"A una compañera que entró embarazada, la llevaron a la guardería [donde estaban los niños de otras reclusas] y le dijeron que tomara nota, que allí iba a crecer su bebé", recuerda Carlota Falgueras, que cumplió condena en la Trinitat Vella.
Madrid-Actualizado a
Carlota Falgueras (Barcelona, 1950) entró en prisión el 1 de mayo de 1969. Estudiaba Filosofía y Letras, "como se llamaba por aquel entonces la carrera". Tenía 18 años recién cumplidos y participaba en la manifestación por el día del trabajador. "Eran manifestaciones relámpago, porque teníamos que disolvernos cada diez minutos", recuerda. El silbato sonó; todos comenzaron a correr. Carlota llevaba una bandera roja. La guardó en el bolso, pero un policía, "un Guardia Civil retirado", la pilló. Ese día quedó registrada como presa política; una de las 7.000 mujeres que pasaron por la cárcel de la Trinitat Vella durante la dictadura.
La marcha terminó ese 1 de mayo en un juzgado militar. Torturas. Interrogatorios. Y más torturas. El bucle se hacía eterno. El papel decía que las detenidas sólo podían pasar allí 72 horas; "algunas estaban 30 días". La "tranquilidad" no llegaba hasta que entraban en la cárcel. La luz al final del túnel –"imagínate la situación"–. Y en el túnel, misa. Rezos. Censura. Si querías leer, la Biblia. Si querías comer, un plato de legumbres. Grasiento, "asqueroso". Si querías ver la tele, dibujos animados. Y si querías salir al patio, había veces que no podías. Las condiciones eran deleznables. "A las mujeres siempre nos han ido llevando de acá para allá, de un lado para el otro, incluso presas", denuncia Carlota.
La cárcel de la Trinitat fue construida ex profeso para ingresar a miles de mujeres durante el tardofranquismo; ese periodo de nuestra historia que, tal vez por ser demasiado reciente, sigue abocado al olvido; sin apenas investigaciones académicas, tampoco referencias políticas. "La experiencia femenina ha sido ampliamente estudiada y divulgada durante la posguerra; por eso conocemos con detalle las prisiones de mujeres de Ventas, Les Corts, Palma, Segovia o Málaga, pero tenemos el deber de llenar el vacío que persiste sobre los últimos años de la dictadura e incluso la Transición", advierte César Lorenzo, historiador y coautor de Trinitat: la presó de dones ignorada.
Las presas políticas que cumplieron condena en este centro fueron sobre todo estudiantes y trabajadoras, mujeres jóvenes vinculadas a los nuevos movimientos de oposición. Las presas comunes, "las realmente olvidadas", entraban por infringir la Ley de Vagos y Maleantes, es decir, por facilitar abortos, trabajar como prostitutas o abandonar el domicilio familiar. "Todas ellas, tanto las políticas como las comunes, estuvieron bajo la tutela de las Cruzadas Evangélicas, un instituto religioso y secular que garantizaba un trato duro y adoctrinador. La presencia de instituciones religiosas en las prisiones femeninas era habitual, la singularidad es que aquí [en la Trinitat] estuvieron mucho tiempo", señala Lorenzo. Lo que más les molestaba, según cuentan las reclusas, era que les llamasen "monjas". Ellas preferían definirse como "laicas comprometidas".
Las Cruzadas Evangélicas tenían que "eliminar" las ideas políticas de las presas; era uno de sus cometidos. Carlota recuerda que los distintos grupos de convictas tenían prohibido mezclarse entre sí; tampoco podían hablar en catalán, ni recibir información del exterior. "La celda era grande, como una habitación de hospital, tenía cerca de 20 camas. No podíamos salir de allí, sólo nos sacaban una hora al patio, y no todos los días. Las religiosas eran unas cabronas, malas; nos hacían la vida imposible, nos torturaban psicológicamente. A una compañera que entró embarazada, la llevaron a la guardería [donde estaban los niños de otras reclusas] y le dijeron que tomara nota, que allí iba a crecer su bebé. Volvió a la celda destrozada", señala la también autora de Trinitat: la presó de dones ignorada.
La represión no se puede entender sin las resistencias; sobre todo, las del movimiento feminista. Las mujeres participaron activamente en la lucha antifranquista, pero "no lo pregonaban", como sí hacían sus maridos. La fuerza de las reclusas fue tal que, en mayo de 1978, tras una intensa campaña de denuncia, la Dirección General de Instituciones Penitenciarias tuvo que expulsar a las religiosas de la Trinitat. La llegada de funcionarias puso fin a casi dos décadas de acoso, insultos y un daño que ha costado "mucho" reparar. "Lo único que podíamos hacer era hablar. Hablábamos mucho, para mí fue una escuela política… siempre lo digo", se consuela Carlota.
La Memoria, clave para llenar un vacío histórico
El encarcelamiento de mujeres durante la dictadura pasó por tres fases, que coinciden, a grandes rasgos, con las tres grandes prisiones de la época en Barcelona. Trinitat Vella operó como cárcel entre 1963 y 1983; pero antes, tuvieron su momentum Les Corts y la Modelo. En la primera, masificada durante la posguerra, cumplieron condena miles de presas políticas. "Mi madre tenía 20 años cuando fue denunciada y detenida. La llevaron a la cárcel de Manresa, y luego la trasladaron a Les Corts. El 29 de mayo de 1939 el fiscal pidió para ella la pena de muerte, por adhesión a la rebelión con agravantes y propaganda separatista. El abogado peleó por un grado inferior, de 20 años y un día. Finalmente, salió en libertad a los dos años, siete meses y cinco días", cuenta Anna María Batalla Solà.
Su madre, Anna Solà Sardans, había militado en las Juventudes Socialistas Unificadas y en UGT; además de impulsar la Unió de Dones Antifeixistes. "Mis padres siempre me hablaron de su pasado y conocí a muchas de las amistades que hicieron en prisión. Los dos tuvieron antecedentes penales durante más de 25 años y sufrieron el ostracismo laboral durante toda su vida. Mi madre, de hecho, ni siquiera encontró los documentos necesarios para pedir una pensión. Las mujeres han sido las grandes olvidadas de la dictadura", denuncia. La historia de Anna Solà y José Batalla, teniente republicano, también condenado, comenzó entre rejas. Primero, las cartas de amor. Luego, el indulto [de José]. Y finalmente, la boda.
La Modelo, también en la capital catalana, funcionó como cárcel de mujeres entre 1955 y 1963. Las reclusas tenían una galería habilitada para ellas en un centro hasta entonces masculino. Sus delitos eran mayoritariamente comunes, es decir, infracciones de la Ley de Vagos y Maleantes. Este período, como sucede con el de la Trinitat, arrastra lagunas –demasiadas, según los expertos–. "El tardofranquismo está en gran medida por estudiar. Las restricciones para acceder a los archivos no ayudan en absoluto, y la dificultad para conseguir testimonios de presas comunes, tampoco. La represión durante la posguerra ha sido tan bestia que lógicamente concentró todos los focos, pero creo que ha llegado el momento de mover esos focos y buscar más allá, buscar en nuestra historia reciente, en la de hace 40, 50 o 60 años", sentencia César Lorenzo.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada