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Público
La abogada y escritora feminista se adhiere a la Querella Argentina con una denuncia en la que describe las torturas sufridas en la Dirección General de Seguridad.
La abogada, escritora, y fundadora del Partido Feminista ha tardado 40 años en recuperar aquel dramático episodio de su vida. Aquellos nueve meses que pasó en prisión y los nueve días que sufrió los interrogatorios de Billy el Niño y Roberto Conesa. Lo ha mantenido oculto, en la medida de lo posible, no sabe muy bien por qué, dice. Cada víctima maneja como puede el trauma de la tortura. Cada persona tiene un mecanismo de defensa. El silencio y el disimulo fue el método elegido por Falcón.
Nueve días en la DGS
El 16 de septiembre de 1974, tres días después del atentado de ETA, la Brigada Político Social (BPS) acudió al despacho de Lidia Falcón para detenerla y trasladarla a Madrid acusada de participar en el atentado realizado con una carga explosiva en la Cafetería Rolando de la calle del Correo de Madrid, lugar frecuentado por policías de la BPS de Madrid. No tenían pruebas. Probablemente, incluso conocían que Falcón no estaba implicada. Pero daba igual. La subieron a un coche y la trasladaron a Madrid. También a su hija y a su compañero, Eliseo Bayo. No la dejaron ni ir al baño en las 12 horas del viaje.
Un médico la auscultó nada más llegar. “¿Padece usted alguna afección?”, le preguntó. “Acabo de sufrir una hepatitis”, respondió la mujer. Billy del Niño y Conesa ya tenían el blanco perfecto para destrozar a su víctima:“Me golpeaban en el estómago y en el hígado y me tiraban de los brazos que parecía que se salían”. Así durante tres días. Sin dormir, ni comer, ni beber. Entre golpe y golpe, además, le hablaban sobre su hija: “Está en los calabozos. Quizá se eche novio”.
Pasadas las 72 horas del plazo de detención, se personó en la celda donde estaba presa el juez instructor, el comandante del Juzgado Militar nº 1 de Jueces y Oficiales de Madrid, y tras un largo interrogatorio, Falcón firmó una declaración en la que no reconocía su participación en el atentado ni relación alguna con los terroristas. “Me llegó a preguntar sobre la implicación de la CIA en el atentado”, rememora Falcón, que describe cómo el juez se daba golpes en el pecho mientras exclamaba: “No acepto traiciones a este uniforme”.
Después el oficial se fue y la dejaron nuevamente en su celda. Y al día siguiente Billy el Niño y Conesa volvieron a por ella. La colgaron con dos pares de esposas a dos ganchos que estaban en el techo, pero las muñecas de Falcón eran demasiado pequeñas. Sus 50 kilos de peso no daban para llenar aquellas esposas. Falcón caía una y otra vez. Finalmente, la ataron con cuerdas y comenzaron a propinarle puñetazos en abdomen, estómago e hígado.
“¿Recuerda alguna frase que le dijera Billy el Niño durante el interrogatorio?”, le pregunta el periodista. “Sí. Claro. Hay una que no se me olvidará. Nunca. Mientras me golpeaba en el estómago me dijo: ‘Ahora ya no parirás más, puta‘”, responde Falcón, que recuerda que tras aquellos interrogatorios ha tenido que operarse hasta cinco veces para tratar de paliar las consecuencias de aquellas torturas en hombros, estómago y matriz.
Como otras víctimas de Antonio González Pacheco, alias Billy el Niño, Falcón recuerda bien aquella cara. Esos ojos que chispean ante el dolor ajeno, que disfrutan infundiendo terror y ejerciendo la superioridad que otorga tener a la víctima atada y vía libre para torturar. “Era un sádico. Le gustaba. Se veía que disfrutaba de esos momentos”, prosigue Falcón, que reconoce que en la mayor parte de las sesiones terminaba perdiendo el conocimiento.
Cuando se desmayaba la desataban y la tendían en el suelo. La despertaban con un cubo de agua. Después el médico la reconocía, miraba el blanco de los ojos y le tomaba la tensión. “Dejénla descansar“, solía recomendar. Ella quedaba en el suelo, mojada, durante horas, hasta que la bajaban a la celda. Al día siguiente, las torturas continuaban. Al sexto día los torturadores no pudieron seguir con las mismas sesiones. Ya no podían colgarla de la pared porque perdía el conocimiento rápidamente a causa. Entonces, cuando despertaba, seguía recibiendo puñetazos y patadas tirada en el suelo.
Pacto de silencio
Al noveno día la trasladaron a la Prisión de Mujeres de Yeserías en Madrid. Tenía rotos los tendones supraespinosos de los dos brazos y rasgados la matriz y los músculos del abdomen. Estuvo nueve meses en aquella prisión. Hasta el 11 de junio de 1975 cuando le concedieron la libertad provisional bajo la fianza de 30.000 pesetas. A pesar de estar acusada, nunca fue juzgada. De hecho, nadie fue juzgado por aquel atentado de ETA. Ni ella, ni los otros 21 procesados.
Falcón acudió años más tarde al Archivo Histórico a buscar aquellos expedientes. El de esta estancia en prisión, la anterior y las siete detenciones. No existían. Su nombre sólo aparece en documento que recoge una conversación mantenida por dos policías. “Todo ha sido eliminado. Es parte del pacto de silencio la Transición. Todo aquello queda atrás. No hay culpables. No hay condenados. No hay investigaciones. España es un país único y el bipartidismo tiene gran parte de la culpa”, sentencia Falcón.
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