Una exhumación va más allá de desenterrar huesos. Se necesita un equipo de expertos y meses de trabajo para identificar las víctimas del franquismo.
Con la inocencia de una niña que jugaba con su prima a descubrir tesoros en casa, Amparo Bueno encontró en el fondo de un cajón una imagen muy pequeña con un mensaje en la parte de atrás: “Mi último deseo sería darte un beso a ti y a mis padres, pero ya que no puede ser, cuando recibas este retrato que junto a él va mi corazón, bésame como si me besaras a mí”.
Son las últimas palabras de Plácido Navarro Castell, escritas en una fotografía de cartera que llevaba encima cuando se encontraba encerrado en la prisión de Alzira (València). La estampa muestra un grupo de mujeres, entre las que estaba su pareja, Amparo Naval, quien a pesar de haberse casado después con otro hombre, custodió el recuerdo hasta que su hija lo encontró.
Esta pieza de amor ha ido pasando de generación en generación y así, la memoria de Navarro ha sido heredada. Primero por la hija, Amparo Bueno, quien acabó guardando la estampa de su madre y posteriormente por su nieto, Óscar Albiach, quien ha conservado la carta con la buena voluntad de hacérsela llegar a algún familiar.
Navarro fue uno de los hombres condenados a la pena de muerte en los consejos de guerra del juzgado de Alzira. Junto a él, fueron fusiladas 210 personas más, de edades diversas y diferentes pueblos, aunque con un mismo destino: acabar en una de las fosas comunes más grandes del País Valencià.
La fosa de Alzira tiene una particularidad y es que fue exhumada por primera vez a finales de los años 70. Sacaron a los represaliados de debajo de la tierra y los colocaron bajo el primer monumento memorialista del País Valencià
Esta fosa tiene una particularidad y es que fue exhumada por primera vez a finales de los años 70. Los enterradores de la época, bajo las órdenes del primer alcalde democrático de Alzira tras la dictadura, Paco Blasco, sacaron a los represaliados de debajo de la tierra, con una pala, y los colocaron bajo el primer monumento memorialista del País Valencià. Así, los restos de dos centenares de personas acabaron repartidos en 50 bolsas de plástico, hasta que 44 años después, la asociación Fossar d'Alzira ha logrado realizar una segunda recuperación.
El arqueólogo forense Javier Iglesias, miembro de la asociación Arqueoantro, encargada de la mayoría de las exhumaciones del territorio, menciona que se encuentra ante el procedimiento de recuperación de este tipo más multitudinario que ha visto jamás. “Es complejo porque estamos acostumbrados a recuperar restos que están en conexión anatómica, es decir, que el cráneo, las costillas y el resto de los huesos están unidos, pero en el caso de Alzira, estaban dentro de una cripta y repartidos entre 50 bolsas”, subraya.
Los restos de Navarro se encuentran en la Facultad de Ciencia de la Universidad Autónoma de Madrid donde el equipo del antropólogo Javier Iglesias, formado por los técnicos de laboratorio Gema López, Alba Nistal, Pablo Gallego y la estudiante Bea Bueno, se encarga de analizar los huesos e individualizarlos. Un trabajo que Iglesias describe como la “parte oculta de las exhumaciones” porque nadie la ve.
El proceso de recuperación consta de tres fases. Una primera que es la exhumación o la intervención de todos los restos que estaban dentro de la cripta del monumento, una segunda que permite relacionar todas las piezas óseas de un mismo individuo y una tercera, la identificación genética.
Primera fase, 25.221 piezas óseas divididas en sacos
Durante los días del 5 al 15 y del 26 a 29 de junio del 2023, la Asociación Científica Arqueoantro, financiada por el Ayuntamiento de Alzira, a través de la Secretaría de Estado de Memoria Democrática, vació por completo el cementerio de Alzira. Los sacos fueron extraídos uno por uno y con “mucha paciencia“, tal como explica López, vestida con una bata blanca mientras trabaja en la reconstrucción de un cráneo en el laboratorio.
La cripta estaba llena de raíces y los sacos se encontraban resquebrajados, por lo que tuvieron que hacer ”toda una operación logística“ para que no se deshicieran. El espacio no daba pie a los arqueólogos a maniobrar ni moverse cómodamente, de hecho, tuvieron que bajar a la cripta con casco y linterna. En posición de cuadrupedia, con esfuerzo y prácticamente a tientas, extrajeron todas las bolsas.
Una vez fuera, las trasladaron a las instalaciones del cementerio con el objetivo de hacer un análisis preliminar. Allí secaron y limpiaron los restos para evitar la proliferación de hongos. Unos días después de acabar la tarea, cuando los huesos habían perdido la humedad, fueron trasladados a otra dependencia para su clasificación y enumeración.
