron montar el grupo de teatro, eligieron como primer montaje un texto de Menédez Pidal que había sido previamente autorizado. El director de la prisión invitó al Gobernador Civil y demás autoridades para presumir de las actividadesculturales que se hacían en su prisión. La obra, que comenzaba con el romance anónimo “El prisionero”, fue un éxito rotundo. El director y todas las autoridades felicitaron a los organizadores. Convencidos como estaban de que aquel era el primer paso de un largo camino que podrían ya recorrer, su sorpresa fue mayúscula cuando, dos días después, el director prohibió que se hiciesen más montajes porque “los comunistas podrían introducir claves y mensajes intencionados”. Al parecer el origen de aquel despropósito no fue otro que el comentario que el jefe de Falange de la zona le hizo al director de la prisión criticando que hubiese dos máscaras a los lados del escenario: una sonriente, la de la comedia, en la parte izquierda, y otra triste y seria, la del drama, en la derecha, en lo que él interpretó como un claro mensaje subversivo…
Ha pasado el tiempo y MARCOS ANA es un hombre que, a sus 91 años, sigue viviendo la vida con la coherencia, la generosidad y el compromiso con el que la ha vivido siempre. Hoy, no podía ser de otra manera, está con el 15-M. “Estoy con el espíritu del 15 de mayo, con la rebelión pacifica de esta juventud que ha dicho ¡BASTA! Y que exige DEMOCRACIA YA, frente a los grandes partidos que se disputan la alternancia en el poder a espaldas de los intereses reales de los ciudadanos. Estos días y estas noches estoy con los jóvenes, y soy feliz y estoy emocionado de ver la Puerta del Sol abarrotada de muchachos y muchachas con una madurez y un gran sentido político de las trasformaciones que necesita nuestra sociedad. “No votéis a los grandes partidos”, dicen, y tienen razón. Porque la ley electoral es injusta y favorece siempre a los mismos. Anoche volví a casa de madrugada y ahora, después de cenar, me iré de nuevo a la Puerta del Sol…”
La carta que Pablo Neruda, uno de sus fieles amigos, le escribió al salir de la cárcel refleja claramente lo que ha sido y es el mundo de MARCOS ANA:
“Quiero enviarte, Marcos Ana, algunas palabras, y qué poca cosa son, qué débiles las siento cuando se enfrentan a tu largo cautiverio. ¡Qué poca y qué pequeña luz para la sombra de España!
“Desde aquellos días en que perdimos – los pueblos y los poetas – la guerra, perdimos también todos gran parte de la poesía y muchos perdieron la vida o la libertad.
“Así se me murieron muchos poetas y sufrimos también nosotros tormento y muerte. Añadimos una cruz y otra cruz a la necrología de este tiempo y estas cruces las trazamos en nuestro propio pecho para que no pudieran olvidarse.
“Les reprochamos a todos el olvido que nosotros no aceptamos, nosotros los que continuamos heridos.
“Por eso cuando sales a respirar la pobre libertad española qué poco significarían estas palabras si no llevaran en ellas tu propia pasión, la misma lucha tuya y nuestra común esperanza.
“Tú eres el rostro que esperábamos, resurrecto, resplandeciente, como si en ti volvieran a vivir luchando los que cayeron.
“Te recibimos en la ardiente poesía militante que seguirá peleando porque no sólo tiene sílabas, sino sangre. Te abrazamos con infinita ternura y con la viva fraternidad de quienes siempre te esperaron”
MARCOS ANA dedicó su vida en libertad a luchar por la libertad de los que todavía quedaban en las cárceles y a impedir que el olvido asesine la memoria de los que fueron represaliados por el franquismo: “Yo creo que desde tu propio dolor es más fácil comprender el dolor de los otros. Todo en la vida es una enseñanza. Yo conocí, como tantos compañeros, la pérdida de la libertad, sufrí la tortura, viví al borde de la muerte, cometieron conmigo las más humillantes vejaciones. Podía haberme convertido en una bestia llena de odio. Pero, al contrario, mi experiencia personal me llevó a la conclusión de que nunca sería capaz de ejercer la violencia contra nadie. Precisamente porque la he sufrido. Pese a mi largo cautiverio, no salí marcado por el resentimiento y en todas mis actuaciones públicas y políticas, en mis poemas, en mi vida, el amor a la libertad aparece siempre ligado al amor a España y a la reconciliación de sus hijos, a la necesidad de acabar con las consecuencias extenuadotas de la guerra civil… La recuperación de la memoria histórica, no es para pedir cuentas a nadie por las responsabilidades personales contraídas en el pasado, sino para situar la Historia en su lugar, arrancar del olvido a nuestras víctimas y cancelar de una vez todos los procesos y condenas incoados por un régimen ilegal, impuesto por las armas frente a la legalidad republicana. Es decir, que se nos devuelva a los demócratas que luchamos por la libertad, y se haga de manera pública e institucional, el respeto y el reconocimiento que merecemos por nuestra lucha y sacrificio.” MARCOS ANA no admite que se equiparen, como quieren hacer muchos, los actos de barbarie de “los dos bandos” por tres razones de peso:
1) La República era el gobierno democrático legalmente constituido al que Franco y el ejército golpista traicionaron dando un golpe de Estado que acabó en la sangrienta guerra civil.
2) Los actos criminales producidos en la zona republicana lo fueron espontáneos, no organizados y fueron condenados y reprimidos por el gobierno de la República, mientras que los crímenes de Franco y sus tropas fueron sistemáticamente organizados desde la cúpula militar con el objetivo de sembrar el pánico entre la población civil.
3) Los crímenes “republicanos” se produjeron en tiempo de guerra, los franquistas durante cuarenta años, hasta poco más de un mes antes de la muerte del dictador.
Frente al argumento de que no hay que abrir viejas heridas, lo que está claro es que mientras haya enterrados en nuestras cunetas y fosas comunes ciento cuarenta mil represaliados del franquismo a los que no se ha podido enterrar debidamente ni defender públicamente, esas heridas ni están ni podrán estar jamás cerradas, porque lo único que puede cerrarlas es que se haga justicia. No se trata pues de abrir viejas heridas ni de buscar absurdas revanchas y venganzas, sino de hacer justicia. Como bien dice MARCOS ANA, “hay que pasar página, sí, pero después de haberla leído.”
MARCOS ANA recuerda los caminos por los que la voz de los presos se hace oír, una voz que nadie puede callar porque es una voz libre y, por eso, invencible: “Cuando los condenados a muerte vivían su última noche eran bajados a “capilla”. Al condenado a morir se le registraba de arriba abajo, se le quitaba el papel, la pluma estilográfica y hasta la punta más pequeña de un lapicero. Teóricamente esos hombres, en sus últimas horas, no tenían ni un minuto libre de vigilancia. Sin embargo, unas horas después de que arrancasen los caminos de la muerte, circulaban entre nosotros unos papeles, a veces pequeñísimos, llenos de dolor y de orgullo: eran las “notas de capilla”
“Los presos, “aún vivos”, éramos obligados, por turno, a limpiar cada mañana los cuartos de capilla, donde habían pasado su última noche los condenados a morir. Algunos lo hacíamos voluntariamente, para leer y copiar los postreros mensajes de despedida que los camaradas habían escrito en las paredes u ocultado en el escondrijo más insospechado. Esos escondrijos, en realidad, los preparábamos nosotros mismos cuando bajábamos a limpiar: abríamos con un objeto cortante “brechas” que pasaban desapercibidas en los tabiques, a ras del suelo…”
Uno de aquellos miles de condenados asesinados durante aquellos años fue Maximino Fernández Villaverde. Él, como tantos otros, también dejó una “nota de capilla”. Aquí la tienes.
Nota: La mayor parte de los textos de esta entrada proceden del libro “DECIDME CÓMO ES UN ÁRBOL, memoria de la prisión y de la vida”, de MARCOS ANA, y de su propio blog personal www.marcos-ana.com/, que os invito encarecidamente a leer y a visitar.
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