López considera que es “necesario” que haya ojos mirando: “Son víctimas de violaciones de derechos humanos que han sido enterradas con verdades ocultas. Quiero que observen, que graben y, sobre todo, que hablen”
Con todos los ojos puestos en la nuca, López trabajó en la exhumación, un proceso abierto a cualquier persona que quiera seguir los trabajos. Quién lo desea puede estar en la primera fase de cualquier recuperación. En este caso, los presentes observaron desde que sacaron los sudarios del osario hasta la clasificación de los restos. En vez de incomodar al equipo, López considera que es “necesario” que haya ojos mirando: “Son víctimas de violaciones de derechos humanos que han sido enterradas con verdades ocultas. Quiero que observen, que graben y, sobre todo, que hablen”.
Un total de 25.221 piezas estaban divididas entre los sacos, lo que se vendría a traducir en una media de 4,5 personas por sudario, de las que solo se conservan 6.258 huesos completos y de una sola pieza. Hasta el momento, según confirma Iglesias, no se han encontrado casos de tal magnitud, hay algunas excepciones, pero de menor volumen, como en Vila-real (Castellón), donde hay 20 víctimas de los bombardeos y fusilamientos, o el caso de Enguera (València), donde había nueve republicanos bajo el mausoleo del considerado primer político fascista en España, el doctor José María Albiñana. En ninguna de las dos fosas, al contrario que en Alzira, se encontraron los cuerpos divididos en bolsas.
Segunda fase, “una problemática importante”
Los huesos son trasladados a Madrid en cajas de cartón que se enumeran del 1 al 50, cifras que corresponden con los sacos totales extraídos y que han inventariado los expertos meticulosamente por primera vez. Cuando sacaron las bolsas del osario no tenían ninguna identificación, “una problemática importante”, como detalla Iglesias, porque la exhumación se ha convertido en “un verdadero rompecabezas”. Los expertos no saben si los restos de una persona se conservaban en un único sudario o, por el contrario, están repartidos en más sacos.
Para comprobarlo, el primer paso lo ha realizado la asociación Fossar d’Alzira con la creación de una base de datos del libro de defunciones del cementerio. Esta muestra, por ejemplo, que en la 'zona 9' y 'andén 10' había cuatro personas. A partir de esta información, los expertos tratan de averiguar si los funcionarios de la época desenterraron todos los cadáveres juntos y fueron minuciosos a la hora de ponerlos dentro de las bolsas o si, contrariamente, los repartieron indistintamente en diferentes sudarios e incluso se dejaron alguna parte bajo tierra. “Es habitual que, cuando una recuperación no se hace de manera científica o profesional, se dejen un brazo porque está pegado a la pared”, apunta Iglesias.
En un laboratorio minúsculo, ocupado en gran parte por estas cajas, es donde los investigadores encajan los fragmentos de los huesos para reconstruir el esqueleto humano de los asesinados en Alzira. Esta segunda fase de la recuperación, solicitada por la asociación y financiada por la Delegación de Memoria Democrática de la Diputació de València, se realiza también el estudio antropológico forense que consiste en determinar la edad, sexo, estatura, patologías y traumatismos perimortem de las víctimas.
Alba Nistal, quien se encuentra analizando la caja número 22 y sostiene un cepillo entre las manos con el que frota un fémur, señala que para encaminar el estudio han empezado a analizar los huesos largos. Estos son los que mejor se han conservado, determinan el número mínimo de individuos y hacen más fácil la asociación entre sí por el tipo de fractura. “Abrimos la caja, limpiamos los huesos porque están llenos de porquería, tomamos medidas, hacemos fotos, apuntamos los caracteres individualizantes, como serían las fracturas, y después se codifican las piezas para tenerlas localizadas”, apunta.
La técnica registra estas características en una ficha, en la que pone los números de codificación, que siempre empiezan con el número del saco. “La idea es hacer una criba general de todos los sudarios y apuntar lo que falta, por si después, cuando se examine el resto, se encuentra un fragmento que case con los huesos ya estudiados y se asocien las piezas”, añade.
Cuando analiza los restos, Nistal se encuentra con dos tipos de fracturas: las evidencias de violencia por fusilamiento y los traumatismos de la primera recuperación. El equipo se ha encontrado muchos huesos con marcas de picos, una prueba que refleja que la primera recuperación no se hizo con un pincel, sino pala en mano y a socavones. La diferencia entre los dos tipos de rotura, matiza, se ve en cómo se comporta el tejido.
La manera en que se hizo la primera recuperación impedirá hacer una unión íntegra de todos los restos y, por eso, en la mayoría de los casos, las personas quedarán incompletas
Cuando la persona está viva o se encuentra próxima a la muerte, el hueso tiene una especie de recuperación y, por la parte de la rotura, se ve una superficie plana y plástica. En cambio, las fracturas cometidas por las palas se diferencian porque el impacto toma forma de rama, como si el brazo de un árbol muy seco se hubiera partido. Además, la parte por donde el hueso se ha fracturado tiene una coloración diferente, si la rotura es post mortem suele ser más blanquecino.
Esta fase une las piezas, una a una, con el trabajo, el tiempo y el dinero que conlleva. La manera en que se hizo la primera recuperación impedirá hacer una unión íntegra de todos los restos y, por eso, en la mayoría de los casos, las personas quedarán incompletas porque hay ciertas regiones, como pueden ser las costillas o las manos, donde es imposible, según remarca Iglesias, resolver el rompecabezas.
Tercera fase, recuperar el nombre de los restos
Una vez individualizadas el máximo número de restos es hora de ponerles nombre, saber quiénes eran para devolverlos a sus familias. En esta fase, que no empezará hasta febrero de 2025, juega en contra un factor: los 84 años que han pasado desde que las víctimas fueron lanzadas sin miramiento dentro de una fosa. En el caso de Alzira, como matiza Iglesias, les ha sorprendido el estado de conservación macroscópico porque es “muy bueno”, aunque a veces se puede tener un hueso muy conservado y que no contenga absolutamente nada de material genético.
Además, muchos de los familiares que quedan son nietos por lo que esta carga se pierde, especialmente si es de abuelo (hombre) a nieta (mujer): el caso de la familia Mahíques. Entre un padre y una hija la carga teórica genética es de un 50%, y la descendencia de esa hija, heredaría un 25%. Esto se puede traducir en un 0,01% del ADN de su abuelo o un 25%. “En el caso de una nieta buscamos la herencia femenina que viene principalmente de las mitocondrias: orgánulos que tenemos en las células que se heredan exclusivamente de nuestras madres y se transmiten a toda su descendencia, tanto masculina como femenina”, desarrolla Iglesias.
A través del ADN mitocondrial se busca la línea más próxima, pero los investigadores se encuentran con un problema: la constancia del material genético que muchas veces se reparte igual en un nivel generacional muy próximo
Así, a través del ADN mitocondrial se busca la línea más próxima, pero los investigadores se encuentran con un problema: la constancia del material genético que muchas veces se reparte igual en un nivel generacional muy próximo. “Tuvimos un caso en el que pensábamos que se había identificado una víctima, pero por fecha y lugar de soterramiento no correspondía, sería un primo lejano de esa familia que se fue a vivir en el pueblo del lado”, sugiere, a la vez que advierte: “La genética es muy compleja, te lo explican cómo la solución, cuando no lo es”.
El papel de las instituciones
Para hacer una exhumación como esta, lo primero que hace falta es formar una asociación y obtener subvenciones. En este caso, la recuperación empezó cuando el presidente de la asociación de Memoria Histórica de la Ribera Baixa, Jesús Granell, y Josep Bermúdez, se pusieron en contacto porque ambos tenían un familiar fusilado en Alzira. Así pues, decidieron hacer un llamamiento por Facebook y ver cuánta gente se encontraba en la misma situación. Obtuvieron varias respuestas y sacaron un proyecto: el Fossar d’Alzira.
Para hacer las dos primeras fases de la exhumación han conseguido la ayuda de la Diputació de València, aunque la preocupación del presidente de la asociación, Josep Bermúdez, es conseguir una nueva subvención para la tercera fase. Además, la intranquilidad ha aumentado después de que el PP y Vox hayan aprobado la Ley Concordia.
Para la diputada de Les Corts la historia es una ciencia social y, si se deja aparte la parte sentimental de un bando u otro, lo que está “claro” es que hay gente que sí ha enterrado de “manera digna” a sus familiares. “A mí cuando la gente de Vox me dice que del bando nacional también mataron a Guardias Civiles, siempre les conteste lo mismo: “si conoces a alguien que quiere venir a presentarnos un estudio de cuánta gente fusilaron y asesinaron de 1931 a 1936, aquí estamos”, reivindica.
Nadie del bando nacional, recalca, ha solicitado a la institución provincial que recuperen los restos de sus familiares porque no están ni en cunetas ni en fosas. Por este motivo, considera que “no tiene ningún sentido meterlo todo en el mismo saco”. Enguix se muestra muy segura de que desde las administraciones públicas “tienen el deber” de difundir todo lo que pasó para que no se repita. Es más, considera que para que España cierre la herida debe hacerse justicia y entender que la dictadura vino después de un golpe de Estado a un régimen democrático.
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